Alaska

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VI. MUNDOS DESAPARECIDOS

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tlingits se vengaron con una serie de violentos contraataques, que el general Davis interpretó como una peligrosa sublevación contra el gobierno de los Estados Unidos. Envió un barco cañonero a la aldea rebelde y ordenó que se bombardeara el lugar: la aldea quedó completamente destruida y los

tlingits sufrieron muchas bajas.

En consecuencia, se rompieron las relaciones entre las fuerzas de ocupación y los

tlingits, con lo cual dejaron de llegar alimentos frescos a la ciudad. Creció la tensión, hasta el punto de que Praskovia, una tarde, cuando volvía de visitar a unos vecinos rusos que tenían problemas, vio algo que la hizo llamar a gritos a su marido.

Cuando los Voronov y los Luzhin llegaron a la puerta principal de la catedral, vieron que en el altar mayor, en el iconostasio y por toda la nave principal de la iglesia, todo lo que se podía romper estaba hecho pedazos; las paredes estaban manchadas de pintura y el púlpito, destrozado. La catedral estaba hecha una ruina; costaría miles de rublos restaurarla, aunque ni siquiera esa cantidad permitiría sustituir los iconos consagrados por el tiempo. Se informó del sacrilegio al general Davis, que se encogió de hombros y absolvió a sus hombres de toda culpa:

—Sin duda, en un momento de descuido se introdujeron algunos

tlingits enfadados.

Aquella noche, los rusos con experiencia en la administración o en los negocios se reunieron en casa de los Voronov para discutir qué se podía hacer para proteger sus derechos, quizá incluso la vida; la opinión general fue que, ya que el general Davis no se hacía responsable del comportamiento de los soldados, lo más práctico sería recurrir al capitán del Primer barco extranjero que llegara a Sitka, y Arkady se ofreció voluntario Para esta misión.

Resultó ser un barco francés, cuyo capitán conocía bien el código naval. Después de escuchar las quejas de Voronov, estalló:

—Ningún general decente puede permitir que sus soldados cometan violaciones.

Se fue directamente al castillo, para presentar una protesta formal. La intromisión indignó a Davis; su ayudante, que oyó el nombre de Voronov entre las palabras del capitán, advirtió al francés que, si volvía a intervenir, «ese cañón sabrá cómo actuar».

Aquella noche, tal vez por casualidad, tal vez a propósito, tres soldados entraron en la casa de Voronov, de quien se sabía que estaba ausente por haber acudido a una reunión de protesta, y trataron de violar a Praskovia, que se resistió enérgicamente y salió rápidamente de la casa, pidiendo ayuda a gritos. Antes de que lograra escapar, uno de los hombres la agarró, la arrastró al interior y comenzó a desgarrarle la ropa.

Los vecinos avisaron a Voronov, que llegó corriendo a la casa, a tiempo para encontrar a su esposa en el dormitorio, prácticamente desnuda, peleándose con uñas y dientes con tres hombres, que se reían como locos. Al ver que llegaba el marido, furioso, seguido por tres corpulentos rusos, escaparon, tal como habían planeado, por una ventana de la parte de atrás de la casa, tras romper los cristales, además de toda la vajilla que encontraron a mano.

Los otros rusos quisieron perseguir a los soldados, pero Voronov no lo permitió. En lugar de eso, recogió la ropa de su esposa, la ayudó a vestirse, y después llenaron apresuradamente tres maletas con todo lo que pudieron meter en ellas. En la oscuridad de la noche, Voronov acompañó a Praskovia y al matrimonio Luzhin junto con sus hijos hasta el puerto, donde estuvieron haciendo señas, en vano, al barco francés. Voronov se quitó los zapatos y la chaqueta, se sumergió en la fría agua y nadó hasta el barco, gritando:

—¡Capitán Rulon! ¡Solicitamos asilo!

En la oscuridad, la familia Voronov y la familia Luzhin huyeron de Sitka.

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