Alabama

Alabama


Primera parte » Capítulo 1

Página 5 de 49

                                         1

 

 

 

 

 

 

                                 Un tiempo después.

 

 

 

La señora Mary Carter salió de su casa y fue a llamar a sus dos hijos, que permanecían en el garaje, situado en la parte baja de la vivienda.

Mike era el mayor y John era dos años más joven que el primero.

–Mike, necesito que me hagas un favor – solicitó Mary.

–Tú dirás.

–Acércame, en un momento, al centro, quiero ir a la peluquería. Estoy hecha un desastre y me gustaría arreglarme un poco el pelo.

–De acuerdo, no te preocupes. Ahora mismo voy a por las llaves. Espera un segundo y no te muevas de aquí. – contestó el hijo mayor, que ya disfrutaba del permiso de conducir.

El joven entró en la parte de arriba de la vivienda, cómo un relámpago y se cruzó con la criada Lucrecia. La sirvienta  tuvo que hacer un brusco movimiento para evitar chocar con él.

El señor Carter levantó la mirada del diario, cuando el chico irrumpió en el salón. Este introdujo la mano dentro de un cofre, que había en el mueble librería, y extrajo las llaves del coche, para poder llevar a su madre a la peluquería y de paso tomar una cerveza e incluso quizás, ver a alguna hermosa muchacha.

De  un  impulso,  se  precipitó deslizándose  por  la  barandilla del porche y de un certero salto se plantó en la puerta del garaje, ante la mirada de su madre y de su hermano John.

–Hijo, te he dicho muchas veces, que  algún  día  te  matarás. Esas  no  son  formas  de  bajar  las escaleras – advirtió  Mary –. No sé cómo  decírtelo, para  que  te des cuenta. Ya eres bastante mayor para hacer esas tonterías.

Mike entró en el coche y accionó el motor de arranque. El vehículo no tardó  en  rugir en el interior del garaje.

–Yo también quiero ir, me gusta mucho ir al centro – exclamó John y se montó en el auto.

 

 

Al poco tiempo, el auto se detuvo en la puerta de la peluquería y tras aparcar,  después  de hacer una gran  maniobra, un grupo de jóvenes se aproximó a ellos. La señora Mary desapareció en el interior de la peluquería.

–Hola Mike, veo que te ha costado mucho  aparcar. Se nota que tienes hace poco el carnet de conducir ¿qué hacéis aquí? – preguntó un joven que tendría la misma edad que el mayor de los Carter.

–He venido a traer a mi madre y por cierto, es verdad que hace poco que tengo el carnet, pero por algo se empieza. Yo  por  lo menos tengo carnet de conducir, no cómo tú.

–Mi hermano tiene mucha razón – coincidió John.

–Está bien, vamos a tomar unas cervezas. Seguro que estará Larry y nos reiremos un rato con él – sugirió Billy despidiéndose del grupo de amigos con los que se acababan de encontrar.

–Sí será lo mejor – sentenció Mike –.Vamos a ver qué nos cuenta, esta vez, nuestro amigo.

Los tres jóvenes entraron en el bar, y no tardó en llegarles a los oídos la música  que tocaba un parroquiano, ya conocido por ellos.

El músico, un conductor de autobuses, extraía de su flamante guitarra acústica unos acordes de una balada country. Encima de donde estaba sentado, una enorme y colorida bandera sudista presidía el singular local, cuyo interior estaba totalmente forrado de madera y en unas de las paredes había colocada una cabeza de vaca, de la cual solo quedaban los huesos, y fotos de individuos vestidos de blanco y con capuchas, que posaban alrededor de una cruz que estaba cubierta en llamas.

El guitarrista paró de tocar y dejó escapar un sonoro bramido, imitando el aullido de un coyote. Un grupo de hombres que estaban apoyados en la barra tomando  unas cervezas, se giraron para celebrar y aprobar la ocurrencia de Larry.

El propietario del bar sacó una gorra confederada, de detrás de la barra y la lanzó por el aire al hombre que sostenía la guitarra y que tendría entre los cuarenta y los cincuenta años.

Por un momento el júbilo se adueñó del lugar.

–Viva la confederación y muerte a los putos negros e indios – estalló, alzando la gorra y dirigiéndola hacia la bandera sureña. Después se dirigió a los recién llegados –. Mirad a quién tenemos aquí, al futuro de la gran esperanza blanca. La juventud. Rápido, sirve a estos muchachos unas cervezas, se lo merecen. Yo invito. Ellos son los que de verdad van a cambiar las cosas en este país, estoy muy seguro de esto. Tengo mucha confianza puesta en ellos y sé que no me van a defraudar.

