Alex

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Tercera parte » Capítulo 57

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De la actitud de la señora Prévost se desprende claramente que no teme la adversidad. Es una mujer corriente, nunca ha nadado en la abundancia, educó sola a dos hijos, no tiene que agradecerle nada a nadie, etc., todas esas máximas se infieren de su modo de sentarse en la silla, muy erguida. Decidida a que no le tomen el pelo.

Lunes, cuatro de la tarde.

Su hijo ha sido citado a las cinco.

Camille ha coordinado las citaciones para que no se crucen y no tengan la oportunidad de hablar entre ellos.

La primera vez, la habían convocado en la morgue para el reconocimiento del cadáver. Esta vez está citada, es distinto pero no cambia nada, esa mujer ha construido su vida como una ciudadela y se cree inexpugnable, y costará trabajo llegar a lo que protege en su interior. No fue a reconocer a su hija a la morgue, le dio a entender a Camille que aquello la superaba. Al verla hoy, plantada ante él, Camille duda de que aniden en ella semejantes debilidades. Sin embargo, a pesar de los aires que se da, de su mirada sin concesiones, el silencio a la defensiva y esos modales de mujer intratable, las dependencias policiales la impresionan y también ese policía minúsculo, sentado a su lado, con los pies a un palmo del suelo, que la mira fijamente y le pregunta:

—¿Qué sabe usted exactamente acerca de las relaciones entre Thomas y Alex?

Cara de sorpresa. «¿A qué se refiere cuando dice “saber exactamente acerca de las relaciones” entre mis dos hijos?». Dicho eso, parpadea demasiado deprisa. Camille deja pasar un tiempo, pero el resultado queda en tablas. Él lo sabe y ella sabe que él lo sabe. Es lamentable. Y Camille ha agotado la paciencia.

—¿A qué edad exactamente empezó su hijo a violar a Alex?

Ella grita.

—¡Hasta ahí podíamos llegar!

—Señora Prévost —dice Camille sonriendo—, no me tome por tonto. Me atrevo incluso a aconsejarle que me preste su ayuda sin concesiones, porque de lo contrario haré que su hijo permanezca en la cárcel hasta el fin de sus días.

La amenaza surte efecto. A ella pueden hacerle lo que quieran, pero no tolerará que toquen a su hijo. Sin embargo, se aferra a sus posiciones.

—Thomas quería mucho a su hermana, nunca le hubiera tocado ni un pelo.

—No estoy hablando de pelos, precisamente.

La señora Prévost es impermeable al humor de Camille. Niega con la cabeza, es difícil saber si eso significa que no lo sabe o que no quiere decirlo.

—Si usted estaba al corriente y no hizo nada para impedirlo, eso la convierte a usted en cómplice de violación con agravante.

—¡Thomas nunca tocó a su hermana!

—¿Cómo lo sabe?

—Conozco a mi hijo.

Podrían seguir dándole vueltas y más vueltas a lo mismo sin solución. Sin denuncia, sin testigos, sin crimen, sin víctima, sin verdugo.

Camille suspira y asiente con la cabeza.

«Thomas viene a mi habitación. Casi todas las noches. Mamá lo sabe».

—¿A su hija la conocía igual de bien?

—Tanto como una madre puede conocer a su hija.

—Eso promete.

—¿Cómo dice?

—No, nada.

Camille saca una carpeta.

—El informe de la autopsia. Dado que conoce tan bien a su hija, supongo que ya sabe lo que contiene.

Camille se pone las gafas en un gesto que significa: «Estoy agotado, pero adelante».

—Es bastante técnico, se lo voy a traducir.

La señora Prévost ya ni siquiera pestañea. Se mantiene erguida, rígida hasta los huesos, la musculatura tensa, todo su organismo a la defensiva.

—Su hija estaba en un estado lamentable, ¿verdad?

Ella mira la pared de enfrente. Su respiración es apenas perceptible.

