Alabama

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Primera parte » Capítulo 13

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     Una mañana, Jack decidió salir de su casa para ir a comprar unas cuantas cosas que le hacían falta para comer. Como su madre servía durante todo el día en casa de la familia Carter, se veía en la necesidad de tener  que prepararse, muchas veces, él mismo la comida.  

Cruzó la calzada y entró en uno de los comercios que suministraban toda clase de frutas, bebidas y otras clases de alimentos a la población.

Al ver las caras de asco de las personas que se encontraban, comprando, en el interior del establecimiento, Jack se arrepintió de haber salido de su hogar. Con visible rapidez, cogió lo que necesitaba y pagó a la gruesa dependienta, con unas cuantas monedas que extrajo de un bolsillo.

Cuando salió se encontró con un grupo de jóvenes de raza blanca que empezaron a gritarle con todo tipo de insultos:

–Miradlo bien, parece mentira. Es increíble cómo huele. Qué asco, es un montón de mierda – aseguró uno de los muchachos.

El mulato escuchaba sin poder reaccionar.

–Sí, parece que no se lava desde hace años. Maldito guarro. Ese no sabe lo que es ducharse – intervino un segundo rapaz –. Lo que hay que  hacer  es  darle  un  buen escarmiento. Tenemos que darle una buena paliza, no se merece otra cosa.

Jack se iba a marchar cuando uno de los muchachos le dio una patada y lo lanzó al suelo. El resto comenzó a darle puntapiés. Pero hubo algo que le dolió más que todas las patadas y puñetazos que recibió, fue oír la palabra bastardo. Al escuchar la temida y odiada expresión se puso en pie de un salto, lanzando a sus agresores al suelo de un solo empujón.

Cuando estos lograron incorporarse, vieron a Jack que se alejaba corriendo a través de la calle y las piedras lanzadas por sus atacantes, en señal de impotencia, le rozaron la cabeza, amenazándolo con un posible traumatismo.

 

Jack logró entrar en su casa y no se percató de que su madre lo estaba viendo desde una de las múltiples ventanas de la mansión de los Carter. Lucrecia observó cómo su vástago era perseguido por los malvados chavales a lo largo de toda la calzada, insultado, agredido, incluso vejado, ante toda la ciudadanía de Montgomery.

Con lágrimas en los ojos, la madre era consciente de que su hijo no podría, por más tiempo, soportar semejantes humillaciones. Y se culpó a sí misma y a sus antepasados, hasta llegó a maldecir a Dios por haberle hecho negra, ante una sociedad que constantemente descargaba su inseguridad en el color de la piel.

Lucrecia estaba en la ventana apoyada, cuando la figura de un hombre de raza negra se detuvo abajo en la calle. Para sorpresa de la sirvienta, el hombre alzó su mirada hasta encontrarse con la de ella y este le mostró un libro que portaba en la mano. La mujer reconoció al hombre, Martin Luther King y al libro... la Biblia.

De improvisto unas gotas comenzaron a mojar la calle y el hombre tras dirigir una sonrisa a la madre de Jack continuó su camino.

Fue entonces cuando Lucecia pensó en lo fácil que resultaría todo si su hijo tuviera fe, si tuviera un motivo por el cual levantarse cada mañana. Una razón por la cual vivir. Ilusionarse. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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