Aleph

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Moscú, 1 de junio de 2006

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Moscú, 1 de junio de 2006

Aquella noche, cuando volvimos al hotel, Yao la esperaba con el pasaje para Moscú. Regresamos en el mismo avión, en clases diferentes. Mis editores no me pueden acompañar hasta donde voy a tener la audiencia con el presidente Vladimir Putin, pero un amigo periodista está acreditado para eso.

Cuando el avión aterriza, ella y yo nos bajamos por puertas distintas. Me conducen hasta una sala especial, donde dos hombres y mi amigo me esperan. Les pido que me lleven a la terminal donde desembarcan los otros pasajeros, tengo que despedirme de una amiga y de mis editores. Uno de los hombres me explica que no va a dar tiempo, pero mi amigo responde que son las dos de la tarde, la reunión está prevista para las cinco, y aunque el presidente me esté esperando en una casa a las afueras de Moscú, en la que suele despachar en esa época del año, en menos de cincuenta minutos estaremos allí.

—En caso contrario, tenéis sirenas en los coches… —dice en tono de broma.

Caminamos hasta la terminal. En el trayecto, paso por la floristería y compro una docena de rosas. Llegamos a la puerta de desembarque, llena de gente que espera a otra que viene de lejos.

—¿Quién de vosotros entiende inglés? —digo en voz muy alta.

La gente mira asustada. Me acompañan tres hombres bastante fuertes.

—¿Quién habla inglés?

Se levantan algunas manos. Yo enseño el ramo de rosas.

—Dentro de un rato va a llegar una chica a la que quiero mucho. Necesito a once voluntarios para que me ayuden a entregarle estas flores.

Inmediatamente once voluntarios aparecen a mi lado. Organizamos una fila. Hilal sale por la puerta principal, me ve, sonríe inmediatamente y se dirige hacia mí. Una a una, las personas le van entregando las rosas. Ella parece confusa y alegre al mismo tiempo. Cuando llega junto a mí, le entrego la decimosegunda flor y la abrazo con todo el cariño del mundo.

—¿No vas a decir que me amas? —pregunta, intentando mantener el control de la situación.

—Sí. Te amo como un río. Adiós.

—¿Adiós? —Ella suelta una carcajada—. No te vas a librar de mí tan pronto.

Los dos hombres que esperan para conducirme hasta el presidente comentan algo en ruso. Mi amigo se ríe. Pregunto de qué hablan, pero es la propia Hilal la que traduce:

—Han dicho que nunca habían visto algo tan romántico en este aeropuerto.

Día de San Jorge, 2010.

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