Alabama

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Primera parte » Capítulo 19

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Estaba a punto de terminar su jornada laboral cuando Larry descubrió a un grupo de personas que invadían  la  calzada. Desde  que ocurriera el incidente de Rosa Parks, era muy frecuente encontrarse con este tipo de incidencias.

El conductor detuvo el autobús en mitad de la calle.

Tumbados sobre la calzada e invadiendo toda la vía pública, el personal realizaba el boicot contra la política racial.

–¿Qué hacen esos malditos negros? Llegaremos, todos, muy tarde a nuestras casas – protestó una mujer que viajaba en el bus –. No hay derecho a esto.

–Estoy muy cansado y tengo ganas de ducharme y relajarme un poco. Solo pido eso. – se lamentó un hombre que leía una novela.

–No se preocupen, no tardará en llegar el sheriff y los dispersarán a todos, ya lo comprobarán. Ya ocurrió el otro día en otro lugar y tras las medidas autoritarias, se solucionó todo de una forma rápida – aseguró Larry –.Ya verán como tengo razón. No deben alarmarse.

–Esperemos  que   llegue pronto. Esta situación es insostenible – exclamó el señor del diario.

 

 

     El  agente  Steve apareció al instante  en  el lugar con su coche patrulla  y  al momento su enorme barriga  se  desplazaba  de un lado para  otro  entre  los  pacíficos manifestantes. Con la porra en la mano amenazaba a las personas. Varios coches de patrulla aparecieron en la zona y tras recibir una señal de su jefe descargaron una contundente carga policial.

Las mujeres fueron arrastradas por el suelo, mientras los policías las cogían por los cabellos. Desde el autobús, el conductor observaba la escena con complacencia.

–Eso es lo que tienen que hacer con toda esa gentuza. No  se  merecen  otra  cosa. Esto antes no sucedía – exclamó un pasajero.

–Sí, así debe de ser. Duro con ellos – coincidió el conductor.

–Y a esos blancos hippies piojosos que les apoyan, también. A la cárcel. Solo quieren que consumir drogas. Que  se  vayan  a  trabajar. Zánganos, eso es lo que

son – gritó el caballero del periódico.

Larry iba a contestar al hombre cuando de repente se acordó de su hija, al ver a toda aquella multitud. Debía hablar con Alabama y dejarle bien claro que el camino que había elegido no era el adecuado. Tenía que prohibir su amistad con John, ese joven que había sido arrestado y le estaba dando tan malas influencias.

Al fin el gentío fue disuelto y el vehículo de trasporte público, para satisfacción de los usuarios, siguió su ruta.

Al mirar su reloj el conductor se dio cuenta de que su jornada laboral, por fin, había concluido. Tras bajar el último pasajero, giró el cartel informativo, que informaba a los clientes sobre el estado del servicio, ocupado o libre, y enfiló hacia el garaje donde aparcaban los autos.

Al llegar se percató de que en la entrada al recinto, había un grupo de hombres  discutiendo con sus compañeros.

–Vosotros los blancos, siempre tenéis más oportunidades para trabajar que nosotros y eso no es justo – se quejaba un ciudadano.

–Estamos en Alabama, y vosotros los negratas sois basura – sentenció uno de los conductores –. Tendríais que volver a trabajar, pero cómo esclavos, así, seguro que no os quejaríais tanto.

En ese mismo instante, se percibió en la lejanía el sonido de unas sirenas y  aparecieron  furgones policiales a toda velocidad, sus luces prioritarias se reflejaban en las fachadas de las viviendas colindantes.

–Será mejor que nos marchemos, ya han habido bastantes detenciones por  hoy – aconsejó  uno  de  los hombres de color, observando como las furgonetas  desaparecían, apresuradas, en el horizonte.

–Sí eso, iros de una vez, malditos negros.

Larry aparcó el autobús y tras despedirse de sus compañeros se dirigió a su casa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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