Aleph

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El águila del Baikal

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El águila del Baikal

Se va a hacer de noche en cualquier momento. Somos seis personas ante un pequeño barco anclado en la orilla: Hilal, Yao, el chamán, yo y dos mujeres mayores. Todos hablan en ruso. El chamán hace gestos negativos con la cabeza. Yao parece insistir, pero el chamán le da la espalda y vuelve al barco.

Ahora Yao y Hilal discuten. Él parece preocupado, pero creo que se divierte con la situación. Hemos practicado más de una vez el Camino de la Paz y puedo entender las señales de su cuerpo. Está fingiendo una irritación que no siente.

—¿De qué habláis?

—No puedo ir —dice ella—. Tengo que quedarme con estas dos mujeres que no he visto en mi vida. Aguantar una noche entera aquí, en este frío. No hay nadie para llevarme de regreso al hotel.

—Lo que hagamos en la isla también lo vas a experimentar aquí con ellas —explica Yao—. Pero no podemos romper una tradición. Yo se lo avisé, pero él insistió en traerte. Tenemos que irnos, porque hay un momento exacto: lo que vosotros llamáis Aleph, yo ki y los chamanes seguramente conocen con otro nombre. No vamos a tardar, estaremos de vuelta en dos horas.

—Vamos —digo, cogiendo a Yao por el brazo y conduciéndolo al barco.

Me vuelvo hacia Hilal con una sonrisa en la cara:

—No te ibas a quedar encerrada en el hotel por nada del mundo, sabiendo que puedes experimentar algo totalmente nuevo. Si es bueno o malo, no lo sé. Pero es diferente a cenar sola.

—¿Y tú, acaso crees que unas hermosas palabras de amor son suficientes para alimentar el corazón? Entiendo perfectamente que amas a tu mujer, pero ¿podrías por lo menos recompensarme un poco por todos los universos que te ofrezco?

Doy media vuelta y me dirijo al barco. Otra vez una discusión estúpida.

El chamán pone en marcha el motor y coge el timón. Nos dirigimos a lo que parece ser una roca a unos doscientos metros de la orilla. Calculo que llegaremos en menos de diez minutos.

—Ahora que ya no puedo echarme atrás, ¿por qué insististe tanto en que lo conociera? Fue lo único que me pediste en este viaje, aunque me hayas dado mucho a cambio. No me refiero sólo a las luchas de aikido. Siempre que fue necesario me ayudaste a mantener el equilibrio en el tren, tradujiste mis palabras como si fuesen tuyas e incluso ayer me demostraste la importancia de entrar en una lucha simplemente por respeto al adversario.

Yao está un poco incómodo, moviendo la cabeza de un lado a otro, como si fuera responsable de la seguridad del barco.

—Pensé que te gustaría conocerlo por las cosas que te interesan…

—No es una buena respuesta. Si quisiese conocerlo, te lo habría pedido.

Por fin me mira, moviendo afirmativamente la cabeza.

—Te lo pedí porque hice la promesa de volver aquí en mi siguiente viaje por la región. Podría haber venido solo, pero firmé un contrato con la editora en el que garantizaba que estaría todo el tiempo a tu lado. A ellos no les gustaría.

—A veces no necesito a gente todo el tiempo a mi lado. Y a ellos tampoco les importaría que me quedase en Irkutsk.

La noche cae más rápido de lo que yo esperaba. Yao cambia el rumbo de la conversación:

—Este hombre que conduce el barco es capaz de hablar con mi mujer. Sé que no es mentira, porque ninguna otra persona en el mundo podría saber ciertas cosas. Además salvó a mi hija. Consiguió lo que ningún médico de los excelentes hospitales de Moscú, Pekín, Shangai y Londres fue capaz de hacer. Y no pidió nada a cambio, sólo que volviese a visitarlo. Sucede que esta vez estoy contigo. Tal vez consiga entender cosas que mi cerebro se niega a aceptar.

La roca que hay en medio del lago se acerca; llegaremos en menos de un minuto.

—Eso es una respuesta. Gracias por la confianza. Estoy en uno de los lugares más hermosos del mundo, en este atardecer espléndido, escuchando el ruido de las olas que golpean el barco. Así que conocer a este hombre es una de las muchas bendiciones que han sucedido durante todo este viaje.

