Agnes

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Agnes

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—Soldado … ehmmm …. Rogers. Quiero que se quede al cuidado de su compañero y que sujete esta bolsa hasta que se agote el líquido. Nosotros tenemos que ir al frente a por más heridos.

—Pero, …. Pero, …. no sé qué debo hacer con él. —No se puede hacer nada por él, desgraciadamente. Tendrá que acompañarle en sus últimos minutos de vida y procurar que no sufra mucho.

—Con todos los respetos, no creo que sea yo el más indicado para ello.

—Me importa una mierda lo que piense soldado. Le he dado una orden y quiero que la cumpla. —y salió de la tienda sin esperar respuesta—.

Suspiró resignado y agarrando la bolsa de morfina observó al soldado. En condiciones normales las heridas que tenía no eran tan graves como para perder la vida pero en aquel infierno todo era muy distinto. Los cadáveres putrefactos se descomponían y atraían a miles de ratas; el pobre drenaje de las trincheras llenaba de lodo y humedad las botas y los uniformes de los soldados; existía una enorme falta de higiene y una malnutrición brutal. Rogers había visto morir más soldados por tuberculosis o disentería que por las balas de los enemigos. Aquel pobre infeliz tenía las horas contadas seguro.

Pensó que era su deber conocer su nombre y su historia y rebuscó por los bolsillos del uniforme para intentar averiguar algo. En uno de ellos encontró una fotografía en la que estaba él con una guapísima mujer que portaba en sus brazos un bebé.

Qué pena —pensó— esta maldita guerra.

Todos habían llegado ilusionados de servir a su país pero tras unos meses en aquel abismo su patriotismo había desaparecido y lo único que querían era regresar lo antes posible a su hogar sanos y salvos.

— Cabrón, deja mis cosas o te mato —chilló de repente agarrándole violentamente con su única mano buena—.

—Tranquilo soldado. Me llamo Rogers y me han ordenado cuidar de ti mientras te recuperas. —¿Y por qué me estás robando?. Devuélveme esa foto. —Solo la he cogido del bolsillo para intentar averiguar tu nombre, por si no despertabas mientras estaba a tu lado.

—Estoy muy mal, ¿verdad?.

—Sí, pero te recuperaras pronto. ¿Cómo te llamas?. —No me mientas Rogers. Me llamo James, James Lewis.

40

Tras atravesar el control de pasaportes con cierta dificultad, Carla y Jayden salieron del Aeropuerto Internacional Dulles, bajaron a la planta inferior de la terminal principal y cogieron un taxi hasta el Hotel Boutique «The Jefferson» en el centro de la ciudad por 65 dólares el trayecto.

Reservaron dos habitaciones individuales comunicadas y decidieron acomodarse en ellas, descansar un par de horas del largo viaje y quedar en el restaurante del hotel a la hora del almuerzo para discutir los siguientes pasos a seguir.

Diez minutos más tarde de la hora prevista Carla entró en el restaurante y lo encontró sentado en una mesa exterior cerca de una preciosa fuente ornamental de estilo árabe que le recordaba a la original fuente de Santa María del patio de los naranjos de la mezquita de Córdoba.

— ¿Has descansado bien? –preguntó Jayden.

—Sí, perfectamente. ¿Qué estás tomando?.

—He pedido un «Vieux Carre» helado. ¿Qué quieres tomar tú?.

—Una cerveza bien fría. ¿Qué lleva ese cóctel?. No lo había oído nunca.

—Es muy típico de Nueva Orleans para tomar antes de empezar la comida. Un poco de whisky, un buen cognac, vermouth y licor Benedictine. Se mezcla todo bien y se le añade un bitter rojo amargo con hielo y angostura para aromatizar.

—Un poco fuerte para mi gusto, seguro. ¿Vamos a comer en este restaurante?.

—Creo que será lo mejor. Tienen comidas sencillas pero con muy buen aspecto.

—Estupendo. Tomamos un sándwich y hablamos de lo que vamos a hacer para encontrar a ese tal James. —Eso es fácil, no te preocupes. Tenemos que acudir al censo de Estados Unidos para intentar encontrar al Sr. Lewis. Después de la comida podemos ir a la Oficina Central del Censo que está aquí en Washington en Silver Hill Road.

—De acuerdo, Jay. Ese será nuestro punto de partida.

Tras la comida, caminaron unos minutos hasta la estación de Metro Farragut North de la línea roja en dirección a Glemmont y tras dos estaciones cogieron la línea verde en Chinatown en la estación Gallery Place en dirección a Branch Ave con llegada final a Silver Hill. Una hora después entraban en el edificio del Departamento de Comercio y se aproximaron a la ventanilla de atención al ciudadano.

— Siguiente —chilló la empleada con evidente desidia—.

—Buenas tardes. Tenemos que encontrar a una persona del estado de Virginia. Su nombre es James Lewis —explicó Jayden—.

—Tome el impreso autocopiativo número B-65, ese de color sepia de la derecha del todo, y rellénelo. Luego, espera su turno otra vez para entregármelo. Siguiente —volvió a chillar—.

Cogieron el documento y al comenzar a rellenarlo se dieron cuenta que carecían de datos suficientes para que aquella funcionaria les pudiera ayudar. Debían cambiar de estrategia. Minutos más tarde les volvía a tocar el turno y él se volvió a acercar al mostrador.

—¿Tienen el impreso relleno?. Bien, en quince días recibirán la documentación solicitada en su domicilio —repitió mecánicamente—.

—Bueno, no del todo —indicó—. Tenemos un pequeño problema. No conocemos los datos personales de la persona.

—Eso es un gran problema me temo. Si no tienen datos no podemos ayudarle lo siento.

