Alex

Alex


CAPÍTULO 22

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CAPÍTULO 22

 

 

Hablar con su madre y fingir que todo estaba perfectamente había sido lo más difícil del mundo. Pero era lo que tenía que hacer, si no quería que se enterara de que le acababa de romper el corazón el hombre del que estaba enamorada. Que, dicho sea de paso, era diez años mayor que ella.

Ya en el auto de Lilian, ella le prestó su celular, marcó rápidamente el teléfono de su casa y aguardó, con las lágrimas aún en sus ojos, pero rogando a todos los cielos que su madre estuviera lo suficientemente distraída como para no darse cuenta.

-¿Mamá? –preguntó, en cuanto esta contestó.

Tomó una profunda respiración cuando escuchó que su madre le contestaba.

-¿Sucedió algo? –preguntó ella, sonando extrañamente preocupada.

Emily se mordió el labio. ¿Por qué estaba tan preocupada? Su madre no solía preocuparse tanto por ella. No más de lo necesario, en todo caso.

-No –dijo, rápidamente e intentando sonar tranquila, pero le estaba resultando realmente difícil mantener las lágrimas en sus ojos y sus sollozos en el fondo de su garganta–. Solo quería pedirte permiso para ir a la casa de Lilian –agregó, sabiendo que estaba hablando en monosílabos y eso haría que su madre sospechara.

-¿No iras mañana? –su madre preguntó, luego de un momento de silencio, durante el cual Emily sintió que el corazón se le salía del pecho. ¿Es que seguía teniendo sospechas sobre ella saliendo con alguien? De todas formas, ya no importaba, viéndose que Alex había terminado su relación. La cual, de hecho, nunca fue real, de alguna manera retorcida y dolorosa–. Siempre te quedas los fines de semana -explicó su madre, entonces.

-Lo sé –replicó Emily, rogando que la conversación llegara a su fin cuanto antes, porque quería romper a llorar de nuevo. Aún podía oír la voz de Alex, hundiéndose en sus oídos, lenta y dolorosamente–. Pero como no tenemos tareas, pensábamos hacer algo hoy –mintió, rápidamente.

Podía sentir a Lilian mirándola, a su lado. Y hasta podía sentir los ojos de Alonso, el guardaespaldas, por el espejo retrovisor. Y es que, cuando la habían llegado a recoger, había estado hecha un mar de lágrimas. Su cuerpo entero temblando.

Pero, vamos, no podía culparla, realmente. Se había enamorado tontamente de Alex. Y ahí estaban las consecuencias.

-¿Segura de que todo está bien? –la voz de su madre volvió a centrarla en la llamada y se apresuró en contestar.

-Todo está bien –contestó, sin dar mayores explicaciones.

Entonces, escuchó un suspiro por parte de su madre, antes de que volviera a hablar.

-De acuerdo, entonces –aceptó, finalmente. Y Emily tuvo que contener un suspiro de alivio-. Pero no regreses muy tarde. Tu padre vendrá temprano para poder cenar todos juntos –explicó.

Y Emily fue a contestar, pero gracias al cielo ya no tuvo que hacerlo, porque su madre ya había cortado la llamada.

Entonces, tendió el celular hacia Lilian. Y su mejor amiga lo tomó, observándola aún, claramente esperando lo inevitable. Que no tardó en suceder. Emily rompió en llanto, rápidamente. Y eso fue lo que bastó para que su mejor amiga se abalanzara sobre ella y la abrazara contra su pecho.

Emily lloró, mientras Alonso las llevaba hacia la casa de Lilian. Lo único que se oía en el auto eran los sollozos de Emily, quien se sentía como una completa tonta. Y es que era injusto que ella se viera tan afectada por aquello, cuando Alex claramente no había sentido absolutamente nada cuando le rompió el corazón.

-Duele –susurró, sintiendo las manos de Lilian, pasando suavemente por su espalda, pero aquello no la reconfortaba. No lo suficiente, al menos. Y sabía que lo único que detendría todo aquel dolor serían los brazos de Alex.

Sólo él tenía la solución.

Y aquello dolía incluso más.

-Lo sé –escuchó a su mejor amiga susurrar.

Emily se apartó, de pronto sintiéndose sofocada. De pronto sintiendo que necesitaba estar sola. Necesitaba gritar. Necesitaba que se detuviera todo aquel dolor.

-No entiendo -dijo, más para sí misma que para Lilian, se pasó las manos por el rostro, intentando de alguna manera borrar el recuerdo de Alex de su mente, pero no podía. Cada pequeña cosa le recordaba a él. Y es que, Alex había pasado a ser parte de cada segundo de su vida. Estaba desesperadamente tratando de hacer menos el dolor, pero este no disminuía, sin importar lo que hiciera o dijera, era constante y cada vez más doloroso.

Diablos. Solo llevaba una hora sin Alex y ya sentía que le mundo entero se le venía abajo. Y aquello dolía aún más.

Quería que parara.

Necesitaba que parara.

Pero este simplemente no lo hacía.

