AKA

AKA


AKA » CAPÍTULO 11100

Página 41 de 46

hacker, no porque sea mexicano, puesto que mi estricto respeto a las minorías me impide decir que un mexicano es un delincuente. Quizás en México sí haya mexicanos criminales puesto que allí son mayoría, pero en Madrid son minoría, y como minoría protegida no pueden ser acusados sin pruebas, ni con ellas, al igual que los afroeuropeos o euroafricanos, las mujeres pelirrojas, los minusválidos daltónicos, y otros muchos grupos que no enumeraré porque yo, a diferencia de usted, tengo sentido de la mesura y no me recreo en las figuras retóricas. Y porque, en cualquier caso, vuelvo a comprobar que todo lo que nos está contando no altera en nada los planes que ya teníamos dispuestos, a saber, despellejarlos en los medios comenzando hoy mismo, y que voy a poner en marcha de inmediato porque me estoy aburriendo de lo lindo. María Jesús, ¿sigue usted ahí?

—En ese caso —dejé caer como quien no quiere la cosa—, el señor Paco, pues así se llama nuestro falso líder mediático, comunicará a la ciudadanía una serie de escabrosos datos que hemos descubierto recientemente sobre el idolatrado Javichu Depy y que, me temo, no lo dejan muy bien parado. ¡Oh! —añadí, fingiendo un desliz memorístico—, lo olvidaba: tenemos un CP conectado al plató en el que se celebrará la rueda de prensa de la señorita Nodd y, por lo tanto, lo que el señor Paco diga a través de él será retransmitido de manera automática a todas las televisiones del planeta. Huelga decir que si usted, o cualquier otra persona de las aquí presentes, intenta dar órdenes para desconectarnos del plató, procederemos a emitir inmediatamente. ¡Qué despiste, no haberle mencionado este pequeño detalle antes! —concluí, con una media sonrisa de satisfacción, y me giré levemente para dejar que la encantadora Berenice pudiera ver mi gesto de triunfo.

Regresó entonces a la sala el silencio profundo que ya nos había visitado antes, pero no fue en esta ocasión un silencio breve y quebradizo, sino que ahora se percibía más bien como una quietud sólida, espesa, una suerte de cemento invisible que, si alguien no lo remediaba pronto, terminaría por fraguar en el aire de la habitación y haría después imposible cualquier tentativa para romperlo. Alexander Liar también pareció entrever esta solidificante cualidad de aquel silencio que todos manteníamos, y quizás por eso, para no permitir que cristalizara, lo agrietaba con frecuentes y minúsculos sonidos nasales con los que parecía aprobar o rechazar las ideas que debían de estar surgiendo en su mente a toda velocidad. Yo habría querido girarme para comprobar la expresión de Miclantecuhtli, o para intentar tranquilizar a mi hija, o también, por cuestiones prácticas, para no perder de vista a Paco que tal vez terminaría por encontrar un buen escondite y nos pondría en un aprieto para cumplir nuestra amenaza, pero no hice ninguna de estas cosas porque, de nuevo, consideré que no era el momento de mostrar debilidad o de entregarse a una euforia prematura, puesto que no me cabía duda de que, retomando el símil pugilístico, Alexander Liar no estaba ni mucho menos noqueado, sino a lo sumo un poco tocado, desorientado, pero desde luego no lo suficiente como para dar el combate por concluido. Y la sonrisa que finalmente comenzó a desplegarse en su rostro vino a confirmar esta suposición: que sólo estábamos en un descanso, y que el

gong de un nuevo asalto acababa de sonar.

—María Jesús —dijo por fin tras el largo silencio, hablándole a su CP—, dígales a los muchachos que esperen.

Ir a la siguiente página

Report Page