Agnes

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Agnes

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—Nunca. El Lodge está tal y como lo dejaron al irse. Únicamente se limpia los alrededores para mantenerlo libre de malas hierbas y animales salvajes una vez al mes.

—¿Y no hablaron con algún vecino sobre su marcha?. —No, aunque eso no es insólito. Como luego podrán comprobar, todos los Lodges están bastante aislados unos de otros. Además, el suyo es el más alejado del complejo y los que están más cerca normalmente no se alquilan puesto que los turistas quieren estar lo más cerca posible de esta zona común porque tienen todos los servicios que ofrecemos al alcance de la mano.

Con la animada conversación degustaron un pastel casero de chocolate y un excelente café de puchero. Guadalupe se acercó un momento al puesto de información, les entregó un pequeño plano de todo el recinto y les aconsejó la ruta que debían seguir, señalándoles los principales miradores sobre el cañón del Rio Grande desde el que podrían deleitarse con las cascadas naturales que se formaban sobre los meandros. Así mismo, señaló en el mapa la ubicación exacta del Lodge que estaba en venta para que pudieran visitarlo exteriormente y hacerse una idea de lo fabuloso de su ubicación. Por último, acordaron reunirse en ese mismo lugar tres horas más tarde y se alejó saludando efusivamente al dueño de una tienda de recuerdos.

Cuando quedaron a solas, ambos miraron un momento el plano que tenían, trazaron la ruta a seguir para llegar lo antes posible y en unos veinte minutos se encontraban junto a la cabaña de Jack y Agnes.

Jayden rodeó la casa en busca de algún tipo de alarma o cámara de vigilancia y tras la negativa inspección sacó de uno de sus bolsillos un pequeño estuche con varios tipos de ganzúas para forzar la cerradura de la entrada. Un par de minutos después entraron en el Lodge cerrando la puerta tras de sí y mientras él comprobaba a través de la ventana que todo seguía en orden, ella empezó a curiosear todo lo que la rodeaba empezando por las numerosas fotografías que adornaban el salón.

— Carla, no podemos estar mucho tiempo dentro de la casa —dijo cariñosamente Jayden al cabo de unos minutos—. Tenemos que encontrar el baúl o alguna pista del tesoro.

—Tienes razón, lo siento, pero no he podido evitarlo. Sabes que apenas tengo recuerdos de Agnes y ahora que estoy tan cerca de sus cosas es mi oportunidad para conocerla más en profundidad. Mientras tanto tu puedes buscar el baúl y así no perderemos mucho tiempo.

—De acuerdo, pero ten cuidado pues no queremos que nadie sepa que hemos estado aquí. Voy a subir al piso de arriba que creo que es donde está el dormitorio.

Carla observaba emocionada como todos los recuerdos de su tia-abuela estaban a su alcance, resumidos en unas cuantas fotografías y una coqueta biblioteca de libros antiguos. Aquel tiempo en que trabajaba para la ONG rodeada de cientos de niños en varios campos de refugiados de Oriente Medio y África; aquel exótico viaje a algún remoto lugar de Sudamérica; junto a Jack rodeados de amigos en una gran casa victoriana seguramente en las afueras de alguna gran ciudad del norte de Estados Unidos; la típica fotografía de estudio de recuerdo de su boda; o una tierna instantánea de Agnes sentada en el regazo de su marido en la silla de ruedas a

la salida del hospital. Se enjugó las lágrimas de tristeza y decidió acercarse a la estantería para ojear algunos de los libros que habían sido importantes en la vida de la pareja. La llamó la atención lo organizado que estaba la librería: ordenados de mayor a menor antigüedad y distribuidos juntos por materias: filosofía, Historia, Ciencias, etc… En ese instante, Jayden llamó su atención desde la escaleras y la indicó que debía subir al dormitorio. Acudió rauda y encontró un baúl gris de tamaño medio con la tapa abierta. Lo miró inquisitiva y éste hizo un gesto afirmativo mientras la invitaba a mirar en su interior. Ansiosamente oteó dentro para descubrir un pequeño portafolios negro cerrado con un pequeño candado metálico.

— Hemos encontrado el baúl —ratificó orgulloso—. —Yo también lo creo. ¿Solo contenía esto? —preguntó Carla señalando la carpeta—.

—Es lo único que había en su interior. Ahora que tenemos lo que hemos venido a buscar salgamos de aquí lo antes posible.

—Pero no sabemos qué contiene, porque no la has abierto, ¿verdad?.

—No, he pensado que te gustaría hacerlo a ti. Pero creo que nos lo debemos llevar de vuelta a Washington.

—Pero Guadalupe se dará cuenta. Creo que es mejor que la abramos aquí y con el móvil podremos fotografiar todos los documentos.

—Eso nos llevaría mucho tiempo y nos pondría en peligro. Es mejor coger el portafolio, comprar una mochila de recuerdo en las tiendas de souvenirs y guardarlo dentro.

—Entonces me llevaré alguna fotografía de recuerdo también.

—Sabes que no podemos Carla. El portafolio estaba dentro del baúl y por tanto su falta no dejará ningún rastro pero las fotografías están muy a la vista y alguien podría darse cuenta de nuestro allanamiento.

Cogieron la carpeta negra y tras una breve comprobación de que no había nadie por la zona salieron de la casa y regresaron al centro del complejo lo más rápidamente posible que pudieron. Al llegar, Jayden se adelantó, comprobó que todavía no había ni rastro de Guadalupe y adquirió una graciosa mochila de recuerdo con el emblemático correcaminos serigrafiado con colores llamativos junto al logotipo del parque. Regresó a reunirse con Carla, guardaron el portafolio y volvieron juntos a la zona de restauración para esperar a su guía mientras saboreaban un merecido refresco que necesitaban con urgencia.

