Alex

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Tercera parte » Capítulo 61

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—Verá —dice Camille—, tenemos algunas dudas sobre la muerte de su hermana. Hermanastra, disculpe.

Vasseur no reacciona. Reflexiona acerca de qué puede querer decir eso. La fatiga provoca que piense más lentamente. Da vueltas a la pregunta y a todas las que se derivan de la primera. Se tranquiliza. En la muerte de Alex, no hay nada que puedan reprocharle. Su fisonomía se adapta a esa idea. Respira, se relaja, se cruza de brazos y no dice palabra, se limita a mirar el reloj. Finalmente, cambia de tercio y pregunta:

—La detención acaba a las ocho, ¿verdad?

—Veo que la muerte de Alex no le preocupa.

Vasseur alza la vista al techo, como si buscara inspiración o como si, sentado a la mesa, le hubieran pedido que eligiera entre dos postres. Con visible fastidio, aprieta los labios.

—Me apena, por supuesto —se lamenta—. Mucho, incluso. Ya saben lo que es la familia, son lazos muy estrechos. Pero qué le vamos a hacer… Es el problema de los depresivos.

—No le estoy hablando de la muerte de Alex, sino de la manera en que murió.

Comprende y aprueba.

—Los barbitúricos son terribles. Decía que tenía problemas para conciliar el sueño, que sin ellos no podía cerrar los ojos.

Oye su propia expresión en el momento en que la pronuncia, y a pesar del cansancio, se resiste para no hacer un chiste acerca de los «ojos cerrados». Finalmente opta por un tono exageradamente sentencioso.

—La venta de medicamentos tendría que estar más controlada, ¿no les parece? Aunque ella, como enfermera, podía conseguir los que quisiera.

Súbitamente, Vasseur parece pensativo.

—No sé qué tipo de muerte provocan los barbitúricos, deben de dar… convulsiones, ¿no?

—Si al individuo no se le ventila a tiempo —dice Camille—, entra en un coma profundo y pierde los reflejos de protección de las vías respiratorias. El vómito se acumula en sus pulmones, se ahoga y muere.

Vasseur hace una mueca de asco. ¡Puaj! Según él, es una muerte muy poco digna.

Camille hace señas de comprenderlo. Si no fuera por el ligero temblor de sus dedos, podría parecer que comparte la opinión de Thomas Vasseur. Inclina la cabeza sobre el informe y respira profundamente.

—Volvamos a su llegada al hotel, si me permite. Es la noche en que se produjo la muerte y es más de medianoche, ¿cierto?

—Hay testigos, no tienen más que preguntarles.

—Eso hemos hecho.

—¿Y?

—Las doce y veinte.

—Pues que sean las doce y veinte, no me gusta importunar.

Vasseur se retrepa en su silla. Sus repetidas miradas al reloj son mensajes claros.

—Así —prosigue Camille—, entró usted tras ellos, les pareció normal. Una casualidad… Otro cliente que regresa a la misma hora. Los testigos dicen que usted esperó el ascensor. No saben qué hizo a continuación. Su habitación estaba en la planta baja y lo perdieron de vista. Así que tomó usted el ascensor.

—No.

—¿Ah, no? Sin embargo…

—Claro que no, ¿adónde iba a ir?

—Eso es lo que nos preguntamos, señor Vasseur. ¿Adónde iba?

Vasseur frunce el ceño.

—Miren, Alex me dejó un mensaje, me pidió que fuera, no me dijo el porqué y, además, ¡no se presentó! Fui a su hotel, pero en la recepción no había nadie. ¿Qué querían que hiciera? ¿Que llamara a las puertas de las cien habitaciones diciendo: «Perdonen, estoy buscando a mi hermana»?

—¡Su hermanastra!

Vasseur aprieta las mandíbulas con fuerza, respira y finge no haberlo oído.

—Esperaba en mi coche desde hacía un buen rato y el hotel desde donde me había llamado estaba a doscientos metros, cualquiera hubiera hecho lo que hice. Me acerqué porque pensé que habría una lista en la recepción, que su nombre figuraría en algún sitio, en algún tablón, ¡qué sé yo! Pero cuando llegué, en la recepción no había nada. Estaba cerrado. Enseguida vi que no podía hacer nada, así que me marché a casa. Eso es todo.

