Alabama

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Segunda parte » Capítulo 30

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La relación entre Alabama y John, aunque parezca difícil de creer, en vez de enfriarse, se reforzó. No bastaron las intenciones ni de Larry ni del juez Carter, para separar a la joven pareja.

Estos habían tomado la costumbre de ir a visitar al tío de Alabama, Willy. El hombre hacía tiempo que trabajaba en un nuevo proyecto, construir un bunker. El hermano de Larry estaba obsesionado con los tornados y aseguraba que en cualquier momento podría aparecer alguno y sembrar de destrucción toda la ciudad. Las devastadoras consecuencias de estos singulares fenómenos naturales eran bien conocidas en toda la población y el curioso personaje no dejaba de recordarlas, incluso, atemorizando a algunos ciudadanos.

John observaba la gran cámara, que más adelante cuando estuviera acabada, serviría de refugio.

–Alabama, yo no puedo entender como tu padre no consiente que salgas con John. Es una magnífica persona – aseguró Willy mirando al hijo del juez.

–Y yo, no puedo comprender vuestra actitud, sois hermanos y deberíais pasar mucho más tiempo juntos. Sois igual de cabezotas. La vida es muy corta, es una lástima que no estéis juntos...

–En el fondo tienes razón, pero es él quien nunca viene a verme. El muy estúpido, siempre quiere tener la razón.

–Tampoco vas tú a verle – se lamentó la muchacha.

–La última vez que fui a verle, cené en su casa. Recuerdo, que tú y tu hermano erais muy pequeños. La velada transcurrió muy tranquila pero, de pronto, comenzó a recriminarme diciéndome que yo tuve la culpa de la marcha de su esposa, tu madre. Yo no hice nada para que se marchara. Puedes creerme. Yo nunca haría algo que os pudiera, perjudicar, complicar la vida. Sois mis sobrinos.

–Ahora, no quiero oír hablar de eso.

–Vale, como quieras, lo dejaré estar.

–Te lo agradezco.

John escuchaba en silencio la conversación, mientras observaba el sótano convertido en refugio. Unos objetos apoyados en una esquina le llamaron la atención. Al aproximarse se percató  de que se trataba de unas palas y un extraño cesto, que había visto en alguna parte, pero no recordaba dónde.

–¿Se puede saber qué diablos es esto? – preguntó al final John.

–Pues unas palas y un cesto para colar oro – Willy siguió con la explicación al ver la cara de interrogación  de  sus  interlocutores –. Son instrumentos para buscar oro. Algún día, me iré a las montañas en busca del precioso metal... y seré rico. Entonces, podré comprar esa granja que siempre he deseado tener y mi sueño se habrá cumplido. Criaré gallinas, pollos, cerdos, vacas, conejos...

–Vale tío, déjalo estar. Te hemos entendido muy bien. No hace falta que entres en más detalles. Es suficiente.

–Déjale que hable. A mí me gusta oírle soñar y eso no es malo. Es bueno tener ilusiones – sugirió John.

–Eso  lo  dices  ahora, si  tuvieras  que estar más tiempo con él, no pensarías

igual – bromeó Alabama.

–Creo, que te estás equivocando. Yo pienso que no es tan pesado y parece muy buena persona, aunque también es cierto que bebe mucho.

–Cuando se le mete algo en la cabeza, hasta que no lo consigue no para. Es terco como una maldita mula.

–Pero te lo repito, eso es muy bueno. Hay que tener sueños que cumplir.

–Gracias por tu ayuda, John – dijo Willy.

 

 

Al rato, empezó a oscurecer y pensaron que era el momento de regresar a sus casas. Tras despedirse de Willy, salieron al exterior y no se dieron cuenta de que Larry los observaba desde detrás de unos árboles. Y a este no le hizo nada de gracia que su hija estuviera en casa de su hermano y mucho menos en compañía de John... Al conductor de autobuses le parecía mal la amistad de su hija con el joven Carter. Y su serio rictus lo confirmaba.

Cuando John llegó a su casa se encontró con su hermano Mike, después de la cena, los dos estuvieron un buen rato hablando en la habitación de John.

–He estado hablando con el padre de Alabama – comenzó Mike – y me ha asegurado que te tiene mucha estima.

–Pues la verdad es que lo disimula muy bien.

–Es cierto, John. Puedes estar seguro.

–No sé.

–Él piensa que serías un buen partido para su hija, si no fuera por esas tonterías que piensas en favor de los indios y los negros. Por cierto, ¿sabes una cosa? El otro día el hijo de Lucrecia le prendió fuego al campamento indio...

–¿Qué quieres decir?

–Lo que has oído, que la otra noche el hijo de nuestra sirvienta, aprovechando la oscuridad, prendió fuego al poblado y los indios se han enterado porque encontraron una gorra de béisbol en las afueras del campamento.

–¿Una gorra?

–Sí, la misma que le regalé a Larry.

–No entiendo nada.

–Porque eres muy tonto. La gorra que encontraron los indígenas se la debió de dejar olvidada Larry aquí en casa el otro día, o al menos, eso es lo que le hemos dicho a los indios.

–¿Estás  intentando  decirme  que  le  estáis  echando la culpa del incendio a

Jack? – John no daba crédito a las palabras de su hermano –. O sea que, ¡fuisteis vosotros! No puedo creerlo. Eso que habéis hecho no tiene nombre. Podíais haber matado a muchísima gente, incluyendo a niños.

–Escúchame bien, si cuentas al pueblo que viste como Jack cogía la gorra de béisbol de encima de la mesa de nuestra casa, te ganarás las confianzas de Larry y podrás volver a salir con Alabama.

–Eso me suena a chantaje – se indignó John.

–Tienes que hacer creer que el mulato robó la gorra, para después tirarla al suelo tras incendiar el poblado, para hacer creer a la gente que fue Larry el que provocó el siniestro. Es muy sencillo, no te será difícil.

¿Estás loco? Yo no puedo hacer una cosa así. Si no puedo salir con ella, nos seguiremos viendo como hasta ahora lo hemos estado haciendo, a escondidas. Algún día, tendré un buen trabajo y podré irme lejos con ella de este maldito lugar. Odio todo este racismo y aquí no hay más que paletos sureños, que se creen los reyes del mundo y no son más que unos ignorantes, sin ninguna clase de cultura. Me niego rotundamente a cargar con nada en mi consciencia.

Mike tras un silencio volvió a tomar la palabra:

–¿Lo harás?

–No.

–Piénsalo bien.

–No pienso hacer nada que pueda beneficiar al jodido racismo – fue la contundente respuesta.

–Cuida tus palabras. La situación es más delicada de lo que puedas pensar. Eres el hijo del juez Carter, ¿te gustaría acabar con la carrera y la buena reputación de nuestro padre? Te recuerdo que las ideologías están por encima del poder y por mucho que nuestro padre sea el juez, si tus acciones le restan popularidad, irán a por él...

–Nadie se atrevería a hacer daño al juez Carter.

–Me temo que sí – aseguró Mike.

–¿Sí, y quién se va a atrever? – preguntó John.

–El K.K.KLAN.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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