Media hora después apareció Guadalupe con signos evidentes de haber estado pasándoselo bien con el muchacho del puesto de recuerdos. Al acercarse pagaron la cuenta y decidieron regresar al centro de interpretación dando por terminada la visita. Una vez allí, entraron en la oficina de ventas donde les entregó numerosa documentación sobre el modo de adquirir la propiedad en venta o alquilar otra para el periodo vacacional. Terminada la tediosa charla se despidieron con la promesa de estudiar la propuesta y montando en el coche de alquiler regresaron al aeropuerto para tomar el vuelo nocturno con destino en Washington. De camino, ella sugirió abrir la mochila y ver el contenido de la carpeta pero Jayden negó tal propuesta con rotundidad —pues era peligroso manipular el cierre metálico delante del personal de cabina— y la propuso esperar a estar a salvo en la habitación del hotel.Resignada y cansada cerró los ojos y pensó en la cantidad de recuerdos de Agnes que había adquirido en aquella salida.

Mientras tanto, él no paraba de pensar en Carla pues su conflicto interior se había agudizado entre lo que quería hacer —lo que le mandaba el corazón— y lo que debía hacer —lo que le indicaba su mente—. De nuevo decidió aplazar la decisión un poco más y disfrutar del día a día. Tras 6 horas de vuelo —con una escala en Dallas— aterrizaron en el Aeropuerto Ronald Reagan de Washigton pasadas las 23.00 horas. Ambos se notaban cansados y caminaban de la mano por la terminal en silencio. Al salir al exterior, cogieron un taxi pensando meterse cuanto antes en la mullida cama del hotel pues habían decidido aplazar para el día siguiente la apertura del portafolio. Carla se acurrucó sobre el pecho de Jayden cerrando los ojos de puro agotamiento y él, para evitar caer rendido también, observaba el monótono paisaje por el que circulaban a bastante velocidad. Tras un largo trayecto el taxi enfiló la conocida Avenida de la Independencia y, sabiéndose cerca de su destino, se relajó en el asiento y bajó la cabeza para besar con ternura la frente de su compañera.

De repente una inmensa mancha negra lo cubrió todo e instintivamente protegió a Carla con su cuerpo, justo antes de que la violenta sacudida lateral del vehículo los volteara de un lado a otro del asiento. Por fortuna, la maravillosa costumbre de los conductores europeos de llevar abrochado el cinturón de seguridad la había amarrado al asiento mientras el cuerpo de Jayden golpeaba una y otra vez todo el habitáculo trasero del coche como si lo hubieran metido en la cubeta de una gigantesca lavadora industrial y los diminutos cristales de las ventanillas se le clavaban en todo su cuerpo haciéndole sangrar con profusión.

Tras unos instantes en aquel infierno, el taxi dejó de dar vueltas de campana y quedó boca abajo en mitad de la desierta avenida. Aunque desorientado y sin fuerzas su espíritu de supervivencia le obligaba a salir de aquella ratonera y consiguió alcanzar la manilla de la puerta abriéndola de un fuerte empujón con su hombro. Tras ese titánico esfuerzo centró su atención en Carla y arrastrándose por el suelo la encontró semiinconsciente gimiendo de dolor. La abrazó enérgicamente obligándola a tranquilizarse mientras intentaba soltar el cinturón de seguridad que la aprisionaba. Tras conseguirlo la sugirió reptar hacia la salida mientras él comprobaba el estado del taxista y rescataba sus objetos de valor lo más rápidamente posible puesto que el vehículo había comenzado a arder. Agarró como pudo la mochila con los documentos y los teléfonos móviles y salió al exterior una vez certificada la muerte del conductor. Cuando se disponía a incorporarse recibió un fuerte impacto en la zona lumbar al que siguió otro —más violento— en la cabeza y su flácido cuerpo cayó indolente sobre la céntrica calle. Giró la cabeza y observó como un par de musculados individuos introducían a Carla a la fuerza en una furgoneta negra sin matrícula. Desesperado intentó ponerse de pie para ayudarla pero recibió otro fuerte impacto que le fracturó la pierna derecha justo por debajo de la rodilla y volvió a desplomarse contra el asfalto. Sus atacantes se abalanzaron sobre él para arrebatarle la mochila que portaba sobre sus hombros y agotado como estaba decidió acurrucarse en posición fetal mientras protegía con su magullado cuerpo aquel precioso tesoro. Empezaron a golpearle reiteradamente para intentar vencer su obstinada resistencia y hacerse con el ansiado botín pero él había decidido un instante antes que no lo permitiría. Entonces oyó una voz de mando que venía del furgón y que los instaba a terminar con aquello de manera inmediata pues debían abandonar aquel escenario antes de que aparecieran las primeras unidades policiales cuyas estridentes sirenas comenzaban a escucharse nítidamente en la lejanía. Jayden pensó por un momento que lo peor había pasado pero estaba equivocado.

Un atronador estallido surgió detrás de su posición y sintió una aguda y ardiente punzada en la parte posterior del cráneo. Inmediatamente notó como su cuerpo dejaba de responderle y se iba marchitando poco a poco sin poder impedir que aquellos asesinos le arrebataran la única posesión que le quedaba. La oscuridad se apoderó de su consciencia y se abandonó exánime a esperar a que el Gran Espíritu lo regresara a la tierra y se reuniera para siempre con sus antepasados.

48

Carla se despertó angustiada y de un salto se liberó del edredón y se puso en pie sobre la cama, alerta y recorriendo ansiosa con la mirada la habitación en busca de sus captores pero no había ni rastro de ellos. Más calmada fue a bajar al suelo para intentar escapar pero descubrió que no había nada en lo que apoyarse, únicamente un profundo y oscuro agujero que cubría toda la estancia y en el que no se distinguía el final. Temerosa buscó alguna forma para alcanzar la puerta de la habitación, se aproximó al pie de la cama y estirando el brazo rozó con la punta de los dedos el picaporte. Decidió resuelta hacer una improvisada cuerda con un trozo de sábana para ayudarse pero sorprendentemente no pudo cogerla pues permanecía amarrada al colchón. Exhausta tras el esfuerzo decidió usar el extraño pijama a rallas que llevaba y arrancando las mangas y las perneras construyó un resistente lazo con el que, tras varios intentos, alcanzó el pomo y dando un fuerte tirón la puerta comenzó a abrirse lentamente.

