Alex

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Tercera parte » Capítulo 56

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Desde el fondo del despacho, Camille sigue escuchando. Y dibuja. De memoria, como siempre. El rostro de Alex a los trece años más o menos, posa con su amiga sobre el césped de la casa de Normandía, se agarran de la cintura, lleva un vaso de plástico en la mano. Camille trata de reproducir la sonrisa que aparece en esa foto y, sobre todo, la mirada. Es lo que falta. En la habitación del hotel tenía los ojos apagados. Le falta la mirada.

—Ah —dice Louis—. Ahora Jacqueline Zanetti. ¿A ella la conoce mejor?

Sin respuesta. El cerco se estrecha. Louis se ajusta a la idea que uno podría hacerse de un notario de provincias, escrupuloso, atento, meticuloso, ordenado. Cargante.

—Dígame, señor Vasseur, ¿desde cuándo trabaja para Distrifair?

—Empecé en 1987, lo sabe perfectamente. Se lo advierto, si han ido a hablar con mi jefe…

—¿Sí? —interrumpe Camille desde el fondo del despacho.

Vasseur se vuelve hacia él, frenético.

—Si hemos ido a ver a su jefe…, decía usted —repite Camille—. Me ha parecido distinguir cierto tono de amenaza en sus palabras. Vamos, prosiga, me interesa mucho.

Vasseur no tiene tiempo de responder.

—¿A qué edad empezó a trabajar en Distrifair? —pregunta Louis.

—A los dieciocho años.

Camille interviene de nuevo.

—Dígame…

Vasseur se vuelve una y otra vez hacia Louis y Armand, luego hacia Camille, y en ese momento se pone en pie y coloca con rabia su silla en una posición desde la que pueda verlos a los tres sin necesidad de contorsionarse.

—Usted dirá.

—¿Iban bien las cosas con Alex, en esa época? —pregunta Camille.

Thomas sonríe.

—Mi relación con Alex siempre fue buena, comisario.

—Comandante —corrige Camille.

—Comandante, comisario o capitán, ¡a mí qué coño me importa!

—Y se marcha a un curso de formación organizado por su empresa —prosigue Louis—, estamos en 1988 y…

—Está bien, sí, de acuerdo, conocía a Jacqueline Zanetti. ¡Me la follé una vez, no vamos a hacer una montaña de eso!

—Iba tres días por semana a Toulouse para el curso de formación.

Thomas hace un mohín, como si dijera: «Y yo qué sé, si creen que me acuerdo de eso…».

—Sí, sí —lo anima Louis—, se lo aseguro, lo hemos comprobado, tres días por semana: entre el 17 y el…

—¡De acuerdo, más de una vez, vale!

—Tranquilo…

Es Camille, de nuevo.

—Empiezo a estar harto de esta pantomima —dice Thomas—. El guaperas que lee el informe, el mendigo que interroga y el enano que pinta y colorea al fondo de la clase…

A Camille le hierve la sangre y sale catapultado de su silla. Louis se ha puesto en pie y apoya la mano en el pecho de su jefe. Cierra los ojos, como ha hecho otras veces, intentando hacerse cargo de la situación, mostrando el comportamiento correcto a Camille y confiando en que el comandante se calme e imite su modo de actuar, pero esta vez no le sirve de nada.

—Y tú, pedazo de gilipollas, ¿adónde crees que te va a llevar tu pantomima: «Sí, me la follaba a los diez años y era la hostia»?

—Pero… ¡yo no he dicho eso!

Thomas se muestra ofendido.

—Me atribuye unas palabras que…

Está tranquilo, pero parece muy contrariado.

—Jamás he dicho semejante barbaridad. No, lo que he dicho…

Incluso sentado es más alto que Camille, la imagen es cómica. Se toma su tiempo. Recalca las palabras.

—Lo que he dicho es que quería mucho a mi hermana pequeña. Enormemente. No hay nada malo en eso, espero. Al menos, no está penado por la ley.

Parece ofuscado y añade, estupefacto:

—¿El amor fraternal es ilegal?

Horror y putrefacción. Es lo que parece decir. Pero su sonrisa sugiere otra cosa.

Un cumpleaños. Está fechado. Al dorso, la señora Vasseur escribió: «Thomas, 16 de diciembre de 1989». Cumplía veinte años. La foto fue tomada frente a su casa.

—Un Seat Málaga —señaló orgullosa la señora Vasseur—. De segunda mano, claro, de lo contrario no me lo podría haber permitido.

