Alex

Alex


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EPÍLOGO

 

 

Una semana después.

 

-Te ves increíble –le dijo Alex, apenas se subió a su auto–. La universidad te sienta bien –agregó, mostrándole una perfecta sonrisa.

Por todos los cielos, la universidad no podía cambiar a una persona, realmente.

Ya, quizás un tanto, pero no del todo.

Emily rodó los ojos y lo golpeó juguetonamente en el brazo.

Alex no parecía ser capaz de dejarla ir, desde el momento en que ella volvió a abrir sus ojos. No se había despegado de su lado, más que para dejarla en su casa, para dormir. E, incluso entonces, muchas veces se había terminado escabullendo dentro de su habitación, hasta bien entrada la mañana.

Sus padres, claro, no lo sabían. Sí, ahora aceptaban su relación, pero tampoco había que pasarse.

-A penas fue mi primer día, Alex –replicó, cuando se dio cuenta de que llevaba varios segundos sin contestar-. No exageres –agregó, sonriendo sin poderlo evitar.

Alex se inclinó hacia ella, entonces y rozó sus labios con los suyos.

Delicadamente.

Lentamente.

Como si tuvieran todo el tiempo del mundo.

Y, de alguna manera, así era.

-Hablo enserio –susurró, apartándose ligeramente, su nariz aun rozando la de ella, mientras hablaba–. Ahora eres toda una mujer –señaló.

Alex. Siempre sabiendo cómo hacerla sonrojar. Aun así, no pudo evitar reírse y besar sus labios una última vez.

-¿A dónde vamos? –preguntó, acomodándose en su asiento y mirando al frente, intentando descubrir cuál era el camino que seguían.

Alex la había llamado, a penas ella le había avisado que su primer día universitario, había llegado a su fin.

Y le había dicho que tenía una gran sorpresa.

-A celebrar –contestó, tomando su mano y dejando sus dedos entrelazados, sobre la pierna de Emily.

Ya. Quizás no le había dado ni una pequeña pista. Pero no importaba. Siempre y cuando estuviera con él, ella estaría feliz.

Emily sonrió ampliamente y miró por la ventana.

Recordó cuando había despertado, apenas unas semanas atrás.

Todo el mundo se había lanzado a abrazarla.

Jimmy primero, que había estado a su lado.

Alex estuvo ahí en apenas un segundo.

Sus padres.

Recordaba todo lo que había sucedido mientras dormía, todo lo que había oído.

Tres semanas después, sus padres seguían felizmente casados, su madre había cambiado, Jimmy había cambiado.

Y ella estaba con Alex.

Feliz.

Era verdaderamente feliz.

Había hablado con él sobre lo que le había confesado, pero él había dicho que no tenían que casarse, no hasta que ella estuviera lista, en todo caso. Después de todo, tan solo tenía dieciocho años.

Pero ella lo estaba. Se sentía lista para pasar el resto de su vida con Alex, sin importar lo que les deparara el futuro, más adelante.

Aunque no se lo había dicho aún, porque no estaba muy segura de cómo hacerlo.

Pero se lo diría, pronto.

Porque quería ser suya para siempre.

Vio sus pensamientos interrumpidos, cuando el centro comercial entró en su línea de visión.

Emily frunció el ceño.

¿Qué exactamente hacían ahí?

-¿Celebraremos en el centro comercial? –preguntó, dejando que sus ojos se centraran el Alex, nuevamente.

Él, como siempre que tenía algo loco planeado, sonreía ampliamente.

-Sólo es parte de la sorpresa –explicó, apagando el auto y rápidamente bajándose, para abrirle la puerta a ella.

Emily no pudo evitar sonreír también, cuando él tomó su mano, tirando de ella por el lugar, claramente ansioso por llegar a su destino.

Y ella ya estaba comenzando a hacerse una idea de a dónde se dirigían.

Claramente, el lugar en el que se habían conocido.

Y, cuando llegaron a Starbucks, Emily se rió, sacudiendo la cabeza.

-¿Starbucks? –preguntó, incluso cuando ya sabía el significado de aquello.

-Aquí nos conocimos –explicó Alex, sin más–. Pidamos un café –sugirió, volviendo a guiarla por el lugar, hasta que estuvieron frente a la caja.

La chica que atendía ahí pareció ponerse increíblemente nerviosa cuando vio que se trataba del gran Alexander Black. Y Emily sacudió la cabeza, nuevamente, cuando él se apoyó en el mostrador, llevándose una mano a la barbilla, aparentemente meditando bien su pedido.