Satisfecha, esperó agazapada a que se abriera totalmente con la firme intención de saltar al otro lado. Los segundos pasaban interminables mientras se comenzaba a vislumbrar lentamente la luz procedente de la otra estancia y se preparó para la huída. No obstante, su subconsciente la alertaba de que algo no iba bien y centrando su atención vio que a medida que la puerta se abría la cama comenzaba a alejarse en dirección contraria. Extrañada pero decidida calculó el salto y se atrasó hasta el cabecero de la cama para tomar el necesario impulso pero en ese momento el pie de la cama empezó a romperse como un puzle y a derrumbarse hacia el oscuro abismo. La cama empezó a desaparecer bajo sus pies descalzos y supo que era inevitable sumergirse en el abismo. Empezó a caer al enorme agujero —que se volvía mas y mas oscuro cada vez— mientras gritaba y buscaba con desesperación algo a lo que agarrarse. De repente, una extraña formación rocosa con forma de ataúd apareció a su izquierda y alargando la mano se asió a ella con fuerza. Un dolor agudo le informó que se había dislocado el hombro —si no algo más— pero afortunadamente había conseguido frenar la caída y ayudada con un movimiento de vaivén se aupó a aquel extraño saliente. Busco ansiosa la forma de salir de aquella pesadilla ….., umm…. pesadilla…..

Carla abrió los ojos poco a poco y constató que todo había sido producto de su imaginación. Se encontraba en una habitación antigua, con decoración de los años 60 y con un bien cuidado suelo de madera de caoba como había constatado un instante antes. Se incorporó sobre los mullidos almohadones y notó un intenso dolor en el brazo izquierdo lo que hizo que recordara los acontecimientos de la pasada noche y no pudo ni quiso reprimirse y comenzó a llorar desconsoladamente. Había asistido al asesinato de su amante —sin poder hacer nada por impedirlo—, y lo que más le hería el alma era que sabía a ciencia cierta que había muerto por su culpa y por su inconsciente egoísmo de buscar excusas para vivir en aquella ridícula aventura que la mantenía alejada de la odiosa monotonía que la esperaba y la aterraba.

Tras unas horas de dolorosos recuerdos, el incontrolable llanto se transformó en resuelto odio contra los que habían causado aquel mal tan gratuito.

Enérgicamente rebuscó en los cajones de la cómoda y encontró un abrecartas metálico de unos quince centímetros que agarró con fuerza y se aproximó a la puerta de la habitación para intentar salir de allí. Para su sorpresa no estaba cerrada y girando el pomo la abrió con cuidado saliendo al pasillo de la casa.

Escuchaba voces que procedían del piso inferior y comprendió que eran las de sus captores que discutían acaloradamente. Caminaba sigilosamente por aquel estrecho corredor intentando, sin éxito, abrir alguna de las habitaciones contiguas con la esperanza de encontrar una vía de escape o un teléfono operativo para pedir ayuda a la policía.

Al final alcanzó las escaleras de la casa y comenzó a descender sujetando con fiereza la improvisada arma que portaba. Pensó que, con un poco de suerte, seguirían discutiendo y aprovecharía el factor sorpresa y su preparación para abalanzarse sobre ellos, doblegarlos y acabar con sus vidas para vengar a Jayden. Se agazapó tras una esquina y agudizó el oído intentado escuchar donde se encontraban sus oponentes.

— Carla, querida, veo que estás algo mejor de tus heridas. Adelante, únete a nosotros por favor — escuchó de repente sin dar crédito—.

—Asesinos hijos de puta —gritó corriendo en su dirección blandiendo el abrecartas agresivamente—. —Trátenla con cuidado —añadió el desconocido y sus dos fornidos guardaespaldas la sujetaron con firmeza mientras la desarmaban—.

—Soltarme cabrones —gritó Carla combativa mientras descargaba múltiples patadas sobre sus agresores que encajaban los golpes con indiferencia—.

—Siéntenla ahí caballeros. Solo te pido que me prestes un poco de atención —añadió el desconocido cuando la amarraron a aquel sillón—. Sé que quieres una explicación y te la ofrezco gustoso.

—Lo que quiero es que me suelte para poder vengarme.

—Te prometo una cosa. Al final de mi exposición verás las cosas de manera diferente pero tienes mi palabra que si aun así quieres irte no te lo impediré. Como comprenderás lo que no puedo permitir es que nos hagas daño a ninguno de nosotros, lo siento. —Y, ¿cómo se que cumplirá su palabra?.

—Un caballero siempre cumple con su palabra. De todas formas no tienes por qué creerme. Estas atada a la butaca y tendrás que escuchar mi historia quieras o no. Luego tú decidirás tu futuro.

—Cuénteme lo que quiera y acabemos de una maldita vez con esta farsa.

—Está bien. Ahora debería presentarme pero entenderás que debo permanecer en el anonimato en estos momentos. Pongamos que soy el Señor Smith. En primer lugar debo disculparme por nuestro comportamiento para contigo pues ha sido a todas luces desproporcionado y carente de profesionalidad. —Vaya al grano de una vez, maldito asesino —gruñó molesta mientras forcejeaba con sus ataduras—. —Veo que no te andas por las ramas. Te voy a contar una historia que te hará comprender el por qué de tu actual situación y, sobre todo, te hará ver la razón por la que debes desistir de encontrar el tesoro de Beale.

Carla se quedó sorprendida al saber que aquel hombre conocía la existencia del tesoro y escondiendo el odio que se apoderaba de su alma decidió escuchar lo que aquel desconocido tenía que decir.

