Alabama

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Primera parte » Capítulo 14

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     Una multitud de personas de color rodeaban el autobús de Larry. Los gritos de la muchedumbre se extendían por toda la avenida. El conductor, desde su puesto de trabajo, observaba los acontecimientos, que no paraban de precipitarse.

El coche patrulla del sheriff Steve se detuvo junto al vehículo de transporte público. Otros coches policiales empezaron a aparecer en el lugar con sus señales acústicas, en señal de urgencia.

Esteve descendió del coche oficial y fue directo hacia la cabina del autocar. Su hijo Mark lo siguió.

–¿Se puede saber qué haces? Arranca y prosigue tu camino, atropéllalos a todos si hace falta. No se merecen otra cosa, esos malditos negros – exclamó en voz alta el sheriff –. No son más que basura.

–¿Qué te parece si vamos a comprar algo de merienda? – preguntó Mark a su padre –. Empiezo a tener mucha hambre. Me suenan las tripas. Mira pon la mano en mi barriga y notarás…

–Quieres hacer el favor de callarte de una vez y de dejar de decir tonterías. Estamos hablando algo muy serio. No hay día, que no me hagas pasar vergüenza. No sé que voy a hacer contigo, no debí dejar que te hicieras policía. Eso me pasa por hacer caso a tu madre. Claro, como ella no te tiene que aguantar durante todo el maldito día…

Larry escuchaba perplejo a Steve.

–Vale, papá, no te pongas así. No ha sido para tanto – se quejó Mark.

–No me llames papá, estúpido. No ves que estamos en el trabajo. Ten un poco de seriedad – y después  se  dirigió a la muchedumbre –. Fuera de aquí negratas piojosos, será mejor que os marchéis a vuestras pocilgas. El espectáculo ha terminado.

El agente, ayudado de su porra, empezó a empujar a los ciudadanos que estaban más próximos al autobús. El resto de los policías comenzaron a golpear y a llevarse detenidas a las personas que cubiertas de sangre eran empujadas hasta el interior de los furgones policiales.

La muchedumbre sin control y totalmente desorientada fue dispersándose del lugar como podían, evitando encontrase con los contundentes porrazos, que como un diluvio, surgían, con contundencia, de todas las direcciones.

Alabama y John observaban con impotencia como los policías cargaban contra la gente: niños, mujeres embarazadas, y ancianos, eran golpeados con brutalidad. Incluso les achuchaban a perros. Entre los agentes se llevaban los cuerpos de los arrestados que convulsionaban por recuperar la libertad.

Una anciana que protestó por la dureza de la carga fue apartada y recibió un porrazo. La sangre no tardó en aparecer. John al ver la escena se agachó para socorrer a la mujer mayor y el policía que la había golpeado, con la porra reglamentaria, cogió al muchacho de un brazo e intentó levantarlo. Al oponerse, el hijo de los Carter fue introducido junto al resto de detenidos en uno de los furgones. El caos y la confusión se adueñaron del lugar.

Alabama intentaba acercarse, pero no le fue posible, la gente en su huida desesperada le cortaban el paso. Intentando llegar al vehículo policial donde se encontraba su amigo chocó contra un hombre que huía y acabó estrellándose contra el suelo, lo que evitó que fuera agredida por los guardias.

Alabama se puso en posición fetal y protegiéndose el cráneo con los brazos aguardó con inteligencia hasta que la carga finalizara.

Al cabo de un rato, se levantó y se percató de que la muchedumbre había desaparecido al igual que el furgón donde se encontraba su amigo John. Asustada y exhausta se dirigió hacia la comisaría. De vez en cuando, todavía se cruzaba con algunas personas negras que corrían desesperadas, con las caras desencajadas por la brutalidad racial. Incapaces de asimilar lo que acababa de suceder. Porque había habido muchas otras agresiones, pero esta superaba a las demás.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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