-Tiene que haber una explicación –escuchó a Lilian decir-. Es decir, ayer todo estaba perfectamente –explicó, pero Emily no podía mirarla. Solo quería enterrarse bajo sus sabanas y olvidarse de todo aquello cuanto antes-. Debe haber más detrás de esa decisión –agregó, finalmente.

Pero Emily ya no podía ser engañada. Incluso cuando ella misma se preguntaba qué diablos había sucedido y en qué momento las cosas habían cambiado tan abruptamente, no estaba dispuesta a buscar más excusas para Alex. No seguiría engañándose a sí misma.

Suficiente la había engañado él.

Negó con la cabeza.

-Fue un juego para él –murmuró, a pesar de que dolía decir aquellas palabras en voz alta-. Sólo fue eso. Esa es la única explicación que hay –finalizó.

Lilian seguía mirándola, pero Emily se rehusó a devolverle la mirada. No quería seguir sintiéndose tan perdida.

-Em –la escuchó decir, logrando que finalmente la mirara.

Las lágrimas parecían no detener su caída jamás. ¿Es que acaso nunca se iban a secar?

Necesitaba irse. Necesitaba refugiarse en la seguridad de su cuarto. Necesitaba un descanso de todo.

Alonso se detuvo en una luz roja y Emily rápidamente hizo ademán de bajarse.

-Tengo que ir a casa –murmuró, rápidamente.

Y es que, le importaba bien poco que prácticamente solo había pasado una hora. Y que no esperó a pasar un tiempo con Lilian. Solo podía pensar en estar sola y desaparecer el dolor por su propia cuenta.

Se sentía increíblemente tonta, ahí donde tanto su mejor amiga como Alonso podían verla.

-Así no –la detuvo Lilian, tomándola del antebrazo, cuando comenzó a abrir el auto-. Debes tranquilizarte –agregó, tirando de ella suavemente, para que no se bajara del auto.

-Lo haré en el camino –replicó Emily, rápidamente colgándose la maleta al hombro.

Estaba desesperada por salir de ahí. Necesitaba irse cuanto antes.

-Alonso te puede llevar –dijo Lilian, rápidamente-. Después de dejarme en casa –explicó.

Pero Emily ya estaba sacudiendo la cabeza.

Sola.

Necesitaba estar sola.

-No –replicó, de inmediato-. Caminaré –dijo, finalmente abriendo la puerta, consciente de que estaban en medio de la pista, incluso cuando el auto no estaba en movimiento-. Te llamaré cuando haya llegado a casa –agregó.

Y finalmente se bajó del auto, cerrando la puerta de un portazo y comenzando a caminar a pasos rápidos hacia donde sea que pudiera. Porque sabía que Lilian sería capaz de seguirla, viéndose que prácticamente le había cerrado la puerta en la cara, sin escucharla.

Entonces, recordó el celular.

El bendito celular que Alex le había dado.

Quiso lanzarlo al suelo y saltar sobre él hasta que se volviera un pedazo de basura. Algo inservible. Algo que dejara de recordarle a Alex.

Pero cuando lo tuvo en su mano, no pudo lanzarlo al suelo.

Sino que se encontró a sí misma revisando los mensajes de Alex, nuevamente.

Y es que, eran los únicos que tenía ahí.

Con Lilian había hablado solo una que otra vez.

Todo lo demás le recordaba a gritos a Alex.

Paso a recogerte en este momento. Te necesito entre mis brazos.

Sus palabras. No podían haber sido mentira. No podía haber jugado con ella de aquella forma. ¿Cómo se había dejado engañar? ¿Cómo había podido caer en su juego?

Eres hermosa, Emily Stone. Tu cabello, fue hecho para que pasara mis dedos entre él. Y tus labios, fueron hechos para que yo los besara. Y tu cuerpo… quizás debería detenerme, antes de decir algo que haga que tus mejillas se conviertan del color de una cereza.

Sintió que sus mejillas se sonrojaban, inmediatamente, como aquella vez que le había llegado el mensaje.

¿Cómo? ¿Cómo lo había hecho? ¿Cómo la había engañado tan bien?

Y es que, sus palabras parecían tan reales. Tan sinceras.

Sacudió la cabeza, cuando sintió las lágrimas deslizándose por sus mejillas de nuevo.

Ya había comenzado a oscurecer. ¿Es que había estado leyendo los mensajes una y otra vez, durante horas?

Alex.

Alex.

Alex.

Sólo había Alex. Seguía habiendo Alex en todos lados. Y aquel inconfundible dolor clavado en su pecho, que parecía querer absorberla completamente.

ALEX.

Sintió la frustración abriéndose paso por su pecho y se pasó las manos por la cara, intentando desaparecer las lágrimas de su rostro, mientras caminaba por las solitarias calles.

Era de noche. Estaba sola. Era peligroso.

No le interesaba, sólo quería que el dolor se detuviera, al menos por unos segundos, y que la dejara respirar, porque era tan intenso que sentía que sus pulmones se quedaban sin oxígeno.

Y se sentía tonta por ello, porque aparentemente, para Alex, lo que habían tenido era un simple juego y no tenía ningún significado.

