Aleph

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Creer aun siendo desacreditada

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Creer aun siendo desacreditada

Pasamos toda la noche sin movernos. Me despierto con ella en mis brazos, exactamente en la misma posición en la que estábamos antes del anillo de oro. Me duele el cuello por la falta de movimiento durante el sueño.

—Vamos a levantarnos. Tenemos que hacer algo.

Ella se vuelve hacia el otro lado, diciendo algo como: «El sol sale muy temprano en Siberia en esta época del año.»

—Vamos a levantarnos. Tenemos que salir ahora. Ve a tu habitación y nos vemos abajo.

El hombre de la recepción del hotel me ha dado un mapa y me ha dicho adónde debo ir. Son cinco minutos andando. Ella se queja porque el bufet del desayuno todavía no estaba abierto.

Recorremos dos calles y después llegamos frente al lugar al que yo tenía que ir.

—Pero eso es… ¡una iglesia!

Sí, una iglesia.

—Detesto levantarme temprano. Y todavía detesto más… eso. —Señala la cúpula en forma de cebolla pintada de azul, con una cruz dorada en lo alto.

Las puertas están abiertas y algunas señoras mayores entran en la iglesia. Miro a mi alrededor y veo que la calle está completamente desierta, todavía no hay tráfico.

—Necesito que hagas algo por mí.

Por fin ella esboza la primera sonrisa del día. ¡Le estoy pidiendo algo! ¡Es necesaria en mi vida!

—¿Es algo que sólo yo puedo hacer?

—Sí, sólo tú. Pero no me preguntes por qué te lo pido.

La llevo de la mano hasta el interior. No es la primera vez que entro en una iglesia ortodoxa. Nunca he sabido muy bien qué debía hacer, aparte de encender las finas velas de cera y rezarles a los santos y a los ángeles para que me protejan. Aun así, siempre me maravillo con la belleza de esos templos, que repiten el proyecto arquitectónico ideal: el techo en forma de cielo, la nave central sin ningún banco, los arcos laterales, los iconos que los pintores trabajaron en oro, oración y ayuno, ante los cuales algunas señoras que acaban de entrar se inclinan y besan el vidrio protector.

Igual que le pasa a todo el mundo, las cosas empiezan a encajar con absoluta perfección cuando estamos concentrados en lo que queremos. A pesar de todo lo que experimenté durante la noche, a pesar de no haber conseguido llegar más allá de la carta frente a mí, todavía queda tiempo hasta Vladivostok, y mi corazón está en calma.

Hilal también parece maravillada por la belleza del lugar. Debe de haber olvidado que estamos en una iglesia. Me acerco a una señora que está sentada en una esquina, compro cuatro velas, enciendo tres delante de la imagen que me parece ser la de san Jorge y le pido por mí, por mi familia, por mis lectores y por mi trabajo.

Llevo la cuarta vela encendida hasta donde está Hilal.

—Por favor, haz todo lo que te pido. Sujeta esta vela.

Con un movimiento instintivo ella mira hacia los lados, procurando ver si alguien está prestando atención a lo que estamos haciendo. Debe de pensar que tal vez no es respetuoso ni propio del lugar en el que nos encontramos. Pero al momento siguiente ya no le importa. Detesta las iglesias y no tiene que comportarse como todo el mundo.

La llama de la vela se refleja en sus ojos. Bajo la cabeza. No siento la menor culpa, sólo aceptación y un dolor remoto, que se manifiesta en otra dimensión y que tengo que aceptar.

—Te traicioné. Te pido que me perdones.

—¡Tatiana!

Pongo mis dedos en sus labios. A pesar de toda su fuerza de voluntad, de su lucha, de su talento, no puedo olvidar que tiene veintiún años. Debería haber construido la frase de otra manera.

—No, no fue Tatiana. Por favor, simplemente perdóname.

—No puedo perdonar algo que no sé lo que es.

—Recuerda el Aleph. Recuerda lo que sentiste en aquel momento. Intenta traer a este lugar sagrado algo que no conoces, pero que está en tu corazón. Si es necesario, imagina una sinfonía que te guste tocar y deja que ella te guíe hasta el lugar al que tienes que ir. Eso es lo importante ahora. Las palabras, las explicaciones y las preguntas no sirven para nada, sólo para complicar más lo que ya es bastante complejo. Simplemente perdóname. Ese perdón tiene que venir del fondo de tu alma, esa alma que pasa de un cuerpo a otro y que aprende a medida que viaja en el tiempo que no existe y en el espacio que es infinito.

«Nunca podemos herir el alma, porque nunca podemos herir a Dios. Pero permanecemos presos por la memoria, y eso hace que nuestra vida sea miserable, aunque lo tengamos todo para ser felices. Ojalá pudiésemos estar por entero aquí, como si hubiésemos despertado en este momento en el planeta Tierra y nos encontrásemos dentro de un templo cubierto de oro. Pero no podemos.»

—No sé por qué tengo que perdonar a un hombre al que amo. Tal vez tenga una única razón para ello: no haber escuchado jamás lo mismo de su boca.

Un olor a incienso empieza a propagarse. Los padres entran para su oración matinal.

—Olvida quién eres en este momento y ve al lugar en el que está aquella que siempre has sido. Allí encontrarás las palabras adecuadas de perdón y me perdonarás con ellas.

Hilal busca inspiración en las paredes doradas, en las columnas, en la gente que entra a esa hora de la mañana, en las llamas de las velas encendidas. Cierra los ojos, tal vez siguiendo mi sugerencia e imaginando las notas de una pieza musical.

