Agnes

Agnes


10

Página 12 de 40

10

Teníamos frío cuando llegamos de nuevo al apartamento.

—Ahora sí tienes que empezar con la historia —dijo Agnes.

—Vale —dije—, y tú tienes que posar para mí.

Nos trasladamos al estudio. Agnes se sentó en la butaca de mimbre junto a la ventana y, como si fueran a fotografiarla, se apartó el pelo de la cara, tironeó el cuello de la blusa y me sonrió. Me senté ante el ordenador y la miré. A pesar de la sonrisa me sorprendieron una vez más la seriedad de su rostro y su mirada, cuyo lenguaje no comprendí.

—¿Qué aspecto te gustaría tener? —pregunté.

—Tiene que ser congruente —dijo—. Pero también quiero que sea agradable. Al fin y al cabo te enamoraste de mí, ¿verdad?

Me puse a escribir:

Vi a Agnes por primera vez en la Chicago Public Library, en abril de este año.

—¿Qué has escrito? —preguntó.

Le leí la frase y se mostró satisfecha.

—No tienes que posar para mí —dije—, sólo quería mirarte otra vez con toda tranquilidad.

—No me cuesta nada —dijo Agnes.

—Pero no puedo escribir si estás ahí observándome. ¿Por qué no nos preparas café?

Fue a la cocina. Cuando volvió le leí lo que había escrito:

Vi a Agnes por primera vez en la Chicago Public Library, en abril de este año. Me llamó la atención nada más sentarse frente a mí en la sala de lectura. Sus torpes movimientos no acababan de casar con su cuerpo delgado, casi frágil. Tenía la cara fina y pálida, el cabello le caía oscuro sobre los hombros. Nuestras miradas se cruzaron por un instante, vi el asombro en sus ojos azules. Cuando abandonó la sala de lectura la seguí. Volvimos a coincidir en las escaleras delante de la biblioteca, y la invité a tomar café.

Nuestra conversación se desarrolló a un ritmo extrañamente rápido. Hablamos del amor y de la muerte antes de saber nuestros nombres. Tenía opiniones estrictas. Mi cinismo la irritaba, y cuando se enfadaba se ponía colorada y parecía aún más vulnerable.

Agnes se disgustó.

—No tienes por qué expresarlo de esta manera.

—¿La escribo o no la escribo? Fue idea tuya.

—De pequeña siempre me ponía colorada. Y por eso se reían y se burlaban de mí en la escuela. Mi padre no soportaba que se rieran de mí.

—¿Y tú?

—Uno se acostumbra. Leía mucho y era buena alumna.

—¿Quieres que lo tache?

—Sí, por favor. ¿Te parece absolutamente necesario escribir sobre mi infancia? Si no es más que una historia. ¿No puedo aparecer en la biblioteca tal cual, tal como soy ahora?

—Vale —dije—, nacerás de mi cabeza, nueva, como Atenea nació de la de Zeus, sabia, bella y distante.

—No quiero ser distante —dijo Agnes y me besó en la boca.

Ir a la siguiente página

Report Page