—Déjeme explicarme por favor —insistió Jayden con tono amable—. La mujer que me acompaña es una turista europea que fue brutalmente agredida aquí en D.C. y un amable norteamericano la auxilió. Lo único que sabe de él es su nombre —James Lewis— y que es natural de Virginia. Necesitaríamos consultar algún registro para intentar localizarle si es posible y hacerle llegar una generosa gratificación por su desinteresada acción.

—¿Y quieren hacer ustedes mismos la búsqueda del individuo?.

—Si es posible, sí. La señorita quiere recompensarle generosamente y por supuesto estaría igualmente agradecida a cualquier persona que la ayudara a encontrarle.

—Eso me imaginaba yo —añadió la empleada—.Ya es muy tarde para consultar los archivos pero pueden acudir mañana a primera hora. Si no me ven en esta oficina pregunten por Gina. Si veo que están muy interesados en encontrar a esa persona les permitiré hacer su consulta.

—Muchas Gracias. Nos vemos mañana.

—Siguiente.

Salieron de la oficina gubernamental que estaba a punto de cerrar en silencio y Jayden paró un taxi en la calle invitando a Carla a subir en él para volver al centro de la ciudad.

— ¿Cómo ha ido Jay?.

—Tenemos que volver mañana. Creo que se ha dado cuenta del embuste pero por suerte nos permitirá consultar sus ordenadores a cambio de una generosa gratificación.

—Eso no supone ningún problema —añadió Carla eufórica—. ¿Qué vamos a hacer el resto del día?. —Creo que podemos visitar la ciudad. Hace unos días que no te comunicas con tu familia y es necesario que hables con ellos y nada mejor para mantener nuestra tapadera que enviarles fotos.

—Buena idea.

Como era bastante tarde para entrar a los edificios, Jayden sugirió a Carla recorrer la ciudad a bordo del autobús turístico que los llevaría a visitar los principales atractivos de la ciudad con una extensa explicación de cada uno de ellos.

El recorrido comenzó en Capitol Hill, precioso barrio residencial que debe su nombre al emblemático edificio del Congreso de los Estados Unidos que alberga las dos cámaras de representantes y que lo domina pero que conserva un aire desenfadado y ecléctico propio con numerosas ferias callejeras y mercadillos de segunda mano donde, por ejemplo, probar la limonada casera de un emprendedor vecino en edad preescolar. A continuación bordearon el recinto de la Casa Blanca donde el autobús hacía una breve parada panorámica. La visita seguía en el Cementerio de Arlintong. Es el cementerio militar más famoso del mundo y en él descansan ilustres personajes de la historia norteamericana destacando, fundamentalmente, las tumbas de la familia Kennedy y la del soldado desconocido.

Además fueron ilustrados por el narrador con alguna de las numerosas leyendas que rodean a este emblemático lugar. El autobús giró en el bulevar para enfilar la avenida y llegar a la Catedral de Washington.

De estilo neogótico, es la sexta más grande del mundo y la segunda por tamaño de los Estados Unidos y es mundialmente conocida por tener una gárgola esculpida en piedra que representa la imagen de «Darth Vader» en lo alto de la torre noroeste y por poseer diez piedras del monte Sinaí y una piedra lunar que cayó en la tierra y que fueron integradas en un vitral lleno de estrellas y objetos celestiales.

Finalmente, regresando al centro de la ciudad llegaron al National Mall y bajaron del bus para recorrer el parque tranquilamente. Carla se sintió sobrecogida por la espectacular vista de la que disfrutaba en ese momento. Tras la estatua ecuestre del General Grant, se vislumbraba al fondo el imponente obelisco blanco que constituye el monumento a Washington, a ambos lados los edificios del Instituto Smithsonian y todo coronado al fondo con el espectacular monumento a Lincoln.

— Hay que reconocer que esto es precioso —dijo Carla—.

—Es verdad que es muy bonito. Pero todo el mundo parece haber olvidado que este hermoso país se construyó sobre la sangre de miles de inocentes. Y estos «libertadores» han sido los mayores criminales de su breve historia.

—¿Por qué dices eso Jay?. Sabes mejor que yo que son hombres honorables que lucharon por las libertades de sus ciudadanos.

—Eso es lo que te han hecho estudiar de pequeña y crees que es la verdad.

—¿Y cuál es esa «verdad» que dices?.

—Permíteme un poco de historia «real» de Estados Unidos. Empezaré con George Washington. Una persona ladina que instigó a los británicos para que iniciaran la llamada «Guerra de los Siete Años» contra los franceses consiguiendo arruinar a los dos contendientes y de paso exterminar a un buen número de indios nativos americanos que poblaban el país. Se casó con una viuda rica para aumentar su patrimonio y su posición social a pesar de estar profundamente enamorado de otra mujer. De esa manera se convirtió en un terrateniente exportador de tabaco que resolvió su endeudamiento con los británicos con la extraña y a la vez providencial muerte de un amigo suyo del que obtuvo la mitad de su herencia. Cuando la presión fiscal de Gran Bretaña sobre las colonias amenazaban su bienestar no dudó en aliarse con los franceses para organizar la revolución de las trece colonias o la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos. —Creo que exageras. Está considerado el mejor presidente de los Estados Unidos y tiene el título de padre de la patria.

—¿De qué patria hablas? Antes de que llegaran los británicos, los franceses o los españoles, las culturas indígenas vivían desde hacía muchos años en este territorio y fueron brutalmente masacradas para quedarse con sus tierras.

—Eso puede ser verdad en parte, pero muchas culturas antiguas han sido colonizadas por otras a lo largo de la historia.

—Esa es la palabra adecuada en este contexto, así lo llamaba Abraham Lincoln: «colonización».

—¿A qué te refieres?. Lincoln es el gran defensor de las libertades humanas.

