Alex

Alex


CAPÍTULO 34

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CAPÍTULO 34

 

 

Siete meses.

 

ALEX.

 

Dolor.

¿Qué más podía haber después de aquello? ¿Después de ver al amor de su vida con otro? ¿Con otro que claramente sí podía hacerla feliz?

Una canción reventaba en sus oídos.

In the Name of Love, de Martin Garrix y Bebe Rexha.

Su cama nuevamente parecía tan llamativa como había sido el primer mes luego de alejar a Emily de su vida.

Había seguido adelante, por el bien de su propia vida. Dejar de lado su empresa y dejar que las cosas se salieran de control habría significado perder lo poco que le quedaba. Y no podía darse ese lujo.

Se recuperó, a medias. Regresó al trabajo luego de tomarse las vacaciones más largas de su vida. Aquellas vacaciones que probablemente llevaba mucho tiempo necesitando.

Y ahora nuevamente estaba cayendo.

Pero era por lo que había visto. Era porque la necesitaba. Era porque definitivamente la había perdido. No quería ser egoísta y desear que ella no lo olvidara, porque sabía que a ella le dolía. Lo había presenciado en más de una ocasión, cuando se había escabullido dentro del auto blanco que había comprado, únicamente para los guardaespaldas que le había contratado a Emily.

En aquellas ocasiones, se había sentido como un acosador. Lo cual era estúpido considerando el hecho de que, técnicamente, no había estado espiando a Emily. De hecho, había estado cuidándola y aquella era la única manera que tenía de hacerlo.

No le molestaba pasarse las largas noches cuadrado frente a la casa de la mejor amiga de Emily, con tal de lograr verla al menos una vez.

Por un minuto.

Por un segundo.

La extrañaba tanto que dolía. La amaba tanto que dolía. Y no le importaba en lo más mínimo parecer un acosador. No le importaba nada con tal de estar meramente cerca de ella.

Y el simple hecho de pensar que ya lo había dejado atrás, le rompía el corazón en mil pedazos irreparables.

Recordó, vagamente, cuando unos meses atrás, por primera vez se permitió a sí mismo preocuparse por la presencia de aquel chico en la vida de Emily.

 

 

-Es él –dijo, más para sí que para los señores sentados en los asientos de adelante-. ¿Cierto? –preguntó, entonces. Ahora si dirigiéndose a ellos.

Ambos habían ido a reportarle a él sobre aquel chico y el aparente rol que tenía en la vida de Emily, desde hacía algunos meses. Pero recién en aquel instante, cuando, como siempre, se había escabullido dentro del auto, lograba verlo, por primera vez.

Metió la cabeza entre los asientos, consciente de que lucía como un niño pequeño espiando a las personas. Y es que Emily siempre había tenido la capacidad de hacerlo comportarse como un niño, tanto consciente como inconscientemente.

Alfonso, el conductor asintió, apenas perceptiblemente. Parecía perfectamente enfocado en su tarea: cuidar de su pequeña. Aunque claro está, ellos no hacían muchas preguntas al respecto, simplemente hacían su trabajo. Y Alex se encargaba de pagarles lo suficiente, para mantenerlos callados. Aunque, ya les tenía confianza, claro está. No cualquier podía tener el trabajo de cuidar a Emily. Y él había elegido a los mejores. Y a los que conocía, de mucho tiempo atrás.

-Sí, señor Black –contestó Damian, el otro guardaespaldas, también con su vista fija en la casa algunos metros por delante de ellos.

Alex observó con un ligero fastidio en el pecho, como aquel chico se encaminaba hacia la puerta de la casa, con dos cajas de pizza en las manos.

Conforme el paso de los meses, sus celos hacia él habían ido aumentando, incluso cuando nunca lo había visto antes. Pero, los reportes de los guardaespaldas lo decían todo. Y cada vez que aquel chico aparecía en la historia, su cabeza se volvía loca pensando en que Emily lo pudiera haber olvidado ya.

Sabía que no tenía derecho. Que había dejado a su pequeña Emily.

Y que ella tenía derecho a seguir con su vida.

Pero no podía evitarlo.