— Veo que he captado tu atención. Mi relato empieza allá por el año 1950 aproximadamente. Mi bisabuelo había combatido en la primera guerra mundial donde conoció a un hombre que antes de morir le entregó una carta extraña para su familia. Cumpliendo su promesa se la entregó a su esposa, entablaron amistad y la ayudó a salir adelante y cuidar de su pequeño hijo. Unos años más tarde, el chaval acudió a él porque tenía serios problemas relacionados con un tesoro oculto que había ocasionado la muerte de su madre y el intento de asesinato suyo. Mi pariente decidió esconderle para evitar que le mataran pero de camino a la casa segura fueron asaltados, brutalmente tiroteados y sus cuerpos quemados dentro del vehículo. Milagrosamente mi bisabuelo sobrevivió a sus graves heridas aunque quedó postrado para siempre en una silla de ruedas.

—Es una triste historia pero no veo que tiene que ver conmigo.

—A eso llegaremos, déjame terminar. El sentimiento de culpa iba acabando poco a poco con él mientras se recuperaba en la cama del hospital militar, pero un día recibió una visita que le dio la vida. Una mujer con la que había compartido unos años maravillosos apareció de improviso en el hospital. Se llamaba Rosie y rogó que la dejaran un momento a solas con él. Unos minutos más tarde salió de la habitación con abundantes lágrimas en los ojos y no la volvimos a ver. Mi bisabuelo recuperó la vitalidad perdida y se enfrascó en una misteriosa investigación que le ocupó toda su vida. En su lecho de muerte le confesó a su hijo —mi padre— todos los detalles de aquella obsesión y le entregó la llave de un depósito donde encontraría todos los detalles que había ido recopilando a lo largo de su vida. Mi padre decidió cumplir sin mucho interés con su última voluntad pero tras entrar en aquel almacén se obsesionó por continuar con la labor que había iniciado mi bisabuelo.

—Este relato es mortalmente aburrido y patético. He decidido escucharle pero empiezo a cansarme de tanta palabrería.

—Tranquila, ya llegamos. Mi bisabuelo Rogers había llegado a una curiosa conclusión: «el tesoro de Beale» estaba maldito. Todas las personas que se habían relacionado de un modo u otro con él habían muerto o sufrido atroces daños físicos o psíquicos. Investigó un poco más sobre todo ello y descubrió que básicamente eran tres los grupos de personas que lo perseguían. Los descendientes de Robert Morris, con nobles intenciones de repartir el botín entre los auténticos dueños; la familia de Evan Fox, que creían firmemente en su legitimidad para apoderarse del mismo al haber encontrado el método usado para descifrar uno de los documentos cifrados; y un grupo secreto cuyos miembros ansiaban recuperar lo que bajo su punto de vista les había sido robado.

—¿Quién compone ese grupo secreto?.

—Espera no seas impaciente. Los tres grupos comenzaron una especie de competición violenta en busca de descifrar el famoso «documento 1» en el que no dudaban en matar a cualquier persona que se entrometiera en su camino, como había ocurrido con la esposa y el hijo del amigo de mi bisabuelo. Como Rogers era un soldado pensó que «el fuego se le combate con fuego» y formó un grupo de veteranos amigos suyos con el objetivo de «impartir justicia» en aquella contienda.

—Y empezaron a matarlos a todos.

—Al principio no fue así, pero se dieron cuenta que en muchos casos la justicia no podía actuar contra ellos por falta de pruebas así que se convirtieron en jueces y verdugos. Quiero que entiendas que es la etapa más oscura de nuestra historia de la que no estoy nada orgulloso.

—Quiero que usted entienda que me importa una mierda lo que le orgullece a usted.

—Bueno, mi padre continuó la violenta labor que le había sido encomendada y con bastante éxito, he de decir. Los últimos parientes de ambas familias comenzaron a desistir de su búsqueda —o morían en el intento— y nuestro grupo centró su actividad en descubrir y neutralizar al misterioso grupo secreto. Buceando en la historia consiguieron averiguar que la historia del descubrimiento del tesoro no era como la habían contado en los papeles. Estando de caza, Thomas y su grupo fueron sorprendidos por una fuerte tormenta y, desorientados y exhaustos, encontraron un pequeño refugio en la montaña donde se guarecieron. Un día o dos después pasaron cerca de allí un par de familias de indios americanos y los asesinaron para robarles todas sus víveres y sus posesiones. Su sorpresa fue cuando descubrieron una pequeña bolsa de piel de búfalo con un montón de monedas de oro y plata. En las siguientes expediciones el grupo se centró en encontrar el poblado y cuando lo localizaron acabaron con todos los indígenas, incluidos mujeres y niños amasando aquel monumental tesoro.

Se abrió la puerta de entrada de la casa y el hombre interrumpió el relato, ordenó a uno de sus secuaces que la vigilara y salió del salón cerrando la puerta tras de sí. Carla agudizó el oído y empezó a escuchar como su anfitrión y el visitante discutían acaloradamente sobre lo que debían hacer con ella. Repentinamente la puerta corredera de la habitación se abrió y entró en la estancia un anciano que se abalanzó sobre ella asiéndola fuertemente de sus maniatados brazos. Al mirarle a la cara, Carla sintió un escalofrío que le recorrió la columna y la hizo temblar de miedo. Esa cara y sobre todo su mirada le resultaba muy familiar.

— Te lo advertí Carla y no me hiciste caso —gritó agitándola de los brazos—. Ahora tendrás que pagar por todo ello.

—Déjala papá. Te he dicho que ella no tiene culpa de nada y no la vas a hacer daño alguno. —el Sr. Smith hizo un gesto al fornido escolta quien con un paternal gesto agarró al anciano y lo acompañó fuera de la habitación—. Disculpa a mi padre. Como ya te he dicho su método de trabajo está algo anticuado pero en el fondo tiene buena intención.

—Le conozco, vino a mi casa a advertirme pero pensé que era un chiflado. Fue él quien mató a mi tíaabuela.

