Alabama

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Tercera parte » Capítulo 42

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     Jack y Brenda se dirigieron corriendo hacia la casa afectada por la explosión, la cual se localizaba cerca de la biblioteca. Al llegar al lugar, se encontraron con una concentración de curiosos, la gran mayoría de raza negra. La policía, en ese mismo instante, comenzaba a extender un gran cordón policial alrededor de la vivienda, separándola de la gran expectación ciudadana. Un grupo de judíos observaba la parte de la vivienda que más había sido afectada. La impotencia se reflejaba en sus rostros. Por suerte todo había quedado en daños materiales, pero podía haber sido una gran desgracia, si los propietarios del inmueble se hubieran encontrado en el interior, en el momento de la explosión.

     La familia, apartada, estaba desolada. No había lugar para la esperanza y mucho menos para el consuelo. En un momento como aquel, las buenas palabras sobran y los hechos, por desgracia, se interponen a la triste realidad.

     Jack se separó un momento de Brenda y se acercó al grupo de afectados:

     – ¿Veis lo que está pasando? Deberíais estar con nosotros. El pastor King no tiene otro propósito que conseguir la paz y la tranquilidad y su lucha solo se centra en destruir cualquier intento de segregación. Parece mentira que no os deis cuenta.

     – El muchacho tiene razón. Estoy seguro de que esto, sin lugar a dudas, es obra del K.K.K – aseguró un hombre de raza negra mientras señalaba con un dedo la casa devastada.

     Entre la multitud apareció el rostro de Willy que abriéndose paso se dirigió hacia donde se  encontraban  Brenda y Jack. Alabama y John acudieron al lugar alarmados por el acontecimiento.

     – Esto  es  obra  de mi  hermano  Larry  y  el  K.K.K – exclamó el tío de Alabama, para sorpresa de todos los presentes –. Vamos al bar que frecuenta mi hermano para pedirle explicaciones. Se va a enterar ese cabezota, de una vez por todas, de quién soy yo.

     Tras las palabras, Willy se puso en movimiento, mientras se tambaleaba, mostrando señales de embriaguez.  La multitud siguió al personaje entre las calles de Montgomery, hasta llegar al local donde se encontraba Larry. Este se sorprendió al ver a toda la muchedumbre.

     – ¿Qué haces aquí, hermano, te has decidido a hacerme una visita? Y quién es toda esa gente? Por lo que veo te has hecho amigo de los negros. Mira si está también mi hija y sus amigos – observó ajustándose la gorra de béisbol en la cabeza.

     – Ha habido un atentado contra el hogar de una familia de judíos y estoy seguro de que tú sabes algo.

     – Hermano, yo estoy aquí todo el día, he librado y estaba jugando unas partidas al billar.

     – No me llames hermano, hace tiempo que no tenemos ningún lazo familiar. Y es cierto lo de tus contactos con el Ku Klux Klan, porque hay gente que te ha visto con ellos.

     – Tiene razón, yo lo vi una vez con sus amigos quemando una cruz y puedo  asegurar de que se trataba de él – aseguró muy exaltado un corpulento hombre de raza negra –. Sucedió cerca de mi casa, en las afueras de la ciudad. Estaba paseando con mi perro cuando aparecieron unos coches sospechosos y me escondí tras unos arbustos. Usted llevaba un vehículo pick-up, me acuerdo muy bien.

     – Es cierto lo que dice este hombre, yo lo he visto con ese coche – aseguró otro ciudadano.

     – Willy vas borracho – se defendió Larry –. Seguro que has convencido a toda esa chusma…

     – Mirad, los indios – interrumpió una mujer.

     – Es Zorro Negro – añadió otra.

     El musculoso indio descendió de su caballo y se acercó a Larry, que permanecía en pie en la puerta del bar, indiferente a las acusaciones que caían sobre él. Con su cerveza en la mano, escuchaba los argumentos del indio.

     – Tú  prendiste  fuego  al campamento  la  pasada noche – comenzó Zorro Negro –. Y después, intentaste echarle las culpas a un chico mulato. Nuestro chaman nos lo ha confirmado.

     – Fue él – dijo señalando a Jack –, robó mi otra gorra, que me dejé en casa de Mike, para después tirarla a las afueras de vuestro campamento y echarnos las culpas del incendio.

     Para sorpresa de todos los presentes, la voz de Mark, el hijo del sheriff, surgió entre los congregados.

     – La gorra la perdiste tú en el campamento. Estaba yo contigo cuando prendimos fuego al campamento… 

     –¿Te quieres callar de una jodida vez? – se enfadó su padre.  No quiero ver a nadie aquí. Quiero ver la vía pública despejada, ahora mismo.

     Al no tener sus palabras ningún efecto optó por otros medios, pero esta vez se dirigió a sus agentes:

     – ¡Descargad!

    La muchedumbre comenzó a fraccionarse en todas las direcciones imaginables. Larry aprovechó la situación y ayudado del dueño del local bajaron la persiana del bar, para evitar cualquier tipo de destrozo.  La brutalidad racial volvió a aparecer una vez más.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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