Lo mortificaba el solo pensar en un chico nuevo en su vida.

Cada cierto tiempo se había metido en aquel auto, con la finalidad de finalmente verlo, pero misteriosamente, nunca aparecía, cuando estaba él. Y sabía que, de cierta forma, se metía en el trabajo de los guardaespaldas que había contratado. Pero ellos habían aprendido a no decir nada. Simplemente lo dejaban estar.

De hecho, era muy probable que lo comprendieran. ¿Por qué otro motivo parecían compadecerse de él, cada vez que Alex torcía el gesto, al ellos relatarles las horas que Emily parecía pasar con el chico?

-¿Cómo se llama? –preguntó, porque otra de las asignaciones que tenían ellos era investigar a todo aquel que estuviera en la vida de Emily, al menos desde el momento en que habían sido contratados.

Y sabía que sonaba incluso más acosador, preguntar aquello. Pero nuevamente, no podía evitarlo. Y, de todas formas, no le importaba.

-James Carpenter –contestó Alfonso, de inmediato.

Y aquel nombre, había tenido la capacidad de volverlo loco, apenas la puerta de la casa de Lilian se abrió y apareció Emily, tan increíblemente hermosa, como siempre.

Alex solo pudo verla un segundo, antes de que quitara las cajas de pizza de la mano del chico y volviera a desaparecer dentro de la casa.

Pero ese pequeño segundo, había sido suficiente para traerle a la mente los tantos recuerdos que tenía de ella.

Los tantos recuerdos que él había destruido, con solo unas cuantas palabras.

 

 

No tenía derecho a sentir lo que sentía.

Su deseo de que fuera feliz superaba su deseo de estar en su vida.

Si tenía que dejarla ir, lo haría.

¿Cierto?

Si, lo haría.

Pero primero hablaría con ella una última vez.

Solo una.

Cuando por fin pudiera hacerlo, entonces se alejaría de verdad. La dejaría tranquila. Si ella lo quería así.

Se iría a vivir a algún lugar remoto del mundo. Compraría una casa nueva, pondría una nueva empresa y comenzaría de nuevo.

No se enamoraría nunca más.

No dejaría a nadie meterse bajo su piel y sacar a Emily de ella.

Emily.

Sería ella por siempre.

La casa tendría tres habitaciones. Una suya. Otra sería una biblioteca, llena de todos los libros favoritos de Emily. De todos los libros que tenía guardados en la habitación del piso inferior. De todos los libros que había comprado para ella. Y la otra habitación estaría vacía, con una sola cama en ella. Con la esperanza de que Emily algún día regresara a su vida y la tomara.

Aunque aquello sonaba estúpido. Porque si ella algún día lo hacía. Regresar a él. Estaría en su habitación. Estaría con él siempre. Serían uno solo. Serían felices juntos. Y nunca la dejaría ir.

Sintió que el sueño se apoderaba de su cuerpo entero y lo agradeció.

Cuando dormía, en algunas ocasiones, era mejor.

El dolor desaparecía, a veces. Pero otras, se hacía más intenso. Porque soñaba con ella. Porque la veía, sonriéndole. O la veía cuando le rompía el corazón. De cualquier forma. Dolía.

Antes de quedarse por completo dormido, supo que sueño tendría. Supo que dolería. Supo que no era una de esas pocas ocasiones en que el dolor desaparecía momentáneamente.

No después de lo que vio.

No después de que vio los brazos de aquel chico rodeándola.

 

 

Ella sonreía. Ella era feliz. Ella estaba en su vida. Pero él sabía que no era así. La canción que había estado escuchando seguía sonando de fondo. Era perfecta. Perfecta para ellos dos, incluso cuando tenían ya otra canción. Aquella que desde un comienzo Alex había considerado suya. De ambos y de nadie más.

-¿Alex? –su dulce voz lo llamó, sus labios rogándole que la besara, que los rozara y recordara todos los hermosos momentos que habían pasado juntos, desde que se habían conocido.

¿Cómo había sido capaz de dejarla ir?

Incluso cuando era para dejarla ser feliz. ¿Cómo lo había logrado?

