Alex

Alex


Segunda parte » Capítulo 47

Página 51 de 69

47

En la habitación. Alex ha cruzado los brazos sobre su pecho. Llamar a su hermano. Cuando reconozca su voz, él le dirá: «Ah, ¿eres tú? ¿Qué quieres ahora?». Se mostrará enfadado desde el primer segundo, pero no le queda más remedio. Descuelga el teléfono de la habitación y consulta las instrucciones que aparecen en el adhesivo: «0» para llamar al exterior. Ha localizado un sitio donde puede citarlo, al lado de la zona industrial, y ha anotado la dirección en un papel. La busca, la encuentra, toma aliento y marca el número. El contestador. Es sorprendente, él nunca apaga el móvil, ni siquiera por la noche, dice que el trabajo es sagrado. Tal vez esté pasando por un túnel o lo haya dejado sobre la cómoda de la entrada, a saber, pero en el fondo no le parece tan mal y le deja un mensaje: «Soy Alex. Necesito verte. Es urgente. Boulevard Jouvenel, número 137, en Aulnay, esta noche a las once y media. Si llego con retraso, espérame».

Antes de colgar, añade: «Pero no me hagas esperar».

Alex se ha contagiado del ambiente de la habitación. Tendida en la cama, pasa un buen rato perdida en sus ensoñaciones, el tiempo transcurre despacio y los pensamientos se encadenan solos, impulsados por su propio movimiento, oye los ecos de la televisión de la habitación de al lado, la gente no es consciente de a qué volumen pone el televisor, de cómo llega a molestar. Si quisiera, podría hacer que su vecino la apagara. Saldría de su habitación, llamaría y le abriría la puerta un hombre sorprendido, un hombre ordinario como los que ya ha matado. ¿Cuántos han sido, cinco? ¿Seis? ¿Más? Sonreiría como tan bien sabe hacer, amablemente, y haciendo un leve gesto con la cabeza, diría: «Soy su vecina de habitación. Estoy sola, ¿puedo entrar?». El hombre, aturdido, la dejaría pasar y ella le preguntaría de inmediato: «¿Quieres verme desnuda?», con el mismo tono con el que diría: «¿Puedes correr las cortinas?». La boca del hombre se abriría de estupefacción, tendría un poco de tripa, por supuesto, pasados los treinta años todos la tienen, todos los hombres a los que ha matado tenían un poco de tripa, incluso Pascal Trarieux, en su caso por la cerveza, que el diablo en su infinita crueldad lo torture. Abriría entonces su bata y preguntaría: «¿Te gusto?». Sería un auténtico sueño poder hacerlo, una vez, solo una vez. Abrir la bata y, desnuda, preguntarle a un hombre si le gusta estando segura de la respuesta, segura de que la acogería entre sus brazos y podría acurrucarse en ellos. En la realidad, diría: «En primer lugar, ¿por qué no apagas la tele?». El hombre se precipitaría farfullando excusas, palparía torpemente en busca del botón, excitado ante aquella milagrosa aparición. Estaría de espaldas, inclinado hacia delante, así que ella no tendría más que empuñar la lámpara de aluminio de la mesilla de noche y asestarle un golpe, con ambas manos, justo detrás de la oreja derecha, nada más fácil. Una vez aturdido sería coser y cantar, sabe dónde debe golpearlo para noquearlo durante unos segundos y disponer del tiempo necesario para propinarle los siguientes golpes; allí están las sábanas para atarlo, medio litro de ácido concentrado en la garganta y asunto concluido. La televisión no volverá a molestarla, el huésped no subirá el volumen, Alex por fin puede disfrutar de una velada tranquila.

Eso es lo que Alex sueña despierta, tumbada en la cama, con las manos en la nuca. Se abandona a sí misma. La asaltan recuerdos de su vida. En realidad, no se arrepiente de nada. Necesitaba cometer todos esos asesinatos, era algo que tenía que hacer. Tenía que hacerlos sufrir, matarlos, sí, no se arrepiente de nada. Podrían haber sido más, muchos más. Así se había escrito su historia.

Ha llegado la hora de tomarse una copa. Piensa en servirse un trago de Bowmore en el vaso de plástico que hay en el aseo, pero cambia de opinión y bebe directamente de la botella. Alex lamenta no haber comprado también un paquete de cigarrillos. Porque es un día de fiesta. Hace casi quince años que no fuma. No sabe por qué ha estado a punto de comprarlos esa tarde, puesto que en el fondo nunca le ha gustado fumar. Quería hacer lo que el resto del mundo, perseguía el sueño de todas las chicas, ser como las demás. El whisky la embriaga con rapidez, le basta muy poco para zozobrar. Canturrea tonadas de las que ignora la letra y mientras las tararea recoge sus cosas, dobla su ropa pieza a pieza, con orden, y prepara cuidadosamente su bolsa de viaje. Le gustan las cosas pulcras, había que ver su apartamento, todos sus apartamentos, siempre impecables. En el cuarto de baño, en el pequeño estante de plástico inestable y manchado de quemaduras de cigarrillos, dispone sus productos de aseo, dentífrico, cepillo de dientes. Saca de su bolsa un tubo de moléculas de la felicidad. Lo abre, coge un cabello que ha quedado atrapado bajo la tapa, alza la mano muy alto y lo deja caer como una hoja seca, le encantaría que hubiera un puñado para esparcirlos como la lluvia, como una nevada, como tiempo atrás en casa de una amiga, cuando jugaban sobre el césped rociándose con la manguera como si fuera lluvia. Es el whisky, porque mientras ordena sus cosas sigue bebiendo de la botella, y aunque no tome demasiado comienza a hacerle efecto con rapidez.

Ha acabado de ordenar sus cosas, y Alex se tambalea ligeramente. No ha comido nada desde hace muchas horas, ha bebido demasiado y de inmediato comienza el descenso en picado. No había pensado en ello. Eso la hace reír, una risa nerviosa, tensa, una risa inquieta, es siempre así, la inquietud es su segunda naturaleza, junto con la crueldad. De pequeña, jamás se habría creído capaz de tanta crueldad, se dice guardando su bonita bolsa de viaje en el armario empotrado. Fue una niña encantadora, feúcha pero muy amable, y la gente siempre decía de ella: «Alex es muy mona, verdaderamente adorable».

Así transcurre la velada. Las horas.

Y Alex ha bebido y bebido, y también ha llorado mucho. No sabía que aún le quedara semejante reserva de lágrimas.

Porque es una noche de tremenda soledad.

Ir a la siguiente página

Report Page