–No lo dudes. Arriba el poder blanco y muerte a los mestizos – exclamó Mike alzando el brazo al estilo fascista.

A John no le agradó nada el gesto que hizo su hermano con el brazo.

–Así me gusta, muchacho. Bien hecho. Con actitud. Algún día de estos, el sur volverá a renacer – afirmó Larry –. Y los negros sabrán quiénes somos nosotros y de lo que somos capaces de hacer. La gran hegemonía blanca volverá a conseguir el poder.

–Ya lo creo – afirmó Mike –. Y cuando eso ocurra, todos los negros tendrán que desaparecer del país y estoy seguro de que al final, el resto de países que tengan un poco de sentido común seguirán nuestros pasos y optarán por tirar a los negros y demás gentuza fuera de sus fronteras. Y la raza aria, por fin, dominará el mundo.

–¿Y qué me dices de los malditos judíos, Mike? – preguntó Larry en un tono animado por las cervezas que había consumido.

–Qué son muy malos. A lo largo de la Historia, han sido perseguidos y  masacrados  por  todas  las civilizaciones. Incluso los soviéticos los persiguieron, al igual que el gran Hitler,  que  cometió  la  mayor grandeza en la Historia de la Humanidad, al exterminar a millones de judíos, mestizos… Estos malditos sionistas  quieren  hacerse  con el capital, que pertenece al pueblo, al futuro de la juventud. A la grandeza blanca.  ¡Viva  Hitler,  hey,  hey, hey! – el  muchacho  comenzó  a golpear su pecho con brusquedad, para finalizar extendiendo el brazo, repetidas veces, hacia la bandera confederada.

Larry miró con orgullo a su compañero y volvió a tomar la palabra:

–Así me gusta, muchacho. Eres un auténtico sureño, el orgullo del poder blanco. Vas a llegar muy lejos. Lo sé. Sin embargo, a tu hermano no le veo que sea tan sureño. Nunca comenta nada sobre todo este interesante asunto.

–Tienes mucha razón. Todo lo del rollo del poder blanco, y demás me parece  una gran tontería. En mi opinión, es una manera de pensar bastante primitiva. Y además, habláis sobre los nazis, sin saber, que mientras los alemanes iban en taparrabos y no tenían ni escritura, los judíos construían grandes civilizaciones.

–De eso nada, John, somos de Alabama y sabemos de lo que hablamos. Arriba  la confederación – gritó Mike.

–¡Arriba, eso es! – gritó Billy, que hasta el momento no había intervenido en la conversación.

–Muy bien, fantástico. Qué se note que somos del sur – afirmó el camarero abriéndose una cerveza.

Después de un silencio y unos tragos, Larry volvió a retomar la conversación:

–Decidme, ¿os gusta salir por la noche algún fin de semana? Yo puedo enseñaros unos cuantos sitios muy interesantes donde poder ir. Lo podríamos pasar muy bien, persiguiendo a los negros por las calles y viendo chicas guapas. Sería muy divertido. ¿Verdad, John? ¿Tú qué piensas?

–Yo...

–Pues  la  verdad, no estaría nada mal, Larry – admitió Mike cortando la respuesta de su hermano –. Sería interesante ir a un café de esos que solo pueden entrar negros y molestarles cuando salgan del local. Es muy divertido verles correr por las calles. Es entonces cuando notas la superioridad que tenemos sobre ellos. Y te das cuenta de que son solo mierda. Unos auténticos desechos y escoria de la naturaleza.

–Así es, Mike. Nosotros somos mucho más superiores que las demás razas.

–Yo siempre tengo la razón.

–Vamos hombre, ahora no te hagas el listo. ¿Sabes una cosa?

–No, dime.

–Cuando hablamos sobre estos temas, se me pone una agradable sensación en el pecho, no sé cómo explicarlo. Sé que estamos haciendo algo por lo que de verdad merece la pena luchar. El día de mañana, nuestros hijos, nietos... nos lo agradecerán. La honrada humanidad reconocerá, de algún modo, nuestro solemne esfuerzo.

Mike que estaba, por completo, hechizado con las palabras de Larry afirmó:

–Estoy seguro de que así será.  

 

De repente, los ojos de John, que había  permanecido callado durante  casi  todo el tiempo, se dirigieron hacia la figura de una muchacha llamada Alabama, que acababa de entrar en el local. Esta llevaba un llamativo vestido y su pelo rubio platino, que le caía por la espalda, llamó la atención del joven de los Carter.

Para gran sorpresa de John, la chica le dirigió una intrigante mirada, que lo llenó de una agradable satisfacción. Y no era para menos, que una chica como aquella, se dignara a mirarle hubiera llenado de gozo a cualquier muchacho de su edad, que se hubiera encontrado en tan privilegiada situación.