—En resumidas cuentas, no se paró a reflexionar.

—Eso es, no reflexioné. No lo suficiente.

Camille se siente incómodo, menea la cabeza de izquierda a derecha.

—¿Y eso qué cambia? —pregunta Vasseur, ofendido.

Se vuelve hacia Louis y hacia Armand, los interpela.

—¿Eso qué cambia, eh?

Los policías permanecen inmóviles y lo miran serenamente.

Su mirada se alza entonces hacia el reloj. El tiempo transcurre. Se calma. Sonríe.

—Estamos de acuerdo —dice, seguro de sí mismo—. Eso no cambia nada. Salvo que…

—¿Sí?

—Salvo que si la hubiera encontrado, todo esto no habría pasado.

—¿Qué quiere decir?

Cruza los dedos, como un hombre deseoso de hacer el bien.

—Creo que la habría salvado.

—Por desgracia, eso no sucedió. Y ella está muerta.

Vasseur extiende las manos, en un gesto que denota fatalidad. Sonríe.

Camille se concentra.

—Señor Vasseur —anuncia lentamente—, para serle sincero, nuestros expertos tienen serias dudas acerca del suicidio de Alex.

—¿Dudas…?

—Sí.

Camille deja que la información cale.

—Creemos que su hermana fue asesinada y que el asesino trató de disfrazarlo como un suicidio. De una manera bastante torpe, además, si desea mi opinión.

—¿Qué es esa tontería?

Todo él expresa una inmensa sorpresa.

—En primer lugar —dice Camille—, la actitud de Alex no se corresponde con la de alguien que se dispone a suicidarse.

—La actitud… —repite Vasseur, frunciendo el ceño.

Parece que ignore el significado de esa palabra.

—Su billete para Zúrich, la preparación de su equipaje, la llamada al taxi. Y por si eso no bastara, tenemos otros motivos de duda. Por ejemplo, le golpearon la cabeza contra el lavabo. Varias veces. La autopsia ha revelado lesiones en el cráneo que atestiguan la brutalidad de los golpes. En nuestra opinión, había otra persona con ella. Y esa persona la golpeó… con gran violencia.

—Pero… ¿quién?

—Para serle franco, señor Vasseur, creemos que era usted.

—¿Qué?

Vasseur se pone en pie con un grito.

—Le aconsejo que vuelva a tomar asiento.

Se toma su tiempo, pero Vasseur vuelve a sentarse. En el borde de la silla. Dispuesto a salir corriendo.

—Se trata de su hermana, señor Vasseur, y comprendo hasta qué punto todo esto es doloroso para usted. Pero si no temiera herir su sensibilidad mostrándome más técnico, diría que la gente que se suicida elige un método. Se tira por la ventana o se corta las venas. A veces los suicidas se autolesionan, otros toman medicamentos. Pero en raras ocasiones hacen ambas cosas a la vez.

—¿Y yo qué tengo que ver con eso?

Por el tono de urgencia en su voz, se deduce que ya no se trata de Alex. Su actitud oscila entre la incredulidad y la indignación.

—¿Cómo dice?

—Pues eso, ¿en qué me concierne?

Camille mira a Louis y a Armand, con la impotencia de quien se desespera para hacerse entender, y luego se dirige de nuevo a Vasseur.

—Le concierne por las huellas dactilares.

—¿Las huellas? ¿Qué huellas, eh?

Suena el teléfono, pero eso no lo detiene. Mientras Camille descuelga y responde, él se vuelve hacia Armand y Louis.

—¿Qué huellas, eh?

En respuesta, Louis hace una mueca de incomprensión, como si él mismo también se lo preguntara. Armand, por su parte, tiene la cabeza en otro lugar. Vacía el tabaco de tres colillas sobre una hoja de papel blanco para liarse un cigarrillo y, absorto, ni siquiera lo mira.

