Alabama

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Segunda parte » Capítulo 31

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Después de que el mulato conociera a la hija de la bibliotecaria su vida experimentó un inesperado giro. Por las mañanas, antes de dirigirse a su puesto de trabajo, se peinaba e incluso se perfumaba.

    Comenzó a preocuparse por su aspecto físico, de tal forma, que empezó a seguir una rutina de ejercicios, que había encontrado en un libro, para aumentar su masa muscular ayudado de unas pesas.

Su madre seguía con interés la transformación moral de su vástago y los progresos en su fisonomía no tardaron en aparecer.

Cada mañana, Lucrecia al levantarse, lo sorprendía con aquellas mancuernas que movía, en forma de repeticiones, para conseguir una completa congestión muscular.

Tras realizar los ejercicios, el mulato ingería grandes cantidades de proteínas en forma de lácteos.

La sirvienta veía con cierta esperanzalas nuevas costumbres que había adoptado su hijo, pero también la intrigaba en cierta medida al ver el tamaño considerable que estaban alcanzando sus bíceps.

Una mañana decidió preguntarle:

–¿Para qué bebes tanta leche, hijo?

Es proteína y me ayudará a aumentar de musculatura.

–¿Cómo lo sabes?

–Lo he leído en un libro en la biblioteca, que habla sobre alimentación y deporte – contestó el muchacho y continuó bebiendo lácteos.

–Es muy interesante todo lo que habla sobre nutrición – objetó Lucrecia queriendo aparentar interés.

La madre continuaba con sus quehaceres satisfecha por la contestación. El bienestar que aparentaba su hijo se interponía a todo lo demás.

 

 

Un día, al salir de la biblioteca, se quedó parado mirando un flamante traje en el interior de un escaparate de un conocido y prestigioso sastre que había vestido a gran parte de las personalidades sureñas.

  Estaba tan ilusionado y contento que los insultos de los transeúntes le pasaron desapercibidos. Quieto en la acera miraba fascinado el vistoso aparador. Ante él el lujo se mostraba en su forma más distinguida. Podía imaginarse tocado con el elegante traje, sin lugar a dudas, en cuanto la hija de Louise lo viera, quedaría prendida de él.

Pero era consciente de que todo era solo un fugaz y agradable pensamiento. Una efímera ilusión que lo hacía flotar lleno de satisfacción. Incluso las grandes preocupaciones que lo atormentaban día y noche pasaron a un segundo plano y es que ahora solo un pensamiento ocupaba su mente... Brenda.

El nombre de la preciosa muchacha lo embriagaba por completo. Y orgulloso observaba con detenimiento su musculatura reflejada en el cristal del escaparate.

Al instante de proyectar la imagen de Brenda en su cerebro, sentía una fuerte punzada en el pecho y una extraña sensación. Algo que últimamente lo había empezado a inquietar.

Una tarde, tras varios días de cavilaciones y preocupaciones debido a los raros síntomas, decidió comunicárselo a su madre:

–Necesito hablar contigo. Algunas veces, siento una extraña sensación en el pecho, como si me fuera a quedar sin aire y darme un infarto o algo parecido. No me había ocurrido antes y estoy muy preocupado. Es muy difícil de explicar. Tengo mucho miedo. Necesitaba contártelo cuanto antes.

–Hijo me estás asustando, debemos acudir al doctor. Si lo dejamos para más adelante quizás sea peor. No podemos confiarnos, podrías tener un problema en el corazón. El médico nos ayudará.

Al ver la cara de preocupación de su madre, Jack puso valor a la situación, dejó la vergüenza a un lado y fue más conciso:

–He conocido a una muchacha y no puedo, por más que lo intento, dejar de pensar en ella. Y en cuanto la recuerdo, es cuando noto esa extraña sensación. Muchas veces, desearía no haberla conocido nunca. No puedes imaginarte lo que mi vida ha cambiado.

–Estás enamorado, eso es todo. No debes preocuparte, tarde o temprano te tenía que suceder, es algo  normal. A todo el mundo le ocurre, es el primer paso hacia la procreación. Tú que lees tantos libros, ya deberías saberlo.

–Entonces, ¿no hace falta ir al doctor?

–Claro que no, cariño.

–¿Seguro?

–Confía en tu madre.

–No sabes cuánto me tranquilizas. Ya estaba pensando en lo peor. Entonces, ¿podré continuar con mis ejercicios de musculación?

–Pues claro, bobo, ¿por qué no?

–Te quiero mucho, mamá.

–Y yo también.

Lucrecia acarició con cariño la cabeza de su hijo en un gesto lleno de ternura. El mulato se apoyó sobre el hombro de Lucrecia, mientras su mirada se dirigía hacia la ventana desde la cual se distinguía parte de la mansión de los Carter, y la imagen de su madre besándose con el juez se materializó de nuevo en su mente, pero para satisfacción de Jack, el recuerdo de Brenda provocó que la repulsiva imagen se difuminara por completo y siguió recostado sobre su madre, disfrutando de la postura maternal.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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