Alabama
Primera parte » Capítulo 5
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Al final la noche se interpuso al día y acabó por inundar con sus sombras la población.
Sentado en la parte trasera del pick- up de Larry, John observaba el ambiente del sábado. Ante él se abría un nuevo universo por descubrir, la noche.
Debido a su corta edad el chico había disfrutado muy poco de las noches. El joven desde su asiento, miraba a las lindas muchachas que andaban por las aceras, vestidas con pulcros vestidos, y que al caminar hacían contornear sus exuberantes figuras.
–¿Te has fijado en las chicas, o solo estás pensando en quién yo sé? – preguntó riendo Mike.
–Vete al infierno, hermano.
–¿Te gusta el ambiente, John?
–La verdad es que no está nada mal – contestó el joven en el momento que cogía una lata de cerveza que le daba su hermano.
–Pues esto no ha hecho nada más que empezar – rugió Larry.
Mike dejó escapar un aullido.
Cuando llegaron a un semáforo con el disco en rojo, un coche patrulla se detuvo junto a ellos.
–Buenas noches, agente.
–Buenas noches.
–¿Cómo va el servicio?
–Muy bien, Larry. De momento está siendo tranquilo. Esperemos que esta noche no nos den mucho trabajo – contestó el policía, inspeccionando con la mirada el interior del vehículo –. Si vas con los hijos del juez Carter – se asombró el sheriff –. ¿No estaréis tramando nada malo, verdad chicos?
–No, tranquilo.
–Vale, será mejor que te apartes a un lado de la calzada, con mucha precaución. Quiero hablar un momento contigo. No tardaré mucho tiempo. Quiero dejarte algo claro, espero que esta vez me escuches y no hagas lo de siempre, hacerte el sordo.
–Tranquilos, no ocurre nada – indicó Larry a sus acompañantes.
El pick – up siguió al coche de la autoridad, hasta que este se detuvo a un lado de la carretera, en el arcén derecho. El agente tras poner las luces reglamentarias, por precaución, se dirigió en voz baja a Larry:
–Mira, deseo decirte algo. Le tengo mucho aprecio a la familia Carter y no me gustaría, nada, que les sucediera algo a sus hijos y encima, enterarme de que tú has sido el causante de algún percance. Sabes muy bien, que el juez tiene muy buena reputación e influencia en Alabama.
–Lo sé, sheriff.
–Ya eres bastante mayor para ir haciendo tonterías ¿Me entiendes? No quiero ningún problema. No hagas ninguna estupidez de las tuyas. ¿Está claro?
–Está claro.
–Ten mucho cuidado con lo que haces. Te lo vuelvo a repetir.
–No te preocupes de nada, solo vamos a tomar unas cervezas. Y después, cogeré el coche y los llevaré de regreso a casa. No haremos nada malo, y evitaré conducir el coche bajo los efectos del alcohol, no tienes porque preocuparte, puedes estar tranquilo.
–Más te vale.
–¿Deseas alguna cosa más?
–No, ya te puedes largar.
–Que tengas un buen servicio.
–Acuérdate de lo que te he dicho, Larry.
Tras las palabras de advertencia se metió en el coche policial y tras incorporarse a la vía continuó patrullando la iluminada ciudad. El coche del padre de Alabama por un momento lo siguió, pero tras hacer un giro, cambió de dirección, alejándose del vehículo oficial.
–Oh, se me ha olvidado la cartera en casa – se lamentó Larry –. No llevo dinero. Qué estúpido que soy, siempre me pasa lo mismo. Esta cabeza mía. Se empieza a notar que me estoy haciendo viejo.
–No te preocupes, yo invito – repuso Mike–. No hace falta ir a tu casa, será un placer invitarte.
–De eso nada. Yo os quiero invitar. Vamos un momento a mi casa, que sabéis que está cerca y cogeré algo de dinero. Fui yo quien insistió para quedar, ¿no os acordáis? Iremos a por mi cartera, no se hable más.
–Vale, Larry, de acuerdo. Tú mandas.
Tras las palabras de Mike, el conductor de autobuses se dio cuenta de que un joven mestizo caminaba por mitad de la acera con aire distraído.
–Mirad a ese mulato. Vamos a darle un susto.
–Es una buena idea.
–¿Qué estás diciendo, Mike? Es el hijo de nuestra criada Lucrecia.
–Ya estás con tus tonterías. Bueno vamos a casa de Larry.
El vehículo siguió su marcha, mientras que Larry observaba al muchacho mestizo con mirada inquisitiva.