—No es verdad. Siempre se le alaba como abolicionista pero la realidad es que era una persona profundamente racista. Cuando era presidente realizó varios discursos evidentemente racistas propugnando la necesidad de que el territorio fuera poblado mayoritariamente por hombres blancos e intentando convencer a los hombres negros libres de que abandonaren la unión y se instalaren fuera del país especialmente en América Central por la similitud con el clima y la tierra de sus orígenes. De hecho algunos historiadores actuales encontraron y revelaron unos documentos secretos del Archivo Nacional Británico en los que se demuestra que Lincoln y el ministro británico para los Estados Unidos —Lord Richard Lyons— habían urdido un plan general para una diáspora negra a gran escala hacia las lejanas colonias británicas de oriente, aunque el plan no se pudo llevar a cabo finalmente por el inicio de la guerra de secesión y su posterior asesinato.

—De acuerdo Jay, entiendo lo que quieres decir.

Sin embargo, estos hombres ilustres con sus luces y sus sombras no dejan de ser extraordinarias personas que forjaron una gran nación como ésta.

—Salvo para aquellos pueblos que los sufrieron.

Carla advirtió un rictus severo en su cara y decidió dar por terminada aquella conversación. Continuaron caminando por el parque y sacando fotos de todo, sobre todo del espiritual monumento a los caídos en la Guerra de Vietnam o en la de Corea y decidieron dar por terminada la visita turística abandonando por el acceso Este el parque.

De camino a su hotel descubrieron un bar irlandés «The Dubliner» y entraron a tomar unas pintas de buena cerveza negra descubriendo por las numerosas fotografías conmemorativas de la pared que aquel era un bar muy frecuentado por Obama, sobre todo en el día de San Patricio.

— Perdóname Carla —dijo de repente Jayden—. Me he puesto demasiado serio e intransigente contigo sin motivo alguno al hablar de nuestro pasado. Lo siento. —Un poco seco si has estado la verdad. Pero no tienes por qué pedirme perdón, tonto. Entiendo que guardas rencor a esos personajes históricos por las brutalidades que pueblos como el tuyo han sufrido, aunque afortunadamente todo forma parte ya del pasado.

—Es verdad. Olvidemos el ayer y brindemos por nosotros y porque mañana vamos a saber quién es ese maldito James Lewis.

—Eso espero Jay, eso espero.

Tras otras dos pintas Carla sugirió volver al hotel para descansar y porque, además, se encontraba ligeramente ebria. Jayden la sujetó por la cintura y juntos iniciaron el camino de vuelta mientras conversaban trivialmente y reían de buena gana. Estaban apenas a una manzana cuando por puro instinto él giró la cabeza y observó como un individuo les observaba desde el extremo opuesto de la calle. Decidió alejarse del hotel y continuó por la Avenida Pensilvania en dirección al Rio Potomac hablando distraídamente con Carla mientras de reojo observaba al sujeto.

Unos minutos más tarde tuvo claro que solo los seguía aquella persona y decidió actuar. En aquellas circunstancias lo fundamental era poner a salvo a Carla y de ser posible analizar y neutralizar la amenaza. En el cruce con la 22nd encontró un pequeño parque con bancos, la tumbó con cuidado en uno de ellos mientras la instaba a guardar silencio y rodeando el seto se agazapó a esperarle.

Sin embargo, descubrió que era una persona precavida y que no iba a ser fácil sorprenderla. Se había detenido una calle antes, a la derecha, desde donde divisaba las dos salidas del parque y esperaba escondido en la semioscuridad que le proporcionaba el portal de un edificio de apartamentos.

Tras una tensa espera, apareció al principio de la calle una furgoneta negra UPS de reparto urgente que se dirigía hacia su posición y que en breve se interpondría entre ellos y Jayden supo que aquella era su oportunidad. Se hizo con una pequeña barra de hierro parcialmente oxidada que consiguió arrancar del suelo del seto donde estaba escondido y en el momento oportuno se abalanzó hacia el portal corriendo frenéticamente protegido por el vehículo que avanzaba por la calle. De un salto felino alcanzó el lugar donde se escondía su objetivo lanzando violentos golpes con la barra de hierro. Sin embargo, allí no había nadie. Es imposible —se dijo—. Recorrió con la vista todos los lugares donde se podría ocultar aquel individuo sin el menor resultado. Regresó raudo al parque donde había dejado a Carla y la encontró plácidamente dormida sobre el banco y sin rastro alguno de su perseguidor.

Cogió a Carla entre sus brazos y continuaron en dirección al hotel mientras agudizaba sus cinco sentidos para intentar encontrar alguna pista de aquel hombre. Tras un par de cambios de sentido y un breve rodeo a la manzana entró en el hall sin el menor contratiempo, todavía extrañado de lo que había ocurrido unos minutos antes. Aunque le parecía imposible, aquella persona se había esfumado en el aire como por arte de magia.

41

— «Adelántese Sargento Primero. Me complace concederle esta medalla al Honor por su demostrada valentía en el campo de Batalla más allá del deber y por su heroica resistencia contra un enemigo superior en número. Enhorabuena».

Fue una preciosa ceremonia. A Rogers aquello le había cogido por sorpresa pues en el buque de regreso desde Europa, tras la firma del armisticio, el teniente Jackson le dijo que había cursado su nominación después de su intervención en la ofensiva de Meuse-Argonne que había puesto fin a la maldita guerra mundial. Realmente no se creía merecedor de ella pero no por ello iba a renunciar a aquella recompensa que se había ganado tanto él como todos los amigos suyos caídos en esa estúpida contienda. Abandonando el estrado, introdujo la mano en el bolsillo derecho del pantalón y tocó la pequeña caja de madera que llevaba guardada. Ahora debía cumplir con la última voluntad de un compatriota moribundo.