Thomas está apoyado en la portezuela abierta de par en par, sin duda para que se vean los asientos de piel sintética. Alex está a su lado. Él ha pasado el brazo sobre los hombros de su hermana, con gesto protector. Cuando se sabe lo que estaba ocurriendo, se ven las cosas de otra manera. Dado que el tamaño de la foto es bastante pequeño, Camille se vio obligado a examinar el rostro de Alex con lupa. De noche, como no podía dormir, lo dibujó de memoria y le costó recordarlo. En esa foto, la niña no sonríe. Es invierno, viste un abrigo grueso, pero se adivina que está muy delgada, tiene trece años.

—Y ¿cómo era la relación entre Thomas y su hermana? —preguntó Camille.

—Oh, muy buena —dijo la señora Prévost—. Thomas siempre se preocupó mucho por su hermana.

«Thomas viene a mi habitación. Casi todas las noches. Mamá lo sabe».

Thomas consulta su reloj con expresión de fastidio.

—Tiene usted tres hijos… —dice Camille.

Thomas es consciente de que se avecina una tormenta. Se muestra reticente.

—Sí, tres.

—¿Alguna niña? Dos, creo, ¿no es cierto?

Se inclina sobre el informe abierto ante Louis.

—Eso es. Una se llama Camille, ¡anda, como yo! Y la otra Élodie… ¿Qué edad tienen ahora las niñas?

Thomas aprieta los dientes y calla. Louis decide romper el silencio, cree que se impone una maniobra de distracción.

—Así que la señora Zanet… —comienza, y no tiene tiempo de acabar.

—¡Nueve y once años! —interrumpe Camille.

Ha apoyado el índice sobre una página del informe, victorioso. Su sonrisa se borra de repente y se inclina hacia Thomas.

—¿Y a sus hijas, señor Vasseur, cómo las quiere? Voy a tranquilizarlo, el amor paternal no está penado por la ley.

Thomas aprieta más los dientes, la mandíbula se contrae.

—¿Son inestables? ¿Necesitan autoridad? Aunque, en el caso de las chiquillas, la necesidad de autoridad va a veces acompañada de la necesidad de amor. Es algo que todos los papás saben…

Vasseur mira fijamente a Camille un buen rato y luego la presión parece desaparecer de golpe, sonríe mirando al techo y exhala un profundo suspiro.

—Es usted un pesado, comandante… Y es aún más sorprendente en un hombre de su estatura. Pensar que iba a ceder a sus provocaciones. Que iba a darle un puñetazo en la boca y darle la ocasión de…

Amplía el círculo.

—No es solo que sean ustedes mala gente, señores, es que además son unos mediocres.

Y dicho eso, se pone en pie.

—Si da un solo paso fuera de este despacho… —dice Camille.

En ese instante, ya nadie sabe qué hacer ni qué puede ocurrir. El tono ha subido, están todos de pie e incluso Louis se ha bloqueado.

De todas formas, trata de encontrar una salida.

—En la época en que usted se alojaba en su hotel, la señora Zanetti tenía a Félix Manière como amante. El señor Manière era más joven que ella, se llevaban unos doce años como mínimo. Usted debía de tener entonces unos diecinueve o veinte años.

—No me andaré por las ramas. ¡La Zanetti era una vieja guarra! Todo lo que hacía, lo único que le interesaba en la vida, era tirarse a cualquier hombre joven. Debió de cepillarse a la mitad de su clientela, y a mí se me echó encima en cuanto abrí la puerta.

—Así que —concluye Louis— la señora Zanetti conocía al señor Félix Manière. Volvemos a lo mismo. Gattegno, al que usted conocía, conocía a su vez a Praderie, a quien usted no conocía, y la señora Zanetti, a la que usted sí conocía, conocía a su vez al señor Manière, a quien usted no conocía.

Louis se vuelve entonces hacia Camille, inquieto.

—No sé si soy lo bastante claro.

—No, no estás siendo demasiado claro —confirma Camille, también preocupado.

—Me lo temía, voy a aclararlo.

Se vuelve hacia Vasseur.

—Usted conoce directa o indirectamente a todas las personas a las que su hermana asesinó. ¿Así está mejor? —añade dirigiéndose a su jefe.

Camille no parece muy entusiasmado.

—Mira, Louis, no quiero ofenderte, pero tu formulación no es que sea precisamente cristalina.

