Alabama

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Tercera parte » Capítulo 40

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La gente veía cómo los reporteros y periodistas no paraban de hacer preguntas y enfocaban sus cámaras que, sin lugar a dudas, llegarían a todas los hogares del país y a cada rincón del resto del mundo.

Esa noche prometía ser histórica y los participantes juntaron sus codos para reclamar una de las cosas más importantes de la vida: la dignidad.

El sheriff Esteve dio un salto cuando de la emisora de su vehículo surgió la estridente voz de un policía:

–Hemos quedado libres y nos dirigimos al lugar del operativo, cambio.

–Ya era hora, maldita sea... recibido. Id de inmediato, pero por la parte norte, ¿recibido?

     – Vale de acuerdo. Pero, ¿por alguna cosa  en especial?

     – ¡Porque lo mando yo, y no se hable más! – gritó el sheriff y después lanzó sobre el salpicadero del coche el micro de la emisora, lo que provocó un monumental estruendo.

     – Recibido y cambio.

     – Y  a  ti, no  te  quiero  oír hablar – esto último iba dirigido a Mark.

      Los coches patrullas y los furgones cortaron el paso a la manifestación y tras escuchar la palabra clave dicha por Steve, los policías emprendieron una dura carga policial. Las porras de los agentes chocaban contra los cráneos de las personas que desesperadas intentaban huir. La sangre brotaba de las heridas de los desdichados que acababan metidos  a  empujones  o  lanzados en el interior de los furgones policiales.

     Una niña sujetaba de las piernas a su madre mientras esta iba a ser detenida. Un hombre al ver el abuso intercedió y finalmente fue arrestado. La madre logró huir con su pequeña que tenía los ojos marcados por el pánico. El hombre con el rostro ensangrentado les dirigió una atribulada mirada. La gente enloquecida trataba de evitar los golpes huyendo como podían de toda aquella barbarie. No había un solo espacio donde no se estuviera cometiendo una agresión, un abuso.

 

      Brenda cogió del brazo a Jack y abriéndose paso entre la gente se lo intentó llevar de toda aquella locura. Alabama y John siguieron a la pareja. A sus espaldas la gente intentaba como podía librarse de los contundentes golpes. Martin Luther King, quién no daba su brazo a torcer, finalmente fue levantado en volandas por su gente y apartado del lugar. El doctor King Jr lamentaba los hechos y de no haber sido evacuado por sus compañeros, por la fuerza, hubiera acabado detenido y agredido, como el resto de los  manifestantes.

Brenda y el mulato se despidieron de Alabama y de John, y corrieron hacia la casa de la joven.

–Vamos, Jack, en mi casa estará tu madre – dijo la muchacha mientras corría –. Desde hace unos días se juntan mucho por las tardes.

     – Es una buena idea, tengo ganas de ver a mi madre, pero a la vez me siento avergonzado. No sé cómo va a reaccionar cuando me vea. Debe de estar enfadada conmigo y con muchos motivos, no me cabe la menor duda.

     – Se va alegrar mucho de verte. Estaba muy preocupada. Llegó a temer que te hubiera sucedido algo malo – aseguró sin soltar, en ningún momento, la mano de su amigo.

     – Espero que tengas razón.

     – Todos cometemos errores. Lo importante es aprender de ellos.

     – Yo creo que me entenderá.

     – Conociéndola, seguro. De eso puedes estar tranquilo. Ella es consciente de todo por lo que has pasado.

La pareja llegó a la vivienda y fueron recibidos por Louise y Lucrecia.

–¿Cómo estás, hijo, dónde te metiste? Me tenías muy preocupada – quiso saber la asistenta, mientras acariciaba la cabeza de su hijo. No sabes el mal rato que he pasado por ti. Fue una noche horrible. Espero que no se vuelva a repetir.

–Es una larga historia... Y tranquila, no volverá a suceder. Tienes mi palabra. Sé que hice muy mal en marcharme. Que no era la solución, pero estaba muy desesperado. Créeme, mamá, estoy muy arrepentido. No volverá a ocurrir.

     – Eso espero. No creo que lo pudiera soportar otra vez – aseguró Lucrecia.

     – Te entiendo.

     – Lo importante es que está bien – aseguró Louise –. Ahora, será mejor que cenen y nos cuenten todas las noticias sobre la gran marcha. Estoy segura de que tienen muchas cosas de las que hablar.

     –  No sé, mamá. Jack debe de estar agotado y sería bueno que descansara un poco. Tal vez, lo primero que le gustaría hacer es darse un placentero baño – sugirió Brenda mirando a su amigo.

     – Pues la verdad es que no vendría nada mal.

     – Por cierto – volvió a hablar Brenda dirigiéndose a Lucrecia –, tu hijo ha hecho muy buena amistad con el pastor. Si hubierais visto como lo miraba cuando precedía la gran concentración. Estoy muy orgullosa de él. No he conocido a nadie como Jack, es un ejemplo de superación. Y pensar que antes era perseguido y ahora lo aclaman por donde va, es fantástico. Es como un héroe. El hijo pródigo de la lucha por la dignidad.

     – Bueno, será  mejor  que  se  bañe ahora mismo – aconsejó Louise.

     – Sí, tienes razón – coincidió el muchacho.

     – Mientras, nosotras  haremos  algo para cenar – exclamó Lucrecia.

      Brenda guió hacia el baño a su amigo y este se detuvo al ver un retrato que había sobre la mesita que había en el pasillo y que le llamó mucho la atención.

     Jack observaba embelesado la imagen.

     – ¿Qué es lo que miras? Es mi padre Antoni.

  El mulato estaba petrificado.

     – ¿Te ocurre algo?

     Louise y Lucrecia acudieron al escuchar a Brenda.

      El chico se quedó blanco al darse cuenta de que el rostro de la fotografía que tenía delante de él era, nada más y nada menos que, la del hombre que conoció en el cementerio, el enterrador...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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