Dejó la mayoría de su petate en el cuartel militar, cogió una pequeña mochila con lo imprescindible y aprovechó el permiso que le habían otorgado para subirse a un autobús con destino a Richmond aunque su destino final era el pequeño pueblo de Chester a unos 35 minutos al sur de la ciudad. Sentado en el asiento trasero del Greyhound los kilómetros pasaban lentamente y Rogers recordó las palabras de aquel desgraciado soldado:

— «Tienes que hacerme un favor cuando regreses a casa, si es que lo consigues. Ve ahora al barracón de la 3ª Compañía y dentro de mi petate hay una carta doblada sobre una pequeña caja de madera. Quédate con la fotografía, encuentra a mi mujer y a mi hijo y entrégaselo todo a ellos».

Fueron sus últimas palabras. Lo único que hizo el pobre diablo fue agarrar, con todas las pocas fuerzas que le quedaban, su mano y mirarle a los ojos fijamente. Al recordarlo, un escalofrío le hizo saltar en el asiento del autobús. En fin, entregaría la carta y la caja y así podría olvidarse de todo aquello. En ese punto cayó en la cuenta de que realmente no sabía lo que transportaba. Extrajo el paquete de su bolsillo, deshizo cuidadosamente el nudo de la cuerda de cáñamo y separó el sobre de la pequeña caja de madera que protegía. Rogers pensó un instante si seguir o no indagando en la vida de aquel desafortunado y decidió abrir únicamente la pequeña caja de madera. En su interior encontró una pequeña llave cilíndrica de metal acunada sobre una tela roja de satén. Su curiosidad aumentó exponencialmente con el sorprendente hallazgo pero se contuvo de leer la carta. Esperaría a que la viuda la abriera en su presencia, si es que lo hacía.

Al llegar a Richmond, le indicaron que la única manera de llegar a aquel pueblo era en al autobús que saldría tres días después o bien caminar por la carretera estatal número uno unas 8 millas y luego coger la Chester Road otras 6 millas más o menos. En total, calculó que le llevaría unas 4 horas aproximadamente y se puso en marcha. Al tomar la Chester Road un coche de policía se le aproximó y le hizo señas para que parara y se acercase.

— Buenas tardes soldado. Soy el Sheriff Miller. ¿Qué te trae por estas tierras?.

—Hola Sheriff. Vengo desde Richmond y voy a Chester.

—Y dime, ¿qué se te ha perdido por aquí?. ¿No vendrás a causar problemas? —añadió con actitud desafiante—.

—De ningún modo. Debo cumplir una promesa que le hice a un compañero de armas. Cuando localice a su familia le entregaré un paquete y me marcharé por donde he venido.

—En eso te puedo ayudar seguro. ¿A quién estás buscando, hijo?.

—No lo sé exactamente. Lo único que tengo es esta fotografía.

—Este es James Lewis y su familia. ¿Esta…?. —Sí Sheriff, falleció durante el combate en mis brazos. —Descanse en paz —añadió el Sheriff santiguándose— . Todavía no se ha notificado la muerte a su familia. Creo que será mejor que me acompañes y que juntos les demos la trágica noticia.

—Será mucho mejor seguro. Gracias.

Recorrieron los kilómetros que les separaban de su destino en completo silencio. Rogers observó maravillado el precioso pueblo que se mostraba poco a poco a través del parabrisas del coche policial.

Se estructuraba en torno a una amplia avenida principal con casas artesanales de construcción solida, líneas horizontales, techos de cuatro aguas con amplios voladizos, ventanas agrupadas en franjas horizontales y perfectamente integradas en el paisaje.

Además, notó que existía una especial preocupación por el medio ambiente con amplios espacios verdes pero que a la vez resultaban cómodos y funcionales por lo que mejoraban la calidad de vida de sus habitantes proporcionando un entorno sano y feliz.

Al llegar, bajaron de aquel clásico Plymouth Fury II y el «viejo Miller» le acompañó al mejor hostal del pueblo donde poder acomodarse, dejar a buen recaudo sus pertenencias, asearse un poco y disfrutar de una reconfortante cena casera. Ante sus protestas, el Sheriff solventó la cuestión sugiriendo —o más bien imponiendo— que lo mejor para todos era que él hablara primero con la familia y le transmitiera la trágica noticia y al día siguiente le acompañaría para que presentara sus respetos a la viuda y pudiera cumplir con la promesa dada.

Bien pensado era una magnífica idea. El Hostal estaba regentado por una encantadora y oronda mujer llamada Rosie a la que entusiasmaban los hombres de uniforme. Tras la cena, le recomendó una taberna dos calles más abajo donde se reunían los jóvenes del pueblo a disfrutar de los grupos de música locales y Rogers aceptó la sugerencia de buen grado. Unas horas y unos whiskies más tarde regresó como pudo al hostal y con sumo cuidado subió a su habitación. Para su sorpresa encontró a Rosie en su cama completamente desnuda esperándole.

— Bueno —se dijo— la noche va a ser completita. A la mañana siguiente, unos violentos golpes en la puerta de la habitación le despertaron. Era el Sheriff que venía a buscarle para ir a ver a la viuda de Lewis. Veinte minutos después un fornido muchacho les abría la puerta de la casa y entraban juntos para dar el pésame a la familia. Tras la necesaria presentación Rogers acompañó a Madeleine —la viuda— a una habitación anexa y cerrando la puerta tras de sí quedaron a solas.

— Lamento profundamente traer tan malas noticias. —Usted no tiene culpa de nada. Siéntese por favor y cuénteme cosas de James. Si no les he entendido mal usted era muy buen amigo suyo y estuvo presente cuando murió.