—¿Tú crees?

—Sí, eso me parece.

Vasseur menea la cabeza a derecha e izquierda. «Menuda panda de gilipollas…».

—¿Me permites?

Louis cede la palabra a Camille con un gesto ampuloso, de gran señor.

—Veamos, señor Vasseur, a su hermana, Alex…

—¿Sí?

—¿Cuántas veces la vendió?

Silencio.

—Quiero decir: Gattegno, Praderie, Manière… No estamos seguros de tener la lista completa, ¿sabe? Así que necesitamos su ayuda dado que usted, en su calidad de organizador, debe de saber a cuántos invitó a que se sirvieran de la pequeña Alex.

Vasseur se muestra ultrajado.

—¿Está usted tratando a mi hermana de puta? ¡Ni siquiera tienen respeto por los muertos!

En su rostro se dibuja una sonrisa.

—Díganme, señores, ¿cómo piensan demostrar eso? ¿Harán declarar a Alex?

Deja que los policías aprecien su sentido del humor.

—¿Van a llamar a declarar a los clientes? No será fácil. Por lo que tengo entendido, los supuestos clientes no están muy vivos, ¿verdad?

Alex nunca anotaba las fechas en su cuaderno ni en su agenda. Los textos son vagos, tenía miedo de las palabras. No se atrevía a utilizarlas ni siquiera cuando estaba sola ante su cuadernillo. Camille se pregunta incluso si conocía términos para describir lo que estaba ocurriendo. Escribió:

El jueves, Thomas vino con su amigo Pascal. Fueron juntos al colegio. Parece tonto. Thomas me hizo poner de pie, delante de él, y me miró de arriba abajo. Su amigo se reía. Luego, en la habitación, siguió riendo, siempre se ríe. Thomas me dijo que me portara bien con su amigo. Luego veía a su amigo riendo encima de mí, incluso cuando me dolía, como si no pudiera parar de reírse. Yo no quería llorar delante de él.

Camille puede imaginar perfectamente al cretino de Trarieux riéndose mientras se tiraba a la niñita. Debían de poder hacerle creer cualquier cosa, incluso que Alex disfrutaba con lo que le estaba haciendo. En el fondo, y ante todo, eso dice más sobre Vasseur que sobre Pascal Trarieux.

—No sé si eso es todo —dice Thomas Vasseur dándose una palmada sobre los muslos—, pero se está haciendo tarde. ¿Hemos terminado ya, señores?

—Aún quedan una o dos cuestiones, si es tan amable.

Thomas consulta ostensiblemente su reloj, titubea y accede a la petición de Louis.

—De acuerdo, pero acabemos pronto, o en mi casa van a empezar a preocuparse.

Se cruza de brazos, como si dijera: «Los escucho».

—Le propongo que repasemos nuestras hipótesis —dice Louis.

—Perfecto, a mí también me gustan las cosas claras. La claridad es esencial. Sobre todo cuando se trata de hipótesis.

Parece realmente contento.

—Cuando usted empezó a acostarse con su hermana, Alex tenía diez años y usted diecisiete.

Vasseur, preocupado, busca la mirada de Camille y luego la de Louis.

—Estaremos de acuerdo, señores, en que simplemente repasamos sus conjeturas…

—¡Por supuesto, señor Vasseur! —accede Louis de inmediato—. Se trata de nuestras hipótesis y solo le pido que nos diga si plantean contradicciones internas…, hechos imposibles…, ese tipo de cosas.

Podría parecer que Louis exagera; nada más lejos, es su estilo habitual.

—Perfecto —dice Vasseur—. Veamos sus hipótesis…

—La primera es que usted abusó sexualmente de su hermana cuando esta tenía solo diez años. El artículo 222 del Código Penal castiga esa práctica con veinte años de reclusión.

Thomas Vasseur, alzando el dedo índice y en un tono didáctico señala:

—Si existe una denuncia, si se demuestran los hechos, si…

—Por descontado —lo interrumpe Louis sin sonreír—, se trata de una suposición.

Vasseur se siente satisfecho, es el tipo de individuo al que le gusta que las cosas se hagan según las reglas.

—Nuestra segunda hipótesis es que, tras haber abusado de ella, la prestó usted e incluso la alquiló a otros. El proxenetismo con agravante está contemplado en el artículo 225 del Código Penal y con penas que alcanzan los diez años de reclusión.

