Alabama

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Primera parte » Capítulo 26

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Estaba Larry jugando solo al billar en el momento en que Mike entró en el local. Al ver al joven se dirigió hacia él.

–Amigo, me gustaría hablar un momento contigo.

–¿De qué se trata?

–Tengo  que  contarte algo  –  solicitó  el  padre de Alabama –. El otro día fuimos Mark y yo al campamento indio a incendiarlo...

El hijo del juez se echó las manos a la cabeza:

–¿Estás loco, cómo se te ocurre hacer algo así, sin avisarme? Y encima vas con el hijo del sheriff, qué está medio tonto. No debías haberlo hecho o tenías que haber ido conmigo, no con ese estúpido.

–No quería molestarte.

–Mark te meterá en un buen lío. Ya lo verás. Ese maldito tipo no tiene sesera. Es tonto de remate.

Larry hizo un gesto al joven para que tomara asiento y prosiguió:

–Bueno, déjame que te cuente lo que ocurrió. Estuvimos mucho rato esperando a que se hiciera completamente de noche y que estuvieran todos durmiendo para llevar a cabo la misión. Pero los ladridos de los perros lo estropearon todo y en la huida tuve la mala suerte de perder la gorra de béisbol – el conductor de autobuses detuvo la conversación, para dar un trago a su cerveza.

–Tranquilo amigo, no te preocupes, ya te regalaré otra. Son muy baratas y fáciles de encontrar.

–¡Imbécil, la gorra que perdí fue la que me regalaste! No te das cuenta, pueden acusarme del incendio.

–Y ahora, ¿qué vamos a hacer?

–He tenido una idea, había pensado que como eres el hijo del juez, podrías hablar con el sheriff para que encuentre una solución, no sé... O quizá sería mejor inventarnos alguna mentira. No debe de haber ningún problema, teniendo en cuenta que su hijo se encontraba en el lugar del incendio, seguro que nos dará la razón, y hará cualquier cosa para que su hijo no sea culpado del incendio del campamento. Es una buena idea, ¿no crees? Dime cuál es tu opinión.

–No comprendo nada de lo que me quieres decir, Larry, podrías ser un poco más claro. Muchas veces no entiendo lo que pretendes decirme.

–Tal vez, podríamos contarle al agente Steve – el conductor bajó el tono de voz –, que fuiste tú, quien incendió el campamento. Recuerda que eres el hijo del juez, no puedes tener ningún problema.

–¿Estás loco, cómo vamos a decir una cosa así?

–¡Demonios, son solo indios y estamos en Alabama! – estalló levantándose de su silla y se dirigió a la barra para pedir otra cerveza –. Da igual, olvídalo, si ocurre algo ya hablaremos con el sheriff. Y sino, que me metan en la cárcel, qué más dará, ¿verdad, Mike? A ti te da igual que yo acabe dentro de una lúgubre celda.

–¿Cómo puedes decir eso? Sabes que te aprecio mucho. Sería muy duro para mí si te metieran en prisión.

–No sé si creerte.

–Por cierto, me gustaría preguntarte algo – quiso saber Mike.

  – Vale, dispara, ¿de qué se trata?

–¿Por qué no dejas que tu hija salga con mi hermano John? Que yo sepa él no ha hecho nada malo.

  – Muy sencillo, porque tu querido hermanito es muy amigo de los negros y los indios y está dando malas influencias a mi hija. Eso es todo. Y además, sé que últimamente va mucho por la iglesia bautista a ver a un pastor al que llaman Martin. No me gusta nada ese tipo, después del incidente de la negra que se negó a ceder el asiento a un blanco, no para de molestar. De continuo, está dando discursos a los negros, sobre igualdad racial y no sé que tonterías más.

–Yo hablaré con él, no te preocupes.

–¿Seguro?

–Sí.

  – Sería fantástico. Es una pena que alguien le este influenciando tan mal. Tiene que darse cuenta de que la raza blanca es superior a cualquier otra. De que las demás deben ser sumisas a la raza aria.

–Tienes toda la razón. No sé que decir, estoy muy arrepentido. Creo que yo tengo algo de culpa, en todo esto, por no haber hablado antes con él.