—Efectivamente —mintió piadosamente—. Era muy buena persona, leal, honesto y muy buen soldado. —¿Y de qué le sirvió?. ¿Por qué tuvo que ir a esa maldita guerra?.

—A eso no puedo responder, lo siento. Imagino que pensó, como yo hice, que era nuestro deber patriótico para salvaguardar el bienestar de los nuestros y de nuestro país.

—Ya, ya, todo eso me lo sé. Todavía nadie me ha podido explicar el por qué nos importa una mierda que unos países al otro lado del mundo decidan matarse entre ellos por un puñado de tierra.

—Se que no hay palabras que la alivien de su pérdida, lo siento —contestó con sincera expresión de condena—.

—No tiene que sentir nada soldado. Le han engañado como a él —dijo Madeleine—. Le pido disculpas por mi comportamiento. Ha sido un buen amigo y ha hecho un largo viaje para traer noticias de James y yo….. —Ahora es usted la que no tiene que pedirme perdón. Entiendo por lo qué está pasando y quiero que sepa que puede contar conmigo para lo que necesite. —Muchas gracias Robert. Y dígame, ¿qué era eso que me tenía que entregar?.

—Como ya he dicho antes, mientras cuidaba de James en sus últimos momentos me hizo prometer que le entregaría a usted este paquetito que tenía escondido entre sus pertenencias. Aquí lo tiene.

—¿Qué es lo que contiene?.

—No tengo ni la menor idea. Parece una especie de carta, imagino que dirigida a usted, que protege algo cuadrado de su interior.

—De nuevo le doy las gracias por ser tan buen amigo. Y ahora creo que debería volver al salón para estar con el resto de la familia y los allegados.

—Sí, será lo mejor.

Rogers permaneció un par de horas más en la casa recibiendo sentidos abrazos de agradecimiento e inventando anécdotas y heroicas historias de ambos juntos avanzando entre las trincheras enemigas hacia la victoria final sobre los alemanes.

A media tarde decidió calmar su conciencia con unas cuantas copas y volvió al bar del día anterior. Todo el pueblo se había enterado de quién era y cuál había sido el propósito de su visita y para su sorpresa y satisfacción no tuvo que pagar una copa más ese día. Ya de madrugada decidió regresar al Hostal para dormir la borrachera en su habitación pero al entrar en él cambió de opinión y se dirigió a la de Rosie. Sigilosamente abrió la puerta y sin hacer ruido se acercó a la cama donde dormía plácidamente. Se desnudó, se acostó a su lado y empezó a acariciar su suave cuerpo.

—Cuanto has tardado —protestó ella—. Ven aquí héroe mío.

42

De repente un ruido ensordecedor y profundo que venía de todas partes la despertó y sintió como la cama se movía de izquierda a derecha como si alguien la estuviera agitando con violencia.

Se incorporó como pudo sobre ella y comenzó a notar como el ruido y el movimiento crecía exponencialmente. Entonces supo que aquello era un terremoto y sin pensar en su desnudez saltó de la cama mientras a su alrededor cuadros, jarrones y demás adornos de la habitación se rompían con estrépito contra el suelo. Dando tumbos de un lado a otro y procurando no lastimarse los pies con los numerosos cristales rotos que cubrían la suite salió de ella e instintivamente buscó con la mirada un lugar donde refugiarse.

El pasillo estaba tenuemente iluminado por las pequeñas luces amarillas de emergencia y decidió seguirlas apoyándose en las paredes para no caer. No recordaba que el pasillo fuera tan largo pero pensó que en aquellos momentos de pánico su percepción de la realidad estaba distorsionada y le jugaba una mala pasada. Las luces la guiaron a una enorme puerta negra en la que había un gran letrero con la palabra «Refugio» escrita en mayúsculas y en un llamativo color rojo fuego.

Se detuvo un instante frente a la enigmática puerta y miró detrás de su espalda. Al fondo se distinguían varias siluetas de personas que corrían en su dirección y la hacían señas que ella no entendía.

«Jayden, Jayden» —gritó— pero no obtuvo respuesta.. El techo del pasillo comenzó a derrumbarse justo a su lado y pequeños cascotes la golpearon levemente en la cabeza y los brazos.

Decidió ponerse a salvo y empujando la puerta saltó dentro de la estancia justo en el momento en que una enorme viga iba a aplastarla. Más tranquila por estar a salvo, buscó a tientas el interruptor de la luz y al encontrarlo lo activó. Miró extrañada a su alrededor y se dio cuenta que se encontraba en una diminuta estancia sin ventanas parecida a un almacén de servicio. Esperó unos minutos junto a la pesada puerta prestando atención a los sonidos que venían del otro lado. Lo extraño era que todo parecía en calma. Decidió buscar a Jayden y empujó la puerta para salir pero ésta no se movió. Volvió a intentarlo con similar resultado. Agobiada empezó a pedir socorro a gritos esperanzada en que las personas que había visto en el pasillo antes pudieran abrirla desde el exterior. Nada, no se oía a nadie al otro lado.

Un extraño ruido metálico emergió del fondo de la estancia y dos pequeñas compuertas aparecieron en lo alto de la habitación. Se acercó a toda prisa a ellas con la esperanza de ver a alguien al otro lado que la ayudara a salir de allí y se quedó petrificada. Aquella mirada no podría olvidarla jamás en su vida. «El vagabundo, era aquel vagabundo». Sin mediar palabra desapareció de su vista y acto seguido comenzaron a caer por aquellas dos aperturas litros y litros de agua helada que empezaron a inundar rápidamente la estancia. Por mucho que luchó por encontrar una salida supo que había llegado su final y acordándose de sus seres queridos exhaló su ultima bocanada de oxigeno antes de que el agua cubriera por completo la estancia. Justo antes del final le vinieron a la mente aquellas enigmáticas palabras que había oído más o menos hacía un año: «No te fíes de nadie, si quieres vivir no te fíes de nadie».