—No lo vas a creer. Parece que veo a una chica… una chica que ya no está y quiere volver…

Le pido que escuche lo que la chica tiene que decirle.

—La chica perdona. No porque se ha hecho santa, sino porque ya no puede soportar ese odio. Odiar cansa. No sé si cambia algo en el Cielo o en la Tierra, si salva o condena mi alma, pero estoy exhausta y no lo he entendido hasta ahora. Perdono al hombre que me quiso destruir cuando tenía diez años. Él sabía lo que hacía, yo no. Pero creí que era culpa mía, lo odié a él y a mí misma, odié a todos los que se acercaban y ahora mi alma se está liberando.

No, no era eso lo que yo esperaba.

—Perdónalo todo y a todos, pero perdóname —le pido—. Inclúyeme en tu perdón.

—Lo perdono todo y a todos, incluido tú, cuyo crimen desconozco. Te perdono porque te amo y porque tú no me amas, te perdono porque me ayudas a estar siempre cerca de mi demonio aunque ya no pensara en él desde hacía años. Te perdono porque me rechazas y mi poder se pierde, te perdono porque no entiendes quién soy ni lo que hago aquí. Te perdono a ti y al demonio que tocaba mi cuerpo cuando todavía no entendía bien lo que era la vida. Tocaba mi cuerpo, pero me deformaba el alma.

Ella pone las manos como para rezar. Me gustaría que el perdón fuese sólo para mí, pero Hilal estaba redimiendo todo su mundo. Y tal vez fuese mejor así.

Su cuerpo empieza a temblar. Los ojos se le llenan de lágrimas.

—¿Tiene que ser aquí? ¿Tiene que ser en una iglesia? Salgamos a cielo abierto. ¡Por favor!

—Tiene que ser en una iglesia. Otro día lo haremos a cielo abierto, pero hoy tiene que ser en una iglesia. Por favor, perdóname.

Ella cierra los ojos y levanta las manos hacia el techo. Una mujer que entra y la ve hace un gesto de desaprobación con la cabeza: estamos en un lugar sagrado, los ritos son diferentes, deberíamos respetar la tradición. Finjo que no me doy cuenta y me alivia ver que Hilal está hablando con el Espíritu, que dicta las oraciones y las verdaderas leyes, y nada en este mundo puede distraerla.

—Me libero del odio por medio del perdón y del amor. Entiendo que el sufrimiento, cuando no se puede evitar, está aquí para hacerme avanzar hacia la gloria. Comprendo que todo se entrelaza, todas las carreteras convergen, todos los ríos caminan hacia el mismo mar. Por eso, en este momento soy el instrumento del perdón. Perdón por los crímenes que fueron cometidos, uno que conozco y otro que desconozco.

Sí, un espíritu hablaba con ella. Yo conocía a ese espíritu y la oración, que había aprendido hacía muchos años en Brasil. Era de un chico, y no de una chica. Pero repetía las palabras que estaban en el cosmos, siempre esperando para ser usadas cuando fuese necesario.

Hilal habla bajo, pero la acústica de la iglesia es tan perfecta que lo que dice parece resonar por todas partes.

—«Las lágrimas que me han hecho verter, las perdono.

»Los dolores y las decepciones, los perdono.

»Las traiciones y las mentiras, las perdono.

»Las calumnias y las intrigas, las perdono.

»El odio y la persecución, los perdono.

»Los golpes que me hirieron, los perdono.

»Los sueños destruidos, los perdono.

»Las esperanzas muertas, las perdono.

»El desamor y los celos, los perdono.

»La indiferencia y la mala voluntad, las perdono.

»La injusticia en nombre de la justicia, la perdono.

»La cólera y los malos tratos, los perdono.

»La negligencia y el olvido, los perdono.

»El mundo, con todo su mal, lo perdono.»

Ella baja los brazos, abre los ojos y se pone las manos en la cara. Yo me acerco para abrazarla, pero me hace una señal con las manos:

—Todavía no he terminado.

Vuelve a cerrar los ojos y a mirar hacia arriba.

—También me perdono a mí misma. Que los infortunios del pasado dejen de ser un peso en mi corazón. En lugar de la lástima y del resentimiento, pongo la comprensión y el entendimiento. En lugar de la revuelta, pongo la música que sale de mi violín. En lugar del dolor, pongo el olvido. En lugar de la venganza, pongo la victoria.

—«Seré naturalmente capaz de amar por encima de todo desamor, de dar aun desposeída de todo, de trabajar alegremente incluso a pesar de todos los impedimentos, de tender la mano a pesar de la más completa soledad y abandono, de secar lágrimas aun llorando, de creer aun siendo desacreditada.»

Abre los ojos, pone las manos sobre mi cabeza y dice con toda la autoridad que viene del Cielo:

—Así sea. Así será.

Un gallo canta a lo lejos. Es la señal. La cojo de la mano y salimos, viendo la ciudad que empieza a despertar. Ella está un poco sorprendida por todo lo que ha dicho, yo siento que el perdón ha sido el momento más importante de mi viaje hasta ese momento. Pero no es el último paso, necesito saber qué ocurre cuando acabo de leer la carta.

Llegamos a tiempo de desayunar con el resto del grupo, preparar las maletas y dirigirnos a la estación de tren.

—Hilal va a dormir en el compartimento vacío de nuestro vagón —digo.

Nadie comenta nada. Imagino lo que están pensando y no me molesto en explicarles que no es lo que piensan.

Korkmaz Igit —dice Hilal.

Por la cara de sorpresa de todos —incluso de mi intérprete—, aquello no debe de ser ruso.

Korkmaz Igit —repite—. En turco, el temido sin valentía.

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