—¡Esperen, esperen! Dice usted «prestarla». Antes, el señor —señala a Camille, que ha vuelto a sentarse al otro extremo del despacho— ha dicho «venderla»…

—Le propongo «alquilar» —dice Louis.

—¡Compro! ¡No, estoy bromeando! De acuerdo, acepto «alquilar».

—La alquiló pues a otros. Primero al señor Trarieux, un compañero de colegio; luego al señor Gattegno, a quien conoció en su taller mecánico; al señor Maciak, doblemente cliente suyo pues le alquilaba también máquinas recreativas para su bar. El señor Gattegno sin duda recomendó calurosamente sus excelentes servicios a su amigo, el señor Praderie. Por lo que respecta a la señora Zanetti, a la que conoció íntimamente como hotelera, ella no dudó en obsequiar con esos mismos excelentes servicios a su joven amante, el señor Félix Manière, sin duda como una manera de complacerlo. Incluso una manera de conquistarlo.

—Eso ya no es una hipótesis, ¡son un montón!

—¿Siguen sin tener nada que ver con la realidad?

—Que yo sepa, en absoluto. Pero no carece usted de lógica. E incluso tiene imaginación. La propia Alex lo felicitaría, a buen seguro.

—¿Por qué?

—Por las molestias que se toman por una mujer muerta… —mira a ambos policías alternativamente— a la que esas cosas ya le son indiferentes.

—¿También le sería indiferente a su madre? ¿A su esposa? ¿A sus hijos?

—¡Ah, no!

Mira a Louis y a Camille fijamente a los ojos.

—Una acusación semejante, señores, proferida sin ninguna prueba, sin ningún testimonio, no sería más que una pura y simple calumnia. Y eso también está penado por la ley, ¿saben?

Thomas dice que me gustará porque tiene nombre de gato. Su mamá le paga el viaje. Pero no tiene cara de gato. Todo el rato me mira fijamente y no dice nada. Solo sonríe de una manera extraña, parece que se quiera comer mi cabeza. Luego, durante mucho tiempo, seguí viendo su cara y sus ojos.

No hay más menciones a Félix en ese cuaderno, pero en otro aparece una breve alusión:

El gato ha regresado. Ha vuelto a mirarme mucho rato, sonriendo como la primera vez. Y luego me ha dicho que me pusiera de otra manera y me ha hecho mucho daño. A Thomas y a él no les ha gustado que yo llorara tan fuerte.

Alex tenía doce años. Félix veintiséis.

El malestar persiste un buen rato.

—Entre todas nuestras hipótesis —prosigue Louis finalmente—, solo nos queda aclarar una cosa.

—Acabemos.

—¿Cómo dio Alex con todas esas personas? Porque esos hechos se remontan a hace más de veinte años…

—Querrá decir esas hipótesis, no esos hechos.

—Eso es, disculpe. Planteamos la hipótesis de que esos hechos se remonten a hace veinte años. Alex había cambiado mucho, utilizaba otros nombres, se tomaba su tiempo para prepararse y tenía una estrategia. Organizó meticulosamente los encuentros e interpretó un papel creíble ante cada una de sus víctimas. Una chica más bien gorda y desaliñada con Trarieux, una mujer clásica con Manière… Pero la pregunta es: ¿cómo dio Alex con todos ellos?

Thomas se vuelve hacia Camille, luego hacia Louis y de nuevo hacia Camille, como quien ya no sabe adónde dirigirse.

—No me diga… —se finge horrorizado—. ¡No me diga que no tienen una hipótesis!

Camille se vuelve. «Lo que hay que llegar a aguantar en este oficio…».

—Pues, sí —dice Louis en un tono modesto—, tenemos una.

—Aaahhh… Cuéntemela.

—De la misma manera que suponemos que usted le dio al señor Trarieux la identidad y la dirección de su hermana, suponemos que ayudó usted también a su hermana a encontrar a esas personas.

—Pero antes de que Alex acabara con toda esa gente… Suponiendo que yo los conociera —agita el índice en señal de atención—, ¿cómo podía saber yo dónde estaban, veinte años después?

—En primer lugar, algunos no se habían movido desde hacía veinte años, y en segundo lugar, creo que a usted le bastó con dar los nombres y las antiguas direcciones, y a continuación Alex investigó por su cuenta.

Thomas remeda un aplauso de admiración, pero se interrumpe bruscamente.

—¿Y por qué iba yo a hacer eso?

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