Alabama

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Primera parte » Capítulo 2

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El señor Carter estaba postrado en la ventana, tras la cortina, viendo como el coche conducido por su hijo se detenía en la puerta de la gran vivienda.

Con rapidez, volvió a besar con pasión a la sirvienta mientras le decía:

–Ha llegado ya mi esposa, será mejor que continúes con tus obligaciones. No me gustaría que sospechara nada de lo nuestro, querida – aseguró el juez besando a su amante y acariciándole el pelo.

–Sí, será lo mejor. No quisiera meterte en un compromiso. Ella es más importante para ti que yo.

–No digas eso, cariño.

–Es cierto.

–Sabes lo que significas para mí. Estoy loco por ti y eres consciente de ello. Por lo menos podemos amarnos. Podría ser mucho peor. ¿Nunca lo has pensado?

–A escondidas...

–Más vale eso que nada – afirmó el juez.

–¿Tú crees?

–Claro, seguro. A fin de cuentas, somos afortunados porque estamos juntos y nos tenemos el uno al otro.

–No sabes lo que dices.

–Sé muy bien de lo que hablo. Ven aquí ahora mismo – exigió el juez con la convicción que tienen los que están acostumbrados a que se les obedezca.

–Ahora no te quiero – la mujer dejó escapar una picara sonrisa que provocó en él otro estallido de virilidad.

  Por culpa del lívido el hombre era incapaz de hablar y se fijó en la cintura de la mujer, esa parte del cuerpo de la negra que tanto le excitaba, lo atormentaba, sobre todo cuando la hacía balancear sensualmente al caminar.

–Bueno, me voy, Mary estará a punto de llegar y querrá que esté todo limpio y preparado.

La mujer se acomodó el vestido y reanudó su trabajo. El señor Carter observó la exuberante figura de Lucrecia hasta que salió de la estancia.

La fisionomía de la mujer se desplazaba describiendo insinuantes curvas que se contoneaban ante los libidinosos ojos del hombre.

A los pocos minutos la esposa del juez entró en la vivienda y se cruzó con la sirvienta que, en ese mismo instante, salía del salón comedor.

Mary miró de forma inquisitiva a Lucrecia y esta intentó esquivar su mirada.

–Estás preciosa, querida. Te han dejado un pelo magnífico – observó el juez Carter.

–Gracias. Te noto la voz muy rara, ¿ocurre algo?

–Nada, tranquila, es que me he quedado mudo ante tanta belleza.

–No seas tan exagerado.

–No estoy exagerando, créeme. Digo lo que pienso.

La esposa se abalanzó y rodeó a su marido fundiéndose en un apasionado beso.

Desde detrás, la sirvienta que se encontraba en la puerta vio al matrimonio abrazado. Se dio la vuelta y prosiguió con sus quehaceres.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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