Alabama

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Segunda parte » Capítulo 32

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A la mañana siguiente, se despertó varias horas antes de que el sol acariciara, con timidez, la persiana de su habitación. Terminada la rutina de ejercicios y colocándose la gorra y las grandes gafas de sol, enfiló hacia la biblioteca. Impulsivo, emprendió el camino al trabajo.

Con paso firme se deslizaba por las calles. Sobre las fachadas de los edificios se empezaba a adivinar los primeros rayos. Al instante, vio los imponentes muros de la biblioteca y pensó que quizá estuviera allí Brenda.  

Cuando llevaba un rato sentado entre las grandes columnas vio aparecer a la bibliotecaria, esta iba acompañada de otra persona, que para su alegría, se trataba de la joven.

–Hola Jack, vengo con Brenda, porque quiere quedarse a estudiar. Al igual que muchos jóvenes que aprovechan el verano para ir a la biblioteca a repasar. Es algo natural teniendo en cuenta la tranquilidad que encuentran aquí. Por eso hace tiempo se me propuso en no cerrar en verano y estuve conforme. Si tengo que irme de vacaciones, con que lo avise unos días antes es suficiente. Pongo el cartel de cerrado por vacaciones y ya está, solucionado. Es así de sencillo– sonrió Louise.

Jack escuchaba abstraído a la bibliotecaria. 

–¿Te parece bien muchacho?

–Sí claro, me parece fenomenal. Es una excelente idea.

–Bueno, será mejor que pasemos dentro, hoy va a ser un día muy duro de trabajo.

En el momento en que iban a entrar, un grupo de muchachos se acercó a saludar a Brenda. Estos eran compañeros de estudios, que como ella, estaban de vacaciones.

–¿Qué haces por aquí? Estamos en verano – se interesó uno de los muchachos.

–Vengo a estudiar y a leer un poco y de paso haré un poco de compañía a mi madre.

–Mirad,  ¿ese  no  es  el bastardo? Ese que huele tan mal – dijo de pronto el muchacho, refiriéndose a Jack.

Al oír la palabra el mulato se puso pálido y comenzó a temblar. Su mente se quedó en blanco y no supo cómo reaccionar a los insultos que acababa de recibir. La vergüenza y la indignación se apoderaron de su razón. A las injurias de los rapaces, que incluso le escupieron, se sumaron las afrentas de numerosos ciudadanos que no dudaron en unirse a la dantesca situación.

Jack no pudo soportar más toda la presión y para su desdicha, decidió huir hacia su casa. Brenda se asombró de que el muchacho emprendiera la huida y no se defendiera con la musculatura que poseía.

El joven corría por la vía pública intentando sacar ventaja a sus perseguidores.

Como podía, esquivaba a los transeúntes que se encontraba en su camino. Estos al darse cuenta se unían a la persecución. Por fin alcanzó su hogar y penetró en su habitación, buscando su seguridad.

Hasta el cuchitril le llegaban los voceríos de la gente, que en la puerta de la vivienda reclamaban su pieza de caza, como auténticas alimañas desesperadas apunto de darse un sangriento festín.

Se acercó a la ventana, de lo que pretendía ser un comedor y miró para ver el exterior. Una gran pesadumbre lo invadió cuando entre la multitud reconoció la figura de Brenda.  

No podía dar crédito a lo que estaba viendo, la mujer de sus sueños junto a sus perseguidores y fue entonces cuando se dio cuenta de que nunca debió salir huyendo, debía de haber enfrentado la situación, como lo hubiera hecho cualquiera en su lugar.

Cerró con fuerza los puños y maldijo al cruel destino. Agarró su cara con las manos y gritó desesperado. Desde el exterior le llegaban los gritos  de  la  hambrienta muchedumbre.

 

 

 

Asomado en la ventana de su despacho, el juez observaba a la sedienta multitud. Sin contemplaciones cogió el teléfono e inició una llamada. Al momento desde la otra parte de la red telefónica se oyó una voz conocida:

–Comisaría de Montgomery, Alabama, ¿en qué puedo ayudarle?

–Mark, dile a tu padre que se ponga de inmediato. Haz el favor.

–¿Es el juez Carter?

–Sí, soy yo.

–Ahora no está, pero, ¿en qué puedo ayudarle?

–Necesito que vengan al lado de mi casa varios coches de patrulla. Es urgente. Date mucha prisa.

–¿Para  qué  quiere  los  coches? – preguntó, mientras se percataba de que su padre acababa de entrar por la puerta –. Es el juez Carter y pide que le mandemos unos coches...

–¿Eres imbécil? Lo que necesitará será un refuerzo policial, estúpido — estalló  el  agente  Steve  dando  con su gorra en la cabeza de su hijo –. No puedo entender cómo eres tan tonto. Eres la vergüenza de toda la familia. Dame el teléfono de una  vez.

El policía contestó al teléfono y al instante dio instrucciones a sus policías:

–Rápido, que acudan cuatro furgones a casa del juez Carter y tú quédate aquí, pero haber qué demonios haces. No me fío nada de ti – esto último iba dirigido a Mark.

El agente salió apresurado de la comisaría moviendo su prominente barriga. Esta se desplazaba de un lado a otro hasta que se acopló en el interior del coche oficial. Sacó su brazo por la ventanilla y tras arrancar fue seguido de los demás vehículos.

Desde su ventana, el juez vio como la comitiva policial se detenía en la puerta de la casa de Jack. Al instante, los agentes comenzaron a invitar a la muchedumbre a abandonar la calle.

Con rostros decepcionados, los ciudadanos volvieron a sus hogares, mientras una fina cortina de lluvia empezó a mojar la calle. Las gotas se fueron haciendo cada vez más grandes, lo que provocó que la gente acelerara el paso.

La inesperada precipitación trajo un agradable descenso de las temperaturas. El juez Carter observaba la lluvia caer ensimismado en sus pensamientos. Su mirada se dirigió hacia una de las ventanas de la casa de madera, donde pudo adivinar el rostro del mulato que también lo observaba. No tardó en adivinar la desesperación en el rostro de su hijo, que continuaba mirándole con la mirada perdida por completo.

Entre ellos, la lluvia no cesaba de caer y en la distancia sonó el estruendo de algún solitario trueno.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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