—El forense —prosigue, hojeando el informe— indica que el aparato genital de su hija fue quemado con ácido. Yo diría que sulfúrico. Para abreviar, lo que también se da en llamar vitriolo… Las quemaduras eran muy profundas. Destruyeron completamente el clítoris (de entrada parece que es una forma de ablación), el ácido fundió los labios mayores y menores y llegó a la vagina, bastante adentro… Debieron de verterle ácido en el interior en cantidad suficiente para destrozarlo todo. Las mucosas se disolvieron en buena parte y la carne se fundió, literalmente, transformando el aparato genital en una especie de magma.

Camille levanta la vista y la mira fijamente.

—Es la expresión que utiliza el forense. «Magma de carnes». Todo eso se remontaría a mucho tiempo atrás, Alex debía de ser muy joven. ¿Eso le dice algo?

La señora Prévost mira a Camille, está muy pálida y niega con la cabeza, como una autómata.

—¿Su hija nunca le habló de ello?

—¡Jamás!

La palabra ha resonado como un disparo, como el flamear del estandarte familiar ante la inminente tormenta.

—Ya veo. Su hija no quiso molestarla con sus tonterías. Debió de sucederle un día, alguien le vertió medio litro de ácido sulfúrico en la vagina, y luego volvió a casa como si no hubiera pasado nada. Esa chica era un modelo de discreción.

—No lo sé.

Nada ha cambiado, ni la expresión ni la pose, pero la voz es grave.

—El forense señala un detalle muy curioso —prosigue Camille—. Toda la zona genital se vio profundamente afectada, con los terminales nerviosos laminados, deformaciones irreversibles de las vías naturales, tejidos lesionados y disueltos, privando así a su hija de cualquier relación sexual normal. Por no mencionar siquiera otras esperanzas que podría haber albergado. Sí, decía, una cosa muy curiosa…

Camille se detiene, deja el informe, se quita las gafas y las coloca frente a él, cruza las manos y mira fijamente a la madre de Alex.

—Las vías urinarias fueron, en cierta medida, «apañadas». Porque aquellas lesiones conllevaban un riesgo mortal. Si se hubieran fundido, su hija quedaba condenada a una muerte segura al cabo de pocas horas. Nuestro experto menciona una técnica rudimentaria, casi salvaje, una cánula hendida por el meato a una profundidad suficiente como para preservar el canal urinario.

Silencio.

—Según él, el resultado es un verdadero milagro. Y una carnicería, a la vez. En el informe no lo dice con esas palabras, pero esa es la idea.

La señora Prévost traga saliva, pero tiene la garganta seca, parece que vaya a ahogarse o a toser, pero no ocurre nada.

—Él es médico, ya me entiende, y yo soy policía. Él constata, y yo trato de explicar. Y mi hipótesis es que eso se le hizo a Alex en una situación de urgencia, para evitar que fuera a un hospital, porque habría sido necesario dar explicaciones y el nombre del autor del acto (y lo digo en masculino, no se ofenda), porque el alcance de las lesiones mostraba que el acto no podía ser accidental, sino que era intencionado. Alex no quiso problemas, la chiquilla valiente, no era su estilo, ya la conocía usted, tan discreta como era…

La señora Prévost traga por fin saliva.

—Dígame, señora Prévost… ¿Desde cuándo es usted auxiliar de clínica?

Thomas Vasseur, cabizbajo, silencioso y concentrado. Ha escuchado las conclusiones del informe de la autopsia sin decir palabra. Ahora mira a Louis, que se lo ha leído y comentado.

—¿Su reacción? —pregunta Louis.

Vasseur separa las manos.

—Es muy triste.

—Usted estaba al corriente.

—Alex —dice Vasseur sonriendo— no tenía secretos para su hermano mayor.

—En ese caso, podrá aclararnos lo sucedido, ¿no es cierto?

—Desgraciadamente, no. Alex me habló de ello, eso es todo, ya me entiende, son cosas íntimas… Fue muy evasiva.

—¿Así que no puede decirnos nada al respecto?