—No, no fuimos nosotros. Como te estaba contando, mi padre supo que algunos de aquellos indios salvaron la vida pues habían acudido a una «Powwow» con otras tribus de la región. Al encontrar aquella barbarie se juramentaron en recuperar lo que era suyo y en acabar con los asesinos y sus familias. Nuestra organización poco a poco fue neutralizándolos a todos y vivimos, por fin, una época de tranquilidad. No obstante, un buen día un hombre llamado Jack comenzó a hacer preguntas sobre el tesoro y sobre los herederos del Sr. Morris. Le seguimos con la intención de hacerle desistir de la búsqueda pero descubrimos que había conseguido descifrar otro documento y tuvimos que intervenir. Ya en el hospital, hablamos con su esposa, y la sugerimos que era mejor para ellos olvidarse de todo el asunto y huir lo más lejos posible. Nos congratuló mucho que fueran tan receptivos a nuestra sugerencia pues no los volvimos a ver y la búsqueda finalizó de inmediato.

—Y entonces, ¿Por qué han matado a Agnes?. —Como ya te he dicho no hemos sido nosotros. Sé que ahora no quieres creerme —dijo observando la reacción de Carla—, pero cambiaras de opinión cuando te muestre el rostro de su asesino.

—¿A que está esperando?.

—Déjame que acabe la historia primero. Tras unos meses tranquilos, dos de nuestros informadores fueron abatidos en Nueva York y aquí en Washington y supimos que la pesadilla había vuelto a comenzar. En este caso nuestros esfuerzos de localizar al individuo o individuos responsables de las muertes resultaron baldíos y decidimos contactar con tu tíaabuela para que abandonaran el refugio donde se encontraban pues corrían peligro. Por desgracia, descubrimos tarde que el sujeto había contratado a una organización criminal de Europa para acabar con la vida de Agnes. Al conocer el encargo y su extraña desaparición llegamos a la conclusión que esa persona buscaría matar también a Jack y le prevenimos. Él montó en cólera y nos dijo que se encargaría de vengar su muerte.

—¿Y quién es esa persona y que tiene que ver con mi secuestro y el asesinato de mi amigo?.

—Aunque no lo parezca, nuestra intención siempre ha sido proteger al inocente. Eso fue lo que movió a mi bisabuelo y a sus amigos a fundar aquella organización secreta. Y debo decir, con orgullo, que hemos sido capaces de asimilar fielmente esos principios fundadores a esta agencia gubernamental, ampliando su radio de acción a otros ámbitos de la sociedad.

En tu caso, supimos que Agnes te había nombrado su única heredera y llegamos a la conclusión de que estabas en peligro. Mi padre — actuando de manera arbitraria e imprudente— intentó impedir que acudieras a Argentina pero no lo consiguió y el asesino no solo acabó con la vida de Jack en Buenos Aires sino que, para nuestra desesperación, te engañó para que le ayudaras en su búsqueda y desaparecisteis juntos de nuestra vigilancia.

—¿Me está diciendo que….?. No, no puede ser… — Carla negaba firmemente con la cabeza mientras su mente le repetía una y otra vez un nombre—. —No tienes que creer lo que te digo. Aquí tienes todos los documentos que corroboran lo que acabo de contarte. La persona que asesinó a Jack y que encargo la muerte de Agnes es, mejor dicho era, tu querido amigo Jayden.

49

Era el momento y Giselle lo sabía. Ordenó a las tropas de asalto iniciar la operación y parapetándose detrás de un vehículo blindado avanzó junto con el resto de la fuerza policial por el coqueto barrio de Sredets hasta aquella nave industrial en aspecto abandonada pero que sabían por su confidente de Dresde que era el cuartel general de la mafia búlgara llamada S18/14. La Tanqueta UR-416 con su motor Mercedes Benz de 120 caballos reventó la puerta y detrás de ella se precipitó el vehículo Uro Vamtac equipado con el practico sistema Mars «sistema de rampa móvil ajustable» con el que los tiradores de élite accedieron a la posición más elevada del complejo. A continuación, el resto del contingente de asalto accedió al recinto parapetándose detrás de los vehículos blindados para protegerse del intenso fuego que comenzó a provenir del interior de los edificios.

Afortunadamente para ella, la misión fue un éxito tanto en ejecución como en objetivo. No se habían producido bajas entre los asaltantes y únicamente había que lamentar dos heridos de cierta gravedad en la policía búlgara. En cambio, el panorama era desolador entre los integrantes de la banda criminal.

Al oponer resistencia frente a una fuerza superior en número y armamento habían firmado su sentencia definitiva. Todos los integrantes habían caído durante el tiroteo incluido el líder de la organización Kosta Dobreva y su hijo Zhivko.

Visiblemente satisfecha se reunió en el puesto de mando con las autoridades locales para comunicar la buena noticia a sus superiores y coordinar el registro de las instalaciones en busca de pruebas.

Una hora más tarde decidió regresar al hotel para descansar un poco dando órdenes precisas de comunicarle cualquier novedad sobre la investigación. Mientras se relajaba saboreando un cigarrillo en el balcón de su habitación repasó mentalmente toda aquella operación. Recordó la fructífera entrevista con el testarudo policía italiano que había encontrado pruebas tangibles de la existencia de aquel grupo neonazi violento, la información obtenida por su confidente en los círculos violentos de la antigua República Democrática Alemana, el momento en que toda la operación estuvo a punto de fracasar por una filtración sufrida a través de un miembro corrupto de la policía local de Sofía, pero al final habían conseguido neutralizar y desmantelar definitivamente toda la organización.