–Mirad que hija más guapa que tengo – exclamó Larry, sabiendo que los presentes ya la conocían –. Es la más bonita de la ciudad y de seguro de todo el sur. Y qué diablos, de todo el país.

–Lo que más me gusta de ella es el nombre Alabama. Mejor nombre no podría  tener –  dijo Mike –. Hermano será mejor que nos vayamos haciendo la idea de irnos. Nuestra madre tiene que haber terminado ya y nos estará esperando junto al coche.

  La muchacha observó a John y este sintió una opresión en el pecho.

–¿Estás sordo?

–¿Qué es lo que quieres?

–¡Qué nos vamos!

La protesta de Mike lo sacó del embelesamiento, y en verdad, era incapaz de saber cuánto tiempo había transcurrido.

John abrazaba el convencimiento de que aquella muchacha había penetrado en su corazón y en su mente, de tal forma, que iba a ser muy complicado dejarla salir.

–Bueno, acordaos de este sábado. No se os olvide. Lo pasaremos en grande. Estaremos por aquí, tomaremos algo y luego os llevaré a que conozcáis unos cuantos sitios que seguro que os gustarán. No os arrepentiréis.   

Cuando Larry terminó de hablar los hermanos y Billy se dirigieron hacia la calle. Tras despedir a Billy, se encontraron con su madre y a Mike le llamó la atención el gesto de repugnancia que compuso Mary en el rostro.

–Mirad a esa negra que se acerca por la acera, es la misma que hace unos años me vomitó encima en el autobús y me ensució un caro vestido que me regaló vuestro padre, para mi cumpleaños – aseguró Mary –. Era una mocosa, que decía que estaba mareada y se negó a cederme el asiento delante de toda la gente del autobús. Qué vergüenza pasé. Nunca se me olvidará – admitió –. Y todavía continúa con las protestas en contra de la segregación. E incluso se rumorea, que es amiga del nuevo pastor. La verdad es que no me extrañaría, de esa negra me espero cualquier cosa y de él, también. Algún día, se meterán en un buen follón y espero que ese momento llegue pronto. Me gustaría, poder ver cómo arde en el mismísimo infierno. En verdad, no se merece nada mejor.

Rosa Parks pasó por delante de ellos sin cambiarse de acera como de normal hacían los negros cuando veían a un grupo de blancos. Este hecho dejó atónitos a los miembros de la familia Carter, lo que les hizo reaccionar tarde.

Cuando se dieron cuenta, la mujer ya había pasado ante ellos.

–Maldita negra, ¿quién te habrás creído qué eres? Nosotros somos blancos, gente honrada y tú no eres más que escoria – se indignó Mike, que veía como la mujer mantenía la cabeza en alto hasta que desapareció al llegar a una esquina.

–Vamos, madre, no le hagas caso. El día menos pensado le daré un buen susto. Lo que te hizo esa maldita bastarda en el vestido no se me olvidará nunca y te vengaré. Tienes mi palabra de honor.

–No digas tonterías, Mike, debió de tratarse de un accidente. La chica se encontraba muy mal, eso es todo. No hay que ser tan rencorosos. A todo el mundo le puede ocurrir algo parecido. Simplemente estaba enferma. ¿Tú nunca has estado enfermo?

–¿Qué estás diciendo, John?

–Lo que estás oyendo.

–Parece que no seas un Carter...

Mary confundida por las palabras de su hijo menor decidió intervenir en la discusión.

–Tu hermano está en lo cierto. Te hemos dado una educación que recibimos de nuestros antepasados, ¿quién te está metiendo todas esas patrañas en la cabeza? Me gustaría saberlo. Esa forma de pensar que tienes no es la de un chico de este estado.

–No te preocupes, madre, déjalo estar. Está tonto. Volvamos a casa. No merece la pena discutir con él. Lo mejor es dejarlo por imposible.

–Sí, hijo, se está haciendo tarde, será mejor que regresemos a casa. Vuestro padre tiene que tener mucha hambre y estará impaciente.

–Y nosotros también – coincidió Mike.

–Vamos  a  ver  que  ha  hecho para comer Lucrecia – sugirió John.

–Ya era hora de que te oyera decir algo sensato. Porque últimamente no dices más que tonterías.

–Mira quién habla. El que siempre está diciendo chorradas.

–Yo no digo tantas sandeces como tú, mocoso.

–No soy ningún mocoso.

–Será mejor que te limpies los mocos de la nariz.

–Vale, ya está bien por hoy. No os quiero volver a oír.

Mary y sus hijos ascendieron al vehículo y abandonaron el centro de la ciudad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ir a la siguiente página

Report Page