Alabama

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Primera parte » Capítulo 18

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Al día siguiente, Jack se despertó al notar la primera claridad. El sol, con alegría, trataba de abrirse paso entre las rendijas de la persiana, en su desesperado intento de llenar de plenitud cada rincón del planeta. Porque a fin de cuentas, ese era el  cometido del Astro Rey.

Salió de su cuchitril y fue en busca de su madre, que estaba planchando su ropa de trabajo, mientras tatareaba una vieja canción.

Lucrecia fue sorprendida por la inesperada actitud de su hijo:

–Tengo que hablar contigo, ahora mismo.

–Dime, ¿qué es lo que quieres?

–Mamá, tenemos que largarnos de aquí y de inmediato. No podemos quedarnos ni un solo minuto más, en este maldito lugar.

–¿Te has vuelto loco? ¿Y dónde pretendes que vayamos?

–Ya se nos ocurrirá algún sitio.

–Pienso que es una locura.

–De momento, podríamos dirigirnos hacia el norte. Allí por lo menos no son tan racistas como aquí y quizás, hasta podría conseguir un puesto de trabajo. Allí, no saben que soy bastardo y creo que me vendría bien una distracción y tener la cabeza ocupada en otros asuntos. ¿No te das cuenta? Puedo coger una enfermedad. No quiero continuar así, voy a acabar volviéndome loco.

–Hijo todo esto es muy complicado.

–Tú misma me dijiste que debía de poner de mi parte – se indignó el mulato.

–Escucha, todo esto tiene que cambiar – aseguró la mujer, acariciando las mejillas de su hijo –. Hay un pastor aquí en Montgomery, que según parece, quiere iniciar una gran campaña en favor de los derechos humanos y de la igualdad. Creo que ese hombre va a hacer que las cosas cambien por fin. Hay que tener esperanza. El otro día, pasé junto a un restaurante de los muchos que sirven solo a blancos y me di cuenta de que había un numeroso grupo de muchachos de raza negra, que estaban reclamando que se les sirviera. No había visto nunca nada igual. Al final la mayoría fueron detenidos, pero aun así, se les veía cara de satisfacción. Fue magnífico. Nunca lo olvidaré. Estoy segura de que el pastor va conseguir grandes cosas.

  – Sí, yo también he oído alguna vez hablar de él, no lo voy a negar.

Al ver la cara de confusión de su hijo, la sirvienta de la familia Carter volvió a hablar:

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–Pero yo soy un bastardo.

–Tú no eres ningún bastardo – fue la cortante respuesta.

–¿Quién es mi padre? Dímelo de una vez.

–Tranquilo, con el tiempo lo averiguarás, te doy mi palabra de honor. Sabes que no te estoy mintiendo, pronto lo sabrás. Ahora es demasiado pronto y quizás, no estés preparado para descubrirlo.

–¿Me lo prometes?

–Te lo prometo – las palabras no pudieron parecer más sinceras.

Al oír aquella última frase, sintió un inmenso regocijo y alegría. La esperanza de conocer la identidad de su padre volvió a animarlo de tal manera, que tras despedir a su madre fue directo a la ducha y después de enjabonarse a consciencia el cuerpo, permitió que el agua resbalara por su fisionomía y la inmundicia acumulada durante semanas, acabara en el fondo del plato de la ducha, formando un espeso y repugnante remolino, para terminar desapareciendo.

Tras el aseo pertinente se vistió con sus mejores prendas y se dispuso a cruzar el umbral que lo separaba de la cruda realidad.

Lucrecia que continuaba planchando la ropa se preguntó, cuánto tiempo duraría la dicha de su hijo.

 

 

Alcanzada la calle, Jack se dirigió a la tienda de comestibles, pero no había caminado apenas doscientos metros  cuando  un  grupo  de muchachos comenzaron a insultarle. Notó la amenaza y emprendió una vertiginosa carrera, hasta que volvió a la protección del lugar de donde nunca debió salir: su casa.

Tras un fuerte portazo, cerró los puños en señal de impotencia y se encerró de nuevo en su cuarto. Las lágrimas en forma de desesperación brotaron y se deslizaron por sus mejillas.

De pronto, un pensamiento cruzó su mente en lo más remoto de su subconsciente. Ya lo tenía todo claro, abandonaría aquella casa y se dirigiría hacia el bosque, donde conocía un refugio en el cual viviría dentro de muy poco, pero de momento, debía de esperar para organizar bien su nueva vivienda.

Llevaría provisiones para pasar una larga temporada y libros para estudiar y conseguir tener esa cultura que tanto anhelaba y tenía claro que por tiempo no sería.

Sentado en la cama, dentro del cuchitril, veía como las cucarachas e incluso alguna rata, cruzaban por algún lugar del suelo que quedaba libre de toda la porquería acumulada.

Lo tenía todo decidido, al día siguiente iría a la biblioteca para abastecerse de libros de supervivencia, de medicina, filosofía, Historia...

También pensaba en cómo haría para que nadie le reconociera, pero estaba convencido de que hallaría una solución.

Esa noche el mulato durmió como nunca lo había hecho. 

Volvió a sentirse tranquilo. Plácido y exultante el sueño lo abrazó con su embriagador abrazo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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