Ya, claramente estaba intentando fastidiar a la pobre chica inocente. Sus mejillas se sonrojaron, inmediatamente, sobre todo cuando sus ojos se dirigieron a Emily y vio que ella la miraba, con una ceja alzada.

Entonces sí que se puso nerviosa. Y es que, vamos, estaba observando descaradamente a su novio.

Pero Emily decidió que ya la habían fastidiado lo suficiente y dejó su mano caer en el hombro de Alex.

-Vamos, cariño –dijo, dejando un suave beso en su mejilla-. Pide tu Frap de Mocha de siempre –sugirió.

No pudo evitar dirigir sus ojos hacia la chica que preparaba los cafés, que, no tan disimuladamente, les tomaba una foto.

Alex no pareció notarlo, pues sonrió ampliamente, mientras finalmente hacía su pedido.

Y, se sentaron en uno de los sillones, para tomar aquel café, juntos.

-Nos han tomado un montón de fotos desde que entramos –dijo, mientras tomaba un sorbo del café.

Sintió los dedos de Alex jugando con su cabello e, inevitablemente, se inclinó hacia él, de modo que estuvieron más cerca.

Se habían sentado uno al lado del otro, sus piernas juntas y el brazo de Alex prácticamente sobre sus hombros.

-No me molesta –susurró, en su oído-. Que el mundo entero se entere que estoy terriblemente enamorado de ti –dejó salir, sin más.

El “mundo entero” aún no se había enterado de aquello. Es decir, era la primera vez que salían, desde el día en que ella se despertó. Y, claramente, la primera vez que no estaban intentando ocultar su relación.

Alex le había dicho que ya nada le importaba, siempre y cuando la tuviera a ella. Por lo cual, claramente, no le molestaba ser visto con ella, públicamente.

Aunque, claro está, solo era cuestión de minutos que se volviera la noticia más impactante del momento.

Pero no tuvo tiempo suficiente de pensarlo, porque Alex no tardó en sacar el vaso de café de su mano, para ponerse de pie y tomar la mano de Emily. Ambas estaban congelándose, pero a ninguno de los dos le importó, realmente.

Solo algunos minutos después, estuvieron en el auto de Alex, de nuevo.

-¿Y ahora a dónde iremos? –le preguntó, cuando Alex comenzó a dirigir el auto hacia un nuevo destino–. Si estás intentando prepararme para alguna noticia, mejor dímela de una vez –le advirtió Emily, entrecerrando los ojos.

Claro. Tenía sentido. Alex podría estar dándole pequeños detalles, solo para terminar soltándole una bomba, una que probablemente la volvería loca.

Porque eso era lo que Alex hacía: locuras.

Alex se rió, sin embargo, sin lucir afectado por sus palabras.

-¿Una noticia cómo cuál? –preguntó, aun así, mientras manejaba, sin dirigir sus ojos hacia ella.

Pero Emily no estaba del todo segura de sí era porque estaba concentrado en el camino frente a él o si era porque realmente no quería hacerlo, para que ella no pudiera darse cuenta

-No lo sé –no tardó en contestar-. Contigo nunca sé que esperar –agregó, a modo de explicación, cruzándose de brazos. Más le valía no haber hecho nada demasiado loco–. Hasta dónde sé, podrías estar a punto de confesarme que compraste boletos para viajar por toda Europa –exclamó, alzando las manos al cielo, para dejarlas caer sobre su regazo, un segundo después. Y Alex, la miró un momento. Alzó las cejas, quedándose completamente callado-. ¡Alex! –gritó Emily, entonces.

Pero aquello sólo logró hacerlo sonreír aún más ampliamente.

-No, no –dijo, rápidamente, tomando una de sus manos y jugando con sus dedos, mientras volvía a enfocar su vista en el camino. Estaba riéndose suavemente-. Era una broma –agregó, su sonrisa manteniéndose en sus labios, como si no pudiera detenerse, sin importar qué-. Pero no es mala idea –dejó escapar, un segundo después.

Emily sacudió la cabeza y le sacó la lengua, incluso cuando sabía que era un gesto infantil.

-Estás demente –replicó, pero, de nuevo, aquello solo logró hacer a Alex sonreír, para luego asentir, tranquilamente.

-Por ti –le aseguró, sin ninguna duda en su voz–. Compraré esos boletos pronto –señaló, sin perder la compostura.