—Lamentablemente…

—Algún dato más…

—Nada.

—Alguna precisión…

—Tampoco.

—Alguna hipótesis…

Thomas Vasseur suspira.

—Digamos, supongo que… tal vez alguien se enfadó. Un ataque de cólera.

—Alguien… ¿No sabe usted quién?

Vasseur sonríe.

—Ni idea.

—Así que «alguien» encolerizado, como dice usted… ¿Por qué motivo?

—Lo ignoro. Es solo lo que me pareció entender.

Hasta el momento, parece que Thomas Vasseur hubiera estado probando prudentemente la temperatura del agua y por fin la encontrara a su gusto. De su expresión y su porte se desprende que considera que esos policías no son agresivos, no tienen nada contra él, ninguna prueba.

De todas formas, la provocación forma parte de su temperamento.

—¿Sabe…? A veces Alex podía llegar a ser insoportable.

—¿Qué quiere decir?

—Pues que tenía mal carácter, se exaltaba con facilidad, ¿saben?

Y como nadie reacciona, Vasseur no está seguro de que lo hayan comprendido.

—Quiero decir que, con chicas así, uno acaba enfadándose a la fuerza. Tal vez fuera por la falta de un padre, pero la verdad es que tenía cosas… Era muy rebelde. En el fondo, creo que se negaba a acatar la autoridad. Así que, de vez en cuando, sin venir a cuento, le daba un pronto y te decía «no», y a partir de ahí ya no podías sacarle nada más.

Tienen la sensación de que Vasseur revive una escena en vez de evocarla. Su voz ha subido de tono.

—Alex era de esas. De golpe, sin motivo aparente, se plantaba. Se lo juro, aquello hubiera sacado de quicio a cualquiera.

—¿Eso fue lo que sucedió? —pregunta Louis con voz queda, casi inaudible.

—No lo sé —dice Vasseur aplicadamente—. No estaba allí.

Sonríe a los policías.

—Solo digo que Alex era el tipo de chica a la que acaba por pasarle una cosa de esas. Era testaruda, terca como una mula… Y acababa por agotar la paciencia, ya me entienden…

Armand, que no ha pronunciado una sola palabra desde hace una hora, está petrificado.

Louis está blanco como la cera y empieza a perder su sangre fría. En su caso, se traduce en la adopción de formas extremadamente civilizadas.

—Pero… ¡no estamos hablando de una vulgar azotaina, señor Vasseur! ¡Hablamos de… actos de tortura, de barbarie contra una niña menor de quince años que fue prostituida con adultos!

Ha dicho eso recalcando cada palabra, cada sílaba. Camille sabe hasta qué punto está conmocionado. Pero Vasseur, de nuevo dueño de sí mismo, le da a probar su propia medicina y está decidido a restregárselo por la cara.

—Si su hipótesis de la prostitución fuera acertada, diría que son gajes del oficio…

Esta vez, Louis se siente derrotado. Busca a Camille con la mirada. Camille sonríe. En cierta medida, parece que se haya pasado al otro bando. Asiente como si lo comprendiera, como si compartiera la conclusión de Vasseur.

—¿Y su madre estaba al corriente? —pregunta.

—¿De qué? ¡Oh, no! Alex no quiso molestarla con esas historias de chiquilla. Y, además, nuestra madre ya tenía bastantes preocupaciones… No, nuestra madre nunca lo supo.

—Qué lástima —prosigue Camille—, podría haberle dado algún buen consejo. Como auxiliar de clínica, quiero decir. Podría haber tomado medidas inmediatas, por ejemplo.

Vasseur se contenta con asentir, con aspecto fingidamente preocupado.

—Qué quiere que le diga —comenta en un tono fatalista—. No podemos cambiar la historia.

—Y cuando supo lo que le había sucedido a Alex, ¿no quiso usted denunciarlo?

Vasseur mira a Camille sorprendido.

—Pero… ¿a quién?

Y Camille oye: «¿Por qué?».

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