Salvo el día en que habló de su dolor por la pérdida de su mujer, Yao nunca había demostrado sentimiento alguno. Ahora coge mi mano, la pone sobre su pecho y la aprieta con fuerza. El barco da contra una pequeña faja de piedras que hace las veces de fondeadero.

—Gracias. Muchas gracias.

Subimos hasta lo alto de la roca. Aún se puede ver el horizonte rojo. A nuestro alrededor sólo hay vegetación rastrera y, al este, unos tres o cuatro árboles cuyas hojas todavía no han brotado. En uno de ellos, restos de ofrendas y un esqueleto de animal balanceándose en una rama. El viejo chamán inspira respeto y sabiduría; no me va a enseñar nada nuevo, porque ya he recorrido muchos caminos y sé que todos se encuentran en el mismo lugar. Aun así, veo que es serio en sus intenciones. Mientras prepara el ritual, mi mente procura recordar todo lo que aprendí respecto a su papel en la historia de la civilización.

Antiguamente, las tribus tenían dos figuras destacadas. La primera era el líder: el más valiente, lo suficientemente fuerte para derrotar a otros hombres que lo desafiaban, lo bastante inteligente para escapar a conspiraciones en la eterna lucha por el poder, que no sólo se da hoy, sino que nace en la noche de todos los tiempos. Una vez establecido en su cargo, pasaba a ser el responsable de la protección y el bienestar de su pueblo en el mundo físico. Con el paso del tiempo, lo que era elección natural acabó corrompiéndose, y la figura del líder pasó a ser transmitida hereditariamente. Es el principio de la perpetuación del poder, de donde surgen los emperadores, los reyes, los dictadores.

Más importante que el líder, sin embargo, era el chamán. Ya en la aurora de la humanidad los hombres percibían la presencia de una fuerza mayor, razón de la vida y de la muerte, sin que pudiera explicarse muy bien de dónde venía. Junto con el nacimiento del amor, surgió la necesidad de una respuesta al misterio de la existencia. Los primeros chamanes eran mujeres, fuentes de vida; como no estaban ocupadas con la caza ni con la pesca, se dedicaban a la contemplación y acabaron por sumergirse en los misterios sagrados. La Tradición se transmitía siempre a las más capaces, que vivían aisladas y por eso eran en su mayoría vírgenes. Trabajaban en un plano diferente, equilibrando las fuerzas del mundo espiritual con las del físico.

El proceso era casi siempre el mismo: el chamán del grupo entraba en trance a través de la música (normalmente percusión), bebía y administraba pociones que encontraba en la naturaleza, su alma salía del cuerpo y entraba en el universo paralelo. Allí encontraba a los espíritus de las plantas, de los animales, de los muertos y de los vivos, que convivían en un punto único, lo que Yao llama la energía ki y al que yo me refiero como Aleph. Dentro de este punto único, ella encontraba sus guías, equilibraba las energías, curaba las enfermedades, provocaba las lluvias, restauraba la paz, descifraba los símbolos y señales enviados por la naturaleza, castigaba a cada individuo que entorpeciese el contacto de la tribu con el Todo. En aquel entonces, como el viaje en busca de comida obligaba a la tribu a estar siempre en un lugar diferente, no era posible construir templos o altares de adoración. Estaba simplemente el Todo, en cuyo vientre caminaba la tribu.

De la misma manera que sucedió con los líderes, la función de los chamanes fue corrompida. Como la salud y la protección del grupo dependían de la armonía con el bosque, el campo y la naturaleza, las mujeres responsables del contacto espiritual —el alma de la tribu— pasaron a ser investidas como gran autoridad, generalmente mayor que la del líder. En un momento que la historia no sabe precisar (aunque se cree que fue después del descubrimiento de la agricultura y del fin del nomadismo), el don femenino fue usurpado por el hombre. La fuerza excedió la armonía. Las cualidades naturales de esas mujeres ya no se tenían en cuenta; lo que importaba era el poder que tenían.