Pero para ella, era algo tan importante que el hecho de que ahora no estuvieran juntos y que nunca más lo fueran a estar, le rompía el corazón una y otra vez, sobre todo cada vez que Alex volvía a aparecer en su mente, para llenarla de todos esos lindos recuerdos que habían acumulado conforme el paso de los días.

Pero todo había sido una mentira, todo había significado absolutamente nada. Y todo estaba cubierto por una oscura sombra de dolor.

Fue tonta.

Demasiado.

Y ahora le tocaba superarlo, porque no quería seguir sintiéndose como se sentía. Quería sacar de su mente todo aquello que le había pasado desde el momento en que había conocido a aquel hombre en Starbucks.

De pronto, el café pasó a ser algo que odiaba.

De pronto, los ojos azules de Alex pasaron a ser algo que odiaba.

De pronto, el cabello negro de Alex pasó a ser algo que odiaba.

De pronto, parecía que todo lo odiaba.

Y quizás así lo fuera. Porque Alex estaba en cada pequeña cosa que la rodeaba, después de todo, había logrado meterse completamente en su vida.

Pero necesitaba olvidarlo. Cuánto antes, mejor.

Así que, haciendo acopio de toda la fuerza de voluntad que le restaba, alzó la barbilla y observó el camino que le faltaba por recorrer.

Solo algunos metros más y estaría en casa, para poder ir a su habitación y dejar pasar la noche, así podría levantarse al día siguiente, renovada y sin Alex en su mente.

Sabía de sobra que llegaría con el rostro aún un tanto mojado, los ojos increíblemente rojos, al igual que su nariz.

Pero de nuevo, ya no le importaba. Que su madre dijera lo que quisiera. De igual modo, aquello ya se había acabado, no había nada sobre lo que pudiera reclamarle ahora.

Sintió su corazón dar un salto, cuando escuchó un auto doblar una esquina, por detrás de ella. Se giró, de inmediato, debido al chirrido de las llantas. Y observó la camioneta negra que se acercaba a ella a gran velocidad.

Solo fue un segundo. Lo único que bastó para que rápidamente comenzara a hacerse ideas de que se trataba de Alex.

Su corazón se aceleró, de inmediato.

¿Era él? ¿Por qué? ¿Se habría arrepentido?

Sus ojos siguieron el auto, mientras pasaba por su lado, deteniéndose en seco, apenas unos centímetros por delante de ella, con un chirrido.

Y, dos hombres se bajaron, logrando que ella diera un paso atrás, de pronto sintiéndose asustada.

Esos definitivamente no eran Alex.

No le dio tiempo de gritar.

No le dio tiempo de correr.

No le dio tiempo de nada.

Un segundo había estado ahí parada. Y al siguiente estaba siendo cargada en brazos, una enorme mano sobre sus labios, evitando que hablara o gritara, pidiendo ayuda.

Todo era negro.

Las máscaras de los hombres.

La ropa que ellos llevaban puesta.

La camioneta a la que la estaban metiendo.

Y saltó de su momentánea parálisis, cuando se dio cuenta de que estaba siendo secuestrada y no estaba haciendo nada para evitarlo.

Se revolvió en los brazos de aquellos hombres, pero eran dos. Y eran excesivamente fuertes, al lado de su pequeño cuerpo.

Las lágrimas habían vuelto, pero ya no era dolor lo que expresaban, ahora era miedo, terror.

Entonces, en un último intento de liberarse, mordió la mano del enguantado. Pero solo logró que este soltara un gruñido y hundiera su codo en su cintura.

Y, de inmediato, quiso chillar de dolor, pero la mano no permitió que el ruido escapara sus labios.

Cerró los ojos, porque ya no quería mirar, no tenía sentido, ya estaba dentro del auto de todos modos.

La sentaron en el asiento trasero y finalmente volvió a abrir los ojos, para observar cómo le ataban las manos y cada hombre, más grande de lo que le había parecido en un inicio, se sentó a su lado, de modo que estaba entre aquellos dos secuestradores.

Había dos hombres adelante, también iban tapados, de modo que no veía sus rostros.

Se sentía perdida. Mucho más perdida de lo que se había sentido, desde el momento en que Alex la había dejado.

-Escucha, niñita –escuchó a uno de los hombres escupir las palabras en su cara. Era el que se sentaba a su derecha–. Más vale que te mantengas callada y bien sentada, a menos que quieras que te hagamos daño –le advirtió.

Y Emily intentó calmar sus lágrimas, pero resultaba muy difícil.

Estaba pensando, después de todo.

Pensaba en que debió aceptar que Alonso la llevara a su casa.

Debió evitar estar tan dolida y triste. Tan desolada.

Debió evitar enamorarse de Alex, porque para él, ella no era nada.

Debió evitar que se metiera bajo su piel.

No debió de haberlo conocido.

Entonces nunca habría estado sufriendo, entonces no habría estado ahí cuando pasó la camioneta negra.

Pero, ¿acaso era una casualidad que la hubieran secuestrado a ella? ¿O había sido planeado?

¿Habría habido una diferencia si nunca hubiera conocido a Alex?

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