Carla despertó sobresaltada respirando convulsivamente. Centrando su mirada recuperó poco a poco el ritmo normal de la respiración y se dejó caer nuevamente sobre la mullida cama del hotel. Menuda pesadilla había tenido. Consultó su reloj y decidió levantarse pues habían quedado dos horas más tarde para desayunar y así poder llegar a primera hora al edificio del Censo. Mientras tomaba la reconfortante ducha pensó en los acontecimientos del día anterior y tuvo que reconocer — muy a su pesar— que no se acordaba de casi nada de lo ocurrido por la noche. Había salido del pub irlandés un poco borracha y ayudada por él caminaba por el Bulevar en dirección a su hotel. Luego tenía vagos recuerdos de estar tumbada en un banco de un pequeño parque y como él se despedía dándola un tierno beso en la frente mientras la acostaba en la cama.

Bajó avergonzada al comedor y le encontró en la mesa que el hotel les tenía asignada en un precioso mirador desde el que se veía al fondo la Casa Blanca.

— Buenos días. ¿Qué tal estas hoy?. ¿Has descansado bien?.

—Buenos días, Jay. Te pido disculpas por lo de anoche.

—Jajaja. No tienes por qué, boba. A veces nuestro organismo digiere mal determinadas bebidas alcohólicas pero no debes sentirte mal por ello conmigo. Olvídalo. Me ha dicho el Maitre que la especialidad del restaurante son las tortitas francesas flambeadas con licor Grand Marnier, solas o acompañadas de fresas y sirope de chocolate. Y he probado el café y es excelente. Me he tomado la libertad de pedir un par de desayunos para los dos. —De acuerdo, gracias. ¿A qué hora tenemos que estar en la oficina?.

—La funcionaria no me indicó nada en concreto pero sugirió que llegáramos a primera hora de la mañana. Comprobé anoche el horario de atención al ciudadano y he pensado que podemos estar allí a las 10.30. Así dispondríamos de todo el día para encontrar a James Lewis.

Al final entraron en la Oficina del Censo poco antes de las 11.00 horas, localizaron a Gina y se acercaron llamando discretamente su atención. Ella al verlos les indicó que caminaran por el pasillo de la izquierda hacia otra dependencia administrativa y al entrar descubrieron que la estaban reformando. Apareció ella por la puerta interior de acceso y saludando educadamente permaneció a su lado esperando en silencio. Jayden extrajo de su bolsillo un sobre blanco doblado a la mitad y dejándolo sobre el mostrador, al lado de ella, se alejó con Carla para admirar la magnífica fotografía aérea de Washington que presidía aquella estancia. La empleada dejó caer una carpeta oscura que llevaba en sus manos encima del sobre y tras las pertinentes comprobaciones les abrió la puerta de acceso a los archivos gubernamentales. Sin mediar ninguna palabra más, Gina se marchó por donde había venido y ellos entraron a la otra estancia y buscaron un ordenador apartado donde acomodarse y poder continuar con su investigación. En ese punto, Carla tomó las riendas de la búsqueda pues estaba más familiarizada con el funcionamiento de las complicadas redes informáticas gubernamentales.

Con gran satisfacción observó que los ordenadores estaban conectados con todo el sistema de información del Censo de los Estados Unidos.

Comenzaron tecleando su nombre —James Lewis— y descubrieron que debían acotar más los criterios de búsqueda. Buceando en los diversos accesos que permitía el ordenador, Carla descubrió varios posibles modos de localización. Censos por décadas; Búsqueda por nombres Geográficos; Censos por nacionalidades o etnias; por Congregaciones Religiosas; etc. Lo malo para ellos era que no poseían el más mínimo dato identificativo y a primera hora de la tarde desistieron de seguir buscándolo de aquella manera y abandonaron el Edificio.

Debían buscar un nuevo enfoque en la investigación pero antes necesitaban hacer un breve descanso para recobrar el ánimo y las fuerzas.

Caminaron una media hora entre sauces y cerezos por un precioso camino que bordeaba el lado derecho del Rio Potomac hasta que llegaron a un acogedor restaurante con vistas en la Avenida MacArthur del que habían leído muy buenas críticas en varios foros de Internet.

Tras dar buena cuenta de una jugosa hamburguesa con queso y bacón, se notaban con más ánimo y energía y, mientras disfrutaban del sol y de su tercera jarra de cerveza helada, decidieron reanudar la investigación.

— Creo que debemos volver al punto de partida, poniendo en común qué es lo que sabemos y qué es lo que debemos averiguar —expuso Carla—.

—De acuerdo, puede ser un muy buen punto de partida. Tenemos el mensaje que estaba escrito en la lápida y que habla de que un individuo llamado James Lewis comenzó todo esto. ¿Seguro que tiene algo que ver con lo de tu tía-abuela?.

—Hay que suponer que sí. Todas las pistas que hemos encontrado y seguido nos han guiado de un lado a otro, pero absolutamente todas estaban relacionadas con ella y con ese misterioso tesoro. El marido de Agnes había logrado descifrar el documento número tres y tras su violento atropello guardaron lo importante en aquella caja metálica. Y al encontrar la caja las pistas que escondía dentro nos llevaron a la tumba y a ese tal James. Por tanto, debemos suponer que esa persona fue importante para Jack cuando descifró el documento. Y ahora que lo pienso…. No, no puede ser tan fácil…., espera un momento.

—¿Qué pasa Carla?. ¿En qué piensas?.