Se acercó a ella, con temor. Porque podría desaparecer en cuanto la tocara. Porque podría enojarse cuando la tocara.

Porque habían tantas horribles maneras en que aquel sueño pudiera terminar.

-¿Ahora vas a actuar como un hombre tímido? –le preguntó, una sonrisa burlona apareciendo en sus labios, mientras alzaba una ceja.

Ella no era así. Ella no esbozaba sonrisas burlonas. Ella esbozaba sonrisas reales. Aquella no era su Emily. Pero, por todos los cielos, se sentía como si lo fuera. Se veía, como si lo fuera.

Alex sintió su corazón acelerarse, mientras estiraba el brazo para tocar la piel de Emily.

Estaba usando un vestido que dejaba sus perfectas piernas a la vista y que, además, dejaba una pequeña franja de la piel de su cintura, al descubierto.

Era hermosa.

Emily le mostró una sonrisa. Una que aquella vez, si lució real. Y dio un paso hacia él, sus suaves y reconfortantes manos cogiendo su rostro, quitándole el aliento, a pesar de que era apenas un toque.

Las manos de Alex se movieron por su cuenta y se aferraron a su cintura, mientras hundía su rostro en aquel punto donde su hombro y su cuello se unían.

Cerró los ojos, aspirando su delicioso aroma. La había extrañado tanto. Y ahora estaba en sus brazos de nuevo. Y ahora estaban juntos, finalmente.

Pero todo era un sueño. Y Alex estaba luchando por no olvidarse de aquello.

-Puede que esté enamorada de ti, Alexander –susurró ella, en su oído y su corazón se detuvo por un segundo, mientras tragaba saliva.

Enamorada. Y él le había roto el corazón en mil pedazos. Y el suyo mismo también, en el proceso. Porque diablos, él estaba terriblemente enamorado de ella, también.

Nunca sabría a ciencia cierta, como sucedió. Pero, de un momento a otro, la estaba besando, sus labios encontrándose finalmente, luego de siete largos meses. Sus labios encontrándose finalmente, como debía ser. Porque ellos tenían que estar juntos.

Porque él la amaba.

Y porque ella lo amaba a él.

Emily lo besó lentamente. Dolorosamente lento. Sus labios moviéndose perfectamente contra los de él.

-Em –suplicó él, porque quería desesperadamente hacerla suya. Porque necesitaba que fuera solamente de él, necesitaba… simplemente la necesitaba. Y en aquel sueño, al menos, podría tenerla.

-Estoy aquí –le aseguró ella.

Pero, en realidad, no lo estaba.

Sintió los dedos de Emily deslizándose hacia arriba, por su espalda y bajo su polo. Sus dedos rozando su piel hicieron que su corazón golpeara su pecho con fuerza. Y es que ser tocado por ella, de aquella manera, lo hacía perder el juicio y el control de su cuerpo.

Entonces, ella sacó su polo sobre su cabeza. Y ahí sí que estuvo perdido. Y es que las cosas estaban avanzando rápido. Emily quitándole el polo era algo que tenía la capacidad de deshacerlo. Vamos que, significaba que las cosas estaban yendo en una dirección en la cual él nunca se había encaminado, con ella.

Al menos no fuera de sus sueños.

Sus ojos se encontraron, mientras ella le mostraba una sonrisa.

Una hermosa sonrisa.

Se puso de puntillas, de pronto y tocó sus labios con los suyos.

Alex cerró los ojos, deseoso de perderse en el momento, pero ella se separó, haciendo que él los abriera de nuevo.

Hasta que los labios de Emily se deslizaron hacia su mandíbula. Entonces, sus ojos volvieron a cerrarse.

Los labios de Emily encontraron su cuello.

Y las manos de Alex se aferraron a ella, atrayéndola a él.

Sus labios tocaron su hombro, siguiendo con su maravilloso recorrido. Sus labios tocando la piel de su pecho solo lograban hacerlo estremecer. Y es que, ser besado ahí, nunca le había ocasionado tantos sentimientos.

Pero con Emily todo era malditamente diferente.

La estrechó contra su cuerpo, hundiendo el rostro en el cuello de Emily.