Sonó su teléfono móvil y la sacó de aquellas ensoñaciones. Al contestar, la informaron que habían realizado un extraño hallazgo difícil de explicar por teléfono y que era conveniente que acudiera al lugar para verlo con sus propios ojos. Giselle llegó a la nave industrial y la indicaron que debía ir al edificio grande de su izquierda pues allí la estaban esperando. Al entrar, cuatro potentes focos halógenos conectados a un generador independiente alumbraban la pared trasera de lo que parecía ser una celda para prisioneros y con gestos la animaron a que se aproximara. Habían encontrado en un hueco excavado en la pared unos restos humanos, un par de brazos, un par de piernas y una cabeza. Los expertos forenses habían concluido en su primera inspección ocular que muy probablemente aquellos restos pertenecían a la misma persona y a juzgar por el aspecto debía tratarse de una mujer de aproximadamente 60 o 70 años de edad y de raza caucásica.

Giselle encajó la noticia como quien recibe un fuerte puñetazo en la base del estómago. Le empezaron a temblar las piernas, comenzó a sentirse mareada con fuertes nauseas y sufrió una repentina debilidad muscular que la precipitaba irremediablemente hacia el suelo. Por suerte para ella, el capitán de la policía búlgara que se encontraba a su lado observó su reacción y actuó rápidamente agarrándola a tiempo para que no cayera. La sacaron al exterior del edificio y la acomodaron sobre un banco de piedra para que tomara un poco de aire fresco.

— Capitán, coja esta bolsa y respire en ella. —era el teniente Giuseppe, su brazo derecho en aquella operación—. Ha sufrido un ataque de ansiedad y está hiperventilando. Necesita respirar concentraciones bajas de oxigeno para recuperarse.

—Gracias, ya estoy mejor —consiguió decir—. Ve dentro y que tengan mucho cuidado con los restos de esa mujer.

—Tranquila, la policía búlgara está haciendo un extraordinario trabajo y lo tienen todo controlado. —Eso espero Giuseppe. Sabes lo importante que todo esto es para mí.

—Por eso debe recuperarse completamente de su crisis antes de volver a hacerse cargo de la operación. Bébase esto despacio y poco a poco notará como mejora.

Giselle sabía que tenía razón y mostrándose obediente apuró la botella de solución salina que la había dado. Era una enorme suerte contar con Giuseppe, siempre tan cercano como profesional, y que desde el primer momento de su colaboración se había convertido en el contrapunto perfecto. En verdad, si no hubiera sido por él no existiría aquella operación.

Recordó las numerosas veces que había solicitado a sus superiores iniciar una investigación sobre aquel grupo extremista y como siempre se lo habían denegado por falta de pruebas tangibles. Pensó en aquella mañana gris en la que huyó apresuradamente de la monótona conferencia que su jefe la había obligado a impartir en Roma y su encuentro con aquel descarado teniente de los carabinieri que la abordó solicitando un encuentro con ella en la sede de la Interpol.

La insistencia de Giuseppe y, sobre todo, su extensa y metódica investigación la proporcionó las pruebas que necesitaba sobre aquella banda de violentos traficantes que operaba en Europa y que tenían su sede operativa en Bulgaria. Lo convenció para que la acompañara a la sede central y convenciera a sus superiores. Allí, su exposición fue brillante y a la vez aterradora. Las pruebas aportadas eran tan exhaustivas y con tanto detalle que varios de sus colegas tuvieron que salir precipitadamente de la Sala de reuniones al observar las atrocidades que llevaban a cabo a los menores de edad con que traficaban. Al terminar, dieron luz verde a la operación.

Recuperada la compostura, entró nuevamente en el recinto y se aproximó para examinar los restos encontrados en la pared. De inmediato dispuso lo necesario para que fueran trasladados al laboratorio de la Policía Científica para extraer el ADN dándole la máxima prioridad. Tras otra media hora coordinando la búsqueda de más pruebas, subió al puesto de mando para empezar a redactar el aburrido informe pero se sintió débil y, aceptando nuevamente la sugerencia de Giuseppe, regresó a la habitación para descansar con la promesa de que sería avisada de inmediato con cualquier novedad que se produjera.

Había dormido unas pocas horas cuando el teléfono volvió a sonar. El laboratorio había podido obtener ADN de aquellos huesos y una vez aislado lo cotejaron con la enorme base de datos de la que disponían —a través de su sistema mundial de comunicación policial I-24/7— llegando a una reveladora conclusión. Aquellos restos y el cuerpo encontrado en la estación Central de Paris pertenecían a la misma persona. Al colgar el teléfono, comenzó a notar como nuevamente se mareaba y se dejó caer sobre la cama mientras intentaba ralentizar su ritmo cardiaco. Poco a poco, la ansiedad fue dejando paso a la euforia. Ahora sí podía afirmar que la operación había sido un éxito rotundo y orgullosa abrió una botella de champan francés del mini-bar, sirvió dos copas y alzándolas brindo en voz alta.

—Ha costado pero por fin has sido vengado. Por ti Alain viejo amigo.

50

Al abrir los ojos se dio cuenta que estaba en una cama de hospital. Notó dolor en el brazo izquierdo consecuencia de la vía intravenosa que llevaba y que la conectaba a un gotero de suero salino. El último recuerdo que tenía era estar amarrada a aquel sillón orejero mientras su captor reventaba su idílico universo. Jayden la había traicionado y, lo que era peor, un asesino. Un estruendoso pitido comenzó a sonar mientras en su monitor se encendían unas llamativas luces rojas parpadeantes. De inmediato, entraron en la estancia dos celadores y una doctora que le administró una sustancia incolora y todo volvió a la calma. Antes de perder la consciencia Carla oyó que la doctora ordenaba a aquellos hombres amarrarla los brazos a la cama para prevenir daños en el momento de despertarse. Supo que le habían inyectado un potente sedante y poco a poco su cuerpo se abandonó al placentero relax que la ofrecían.

— Carla, abre los ojos por favor. —una voz enérgica la obligaba a hacer algo para lo que no estaba preparada—. Tienes que despertarte de una vez. —¡¡¡Uhmm¡¡¡¡ —consiguió balbucear obedeciendo la orden—.

—Eso está mejor. Por un momento nos habías asustado.

