Alex

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Primera parte » Capítulo 14

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Parece que el terreno del antiguo hospital haya sido ocupado por un equipo de cine. El RAID se ha marchado, los servicios técnicos han extendido decenas de metros de cable y unos proyectores instalados sobre trípodes inundan de luz el patio. Es de noche y no hay un solo centímetro de sombra. Se han dispuesto unos caminos señalizados con cinta de plástico roja y blanca por los que se puede pasar sin alterar la escena. Los técnicos toman muestras.

Se trata de averiguar si Trarieux retuvo allí a la chica cuando la secuestró.

A Armand le gusta que haya tanta gente. Una multitud, para él, es en primer lugar una reserva de cigarrillos. Zigzaguea con seguridad entre aquellos a los que ya ha gorroneado demasiado a menudo y, antes de que tengan tiempo de prevenir a los recién llegados, ha logrado acaparar existencias para cuatro días.

Plantado en mitad del patio, apura un cigarrillo hasta quemarse los dedos y observa perplejo el revuelo a su alrededor.

—¿Qué pasa? —pregunta Camille—. ¿El juez no ha querido quedarse?

Armand está tentado de pararle los pies; sin embargo, adopta una actitud filosófica: conoce bien las virtudes de la paciencia.

—Tampoco lo he visto en el cinturón periférico, ¿qué me dices de eso? —prosigue Camille—. Es una lástima, porque no todos los días se puede ver a un culpable detenido por un semirremolque. Y a estas horas…

Camille consulta ostensiblemente su reloj. Armand, imperturbable, se mira los zapatos.

—Y a estas horas, a las tres de la madrugada, el juez debe de estar durmiendo, hay que comprenderlo. A tenor de su nivel de imbecilidad, su día a día debe de ser muy duro.

Armand tira su colilla infinitesimal y suspira.

—¿Qué? ¿Qué he dicho? —pregunta Camille.

—Nada —suelta Armand—, no has dicho nada. ¿Nos ponemos a trabajar de una puta vez?

Lleva razón. Camille y Louis se abren paso hasta el alojamiento donde vivía Trarieux, también ocupado por los agentes de identificación. Como el lugar no es muy amplio, tratan de no estorbarse.

Verhoeven echa un primer vistazo a su alrededor. Es un apartamento modesto con habitaciones limpias, la vajilla ordenada, las herramientas alineadas como en el escaparate de una tienda de bricolaje y unas reservas de cerveza impresionantes, suficientes para remojar toda la superficie de Nicaragua. Aparte de eso, ni un solo papel, ni un libro, ni un cuaderno, el apartamento de un analfabeto.

Lo único que llama la atención es una habitación de adolescente.

—El hijo, Pascal… —dice Louis consultando sus notas.

Al contrario que el resto del apartamento, esa habitación no se ha limpiado desde hace años y huele a cerrado, a sábanas húmedas y enmohecidas. Encuentran una consola de juegos Xbox 360 y un joystick cubiertos de polvo. Hay también un ordenador bien equipado y con pantalla grande que han limpiado con el revés de la manga, según parece. Un técnico trabaja para hacer un primer inventario del disco duro antes de que se lo lleven para someterlo a un análisis completo.

—Juegos, juegos y más juegos —dice el técnico—. Una conexión a internet…

Camille permanece a la escucha mientras observa el contenido de un armario que los expertos están fotografiando.

—Y páginas porno —completa el informático—. Juegos y porno. Igual que mi hijo.

—Treinta y seis años.

Se vuelven hacia Louis.

—Es la edad del hijo —aclara Louis.

—Evidentemente —dice el técnico—, eso cambia las cosas…

En el armario, Camille observa con atención el arsenal de Trarieux. El vigilante de las futuras obras parece que se tomaba su trabajo muy en serio: bate de béisbol, vergajos, puños americanos… Sus rondas debían de ser muy intimidatorias, es sorprendente que no tuviera también un pitbull.

—Aquí, el pitbull era Trarieux —dice Camille a Louis, pensando en voz alta.

Luego se dirige al técnico:

—¿Y qué más?

—Correos electrónicos. Unos cuantos, pero no muchos. Vista su ortografía…

—¿Como la de tu hijo? —pregunta Camille.

El comentario ha ofendido al técnico. Si no es él quien lo dice, no le parece gracioso.

Camille se acerca a la pantalla. Efectivamente. Por lo que puede verse, mensajes anodinos en un lenguaje apenas comprensible.

Camille se pone los guantes de látex que le tiende Louis y coge una fotografía del cajón de la cómoda, tomada sin duda unos meses antes. Se ve al chico en las obras que vigila su padre, y a través de la ventana se reconocen el patio y la maquinaria. Feo, bastante alto y delgado, de rostro poco agraciado y nariz larga. Recuerda las fotos de la chica en la jaula. Castigada pero guapa. No harían precisamente buena pareja, esos dos.

—Parece una escoba —suelta Camille.

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