El siguiente paso fue organizar el chamanismo —ahora masculino— en una estructura social. Nacieron las primeras religiones. La sociedad había cambiado y ya no era nómada, pero el respeto y el temor al líder y al chamán estaban (y permanecen) enraizados de manera definitiva al alma de los seres humanos. Conscientes de ello, los sacerdotes se asociaron con los líderes para mantener al pueblo sumiso. El que desafiaba a los gobernantes era amenazado con el castigo de los dioses. En un momento dado, las mujeres empezaron a reclamar que les devolviesen el papel de chamanes, porque el mundo sin ellas se dirigía al enfrentamiento. Pero siempre que eso sucedía, eran inmediatamente apartadas, tratadas como herejes y prostitutas. Si la amenaza era realmente fuerte, el sistema no dudaba en castigarlas con la hoguera, la lapidación y, en casos más blandos, el exilio. La historia de la civilización no dejó vestigios de religiones femeninas; sólo sabemos que los objetos mágicos más antiguos descubiertos por arqueólogos representan a diosas.

Pero todo eso se perdió en las arenas del tiempo. De la misma manera que el poder mágico, al ser usado sólo para fines terrenales, acabó diluido y sin fuerza. Lo único que permaneció fue el miedo a los castigos divinos.

Delante de mí hay un hombre, y no una mujer, aunque las mujeres que se quedaron en la orilla con Hilal seguramente tienen el mismo poder que él. No cuestiono su presencia, ambos sexos poseen el mismo don de entrar en contacto con lo desconocido, siempre que estén abiertos hacia su «lado femenino». Mi falta de entusiasmo en venir hasta aquí fue porque sé cómo la humanidad se apartó del origen, del contacto con el Sueño de Dios.

Está encendiendo el fuego en un agujero que protegerá las llamas del viento que no deja de soplar, coloca una especie de tambor a su lado, abre una botella con algún tipo de líquido que desconozco. El chamán en Siberia —donde se originó el término— sigue los mismos rituales que el brujo en los bosques de la Amazonia, que los hechiceros en México, que los sacerdotes de candomblé africano, que los espiritistas de Francia, que los curanderos de las tribus indígenas americanas, que los aborígenes de Australia, que los carismáticos de la Iglesia católica, que los mormones de Utah y así sucesivamente.

En esa semejanza reside la gran sorpresa de esas tradiciones que parecen vivir en eterno conflicto unas con las otras. Se encuentran en un único plano espiritual y se manifiestan en diversos lugares del mundo, aunque jamás se hayan comunicado en el plano físico. Ahí está la Mano Superior que dice:

«A veces mis hijos tienen ojos y no ven. Tienen oídos y no oyen. Así, les exigiré a algunos que no sean sordos ni ciegos para mí. Aunque sea un precio alto, serán los responsables de mantener viva la Tradición, y un día Mis bendiciones volverán a la Tierra».

El chamán empieza a tocar su tambor de manera rítmica, aumentando ligeramente la cadencia. Le dice algo a Yao, que después me traduce:

—No ha utilizado ese término, pero el ki llegará con el viento.

El viento aumenta. Aunque estoy bien abrigado —anorak especial, guantes, gorro de lana gorda y bufanda que sólo me deja los ojos a la vista—, no es suficiente. Mi nariz parece haber perdido la sensibilidad, pequeños cristales de hielo se acumulan en mis cejas y en la perilla. Yao está sentado sobre sus piernas, con una postura elegante. Intento hacer lo mismo, pero cambio de posición todo el rato, ya que los pantalones que llevo son comunes y el viento atraviesa el tejido y me adormece los músculos, produciéndome calambres dolorosos.

Las llamas danzan salvajemente, pero se mantienen encendidas. El ritmo del tambor se acelera. En este momento el chamán intenta hacer que su corazón acompañe los golpes de su mano en el cuero del instrumento, cuya parte inferior tiene una abertura para que puedan entrar los espíritus. En las tradiciones afrobrasileñas, ése es el momento en el que el médium o sacerdote deja salir su alma, permitiendo que otra entidad más experimentada ocupe su cuerpo. La única diferencia es que en mi país no hay un momento exacto para que aquello que Yao llamó ki se manifieste.

Dejo de ser un mero observador y decido participar en el trance. Procuro que mi corazón también acompañe los golpes, cierro los ojos, vacío mi pensamiento, pero el frío y el viento me impiden llegar más lejos. Tengo que cambiar otra vez de posición; abro los ojos y veo que ahora tiene algunas plumas en la mano que sujeta el tambor, posiblemente de un raro pájaro local. Según las tradiciones en todos los lugares del mundo, los pájaros son mensajeros de lo Divino. Son ellos los que ayudan al hechicero a subir hasta lo alto y a hablar con los espíritus.

