Alex

Alex


Capítulo 5

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—Cuando tenía dieciocho años mi novia del instituto se quedó embarazada. Estábamos a dos trimestres de ir a la universidad y a sus padres, y a mi madre, casi les da un ataque, sin embargo, los dos decidimos tener al bebé y apechugar al cien por cien con él, especialmente yo, porque Beth, mi novia, tenía una beca completa para estudiar ingeniería en la Australian National University, en Camberra, y mis posibilidades académicas eran bastante más modestas. En fin… os podréis imaginar el drama en nuestras casas y en el instituto, me vi muy presionado, y entonces acudí a alguien a quien nunca había acudido, a mi padre biológico, el multimillonario señor John Campbell. Conseguí su número, lo llamé, quedamos a comer, le conté mi problema y mi necesidad imperiosa de conseguir un trabajo, y lo primero que me dijo es que no tuviéramos al niño, que era una locura a nuestra edad. Lo segundo, cuando le aseguré que habíamos decidido tenerlo, fue que le parecía una irresponsabilidad tremenda, pero, que, si habíamos decidido eso, al menos no dejara de estudiar y que él podía pagar una asignación a Beth y al niño que cubriera todas sus necesidades mientras yo me concentraba en mi vida. Cuando le expliqué que ella se iba a Camberra con una beca y que yo me quedaba en Sydney a cargo de nuestro hijo, y que por eso necesitaba un empleo, puso el grito en el cielo y me soltó que estaba loco, que, si iba a dejar los estudios y a tirar mi futuro a la basura en favor de mi novia no contara con él, y así fue. Me levanté de allí y nunca más volvimos a tener contacto, nunca más volví a pedirle nada. Lo más irónico del caso es que solo tres años después, al cumplir los veintiuno, cuando Jackson tenía dos años, me llamó un abogado para decirme que se había liberado un fideicomiso a mi nombre con muchísimo dinero y que podía acceder a él cuando quisiera, que mi padre lo había creado cuando yo era un bebé y que esperaba hiciera un buen uso de el. Tres años antes, cuando más lo necesitaba, me había negado el pan y la sal, sabiendo que tenía ese dinero en un banco. Podría haberme rescatado, podría haberme dado un poco de apoyo, seguridad y consuelo, como habría hecho cualquier maldito padre en mi situación, pero no le dio la gana. En resumen, creo que ese tío nunca actuó con corazón, no al menos en lo que a mí respecta, así que, por favor, no me habléis de compasión, ni de cariño, ni de sangre, ni de lo buena persona que era, porque no me interesa, no me lo creo, y no pienso perder ni un segundo de mi tiempo intentando comprender, mucho menos querer, a John Campbell.

Dejó de hablar y levantó los ojos para mirar a sus interlocutores, Sashi, Oliver y su madre, Liz Watson, que lo estaba escuchando con lágrimas en los ojos. Respiró hondo y tomó un sorbo de vino lamentando haber estropeado la velada, pero llevaban tres horas intentando convencerlo de las bondades del viejo y se había acabado hartando.

Sashi sabía perfectamente que prefería no tocar ese tema, y Oliver también, así que no entendía cómo habían llegado a ese punto sin retorno, y para acallarlos no le había quedado más remedio que hablar y destapar la caja de pandora, sin anestesia, ni paños calientes.

—Queríais escuchar los motivos por los que no me siento unido a John Campbell, y os he contado uno, tengo más, pero no os voy a seguir amargando la noche. ¿Qué hora es? —cogió a Sashi de la mano y ella lo miró a los ojos completamente desolada.

—Me duele en el alma oírte hablar así.

—Lo sé, por eso habíamos acordado no hablar de tu tío John, pensé que lo teníamos claro.

—No es culpa de ella, sino mía —intervino Liz Watson—. Y lo siento, siento mucho haberte hecho recordar momentos tan dolorosos.

—No pasa nada. Lo que no te mata, te hace más fuerte.

—¿Queréis más postre?

Preguntó Oliver en su tono habitual, todo amabilidad, intentando calmar los ánimos, y él asintió viendo como llamaba a su chef para que trajera más mousse de limón. Suspiró y acarició la mano de Sashi, que estaba en Sydney de paso para hacer algunas gestiones profesionales, y se sintió fatal por haberla hecho sentir incómoda, pero todo el mundo tenía un límite y el suyo, en lo tocante a John Campbell, era cortito. Ella lo sabía mejor que nadie.

Sonrió, animándose a tomar más postre y a cambiar de tema para enzarzarse en una charla sobre rugby y surf, y aprovechó de observar con atención a Liz, la madre de su hermano Oliver, que había sido Miss Australia y Top Model en sus años mozos. Era muy guapa, y muy simpática, muy cariñosa, y se preguntó que opinaría su madre de verlo compartiendo cena con ella.

Por supuesto, Liz Watson era otra de esas personas a las que su madre odiaba de forma feroz y permanente. Había tenido una aventura con John Campbell hacía más de treinta años, pero Laura Williams no la olvidaba y aún se refería a ella como la “zorra esa”.

El único pecado de Liz había sido conocer a John Campbell en la plenitud de su belleza y su carrera. Toda Australia la adoraba cuando había conocido al viejo y se había liado con él. Al parecer, el matrimonio Campbell estaba en crisis por aquellos años y John había aprovechado la oportunidad para vivir un tórrido romance con la mujer más deseada del país. Romance que había traído una consecuencia inesperada, el nacimiento de Oliver.

