Alabama

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Primera parte » Capítulo 12

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La sirvienta del juez Carter, tenía una amiga con la cual pasaba las pocas tardes que tenía libres. En una de aquellas veladas la mujer expuso a su amiga el grave problema de su hijo. Louise, que era el nombre de la señora, escuchaba a su interlocutora sin apenas pestañear.

Cuando Lucrecia terminó de hablar, como era habitual en ella, opinó con mucha sensatez:

–Tienes que tener mucha paciencia, es todavía muy joven y eso, debes tenerlo en cuenta.   

–Sí, cierto.

–Pero pienso – volvió a hablar Louise –, que hace mucho tiempo que deberías haberle contado toda la verdad sobre su padre. Sé que es muy complicado, pero te puedo asegurar que, cuando son pequeños, todas estos asuntos son más fáciles de asimilar.

–Tal vez tengas razón, debería haberle contado antes quién es su padre y seguro que me habría ahorrado muchos disgustos, pero se me hacía tan duro.

–Lógico, es comprensible.

–Cada vez que intentaba acercarme a él, para contárselo, había una fuerza dentro de mí tan fuerte, que me imposibilitaba sincerarme con él. No sé cómo puedo explicarlo, es todo tan raro. No me gustaría que pensaras que nunca lo he intentado. Es mi único hijo y lo amo con todo mi corazón.

–Lo entiendo y sé que lo amas, no debes justificarte. Me pasa lo mismo con mi hija Brenda.

–Estoy desesperada. No sé cómo va a acabar esto – comenzó a llorar la sirvienta de los Carter.

–Lucrecia, te comprendo y créeme si te digo que me pongo en tu situación – Louise agarró la mano de su amiga negra para consolarla.

Las lágrimas de la sirvienta mojaron la bata de louise.

–No sé qué hacer.

–Todo se arreglará. Confía en mí.

–Eso espero. ¿Y tú cómo te encuentras?

–Pues intentando superar la pérdida de mi marido – prosiguió Louise –. Lo cual me está resultando muy complicado. Muchas veces recuerdo los momentos que pasábamos juntos y me entristece el saber que ya no volverán, que forman parte del pasado. Cuando pierdes a un ser querido te das cuenta de lo corta que es la vida, de lo insignificantes que en realidad somos.

Tras un silencio, Lucrecia se dirigió a su amiga:

–Me imagino que debe de ser muy duro y traumático tener que hacerte a la idea de que ya no volverás a ver a una persona que ha estado viviendo contigo y compartiendo experiencias buenas y malas durante tanto tiempo.

–Es algo angustioso. Que solo lo sabe  alguien  que  ha pasado por esto – se lamentó Louise.

–Debes de ser fuerte.

–Lo intento, pero no es fácil.

–Lo lograrás. Ya lo verás.

–No sabes lo que daría por volver a verlo. Si tuviera la oportunidad de hacer solo esto – Louise cogió la mano de su amiga –. Volver a notar el contacto de su mano…

–Tranquila que lo volverás a ver. Solo tienes que tener esperanza.

–¿Y dónde crees que lo volveré a ver?

–En el Más Allá, seguro. Y también se te aparecerá en los sueños.

–Pero son solo sueños. No es realidad.

–Los sueños son más reales de lo que nos pensamos.

–¿Y qué es lo que debo de hacer para tenerlo en mis sueños?

–Es muy sencillo. Cuando estés sola en casa, pídeselo, así de sencillo. Dile, que lo quieres mucho y que te gustaría hablar con él.

–Lo haré.

Después de un silencio, Louise volvió a hablar:

–Tú también has pasado malos momentos.

–Sí, pero el padre de Jack, nunca estaba en casa... y yo todavía lo continúo viendo.

–¿Vas a decirme quién es su padre, algún día?

–¿De verdad quieres saberlo?

–Por supuesto.

–Está bien, eres una gran amiga y deberías de saberlo. Creo que ha llegado el momento de decírtelo. El padre de Jack es...

 

La sirvienta no pudo acabar la frase porque Brenda irrumpió en el salón. La muchacha nada más entrar se acercó a saludar a Lucrecia.