Vasseur se vuelve entonces hacia Camille, que sigue al teléfono y escucha concentrado, con la mirada perdida en la ventana, a su interlocutor. Vasseur observa el silencio de Camille y ese instante parece interminable. Finalmente, Camille cuelga y alza la mirada hacia Vasseur.

—¿Qué estábamos diciendo?

—¿Qué huellas? —vuelve a preguntar Vasseur.

—Ah, sí… Las huellas de Alex, en primer lugar —dice Camille.

Vasseur se sobresalta.

—¿Qué pasa con las huellas de Alex?

A veces, comprender los mensajes de Camille no resulta sencillo.

—Es normal que encuentren sus huellas dactilares en su habitación, ¿no cree? —dice Vasseur.

Se ríe escandalosamente. Camille aplaude, completamente de acuerdo con esa observación.

—Precisamente —dice, dejando de aplaudir—. ¡El problema es que no hay prácticamente ninguna!

Vasseur siente que le ha surgido un problema, pero no ve claramente cuál.

Camille adopta un tono benevolente y acude en su auxilio.

—Hemos hallado muy pocas huellas de Alex en su habitación, ¿comprende? Creemos que alguien quiso eliminar sus propias huellas y a la vez borró muchas de las de Alex. No todas, pero… Algunas son muy significativas. Las del pomo de la puerta, por ejemplo. El pomo que debió de tocar la persona que estuvo con Alex…

Vasseur se limita a registrar la información, ya no sabe qué pensar.

—En resumidas cuentas, señor Vasseur, alguien que se suicida no borra sus propias huellas, ¡eso no tiene ningún sentido!

Las imágenes y las palabras se entremezclan. Vasseur traga saliva.

—Por esa razón —confirma Camille—, creemos que había otra persona en la habitación de Alex en el momento de su muerte.

Camille concede un momento a Vasseur para que digiera la información, pero a la vista de la expresión de su rostro, comprende que va a necesitar mucho tiempo.

Por ello decide recurrir a la pedagogía.

—En lo que respecta a las huellas, la botella de whisky también nos plantea muchas preguntas. Alex bebió cerca de medio litro. El alcohol potencia poderosamente la acción de los barbitúricos y supone una muerte casi segura. En cambio, la botella estaba cuidadosamente secada y hallamos pegadas a ella fibras que pertenecen a una camiseta que encontramos sobre el sillón. Aún es más curioso que las huellas de Alex en la botella estén literalmente aplastadas, como si alguien le hubiera cogido la mano y la hubiera presionado contra el cristal. Sin duda post mórtem, para hacernos creer que había bebido de ella, sola. ¿Qué le parece?

—Pues… nada. No lo sé.

—¿Cómo que no? —exclama Camille, ofendido—. ¡Claro que lo sabe, señor Vasseur, porque usted estuvo presente!

—¡En absoluto! ¡No estuve en su habitación! ¡Ya se lo he explicado, volví a mi casa!

Camille deja pasar unos breves momentos de silencio. Y, tanto como su corta estatura se lo permite, se inclina sobre Vasseur.

—Si no estuvo allí —pregunta con voz serena—, ¿cómo se explica que hayamos encontrado sus huellas en la habitación de Alex, señor Vasseur?

Vasseur se queda estupefacto. Camille retrocede en su silla.

—Y dado que hemos hallado sus huellas en su habitación, creemos que usted mató a Alex.

A Vasseur, un sonido se le detiene en algún lugar entre el vientre y la garganta, como en coma flotante.

—¡No es posible! No entré en esa habitación. ¿Dónde han encontrado mis huellas?

—En el tubo de barbitúricos que sirvió para matar a su hermana. Sin duda debió de olvidar borrarlas. Tal vez por la emoción.

Su cabeza va de un lado a otro, como la de un gallo, y las palabras brotan a trompicones. De repente, grita:

—¡Ya lo sé! ¡Ya había visto ese tubo! ¡Son unas pastillas de color rosa! ¡Lo toqué! ¡Con Alex!