—¿Qué hace usted aquí? —exclamó Carla asustada—. —No tienes por qué alarmarte. Estás en un hospital, ¿sabes lo que te pasó?.

—Recuerdo que sus sicarios me secuestraron y asesinaron a mi amigo, que resultó ser la persona que ordenó matar a mi tía-abuela.

—Básicamente eso es lo que pasó. Al recibir la impactante noticia, empezaste a convulsionar, nos asustamos y te trajimos a este hospital. Nosotros nos encargaremos de la factura, no tienes que preocuparte por nada más que recuperarte totalmente.

—Y luego, ¿qué debo hacer?.

—Ya sabes el por qué de nuestra intervención. Además, salvándote de ese indeseable hemos conseguido pagar nuestra deuda con Jack. A partir de ahora tú debes decidir qué quieres hacer, pero te aconsejo que olvides todo este asunto y regreses a España para disfrutar con tu familia del resto de tu vida. Por cierto, debes saber que tu hermano ha tenido otra niña.

—Necesito estudiar con calma todos los documentos que tienen sobre Jayden para asegurarme que lo que dicen es la verdad.

—No esperaba menos. He hablado con el médico que te atiende y me ha aconsejado que de momento no te lo permita. Cuando estés recuperada al cien por cien te acompañaremos nuevamente a la casa y podrás estudiarlos todo lo que quieras.

Un par de días después, regresaba al lugar de su primer cautiverio junto con el Sr. Smith que la acompañó a su despacho privado. Tras acomodarse en un cómodo butacón abrió su caja fuerte y entregó a Carla una gran carpeta azul llena de documentación tras lo cual salió del despacho cerrando la puerta tras de sí. En el fondo de su corazón quería pensar que Jayden era inocente y que aquellos dementes habían cometido un fatal error, pero su mente la decía lo contrario.

Inspiró profundamente y abrió el dossier. Al principio no entendía mucho lo que estaba viendo y pensó en llamar a su anfitrión para que la ayudara. Poco a poco comenzó a entender lo que tenía delante de ella. Transcripciones de conversaciones telefónicas en las que un sujeto aceptaba el encargo de otro de localizar y acabar con la vida de una anciana a cambio de una gran suma de dinero. Movimientos de cuenta de un banco de nombre rocambolesco con sede en una exótica isla del pacífico famosa por ser un paraíso fiscal. Partidas de nacimiento que demostraban el origen y la genealogía del sujeto y numerosos papeles que revelaban el seguimiento exhaustivo al que había sido sometido. No obstante, lo peor eran las miles de fotografías que ilustraban todos aquellos documentos.

El corazón de Carla se aceleraba por momentos. Ante ella tenía las pruebas irrefutables de que aquellos últimos meses habían sido una brutal mentira.

Le veía en un parque público con un par de corpulentos individuos de cabeza rapada a los que entregaba un pequeño paquete y de los que se despedía con cordialidad. Encontró otra fotografía con una escena que le era muy familiar en la que se bajaba de un coche con los cristales tintados y le acompañaba un hombre alto y gordo y posteriormente regresaban apresuradamente al coche.

No pudo seguir mirando más. Apartó la carpeta y comenzó a llorar desconsolada. Pasados unos minutos tocaron en la puerta y con cuidado el Sr. Smith entró en la sala.

— Como has podido ver, todo lo que te había dicho es cierto. Créeme cuando te digo que lamento mucho no haber podido evitarte tanto sufrimiento.

—Créame cuando le digo que me importa muy poco su fingida consideración.

—Bien, estás en tu derecho. Sigo siendo un extraño para ti al fin y al cabo. Sin embargo, aunque no era lo previsto, ese malnacido ha tenido el final que merecía. —No sé qué debo hacer ahora —interrumpió ella zanjando la cuestión—.

—Eso es cosa tuya, pequeña. Tienes todas las cartas sobre la mesa y debes decidir qué mano quieres jugar. —¿Y si decido continuar buscando el tesoro?.

—Como ya te dije en nuestra primera conversación no tengo intención de retenerte contra tu voluntad. Ahora bien, no confundas mi hospitalidad y amabilidad para contigo con debilidad. Si decides seguir con esa locura la próxima vez que nos veamos descubrirás una faceta de mí que desearas no haber conocido jamás.

—En verdad, creo que ya ha habido muchas muertes por culpa del maldito tesoro —dijo tras dudar un instante—. Tiene razón Sr. Smith, mis días de aventura se han terminado.

—Sabia decisión, Carla. Regresa a tu casa y disfruta con tu familia y amigos.

—Antes debo de hacer una cosa más y creo que es mejor que se la cuente para evitar malos entendidos. Jayden y yo encontramos el refugio donde se escondieron Jack y Agnes antes de su huída del país. Regresábamos de aquel lugar con el informe que ustedes nos quitaron —y que seguramente destruyeron— pero encontré también un montón de fotografías y recuerdos de todo tipo de mi tía-abuela. Me gustaría volver a ese sitio y recoger algunos objetos suyos.

—Veo que no me has entendido bien. No vamos a inmiscuirnos en tu vida salvo que continúes buscando el tesoro. Ahora, si necesitas descansar algo más puedes acomodarte unas horas en alguna habitación del piso superior pero si no lo necesitas tómate esto y te llevaremos a tu hotel.

—¿Qué es eso? —añadió Carla asustada—.

—Es un pequeño somnífero. Como comprenderás, no nos interesa que sepas la localización de este lugar. ¡¡Ah¡¡¡ y recuerda que estaremos vigilando todos tus movimientos.

Carla apuró el vaso que le ofrecía el Sr. Smith y en unos instantes quedó en los brazos de Morfeo.

51

Giselle seguía examinando cuidadosamente el extenso informe que tenía delante mientras contenía la creciente emoción que la invadía y secaba las lagrimas de sus ojos. Había conocido a Alain en unas vacaciones invernales en la estación de esquí de Val d’isere tras una traumática ruptura sentimental.