—Nada, aguanta un minuto. —se acercó al mostrador del restaurante y al poco regresó con una tablet en la mano y se sentó nuevamente—. Le he pedido al encargado que me la preste un momento para hacer una consulta rápida en internet. Recuerdas que en su carta Agnes me contó la historia de todo lo que ocurrió con el tesoro y las personas implicadas. Pues bien, hubo una persona que con su acción lo cambió todo. —James Lewis fue el que descifró el documento número 2 —interrumpió frenético Jayden—. —No, déjame seguir. No me refiero a eso pues sabemos que el amigo secreto de Morris se llamaba Evan Fox.

—¿Y entonces?.

—Yo me refería a un párrafo de la carta en la que mi tía-abuela hace referencia a que en un acto desesperado alguna persona publicó un folleto con todos los hallazgos realizados con la esperanza de que alguien lo leyera y pudiera encontrar el tesoro. —Sí, ahora lo recuerdo. Y cómo aquel artículo atrajo a personas sin escrúpulos que los obligaron a huir de sus tierras y ocultarse.

—A eso me refiero. Y con esos datos estoy haciendo una búsqueda para encontrar aquella publicación. —Pero eso no nos llevará a ningún lado. Tenemos que suponer que si tuvieron que huir y ocultarse cambiarían de nombre.

—Sí, pero hay una persona que no tuvo que cambiar de nombre ni ocultarse.

—¿A quién te refieres Carla?.

—¡¡Aja¡¡¡¡. Sí aquí esta. —y le enseñó la tablet a Jayden—. Te presento a la persona que escribió el folleto y lo publicó en un periódico. Te presento a James Lewis.

43

Había pensado en quedarse un par de días a lo sumo y ya llevaba más de cuatro meses en el pueblo. Cuando la generosidad de sus gentes hacia él se fue desvaneciendo Rogers tuvo que decidir si regresar a su sucia y polvorienta ciudad o continuar en aquel precioso pueblecito rural.

Optó por quedarse viviendo con Rosie y ayudarla con su prospero negocio.

Sentado en el porche de la casa dejando pasar el tiempo y disfrutando de una cerveza fría pensó que hacía mucho tiempo que no sabía nada de Madeleine y de su hijo. En verdad, los había visto únicamente un par de veces: el día que llegó al pueblo y entregó el misterioso paquete y el día en el que enterraron el féretro vacío de James.

Decidió ir a visitarla a su casa aunque Rosie le había intentado persuadir de no hacerlo. Realmente era una estúpida idea pero sentía la necesidad de hablar una vez más con la familia de su camarada James.

Al llegar a la casa se encontró con Mason que le saludó con un abrazo efusivo y le informó que su madre estaba en casa y que se llevaría una gran alegría con su visita. Entraron a la cocina y encontró a Madeleine preparando la comida. De inmediato saltó sonriente sobre él y le acompañó hasta la sala de estar donde se sentaron mientras que Mason los servía una cerveza fría y unos aperitivos de queso recién horneados y los dejaba a solas.

— Tenía muchas ganas de volver a hablar contigo — dijo Madeleine—. ¿Por qué no has venido a vernos desde el funeral?.

—No sabía qué hacer. No quería ahondar en vuestra pérdida.

—Nada de eso. Siempre serás bienvenido a esta casa. —¿Qué tal estáis?.

—Bueno, vamos haciéndonos a la idea poco a poco. Ya me han contado que vives con Rosie en el hostal. —Sí, ha sido una bendición para mí. Y Mason, ¿cómo va con los estudios? —añadió Rogers cambiado radicalmente de tema—.

—Ha terminado los estudios en la Middle School y estamos viendo si podemos inscribirle en High School para el año que viene.

—Pero es un chico brillante y debe seguir estudiando. ¿Por qué no vais a hacerlo?.

—Claro que quiero que siga estudiando pero no tengo tan claro que podamos permitírnoslo. La pensión del ejercito nos llega escasamente para pagar los gastos cotidianos y hasta ahora mis padres le han costeado los estudios pero ya no se lo pueden permitir. —Siento oír eso, sabes que si pudiera hacer algo por él lo haría con gusto. De todas formas, aparte de ver que tal vais he venido porque tengo que preguntarte una cosa personal y espero que no te molestes.

—No te preocupes, ¿de qué se trata?.

—Desde que James me entregó ese paquete para ti he tenido curiosidad por saber que había dentro. —Ah, era eso. Era una carta personal para Mason y para mí y una pequeña caja con una llave cilíndrica en su interior.

—¿Y que abría la llave?.

—Abría un cajón de su escritorio. En él había un montón de papeles sobre la investigación de un amigo suyo y una pequeña nota manuscrita en la que explicaba el método de investigación que había utilizado.

—Y, ¿por qué era tan importante para él que lo tuvieras tú?.

—No tengo ni idea. Para mí todos esos papeles son un galimatías y no comprendo su significado. ¿Quieres echarles un vistazo y ver si tu entiendes algo? —Puedo intentarlo, si tu quieres.

Madeleine salió de la sala y regresó con una pequeña caja de cartón llena de papeles y se los entregó a Rogers que prometió estudiarlos meticulosamente para averiguar lo más posible de ellos. Pasados unos días, regresó con noticias sobre esos documentos.

Había descubierto que hacían referencia a un supuesto gran tesoro que se encontraba enterrado en el condado de Betford y que su localización exacta estaba oculta detrás de una codificación numérica de tres misteriosos folios, aunque uno de ellos había sido descifrado mediante un criptosistema de libro usando para ello la declaración de independencia americana.

Así, un hombre llamado Evan Fox observó que los documentos consistían en una sucesión de números aleatorios y supuso que cada número correspondía a una letra. Pero como había más números que letras tenía el alfabeto asumió que varios de ellos correspondían a la misma letra y cayó en la cuenta de que la numeración se refería a las letras del texto de un libro.

Tras probar con cientos de libros y usando finalmente la declaración de independencia, observó que cada uno de los números del «numero 2» se tenía que sustituir por la primera letra de la palabra que ocupaba la posición del número dentro del texto.