El mensaje es algo confuso. Camille frunce el ceño. Vasseur traga saliva, trata de exponer los hechos serenamente, pero la presión y el miedo se lo impiden. Cierra los ojos, aprieta los puños, inspira profundamente y se concentra tanto como puede.

Camille lo anima asintiendo con la cabeza, como si quisiera ayudarlo a expresarse.

—Cuando vi a Alex…

—Sí…

—… la última vez…

—¿Cuándo fue?

—No lo sé, hará tres semanas, o un mes quizá.

—Bien.

—¡Sacó ese tubo!

—¡Ah! ¿Dónde fue eso?

—En un café, cerca de mi trabajo. Le Moderne.

—Muy bien, explíquese, señor Vasseur.

Resopla. ¡Por fin ha hallado una salida! Ahora todo irá mejor. Podrá explicarse, es bastante sencillo, tendrán que admitirlo. El asunto de los somníferos no es más que una tontería. No se puede basar una acusación en eso. Trata de tomarse su tiempo, pero la garganta se le cierra. Suelta las palabras de una en una.

—Hace un mes aproximadamente, Alex me dijo que quería verme.

—¿Quería dinero?

—No.

—¿Qué quería?

Vasseur no lo sabe. De hecho, no llegó a decirle por qué quería verlo. La entrevista fue muy breve. Alex se tomó un café, él una caña. Y fue entonces cuando ella sacó un tubo de comprimidos. Vasseur le preguntó qué era, sí, reconoce que estaba algo enfadado.

—Verla tomar esa porquería…

—Por supuesto, dado lo mucho que le preocupaba a usted la salud de su hermana pequeña…

Vasseur finge no haber oído la alusión y se muestra aplicado, quiere acabar cuanto antes.

—Cogí el tubo de comprimidos, ¡lo cogí con la mano! ¡Por eso están ahí mis huellas!

Lo sorprendente es que los polis no parecen convencidos. Aguardan, observan sus labios como si esperaran que dijera algo más, como si no lo hubiera contado todo.

—¿De qué medicamento se trataba, señor Vasseur?

—¡No me fijé en el nombre! Abrí el tubo, vi unos comprimidos de color rosa y le pregunté qué eran, eso es todo.

Brusco alivio de los tres policías. De repente, el caso vuelve a iluminarse bajo una nueva luz.

—De acuerdo —dice Camille—, ahora lo entiendo. No se trata del mismo tubo. Las pastillas que tomó Alex eran de color azul. Nada que ver.

—¿Y eso qué cambia?

—Que sin duda no es el mismo tubo.

Vasseur está de nuevo muy excitado. Dice «no, no y no» alzando el índice, y sus palabras se precipitan.

—¡Esa patraña no se aguanta, no se aguantará!

Camille se pone en pie.

—Repasemos, por favor.

Va contando con los dedos.

—Cuenta con un móvil de peso. Alex le hacía chantaje, ya le había sacado veinte mil euros y sin duda se disponía a pedirle más para poder vivir en el extranjero. Dispone de una pésima coartada y mintió a su esposa sobre el origen del mensaje que recibió. Pretende haber esperado en un lugar donde nadie lo vio. Luego ha reconocido que fue a ver a Alex al hotel y, además, tenemos a dos testigos que lo confirman.

Camille deja que Vasseur calibre las dimensiones del problema que se dibuja ante él.

—¡Eso no son pruebas!

—Ya tenemos el móvil, ausencia de coartada y su presencia en el lugar. Si se le añade el hecho de que Alex fuera golpeada violentamente en la cabeza, las huellas borradas y las suyas tan presentes… Suman ya muchas cosas…

—¡No, no, no, eso no basta!

Pero por mucho que agite el índice con fuerza, se adivina que tras esa aparente certeza se está preguntando algo a sí mismo. Por eso Camille añade:

—También hemos hallado su ADN, señor Vasseur.

El desconcierto que eso provoca es absoluto.

—Un cabello hallado en el suelo, cerca de la cama de Alex. Usted trató de borrar sus huellas, pero no hizo una limpieza a fondo.

Camille se pone en pie y se planta ante él.