Emily negó con la cabeza, suspirando. Pero no tenía ningún sentido discutir. Porque Alex igual compraría los boletos, de todas formas.

¿Para qué le había dado la idea?

No pudo pensarlo más, cuando La Rose entró en su campo de visión.

-Bromeas, ¿cierto? –preguntó, sacudiendo su cabeza una vez más–. Alex, no estoy vestida para este lugar y es demasiado dinero –reclamó, cruzándose de brazos.

Alex llevó su otra mano al volante, cuando Emily dejó ir la suya.

-Ya te he dicho que estás increíble –replicó, estacionando el auto frente al restaurante-. Y que me dejes gastar todo el dinero que quiero en ti –agregó, señalándola con un dedo acusatorio–. Hoy es tu día –continuó, retirando la llave y apagando finalmente el auto-. Andando, he reservado la misma mesa que tuvimos el día de nuestra primera cita –indicó, antes de bajarse, sin darle tiempo a reclamar algo más.

¿Su día?

¿Por qué exactamente era su día?

Emily sonrió, sin poderlo evitar. Para Alex, todos los días eran su día.

Sacudió la cabeza, pero se bajó del auto.

-Estás demente –repitió, dejando claro que seguía en desacuerdo con su loca idea.

-Por ti –replicó Alex, como siempre parecía hacerlo, desde que ella despertó.

Y es que, parecía increíblemente decidido a hacer de todo para hacerla feliz.

 Y si ustedes me lo permiten, quiero hacerla feliz. Haré todo lo que esté en mis manos para lograrlo.

Aquellas palabras se habían grabado a fuego, en su mente. ¿Es que acaso era eso lo que intentaba hacer?

El almuerzo-cena fue hermoso. Almuerzo-cena, porque se habían quedado varias horas ahí, hablando y recordando muchas cosas que habían vivido juntos.

Y claro, el lugar se había llenado misteriosamente, luego de que varias personas les tomaran fotos. Emily se había percatado, nuevamente, de aquel pequeño detalle.

Claro está, el mundo entero comenzaba a enterarse de aquella relación.

¿Qué dirían al respecto?

El gran Alexander Black, enamorado de una chica de tan solo dieciocho años.

La noticia del momento, sin lugar a duda.

Pero Alex no mencionó nada al respecto, mientras salían del restaurante, el día finalmente oscureciendo.

-¿Y ahora a dónde vamos? –preguntó, cuando finalmente estuvieron en su auto, una vez más.

Ya se estaba terminando el día, sin embargo, Alex lucía tan emocionado como lo había estado, cuando recién la había recogido de la universidad.

-A casa –replicó, sencillamente.

No estaba del todo segura de por qué, pero todo parecía sentirse increíblemente tranquilo, en aquel instante. Como aquella sensación de estar increíblemente cansado, pero aún dispuesto a hacer millones de cosas más.

Emily frunció el ceño, al analizar las palabras de Alex.

-¿Tu casa o la mía? –preguntó, apoyando la cabeza en el respaldar de su asiento.

-Mi casa es tu casa, Emily –le dijo Alex, tomando su mano y acercándola a su pecho, en un gesto increíblemente tierno–. Así que me refiero a nuestra casa –finalizó.

Emily sonrió ampliamente, sintiendo que los ojos se le llenaban con lágrimas. Era tonto, porque él siempre decía cosas así de lindas, pero no dejaba de hacerla ponerse toda sentimental.

-Bien –contestó, cuando supo que no rompería a llorar, al hablar y luego, se mantuvieron en silencio hasta que llegaron a casa.

Alex la alzó del suelo, en cuanto se bajó del auto y la cargó al estilo de novia, mientras ingresaban a su casa.

Ella no pudo evitar reírse y hundió el rostro en su cuello, en un intento por grabar aquel momento en su mente, para siempre. Si bien es cierto, odiaba que él gastara tanto dinero en ella, no podía evitar enamorarse de cada pequeño detalle suyo.

Él la cargó, incluso cuando estuvieron dentro de la casa y parecía no querer dejarla en el suelo, mientras caminaba tranquilamente por el pasillo.

¿Cómo no se cansaba de cargarla tanto?

Solo un segundo después, Emily se dio cuenta de que iban hacia la biblioteca.

¿Por qué la llevaba hacia ahí?

-¿Por qué me llevas a la biblioteca? –le preguntó, dejando que sus ojos viajaran por el rostro de Alex, inevitablemente.