Yao también tiene los ojos abiertos; el éxtasis es del chamán, y sólo suyo. El viento aumenta de intensidad y yo siento cada vez más frío, pero el chamán está impasible. El ritual continúa: abre una botella con un líquido que me parece de color verde, bebe, se la da a Yao, que también bebe y me la pasa. Por respeto, hago lo mismo: pruebo aquella mezcla azucarada, con una ligera graduación alcohólica, y le devuelvo la botella al chamán.

El ritmo del tambor continúa, interrumpido sólo por dibujos que el hombre garabatea en el suelo. Nunca he visto esos símbolos, me recuerdan a algún tipo de escritura desaparecida hace mucho tiempo. De su garganta salen ruidos extraños, que parecen voces de pájaros ampliadas muchas veces. El tambor suena cada vez más fuerte y más rápido; ahora parece que el frío no me molesta tanto y de repente el viento se detiene.

Nadie tiene que explicarme nada: lo que Yao llama ki acaba de presentarse. Los tres nos entrevemos, hay una especie de calma, la persona que está frente a mí no es la misma que condujo el barco o que le pidió a Hilal que se quedase en la orilla: sus facciones han cambiado, dándole un aire más joven y femenino.

Durante un tiempo que no puedo precisar, él y Yao hablan en ruso. Un destello aparece en el horizonte, está saliendo la luna. La acompaño en su nuevo viaje por el cielo, los rayos plateados se reflejan en las aguas del lago, que de repente están tranquilas. A mi izquierda, se encienden las luces de la pequeña aldea. Estoy tranquilo, procurando absorber lo máximo de este momento que no esperaba vivir, pero que estaba en mi camino, como muchos otros. Ojalá lo inesperado tenga siempre esa apariencia tan bonita y pacífica.

Finalmente —usando a Yao como traductor— el chamán me pregunta qué he venido a hacer.

—Acompañar a un amigo que prometió volver aquí. Rendirle respeto a su arte. Y poder contemplar el misterio a su lado.

—El hombre que está a tu lado no cree en nada —dice el chamán, siempre traducido por Yao—. Ha venido aquí varias veces para hablar con su esposa y, aun así, no cree. ¡Pobre mujer! En vez de poder caminar junto a Dios mientras espera el momento de su regreso a la Tierra, tiene que volver constantemente para consolar a este infeliz. ¡Deja el calor del Sol divino y afronta este miserable frío de Siberia porque el amor no la deja partir!

El chamán suelta una carcajada.

—¿Por qué no se lo explicas a él?

—Ya se lo he explicado. Pero tanto él como la mayoría de la gente que conozco no se conforman con lo que consideran una pérdida.

—Puro egoísmo.

—Sí, puro egoísmo. Quieren que el tiempo se pare o que vuelva atrás. Y por culpa de eso no dejan que las almas caminen hacia adelante.

El chamán suelta otra carcajada.

—Mató a Dios en el momento en que su mujer pasó a otro plano. Volverá aquí una, dos, diez veces e intentará volver a hablar con ella. No viene a pedir ayuda para entender mejor la vida. Quiere que las cosas se adapten a su manera de ver la vida y la muerte.

Hace una pausa. Mira a su alrededor. Ya es completamente de noche, la escena está iluminada solamente por la luz de las llamas.

—No sé curar la desesperación cuando la gente encuentra consuelo en ella.

—¿Con quién hablo?

—Tú crees.

Repito la pregunta.

—Valentina.

Una mujer.

—El hombre que está a mi lado puede ser un poco alocado cuando se trata del espíritu, pero es un ser humano excelente, preparado para vivirlo casi todo, menos lo que llama la «muerte» de su esposa. El hombre que está a mi lado es un buen hombre.

El chamán asiente con la cabeza.

—Tú también. Has acompañado a un amigo que está a tu lado hace mucho tiempo. Mucho antes de que os conocieseis en esta vida. Como yo también te conozco desde hace mucho tiempo.

Otra carcajada.

—Nosotros tres ya nos hemos visto en otro lugar, antes de enfrentarnos juntos al mismo destino, eso que tu amigo llama «muerte», en una batalla. No sé en qué país, pero fueron heridas de bala. Todos los guerreros vuelven a encontrarse siempre. Forma parte de la ley divina.