Aquello había hundido a Laura en una depresión tremenda, aunque llevaba diez años sin hablarse con John Campbell, y la crisis había desembocado en más pastillas y más tratamientos, hasta que se había enterado de que a ese hijo extramatrimonial Campbell también había decidido mantenerlo en secreto, y que había roto con Liz Watson para volver con su amante esposa.

Desde ese momento había intentado hacer causa común con Liz para perjudicar al padre de sus hijos, le había propuesto mil estrategias para desacreditarlo y sacarle los cuartos, incluso para chantajearlo y conseguir hundirlo en la miseria, pero Liz Watson siempre se había negado y se había mantenido leal a Campbell, con el que había mantenido una relación amistosa y cordial hasta el final de sus días. Relación que había propiciado, obviamente, un trato fluido y continuo entre Oliver y su padre.

Por eso, y por mucho más, su madre odiaba visceralmente a Liz, y de paso a Oliver, y por eso él no le había hablado aún de la buena relación que mantenía con su hermano pequeño, al que había conocido gracias a la lectura del testamento de John Campbell, y con el que había conectado de inmediato porque Oliver, que era una estrella mundial del rugby, era un tipo genial, divertido y muy afectuoso.

—¿O sea que te vuelves a Sydney? —oyó que le preguntaban a Sashi y prestó atención.

—Sí, voy a trabajar en el Parque nacional Cumbres Barrington, y a colaborar con una clínica privada que da cobertura a varios refugios de Nueva Gales del Sur. Tienen un proyecto estupendo de asistencia gratuita para animales abandonados.

—Tienes una profesión preciosa, yo creo que, de no haberme dedicado a la moda desde tan joven, hubiese estudiado veterinaria.

—Bueno, Liz, puedes echar una mano cuando quieras, hay mucho voluntariado disponible en los refugios caninos y no solo caninos de Sydney.

—Eso sería estupendo.

—¿Te vas a instalar en Maroubra Beach o en casa de Alex? —preguntó Oliver y ella soltó una carcajada.

—Me quedo en mi casita de Maroubra Beach.

—¿Qué te hace tanta gracia? —le preguntó él entornando los ojos y ella volvió a reírse.

—Que piensen que voy a vivir contigo, somos familia, pero no viviría en tu casa ni muerta, creo que acabaríamos a palos antes de una semana.

—¿En serio?

—No hay nada mejor que la aventura y el sexo furtivo, cariño. Todo lo demás es un rollo soporífero, incluso entre primos —le guiñó un ojo y él se echó a reír.

—De acuerdo.

—¿Tampoco vivirías con William? —preguntó Oliver.

—Con él sí, porque nos criamos juntos, somos iguales, nos llevamos de maravilla y…

—Y además no se acuesta con él —sentenció Liz y Sashi asintió muerta de la risa.

—Hablando del rey de Roma… —susurró Oliver oyendo el timbre de la puerta y Alex miró a Sashi frunciendo el ceño—. Vienen a tomar una copa, espero que no os importe…

Comentó su hermano tan tranquilo y a él el pulso se le aceleró de inmediato, se le agrió el buen talante y se puso de pie con el propósito de largarse en seguida, porque no tenía ninguna intención de sucumbir a la segunda encerrona de la noche, es decir, un encuentro no pactado con William Campbell.

Estiró los hombros, observando como la parejita perfecta, que estaba esperando su primer hijo para el mes de junio, entraba en el salón muy animada con una botella de vino en la mano, y como a William le cambiaba la cara de felicidad a desconcierto en una fracción de segundo, dejando claro que él tampoco era consciente de su presencia en la casa.

Una circunstancia incómoda, y muy torpe por parte de Oliver, que sorteó con mano izquierda y la mejor de sus sonrisas.

—Hola, Sophie, estás radiante —le dijo a la mujer de su hermano, que era una chica muy joven, y muy guapa, y ella le dio un abrazo antes de bufar tocándose la tripa.

—Gracias, al fin se está notando.

—Es maravilloso, cariño —Liz la abrazó y le dio un par de besos—. Estás guapísima. Pasad y sentaos. Hola, William, ¿qué tal, tesoro?

—Muy bien, gracias. Hola, Alexander.

—Hola, tío. Bueno, yo ya me iba, mañana tengo que madrugar y…

—¿Cómo que te vas? —lo interrumpió Oliver y él se encogió de hombros.

—Gracias por la cena, lo he pasado muy bien, pero para mí ya es tarde y aún tengo que pasar por Circular Quay a echar un ojo a los restaurantes y…

—¿Dónde vives? —le preguntó Sophie.

—Al norte, en Cremorne Point.

—Lo conozco, es muy bonito.

—Sí, pero está lejos.

—¿Es tuya la Harley que está en la entrada?

—Sí.

—Es guapísima, me encantan las motos. Solo te tenido una Vespa en toda mi vida, pero siempre soñé con una moto más grande. Y ahora ni siquiera puedo ir con mi Vespa, no al menos hasta que nazca el bebé.

—Claro. En fin… —buscó los ojos de Sashi, pero ella, que estaba observándolo con los brazos cruzados, no hizo amago de moverse—. Debería irme, buenas noches a todos.

Les sonrió y le dio un abrazo a Oliver antes de abandonar la casa con muchas prisas, tal vez demasiadas para parecer alguien educado, pensó, pero no le importó, porque no se sentía en la obligación de mostrarse a gusto con William Campbell, y se acercó a su moto bastante desconcertado por la reacción de Sashi, que había llegado con él a la cena, aunque era evidente que no tenía ninguna intención de acompañarlo.

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