–¿Cómo te van los estudios? – se interesó la sirvienta.

–Muy bien gracias, lo he aprobado todo. Estoy satisfecha con los resultados obtenidos en los exámenes.

–Brenda es una brillante estudiante – se enorgulleció su madre.

–¿Y qué quieres estudiar? – se interesó Lucrecia. 

–Me gustaría estudiar algo que estuviera relacionado con derecho o con la diplomacia.

–Díselo, Brenda, Lucrecia es como si fuera de nuestra familia.

–Me gustaría ser abogada y fundar una organización para luchar a favor de los derechos humanos.

–La verdad es que suena muy interesante – afirmó Lucrecia.

La madre de Jack dio un trago a su taza de café y volvió a preguntar:

–¿Cómo tienes intención de hacerlo? Parece muy complicado.

–Bueno, poco a poco se vería, pero en primer lugar, comenzaría intentando contactar con activistas voluntarios para hacer publicidad de la organización y que captaran socios, que estuvieran interesados y dispuestos a aportar aunque fuera una mínima cantidad para financiar el proyecto. Luego una vez tuviéramos una cantidad económica respetable, abriríamos un despacho de abogados para atender las solicitudes de los clientes de una forma individual y quizás con el tiempo hacerlo de una forma más generalizada, en algún conflicto, dictadura... Pero la mayor tarea la tienen los activistas y estoy segura  de  que  no  será muy complicado conseguirlos, hay mucha gente que me apoyaría. Buscaré entre los hippies y los que están en contra de la guerra de Vietnam.

–A estos últimos no te será muy difíciles de convencer. La gente está muy indignada porque aparte de los que están en contra de la guerra en sí, se quejan de que a Vietnam solo van los pobres, los hijos de los ricos no van a luchar y eso es despreciable.

–Como los hijos del juez Carter – aseguró Brenda.

Al oír las palabras, Lucrecia pensó en su hijo y llegó al convencimiento de que quizás su vástago no iba al conflicto por determinación de su padre.

La sirvienta decidió dar por terminada la velada y se despidió:

–Bueno, será mejor que me marche, tengo muchas cosas que hacer en casa y voy a ver qué demonios está haciendo mi hijo.

–Ya sabes, que aquí me tienes y si te encuentras mal de ánimos puedes contar conmigo, cuando tú quieras.

–Lo sé. 

La mujer salió a la calle acompañada de Louise y al instante se difuminó entre la gente que caminaba por la acera.

 

Louise volvió a entrar en su casa y se dirigió al salón a recoger las tazas de café y se acordó de las palabras de su amiga, cuando le dijo que podía intentar hablar con su esposo fallecido, para pedirle que se le apareciera en los sueños.

La mujer juntó las palmas de las manos como si estuviera rezando y susurró, cariño te echo mucho de menos, por favor, visítame en mis sueños. Me gustaría mucho volver a verte. Sentir tu presencia.

Tras la insólita petición, Louise no se sintió en ningún momento ridícula, al contrario, creía en las palabras de su amiga y el simple hecho de haber intentado tener una comunicación con su esposo de alguna manera la reconfortó.

La mujer no puedo o simplemente no quiso evitarlo y sentada en un sillón rompió en un llanto. Cuando terminó de llorar se levantó y se aproximó a un retrato de su esposo que descansaba sobre una mesita y lo besó. Por un momento, se quedó contemplándolo.

El rostro del marido miraba a su esposa con complacida sonrisa. Louise estaba absorta en la contemplación cuando oyó un ruido en la entrada de la vivienda, más en concreto, identificó el sonido que hacen las llaves cuando las agitas y se acercó. Sabía que su hija Brenda no podía ser porque se encontraba en el piso de arriba.

Fue en ese instante cuando sucedió. En una milésima de segundo ocurrió, para quedarse grabado en su memoria hasta el final de sus días; una sombra atravesó delante de ella.

No hubieron palpitaciones, ni exclamaciones de asombro, ni siquiera sintió miedo. La viuda volvió al retrato de su esposo y al cogerlo se percató de que este, sobre el cristal tenía gotas de agua o quizás, fueran lágrimas…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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