Agnes

Agnes


30

Página 32 de 40

30

Al día siguiente Agnes estaba resfriada.

—La azotea no te sienta bien —dije.

Se quedó todo el día leyendo en la cama, mientras yo veía la televisión en la sala. Por la tarde salí un momento a comprar pan. Desde hacía semanas esquivaba la tienda de abajo. Caía una fuerte nevada y el viento me arrojaba de frente los copos a la cara. Cuando volví al apartamento Agnes se había incorporado y tenía las piernas cruzadas. La manta se le había escurrido rodillas abajo. Estaba llorando.

—Tienes que taparte —dije—. ¿Qué te pasa?

Señaló con el dedo un poema de la Norton Anthology que yacía abierta en su regazo. «A Refusal to Mourn the Death, by Fire, of a Child in London», de Dylan Thomas.

Deep with the first dead lies London’s daughter,

Robed in the long friends,

The grains beyond age, the dark veins of her mother,

Secret by the unmourning water

Of the riding Thames.

After the first death, there is no other.

—No lo comprendo —dije.

—Si deja de existir la muerte tampoco hay vida —dijo Agnes.

—Sólo es un poema —dije—, no debes tomártelo tan a pecho. No son más que palabras.

—Ha muerto un niño dentro de mí —dijo Agnes—, en mi vientre, de seis centímetros de tamaño. No pude ayudarle. Creció dentro de mí y murió dentro de mí. ¿Sabes lo que eso significa?

—¿Sigues pensando en eso? —dije.

Se dio la vuelta y lloró hundiendo la cara en la almohada. El libro cayó al suelo. Lo recogí y la tapé. Durmió hasta el anochecer, y yo me entregué a la lectura. Cuando se despertó estaba más calmada. Pero tenía fiebre y el resfriado había ido a peor. Le preparé té y me senté junto a ella hasta que volvió a dormirse. Después salí a dar un paseo a orillas del lago.

Había cesado de nevar. Cuando empecé a sentirme destemplado entré en el café del otro extremo del parque. La camarera encendió la luz y me trajo un café. Luego desapareció de nuevo por la puerta de detrás de la barra. Miré afuera, hacia el lago. Por primera vez pensé en nuestro hijo y no sólo en Agnes, en su embarazo, en su pérdida. No pensé en Margaret sino en aquel ser de seis centímetros, aquella criatura desconocida que yo había rechazado y perdido. No tenía nombre ni rostro. No sabía ni siquiera si era niño o niña. Nunca se lo había preguntado a Agnes. Abandoné el café. Fuera había oscurecido, y mientras caminaba bordeando el lago mis pensamientos se fueron ordenando y de repente supe cómo había de continuar la historia de Agnes. Como si se hubiera abierto una puerta, como si viera ahora todas las cosas con nitidez y lo tuviera todo a mi alcance. Cuando llegué a casa Agnes seguía durmiendo. Cerré la puerta del dormitorio y me senté ante el ordenador. Estaba un tanto aturdido, quizás porque venía del frío y porque en el apartamento hacía calor, un calor casi excesivo. En la historia había llegado prácticamente hasta Navidad, sólo faltaban los días de fiesta. Enseguida noté que sentía a Agnes más próxima que en otros momentos. Era como si no fuera yo el que estaba escribiendo, como si sólo describiera la película que se desarrollaba en mi cabeza. Veía a Agnes en un andén desierto. Era de noche. Un tren entraba en agujas, estaba casi vacío y Agnes subía. Me puse a escribir.

El viaje a Willow Springs duró casi una hora. Cuando Agnes se apeó, hacía tiempo que había pasado la medianoche, aunque los estampidos de los fuegos artificiales seguían oyéndose y el cielo se iluminaba por momentos con el resplandor de las bengalas. Agnes estaba destemplada a pesar de llevar su grueso abrigo de invierno, pero incluso esa destemplanza parecía muy lejana, era como si sólo constatara el frío sin sentirlo. Caminaba por largas calles, por delante de hileras de pequeñas casas de madera, de las que aún salían voces y música de tanto en tanto…

Tenía la sensación de escribir velozmente, y sin embargo era ya muy tarde cuando por fin me quedé parado, cuando las imágenes se detuvieron y se disolvieron. Releí lo escrito y me pareció estar leyéndolo por primera vez. No sabía adonde conduciría todo aquello, y no obstante sabía que así no podría continuar, que era intolerable para Agnes e insoportable para mí mismo. Ya era hora de encontrar un final para Agnes, un buen desenlace. Pero estaba demasiado cansado, de modo que guardé lo escrito y apagué el ordenador.

Me desvestí y me acosté al lado de Agnes. Respiraba acompasada y profundamente y, sin despertarse, se volvió hacia mí posando un brazo sobre mi cintura. Me dormí al instante.

Ir a la siguiente página

Report Page