Alabama

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Primera parte » Capítulo 24

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Cada vez que el mulato entraba en la biblioteca era embargado por la percepción que le brindaban todos aquellos libros colocados en las estanterías. El saber se abría ante él en un inagotable abanico de conocimiento y entretenimiento. Porque a fin de cuentas, pasar las horas en aquel estimulante y placentero lugar, era de las pocas cosas que el joven admiraba de su existencia. Una subsistencia que hasta ese mismo instante se había comportado de forma cruel.

Con una sonrisa de satisfacción, observaba los lomos de los libros. Pero todas esas buenas sensaciones se desvanecieron en el  momento en que notó, cómo una mano se posaba sobre uno de sus hombros.

Jack palideció al darse cuenta de que la bibliotecaria lo había descubierto. Fue a huir cuando la mujer le retuvo sosteniéndolo del brazo:

–¿Se puede saber a dónde te diriges?

–Lo siento, no volverá a ocurrir – se lamentó el joven.

–No te preocupes, no pasa nada – aseguró la señora, para sorpresa de Jack –. ¿Te gusta venir a la biblioteca?

–Claro, me entusiasma.

  – Pero, ¿por qué te disfrazas de limpiadora, y no vienes como un visitante más? Conozco a tu madre hace muchísimo tiempo.

–Porque no quería poneros en un aprieto.

–Ven, sígueme. Esto es como si fuera tu casa. No te tienes que preocupar de nada. Puedes confiar en mí.

Jack siguió a la funcionaria por un largo pasillo hasta que llegaron a una sala.

  Se sentó y sacando fuerzas se sinceró con aquella mujer que de verdad parecía interesarse por él y le iba a escuchar. Le contó todo lo referente a sus problemas con su raza  y  lo  relacionado  con  su condición  de  bastardo.  La funcionaria escuchaba el relato, ya conocido.

Cuando el joven finalizó, Louise añadió:

  – Mira Jack, aunque no te lo perezca, todos tenemos problemas alguna vez y muchas veces es muy complicado el tener que aceptarnos a nosotros mismos. No debes preocuparte por nada, algún día no muy lejano, conocerás quién es realmente tu padre. De hecho, ese momento, está mucho más cerca de lo que puedas imaginar.

El  mulato,  desconcertado, miraba a los misteriosos ojos de su interlocutora y las palabras de la mujer le parecieron a las que su madre continuamente le decía. Por un momento se hizo un largo silencio.

–Yo misma – continuó la bibliotecaria –, no he tenido una vida muy fácil. Pero hay que saber o por lo menos intentar, superarnos a nosotros mismos y con ello, me refiero a los problemas y a las situaciones difíciles.

–Tal vez tienes razón...

–¿Te gustaría ayudarme en la biblioteca?

 

La pregunta tomó por sorpresa al mulato, quién balbuceó una respuesta escueta:

–Sí, claro.

–Estupendo.

–¿Y qué tendré que hacer?

  – En un principio – continuó la bibliotecaria –, te dedicarás a limpiar las estanterías y ordenar los libros por orden alfabético. La gente viene y los desordenan de continuo, no tienen mucho cuidado con ellos. Me serías de gran ayuda, créeme. Y quizás, algún día, podrías conseguir una plaza fija que te mantendría con un puesto de trabajo  para  toda  tu  vida  y no tendrías que preocuparte nunca de quedarte parado. Dime, ¿aceptas?

–Por supuesto, claro que acepto. No hay nada, que me gustaría más, que trabajar rodeado de estos interesantes libros.

–Me alegra oír eso.

–Pero, ¿seguro que no se trata de una broma?

–Te aseguro que no.

Tras la respuesta, la funcionaria llevó a su nuevo aprendiz a un cuarto oscuro y encendió una luz dejando al descubierto varios montones de cajas de cartón apiladas. Jack observó con agrado los bultos donde estaban los volúmenes.

–Quiero  que  empieces  a familiarizarte  con los libros, de momento, ves sacando las novelas de las  cajas y las vas ordenando por orden alfabético. Luego te enseñaré a señalarlas.

–¿Quién los ha traído? – quiso saber el becario.

–La mayoría son donados por ciudadanos que se mudan de casa o no les caben en las estanterías. Por suerte, en este mundo hay gente para todo.

–Peor sería si los tirasen.

–Claro. Bueno, joven, vamos a empezar.

–Me parece perfecto.

 

Jack se puso a seguir las indicaciones de la bibliotecaria, mientras el ruido de sus pasos se alejaban por el pasillo. Al cabo de un rato, la mujer regresó y se sorprendió al descubrir que su aprendiz había finalizado su tarea, para su sorpresa, mucho antes de lo que ella pensaba.

–Muy bien, ya está bien por hoy. Ha llegado tu hora de descanso.

Louise al ver la cara de interrogación, volvió a dirigirse a él:

–Has trabajado muy bien, y tengo muy buenas sensaciones contigo.

–Gracias – balbuceó el hijo de la sirvienta.

–¿Te ocurre algo?

–No, es solo, que no estoy acostumbrado a que me digan eso. La gente no suele tratarme como lo estás haciendo tú.

–Entiendo – a la mujer no se le ocurrió decir otra cosa –. Pasemos un momento a mi despacho.

Acordaron el horario de trabajo y Jack  abandonó  el  lugar  con  el corazón saltando dentro de su pecho. Con  las  pulsaciones  aceleradas, enfiló hacia su casa. Por fin había logrado un puesto de trabajo. La felicidad se adueñó del muchacho, que por un momento hasta logró olvidar sus problemas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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