AKA

AKA


AKA » CAPÍTULO 1111

Página 24 de 46

Palabras mágicas parecieron las pronunciadas por el agente, puesto que al llegar a los oídos del truhán provocaron que éste se levantara de un salto y saliera pitando por el pasillo hacia la calle. Supuse que el dueño de la silueta, si en efecto era un servidor de la Ley, lo detendría y quizás lo condenaría allí mismo para evitar innecesarios trámites burocráticos que pagamos todos los ciudadanos. Sin embargo, no pareció que así fuera: se escuchó un pequeño tumulto, después un interludio de silencio, y por fin rumores de voces que identifiqué como las de mis compañeros de fatigas. Todavía agitado por el inminente peligro que acababa de sortear, me levanté, me sacudí un poco la ropa, y fui a reunirme con ellos en el portal.

—¿Qué ha pasado? —pregunté al llegar.

—Ha venido la policía —me respondió la portera, señalando con la barbilla a un individuo, en efecto, vestido de uniforme—. A buenas horas.

Paco miraba al agente con los ojos como platos. Confieso que a mí también me sorprendió un poco que, además de la porra, la placa, y las botas de media caña, el agente trajera consigo una silla de ruedas que, además, usaba para desplazarse.

—Pero el malhechor ha conseguido escapar, no más —apostilló Mic.

—¿Está usted cuestionando mi labor profesional? —se ofendió el policía— Por si alguien lo duda, sepan ustedes que he superado todas las pruebas requeridas para el puesto.

—¿También los cien metros lisos? —le preguntó Paco, que seguía contemplándolo con gesto de alucinado.

—Por supuesto. La marca mínima necesaria era media hora. Los que pueden andar lo tienen que hacer en diez segundos.

—¿Y no podrían mandarnos a uno de esos para que persiga al agresor? —insistió, inconsciente, Paco.

—¿Me está discriminando?

—¡Dios nos libre, agente! —me apresuré a intervenir, pues yo sabía que, por alguna razón todavía desconocida para mí, a Chumillas no le gustaría que la policía se viera envuelta en el asunto que nos traíamos entre manos—. Olvidemos este desagradable incidente. Lo importante es que ya estamos todos a salvo.

—Ya veo que lleva razón el sargento cuando dice que los ciudadanos son todos unos desagradecidos y unos vagos. Me voy: veo que aquí no soy bien recibido. Y yo, si es que sí, es que sí, pero si es que no, es que no.

Y dejándonos estas sabias palabras para que reflexionásemos, hizo un giro acrobático con la silla y desapareció de nuestra vista persiguiendo a un ciclomotor con dos pasajeros.

—¿Qué hora es? —pregunté a mis compañeros cuando volvimos a quedarnos a solas, desorientado todavía por los acontecimientos que se acababan de producir.

—Casi las doce.

—Pues salvo que alguno de ustedes tenga pensado convertirse en hombre lobo, puesto que columbro entre esos jirones de nubes una bonita luna llena allá en lo alto, creo que ha llegado el momento de que todos empecemos a contarnos unas pocas verdades. Porque, no sé si ya lo he dicho en alguna ocasión, en la vida hay que ir siempre con la verdad por delante, a menos que convenga lo contrario, o que uno pueda mentir y liquidar a todos los testigos. Caso este último en el que yo nunca me he visto envuelto, por si alguien lo sospechaba. Era sólo un supuesto.

—Me parece muy bien —me apoyó, para mi sorpresa, la portera—. Yo también quiero saber qué está pasando aquí. En algún momento tendré que contárselo a todo el barrio y no quiero defraudar.

—No tenemos mucho tiempo —proseguí—: hace unos años me quedé sin cónyuge, hoy me he quedado sin trabajo, y, si no pongo remedio con urgencia, mañana a las tres me quedaré sin hija, sin reputación, y sin permisos de fin de semana durante la larga condena que de seguro me caerá ante la presión popular. Así pues, les invito a subir a mi casa y, tras contarles yo mi parte de la historia, espero que ustedes se sinceren también y me cuenten la suya. A ver si entre todos somos capaces de encontrarle algún sentido a todo este desmán.

—Sólo me permito sugerir —matizó Mic—, que en lugar de ir a su casa vayamos a la mía: la tengo forrada con bolsas para congelados que, lo crean o no, anulan las ondas de las piruletas. Así nadie podrá saber dónde estamos.

—Pues tal y como están las cosas, el anonimato espacial nos resulta casi imprescindible —admití—. Sólo querría pasar por mi casa para darme una ducha y cambiarme de ropa.

—Puede usted ducharse en la mía —me propuso Miclantecuhtli— y le presto la ropa que necesite. Será más seguro. Y hago la invitación extensiva al resto de los presentes, salvo a la portera, como venganza.

—Yo prefiero no ducharme —dijo Berenice—. Si acaso, seguiré ensayando.

—Lo único que lamento —se disculpó Miclantecuhtli— es que no podré ofrecerles refrescos ni colaciones. Dada la condición de centro de operaciones clandestinas que he conferido a mi piso, sólo tengo lo imprescindible para sobrevivir, a saber, Agua del Grifo y Pan Duro, ambas marcas registradas de Eternal Life Inc.

—Pues entonces podemos subir esa caja de Cokepepsis que han traído esta tarde para el señorito —intervino la señora Domitila, señalándome con un espasmo de cabeza—. Han dicho que estaba pagada.

—¿Consume usted al por mayor? —se interesó Miclantecuhtli.

Comprobé cómo, en efecto, una caja de cien Cokepepsis, marca registrada de N'Joy Corporation, se hallaba arrimada a la garita de la portera, y recordé entonces el incidente de la noche anterior con mi videoguol y la inesperada comunicación con el hostelero con antecedentes, quien había aprovechado el malentendido para cobrarse la caja de refrescos al instante. Al menos, me dije, me ha enviado la mercancía.

—Es una historia larga y, sobre todo, humillante para mí —respondí—. Pero, por una vez, estoy de acuerdo con la portera. Ya que están aquí, las pongo a disposición del grupo para aligerar la, presumo, intensa sesión de confesiones que nos espera.

—Subamos, entonces.

Y, como una triste procesión de restos de serie, enfilamos hacia el ascensor el supuesto viajero del tiempo, la huérfana con ínfulas de actriz, el millonario marginal aspirante a mexicano, la portera cotilla, y un servidor, que tampoco desmerecía en aquella parada de los monstruos gracias a mi nueva y doble condición de parado y futuro delincuente. Vaya, que si nos pilla un grupo de niños con botas, nos destrozan las espinillas.

Ir a la siguiente página

Report Page