—Y ahora, señor Vasseur, ¿cree que con su ADN será suficiente?

Hasta ese momento, Thomas Vasseur se ha mostrado muy reactivo. Formulada de esa manera, la acusación presentada por el comandante Verhoeven debería hacerlo saltar por los aires de un brinco. Pero no lo hace. Los policías lo miran, dudosos de qué conducta adoptar porque Vasseur se halla ahora sumido en una reflexión muy intensa, se ha ausentado del interrogatorio, está muy lejos de allí. Ha apoyado los codos sobre las rodillas, las palmas de sus manos se unen en un movimiento espasmódico, como si aplaudiera con la punta de los dedos. Su mirada barre el suelo, muy rápidamente. Mueve el pie, nervioso. Cabría incluso preocuparse por su salud mental, pero se pone en pie bruscamente y mira con fijeza a Camille, inmóvil.

—Lo hizo expresamente…

Parece que hable consigo mismo, pero se dirige a los policías.

—Lo organizó para que me acusaran… ¿A que es eso?

Ha descendido de nuevo a la tierra. Su voz vibra debido a la excitación. En otras circunstancias, los policías deberían mostrar sorpresa ante esa hipótesis, pero no es el caso. Louis ordena meticulosamente sus papeles, Armand se limpia concienzudamente las uñas con un clip. Solo Camille sigue aún la conversación, pero, sin decidirse a intervenir, ha apoyado sus manos sobre la mesa y aguarda.

—Le di una bofetada a Alex… —dice Vasseur.

Es una voz sin timbre, mira a Camille, pero es como si se hablara a sí mismo.

—En el café. Cuando vi el tubo de comprimidos, me enfurecí. Quiso calmarme, me acarició el cabello, pero su anillo se enganchó y… Cuando lo retiró, me hizo daño. Había cabellos enganchados. Fue un reflejo, le di una bofetada. Mis cabellos…

Vasseur empieza a aclarar sus ideas.

—Lo tenía todo organizado desde el principio, ¿no es así?

Busca auxilio en los ojos de los policías. Y no lo halla. Armand, Louis y Camille se limitan a mirarlo.

—Saben que es una trampa, ¿verdad? Es una pura y simple manipulación, ¡y lo saben! Esa historia del billete para Zúrich, la compra de la bolsa de viaje, el taxi que pidió… era para hacerles creer que se disponía a huir. ¡Que no tenía intención de suicidarse! Me citó donde nadie podía verme, se golpeó la cabeza contra el lavabo, limpió sus huellas, sacó el tubo de medicamentos con las mías, dejó uno de mis cabellos en el suelo…

—Me temo que le será difícil probarlo. Para nosotros, usted se hallaba allí, tenía que desembarazarse de Alex, la golpeó, la forzó a beber alcohol y luego a tragar los barbitúricos, y sus huellas dactilares y su ADN confirman nuestra tesis.

Camille se pone en pie.

—Tengo una buena noticia y una mala. La buena es que la detención preventiva incomunicada ha terminado. La mala es que pasa usted a disposición judicial acusado de asesinato.

Camille sonríe. Vasseur, hundido en su silla, consigue alzar la cabeza.

—¡No fui yo! Saben que fue ella, ¿verdad? ¡Lo saben!

Esta vez se dirige a Camille.

—¡Sabe perfectamente que no fui yo!

Camille sigue sonriendo.

—Ha dado usted sobradas muestras de que le gusta el humor negro, señor Vasseur, así que me permitiré hacer un chiste. Diría que esta vez ha sido Alex quien lo ha jodido a usted.

Al otro extremo del despacho, Armand acaba de colocarse su cigarrillo artesanal tras la oreja, se pone en pie y se dirige hacia la puerta, por la que entran dos agentes uniformados. Camille concluye, simple y sinceramente molesto:

—Lamento haberlo retenido tanto tiempo incomunicado, señor Vasseur. Sé que dos días se hacen muy largos, pero los análisis y las pruebas de ADN… El laboratorio está desbordado. Dos días, en estos momentos, es casi el mínimo.

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