Rememoró los estupendos momentos que pasó con él en las clases de esquí para principiantes; aquellas estupendas veladas en las que ahogaban las penas en un magnífico whisky de malta o las tórridas noches en las que daban rienda suelta a sus más íntimos deseos. Nunca jamás pensaron en dar el siguiente paso, únicamente se dedicaron a vivir el momento.

Unos años después, ojeando los boletines de sucesos se enteró de la desgracia que había ocurrido y le llamó para ofrecerle su ayuda en aquellos instantes tan amargos. Alain rechazó de malos modos la mano que le tendía y su relación se enfrió, aunque nunca pudo guardarle el más mínimo rencor. Lo único que la hería era comprobar que la culpaba de aquella desgracia por su infiel relación cuando para ella había sido el momento más hermoso y sincero de toda su existencia. Giselle trató de olvidarle centrándose en obtener reconocimiento profesional, trabajando duro y consiguiendo una meteórica carrera en la Interpol. Una mañana, —un par de años atrás—, recibió una llamada de Alain. Quería recuperar su relación de amistad y la pedía disculpas por todo el daño que la había causado pero además quería hacerla una consulta profesional sobre una extraña muerte que investigaba. Tras varias conversaciones telefónicas más, la indicó que debía hablar con ella en persona. Giselle entusiasmada con la idea sugirió cenar en su restaurante favorito de Paris, el Seb’on —en la preciosa zona de Montmartre— pues era una adicta a su foie de pato sobre timbal de manzana caramelizada y queso brie frito, pero él se negó con rotundidad pues quería que el encuentro se produjera fuera de Francia. Aquello la extrañó sobremanera pero ante su insistencia quedaron en verse dos días después en la localidad belga de Brujas en Le Soup en la concurrida y turística plaza Burg.

Llegó antes de la hora convenida y reservó una mesa para dos al fondo del local. Decidió visitar la extraordinaria Iglesia de la Sangre que veneran todos los creyentes. Lo que más la atraía de ella era su especial arquitectura. No era una iglesia al uso sino más bien una doble capilla anexa al palacio real donde se custodiaba la «supuesta» sangre de Jesucristo conservada en un pequeño pedacito de tela bien guardado en un ostentoso cilindro de cristal traslucido. A Giselle aquella mezcla de románico y gótico, las preciosas vidrieras y la espiritualidad que se respiraba dentro, la transportaba a un océano de paz y de armonía casi mágico lejos del caótico bullicio que se respiraba en la plaza. Tras una breve oración junto a la reliquia —y una generosa donación— regresó al restaurante justo a tiempo para ver como Alain accedía a la plaza por la calle Hallestraat.

Estaba un poco nerviosa e intranquila pues no sabía exactamente como debía reaccionar al volverse a encontrar con él, pero al llegar a su altura Alain se abalanzó hacia ella y se fundieron en un sentido y cálido abrazo. El camarero les acompañó a la mesa que tenían reservada, pidieron una botella de Bordeaux para celebrar el encuentro y el sumillere les aconsejó el Château La Mission Haut-Brion de 2011. Aquel día no se le borraría jamás de la memoria de Giselle.

— Brindemos por nuestro feliz reencuentro, salud — dijo Alain alzando la copa de vino—.

—Por nosotros —añadió ella mientras golpeaba con suavidad su copa contra la otra—. Bueno viejo amigo, debo decir que estoy bastante intrigada por tu reticencia a vernos en Paris. ¿Tienes problemas?. —No, tranquila. Creo que mi corazonada era acertada y tras interrogar al personal de cocina del tren he localizado a un sospechoso. He concertado una entrevista con él en Estambul y me ausentaré unos días. Pero antes de irme me apetecía mucho quedar contigo y pedirte nuevamente perdón. Además, como me pediste, te he traído copia de todo lo que he averiguado.

Fue una magnífica velada entre dos muy buenos amigos rememorando los magníficos momentos que habían pasado juntos. A la salida del local decidieron hacer un recorrido en barco por los románticos canales de la ciudad junto a un par de parejas de enamorados y al finalizar el recorrido se despidieron con un dulce beso en los labios. Giselle regresó a Hamburgo ilusionada con la posibilidad de retomar su relación con Alain. Sin embargo, aquella fue la última vez que volvió a hablar con él. Encontraron su cuerpo unos pescadores entre unos juncos en la orilla derecha del Rio Iskar a unos cincuenta kilómetros de la capital de Bulgaria.

Comenzó a llorar nuevamente y cogiendo el vaso de whisky escocés brindó una vez más a su memoria. Una vez cazados los responsables de tantas muertes solo quedaba averiguar la identidad de la anciana desconocida y entregar sus restos a la familia para que pudieran descansar en paz.

Pensó en localizar alguna pista entre la investigación de Alain pero aquellas tres horas de minucioso análisis habían resultado infructuosas. Su única esperanza era que el superordenador del que disponía su unidad encontrara algún resultado con base en la reconstrucción facial que había realizado la unidad forense, aunque no albergaba muchas esperanzas. Sin embargo una vez más se equivocaba. La pantalla comenzó a parpadear en rojo mientras se destacaba la fotografía de una afable sexagenaria cuya compatibilidad con el retrato robot era del 90 % de coincidencia.

Exultante, tomó buena nota de todos los datos de la denuncia de desaparición presentada. Un bufete de abogados de Buenos Aires solicitaba ayuda para su localización.

Marcó el número de contacto que figuraba en el aviso y la derivaron a una letrada llamada Doreen que tras enterarse de la noticia accedió a facilitarle toda la información de la que disponían. Así la confirmó el nombre completo de la fallecida —Agnes García—, como se había puesto en contacto con ellos pues iba a viajar a Europa y que había nombrado heredero universal a un familiar suyo del que se negó a dar ningún dato basándose en la confidencialidad entre abogado y cliente.

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