  – Tenías que haberle enseñado el verdadero camino. La única verdad. La supremacía de nuestra orgullosa raza.

Tras la frase se hizo un largo silencio.

–Escucha con atención, Mike – Larry acarició la cabeza del muchacho –, yo tengo muchas ilusiones puestas en ti. No me desilusiones. Os he hablado muchas veces de la importancia de todo esto. La juventud está como dormida y la gente mayor, parece no darse cuenta del grave problema que nos amenaza. Dentro de muy poco no podremos ni salir tranquilos a la calle. Esta será un nido de delincuencia donde los asesinos y violadores andarán a sus anchas, cometiendo todo tipo de delitos. Incluso tu padre, un hombre de bien y de ley, podría tener algún incidente. Hazme caso, recuerda lo que hizo Hitler, o cometía un genocidio o los malditos judíos se iban adueñar de toda Europa. Quizás aún no sea demasiado tarde y el mal se pueda reparar. Por eso necesitamos tener a la juventud aria para poder conseguir nuestros objetivos, porque vosotros sois el verdadero motor de la causa blanca, una misión que logrará que todos los hermanos blancos puedan ir por la calle con seguridad y dignidad, donde la ciudadanía recuperará de nuevo los valores cívicos y el respeto, antes perdidos por culpa de los salvajes. Cuando estés en tu casa con John, háblale sobre este delicado asunto. Qué entre en razón – Larry levantó el tono de voz –. Por el bien de todos, enséñale el camino verdadero, el correcto. El único.

–Tranquilo, así lo haré.

Larry apuró de un trago su cerveza y añadió:

–¿Sabes? realmente me gusta tu hermano, es muy bueno. Solo tiene ese pequeño defecto, si no fuera por eso...

–Tranquilo, Larry, déjalo en mis manos.

–Confío en ti, hermano blanco.

–Lo sé y no te arrepentirás.

–Eso espero...

 

 

Mike dejó de hablar al ver como la furgoneta de los indios se detenía en la puerta del bar. Zorro Negro, acompañado de varios hombres se acercaron a la mesa que estos ocupaban.

–El  otro  día, hubo  un  incendio  en  el campamento – comenzó el musculoso indígena –, y estamos convencidos de que no fue un accidente, alguien prendió fuego al poblado, pudo ser una tragedia. Si no nos llegan a advertir los perros, podrían haber muerto muchas personas. Y ser una desgracia, una masacre.

–¿Y qué quieres de mí? – quiso saber Larry, conociendo la respuesta.

–Estamos convencidos de que fuisteis vosotros.

–¿Y cómo estáis tan seguros?

–Encontramos esta gorra en el suelo, junto al campamento – Zorro Negro, mostró la prenda.

  – ¿Y eso es una prueba?

–Mira, Larry, nosotros no tenemos nada contra vosotros, ¿por qué no nos dejáis vivir en paz? Toda nuestra existencia se ha reducido a ese mísero poblado. Vosotros no podéis irrumpir y mucho menos atentar contra nuestro pueblo, me estoy viendo obligado a ponerlo en conocimiento del presidente y estoy seguro de que a la opinión internacional no le va a gustar nada. Aunque os parezca mentira, en Europa, estamos muy bien vistos y al presidente no le gustará ver como su popularidad baja fuera de sus fronteras. Y ya tiene bastante con el conflicto de Vietnam...

–Esa gorra es mía, yo se la regalé a Larry – aseguró Mike para sorpresa del padre de Alabama.

Tras una pausa el nativo preguntó:

–Entonces, ¿fuiste tú?

–No, la gorra se la olvidó a Larry en mi casa y creo que puedo imaginar quién debió de cogerla, para luego tirarla a las afueras del campamento y después provocar el incendio. Así todas las sospechas caerían sobre nosotros al ser Larry el propietario de la gorra, todo el mundo la conoce porque siempre la lleva puesta.

–¿Estás seguro de lo que estás diciendo? ¿Sabes quién fue?– fue la pregunta del indio.

Tras un intenso silencio, Mike contestó:

–Sí, fue el hijo de nuestra sirvienta… Jack.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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