Por tanto, si la declaración de independencia comienza con «When in the course of human events …» el sistema daría las siguientes correspondencias: «1=W, 2=I, 3=T, 4=C, 5=O, 6=H, 7=E … etcétera».

— En resumen, creo que James quería que usaras toda esta documentación para intentar encontrar el tesoro oculto y así ayudaros a tener la vida resuelta. —¿Y cómo se supone que vamos a encontrarlo?. —No tengo ni idea, lo siento. Aunque he meditado mucho en todo ello y creo que podemos intentar una cosa un tanto descabellada.

—¿En qué estas pensando?.

—Tengo un amigo de la infancia que trabaja en un periódico de Nueva York. Puedo hablar con él para contarle la historia y ver si es de su agrado. Si finalmente la publica recibirás un buen dinero con el que Mason podrá continuar con sus estudios hasta llegar a la universidad. Pero además es posible que al leer el artículo alguien más entendido que nosotros en estos temas sea capaz de descifrar el código, encuentre el tesoro y se muestre generoso con vosotros por ayudarle a encontrarlo.

—Pero, creo que eso sería traicionar a James. No creo que ni él ni su amigo tuvieran intención de hacer pública su investigación.

—Lamento ser yo quien te diga esto, Madeleine. James ya no está con nosotros y tú necesitas ayuda aquí y ahora con Mason. Además, podemos hacer que la publicación honre su memoria.

—Y, ¿cómo se supone que sería eso?.

—Le pediré el favor a mi amigo de que publique un folleto con toda la información de la que disponemos y haremos que vaya firmado a nombre de tu difunto marido.

—Sí, ese sería un muy buen homenaje y lo resolvería todo. Tienes razón que es lo mejor, adelante hazlo — añadió Madeleine tras una breve pausa para reflexionar—.

44

— Te digo que esa es la manera de descodificar el documento —dijo entusiasmada Carla—.

—No nos precipitemos, es una buena pista pero debemos estar seguros.

—¿Que más pistas quieres Jay?. Sabemos que Evan Fox descubrió que la encriptación había sido realizada mediante un criptosistema de libro y es evidente que Jack relacionó el sistema usado con anterioridad con el libro de Confucio y descifró el «número 3». —Vale, de acuerdo. Es posible, pero tenemos que encontrarlo para probar tu teoría y ver si descifra también el documento número 1 que es el que realmente importa para encontrar el tesoro oculto. —Déjame ver. Existe una copia antigua del ejemplar del libro en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos aquí en Washington. Tendremos que esperar a mañana para poder visitarla y consultar el libro. —Bueno, al fin y al cabo el día ha sido muy fructífero. Podemos regresar al hotel y descansar un poco hasta la hora de la cena. Yo podré aprovechar para poner en orden mis asuntos personales y tú puedes hablar con la familia para tranquilizarles y enviarles unas cuantas fotos nuevas.

A la hora convenida se reencontraron en el hall del hotel y por sugerencia de Jayden decidieron ir a cenar a un excelente restaurante hindú llamado Roslika del que había oído hablar a otros huéspedes del hotel el día anterior y que quedaba en el West End apenas a una media hora andando en dirección a la avenida Pensilvania y muy cerca del Museo Nacional.

Les acomodaron en un precioso espacio privado decorado al gusto tradicional del Rajasthan. Colores rojo carmesí, naranja, amarillo y rosa fucsia en toda la ornamentación y los accesorios, y un par de preciosas esculturas de mármol blanco que representaban a la diosa Lakshmi, garante de la femeneidad, y al dios Ganesh con su típica cabeza de elefante protector de la inteligencia y la sabiduría. Degustaron de entrante un «Palak Chaat», una especie de espinacas fritas con salsa de yogurt, el plato principal fue el excelente «cordero Nihari» y finalizaron con un delicioso pudding de arroz con chocolate blanco y azafrán. Además, fueron obsequiados al finalizar la velada con un riquísimo coctel de champan. Al salir del restaurante observaron un enorme grupo de jóvenes ejecutivos que reían alegremente y tomaron la decisión de seguirles.

Un par de manzanas más adelante llegaron a un restaurante-coctelería llamado «Barmini» que para sorpresa de Carla regentaba un chef español de nombre Jose Andrés. Consiguieron un par de asientos en la barra y tras analizar la carta y consultarlo con uno de los barman optaron por tomar el tour de cocteles. Saborearían 5 combinados cada uno preparado de manera diferente con los mejores licores del mundo y usando diversos métodos científicos de preparación y, por supuesto, siempre delante de los clientes.

Fue todo un espectáculo en sí mismo. Primero tomaron un coctel de Ron venezolano reserva de ocho años al nitrógeno líquido —para conseguir una textura similar a un sorbete— y que se tomaba en pequeños vasos de porcelana adornados con limón fresco rallado.

Luego el típico coctel tradicional a base de champán Don Perignon con espuma de fruta de la pasión en la parte superior de la copa. Para el tercero, el barman retiró todo el servicio anterior y usando una tabla de cedro depositó una pequeña cantidad de madera de coco a la que prendió fuego y lo cubrió con el vaso de mezclas para atrapar el humo que desprendía. A continuación preparó un maravilloso Highlander y lo sirvió con una pequeña ramita de romero. Tras otros dos exquisitos cocteles finalizaron aquella increíble experiencia con un desconocido pero excelente whisky «Yamazaki Single Malt de 2013» considerado uno de los mejores del mundo y servido nuevamente en vaso aromatizado con humo de cedro y maderas vírgenes y su camarero personal les invitó a pasar a un pequeño reservado en el piso superior donde podrían disfrutar de un ambiente más adecuado.

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