Echa algunas hierbas al fuego, explicando que ya lo hicimos en otra vida, sentarnos alrededor de la hoguera para hablar de nuestras aventuras.

—Tu espíritu habla con el águila del lago Baikal, que lo mira y lo vigila todo, ataca a los enemigos, protege y defiende a los amigos.

Como para confirmar sus palabras, oímos un pájaro a lo lejos. La sensación de frío ha sido sustituida por bienestar. Vuelve a tendernos la botella.

—La bebida fermentada está viva, va de la juventud a la vejez. Cuando llega a la madurez es capaz de destruir el Espíritu de la Inhibición, el Espíritu de la Falta de Relaciones Humanas, el Espíritu del Miedo, el Espíritu de la Ansiedad. Sin embargo, si se bebe más de la cuenta, se rebela y trae el Espíritu de la Derrota y de la Agresión. Todo es una cuestión de saber el punto que no se debe sobrepasar.

Bebemos y celebramos.

—En este momento tu cuerpo está en la tierra, pero tu espíritu está conmigo aquí en las alturas, y eso es todo lo que puedo ofrecerte: un paseo por los cielos del Baikal. No has venido a pedirme nada, por tanto no te daré nada aparte de este paseo. Espero que te inspire para seguir haciendo lo que haces.

»Sé bendecido. De la misma manera que estás transformando tu vida, transforma la de los demás a tu alrededor. Cuando te pidan, no olvides dar. Cuando llamen a tu puerta, no dejes de abrir. Cuando pierdan algo y se dirijan a ti, haz lo que puedas y encuentra lo que se haya perdido. Pero antes pide, llama a la puerta y descubre todo lo que está perdido en tu vida. Un cazador sabe lo que le espera: devorar la presa o ser devorado por ella.

Hago un gesto afirmativo con la cabeza.

—Ya has vivido eso antes y volverás a vivirlo muchas veces —continúa el chamán—. Un amigo de tus amigos es amigo del águila del Baikal. No va a pasar nada especial esta noche; no vas a tener visiones, ni experiencias mágicas, ni trances para comunicarte con los vivos ni con los muertos. No vas a recibir ningún poder especial. Simplemente estarás exultante de alegría mientras el águila del Baikal le muestra el lago a tu alma. No ves nada, pero tu espíritu en este momento se regocija en las alturas.

Mi espíritu se regocija en las alturas y no veo nada. No es necesario: sé que dice la verdad. Cuando vuelva al cuerpo, será más sabio y estará más tranquilo que nunca.

El tiempo se para, porque ya no soy capaz de contarlo. Las llamas se mueven, proyectando extrañas sombras en la cara del chamán, pero yo no estoy sólo allí. Dejo que mi espíritu pasee, lo necesitaba, después de tanto esfuerzo y de tanto trabajo a mi lado. Ya no siento frío. Ya no siento nada; soy libre y así seguiré mientras el águila del Baikal sobrevuela el lago y las montañas nevadas. Lástima que el espíritu no me pueda contar lo que ha visto; pero, después de todo, no tengo necesidad de saber todo lo que me pasa.

El viento empieza a soplar de nuevo. El chamán hace una profunda reverencia de la tierra hacia el cielo. El fuego, que estaba tan bien protegido, de repente se apaga. Miro hacia la luna bien alta en el cielo, puedo ver el bulto de varios pájaros volando a nuestro alrededor. El hombre ha envejecido otra vez, parece cansado, está metiendo el tambor en una gran bolsa bordada.

Yao se acerca a él, mete la mano en el bolsillo izquierdo, saca un puñado de monedas y de billetes. Yo hago lo mismo.

—Mendigamos por el águila del Baikal. Aquí está lo que recibimos.

Hace una reverencia, agradece el dinero y bajamos sin prisa hacia el barco. La isla sagrada de los chamanes tiene su espíritu propio, está oscuro y nunca sabemos si estamos poniendo el pie en el lugar correcto.

Cuando llegamos a la orilla, buscamos a Hilal, y las dos mujeres nos explican que ya ha vuelto al hotel. Sólo entonces me doy cuenta de que el chamán no mencionó ni una sola palabra sobre ella.

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