Y entonces ella se estaba riendo. Su risa haciendo el cuerpo de Alex vibrar. Y se separó de ella, su corazón latiendo demasiado deprisa. Y el miedo apoderándose de él, rápidamente.

-Que divertido –la escuchó susurrar, en su oído y Alex comenzó a apartarse, para preguntarle de que estaba hablando, pero ella hundió los dedos en su cabello, impidiendo que se alejara.

Por mucho que la sensación hubiera causado que los ojos de Alex se cerraran de nuevo, no detuvo su intento por descubrir a que se estaba refiriendo.

-Emily –susurró, rogando a todos los cielos que aquel sueño no fuera a tomar el camino que él estaba sospechando-. ¿Qué sucede? –preguntó, lentamente.

Emily se separó, entonces, su nariz rozando la de él, mientras sonreía ampliamente. Lucía tan increíblemente divertida que a Alex le dolía el pecho, de solo pensar en el motivo de su diversión.

-Este juego me está encantando –respondió, tranquilamente.

¿Juego?

¿Es que acaso era un juego para ella?

Pero, ¿Qué derecho tenía él de quejarse, cuando aquello le había hecho entender a ella, cuando había roto su corazón?

Alex la dejó ir, inmediatamente, como si su cuerpo entero se hubiera prendido fuego, de pronto. Pero, Emily hizo pucheros y rápidamente envolvió sus brazos alrededor de su cintura, impidiendo que se alejara aún más. Y Alex no tenía la fuerza para seguir intentando apartarse, no cuando podía sentir la piel de los brazos de Emily, rozando la piel de su espalda.

-No… -comenzó, a duras penas, pero ella lo interrumpió.

-No es justo que sólo tú puedas jugar –reclamó, enterrando su rostro en su pecho.

Alex tragó saliva, en un intento por salvar lo poco que quedaba de su rostro corazón.

-Em yo… -trató de decir él y ella alzó la vista, para clavar sus ojos en los suyos. Y estos reflejaban tantas cosas. Todo lo que él la había hecho sentir. Desde la primera vez que se vieron, hasta el día en que no la esperó, cuando la rescató–. Lo siento tanto –susurró, el dolor tiñendo su voz, sin que él se molestara en ocultarlo.

Emily frunció el ceño, aparentemente confundida.

-Tranquilo –dijo, entonces, deslizando sus manos hacia arriba, por su aún desnudo pecho–. Todo es parte de nuestro juego –dejó escapar, antes de   soltar una risa que forzó a Alex a levantarse de su sueño, abruptamente.

 

 

Abrió los ojos, la desesperación abriéndose paso por su pecho.

El sudor cubría su cuerpo entero y lanzó las sabanas hacia un lado, necesitando sentirse libre de ellas.

No estaban juntos. No estaba con ella.

Y Emily creía que todo había sido un juego.

Ella no lo amaba. Ella probablemente ni siquiera lo quería ya.

Y la había perdido.

Enterró el rostro en la almohada, sintiendo las dolorosas lágrimas derramándose de sus ojos.

Alexander Black nunca antes había llorado por una mujer. Había llorado por muchas cosas, de pequeño. Pero por una mujer, jamás. Emily era un caso completamente distinto. Con ella, no le importaba mostrar aquella vulnerabilidad que siempre había escondido. Aunque, claro está, ella no podía verlo.

Pero lo vería, cuando él hablara con ella una última vez. Esperaría, hasta que cumpliera los dieciocho años y aquel mismo día iría a buscarla, para terminar con todo aquel martirio, de una vez por todas o sufrir, por el resto de su vida.

Y es que, cuando ella finalmente cumpliera dieciocho, tendría el poder de tomar sus propias decisiones, sin que su odiosa madre pudiera hacer algo al respecto.

Y quizás, ahí, tendrían una oportunidad para estar juntos. Solo debía convencerla de que había sido una completa mentira. De que la amaba y lo había hecho, incluso mientras le rompía el corazón, en mil pedazos.

Pero, mientras tanto solo había una cosa en su vida.

Dolor.

¿Qué más podía haber?

Nada.

 

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