Alabama

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Primera parte » Capítulo 25

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No llevaba mucho rato caminando por las calles cuando vio al niño de los hierros en las piernas.

Tras saludarse, los dos muchachos se sentaron en silencio en un banco. Jack decidió comenzar la conversación:

–Hola, el otro día te vi y llevabas unas prótesis en las piernas.

–Sí, tienes razón.

–¿Por qué ahora no las llevas?

–El médico me las ha quitado. Bueno, la verdad es que el otro día corriendo se me desprendieron.

–Sí, es cierto, yo lo vi. Menuda velocidad cogiste, no había visto nunca a nadie corriendo igual– afirmó el mulato, dándose cuenta de que el muchacho no mostraba signos hostiles hacia él.

–Me gusta mucho correr. Si pudiera, estaría siempre corriendo. Es algo que llevo haciendo desde el mismo instante en que me puse en pie.

–Parece interesante.

  – Cuando corro soy capaz de olvidar todos mis problemas, es algo fantástico.

Los dos muchachos detuvieron la conversación al observar como un grupo de jóvenes cruzaban la calzada portando pancartas en contra de la guerra de Vietnam. Una chica rubia, con los ojos azules, se separó un momento de sus amigos y se acercó al banco.

–Hola, chicos, ¿qué pensáis sobre la guerra?

–No  me  gusta, hay  mucha  gente perdiendo la vida – indicó Jack.

–Yo opino lo mismo – coincidió el Niño Corredor.

–Nos han metido en esta maldita guerra  sin  pedir  nuestra opinión – aseguró la hippie –. Todo lo hacen igual.

La joven dio una calada a su porro de mariguana y continuó diciendo:

–Sois geniales, con gente como vosotros, llegaremos lejos. Por cierto, se está organizando una gran movilización en contra de la segregación racial, espero que nos veamos allí.

–Vamos, deja a los chicos tranquilos – gritó uno de los amigos de la hippie –. Tenemos prisa acuérdate de que hemos quedado en los jardines de la facultad.

La aludida se giró y contestó:

–Está bien, ya voy. Recordad, paz y amor.

Se inclinó y besó a ambos en las mejillas. Los dos se sorprendieron de lo que acababa de hacer la muchacha. Cuando esta se alejó el mulato preguntó:

–¿Te gustaría ser mi amigo?

–¿Cómo? – la pregunta sorprendió al corredor.

–Me extraña mucho que me hables, soy mulato y además me llaman bastardo...

–No soy racista y lo de bastardo, pienso que todos somos hermanos e hijos de Dios.

Los dos nuevos amigos se quedaron sentados un buen rato más en el banco y las sombras comenzaron a alargarse debido a que el sol empezaba a fundirse en el horizonte. Una agradable brisa se levantó suavizando aquella tarde veraniega.

 

 

Después de despedirse, Jack se levantó del banco y se dirigió hacia su hogar. Antes de entrar en su casa se acercó a la mansión de los Carter, para ver si veía a su madre en el interior de la gran vivienda.

En una milésima de segundo, toda la alegría y satisfacción que le había colmado al tener un amigo y un trabajo, se borraron de su semblante al descubrir tras la ventana a su madre besándose con el juez Carter. Los peores pronósticos aparecieron en su mente, él era hijo del popular juez.

Cabizbajo fue a su casa y en su mente se agolpaban preguntas sin respuestas. Pero lo que tenía muy claro es que a pesar de saber quién era su padre abrazaba el convencimiento de que jamás iba a poder disfrutar de una relación normal entre padre e hijo, porque el juez nunca reconocería su paternidad. Toda la popularidad del señor Carter se vendría abajo, en el momento en que este hiciera público que era padre de un mulato y lo peor de todo, reconocer las múltiples infidelidades causadas a su esposa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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