Alabama

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Primera parte » Capítulo 15

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John descendió del furgón y fue trasladado al interior de las dependencias policiales. La gente continuaba increpándolos con toda clase de insultos racistas.

El sheriff Esteve observaba con orgullo como se estaban desarrollando los acontecimientos. Altivo y exultante la autoridad de Montgomery se frotaba la barriga en señal de satisfacción.

Su hijo a su lado lo miraba de reojo, esperando la ocasión oportuna, para poder intervenir. Al fin, se decidió a preguntar:

–¿Cuándo vamos a merendar?  

–Cállate, no me fastidies este espléndido momento.

–Tengo hambre.

–Maldita sea, quieres cerrar el pico de una vez. No eres más que un cateto. ¿No te das cuenta del trabajo que tenemos? Y de todo el papeleo que debemos cumplimentar. Será mejor que te pongas a trabajar o te mandaré de vacaciones, pero forzadas. Créeme, estás acabando con mi paciencia.

El ayudante del sheriff, su hijo, cerró el pasillo de las celdas y las miradas de los cautivos se dirigieron hacia uno de los calabozos, donde Rosa Parks abrió una sonrisa que el resto de prisioneros interpretó con un signo de esperanza. Al ver que los cautivos estallaban en vítores, los policías les golpearon con las porras, introduciéndolas entre los barrotes de las celdas. 

Al instante, surgieron lamentos de dolor provocados por los contundentes golpes.

 

Alabama, que  permanecía en el exterior, decidió ir a casa de la familia Carter para avisarles, sobre todo lo acontecido. En realidad y muy a su pesar era lo único que  podía hacer y estaba segura de que, de alguna manera, se lo agradecerían.

Deslizándose entre los ciudadanos corrió por las calles serpenteantes.

 

El juez estaba leyendo el diario en el momento en que fue sorprendido por los  llantos  de  su  esposa. Bajo el umbral  de la vivienda, la muchacha informaba a los padres de John sobre el fatal desenlace.

El matrimonio escuchaba el relato sin apenas parpadear.

–No puede ser, mi hijo en prisión. No puedo creerlo, con toda la buena educación  que  le  hemos proporcionado – lloraba la madre sin soltar el brazo de su esposo.

En la habitación contigua, Lucrecia escucha la conversación. La mujer no podía dar crédito a lo que estaba  oyendo  y  lamentaba los hechos,  porque apreciaba y quería al joven Carter como si se tratase de un hijo. De hecho, lo conocía desde que era un bebé y no fueron pocas las veces que le había cambiado los pañales. Incluso John era el miembro de la familia con el que la sirvienta tenía mejor trato y más confianza.

En muchas ocasiones, el joven había ido en su busca a la espera de algún consejo. Era el único de la familia Carter que la agasajaba con alguna sonrisa y algunas veces hasta con un beso. 

La humilde mujer no pudo contenerse y rompió en un silencioso llanto.

En la entrada de la vivienda, el matrimonio continuaba con la conversación:

–Cálmate, cariño, debe de tratarse de algún error. Ahora mismo iré a hablar con el sheriff y se va a enterar de  quién  soy  yo. ¿Qué  se  habrá  creído ese

patán? – exclamó encaminándose al garaje para sacar el coche.

–Debemos encontrar una solución – se indignó Mary.

–Ya verás como todo se arregla. Por la cuenta que le trae...

El  Buick  que conducía el juez salió  del  garaje, se incorporó a la calzada  y  puso  rumbo hacia las dependencias policiales.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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