Le gustaba mirarlo. Y todo eso era para ella. Para nadie más.

Alex sonrió, ampliamente.

-Ya verás –susurró, girando su rostro hacia ella, un breve momento, antes de besar sus labios, suavemente.

Entonces, cuando se separó de ella, abrió la puerta de la biblioteca y la dejó en el suelo, dentro de la habitación.

Emily sonrió ampliamente.

El cuarto estaba como siempre, con la excepción de que sonaba su canción, aquella que los identificaba tan bien. Aquella que había estado sonando el día en que Alex la había llevado a su casa por primera vez.

Y, también con la excepción de que había un libro sobre su sillón, aquel que Alex le había comprado.

Frunció el ceño y se giró para mirarlo.

Él se encogió de hombros e hizo un gesto hacia el libro, su sonrisa creciendo aún más.

Definitivamente tenía algo planeado.

Pero decidió dejarse llevar y se encaminó hacia el sillón, dando pequeños saltitos alegres.

Tomó el libro entre sus manos y lo abrió.

Y se paralizó.

Porque no era un libro, exactamente, sino que tenía un pequeño hoyo cuadrangular en el centro, en el que había una pequeña caja de terciopelo abierta.

Y dentro de esta, había un anillo con un diamante que se veía increíblemente costoso. Pero no podía negar que era realmente hermoso. Aun así, era algo que no había estado esperando. Algo en lo que, además, había gastado demasiado dinero ¿Es que había perdido la cabeza?

Se giró, lentamente y se dio con la sorpresa de que Alex ya estaba arrodillado frente a ella, tomando el libro entre sus manos. Sus ojos se abrieron como platos, inevitablemente.

-Emily Stone –comenzó, pero Emily ya estaba hablando, sin poderlo evitar.

-¿Estás demente? –preguntó, llevándose las manos al rostro, viéndose que era Alex el que sostenía el libro ahora. Y él alzó las cejas, sorprendido. Parecía nervioso y con lo que ella había dicho, su rostro se había vuelto blanco como el papel-. Este anillo se ve demasiado costoso, Alex –reclamó, cruzándose de brazos.

Él dejó escapar una carcajada nerviosa, entonces. Sacudió la cabeza, sonriendo.

-Estoy intentando pedirte que te cases conmigo, Em –dijo, pasado un momento, dejando que sus celestes ojos se clavaran en los de ella-. ¿Puedes reclamarme cuando tengas el anillo en tu dedo? –preguntó, entonces.

Emily sintió sus mejillas sonrojarse, rápidamente.

-Lo siento –susurró, mordiéndose el labio, mientras él asentía y cogía el anillo, para dejar el libro a un lado.

-Emily Stone –comenzó, de nuevo. Y Emily no pudo evitar sentirse nerviosa, ante lo que claramente estaba por suceder–. Yo sé que soy diez años mayor que tú. Y sé que apenas has cumplido los dieciocho. Y sé que tienes toda una vida por delante. Pero me gustaría que la vivieras conmigo. Que a partir de ahora, yo sea parte de todos tus planes del futuro –dejó salir las palabras, lentamente. Sus ojos se mantuvieron en los de ella, en todo momento-. ¿Me harías el honor de casarte conmigo? –preguntó, finalmente.

Emily ni siquiera tuvo que pensar en su respuesta.

Asintió energéticamente y observó, completamente paralizada, como Alex deslizaba el anillo por su dedo, lentamente.

Sus ojos se quedaron fijos en la vista de su dedo con el anillo.

Se veía tan… hermoso.

Alex se puso de pie, regresándola a la realidad y fue a abrazarla, pero Emily comenzó a hablar nuevamente, saliendo de su asombro.

-¡Estás demente! –volvió a exclamar.

Y Alex sólo se rió, antes de inclinarse y callarla con un beso.

Sus labios se juntaron inevitablemente y Alex la alzó del suelo, a lo que Emily rodeó su cintura con sus piernas y hundió los dedos en su suave cabello, como siempre amaba hacerlo.

-Te amo, Señora Black –susurró él, caminando hacia su cuarto, mientras mantenía sus labios pegados a los suyos.

Emily rozó su nariz con la de ella, sonriendo ampliamente ante el claro futuro que tenían por delante.

-Y yo a ti, casi esposo –murmuró, cerrando sus ojos nuevamente.

Y sus labios se volvieron a juntar.

Emily era feliz.

Para siempre.

 

 

Fin.

 

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