Agnes

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Agnes

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Un poco más adelante se encontró una habitación con un terminal de ordenador y de inmediato entró en ella cerrando la puerta tras de sí. Se dio cuenta de que estaba en la oficina donde se controlaban las peticiones de los huéspedes relacionadas con la lavandería del hotel. Hizo una búsqueda exhaustiva de todos los clientes del hotel pero no encontró a Carla. Pensó que seguramente se había registrado con otro nombre para evitar ser descubierta tal y como aprendió de él en su huída de Argentina y torció el gesto pues aquello le suponía un gran problema.

Si la información que le había dado el moribundo era cierta «el abuelo» iba a por ella para matarla por lo que no tenía tiempo para recorrer aquel enorme hotel en su busca. Tendría que preguntar a algún empleado y eso no iba a ser fácil.

Repentinamente se abrió la puerta y una somnolienta empleada entró en la oficina sorprendiéndole en el ordenador. Él se abalanzó sobre ella amordazándola antes de que consiguiera gritar y la inmovilizó sobre la silla del escritorio.

—Tranquila…. ehh…. Rebecca — dijo leyendo su nombre en la placa del pecho del uniforme—. Si colaboras conmigo no te pasará nada, créeme. ¿Tiene que llegar algún empleado más?.

—¡¡Uhmmm¡¡. —ella negó con la cabeza con ojos suplicantes—.

—Muy bien. Estarás preguntándote por qué estoy aquí y voy a contestarte. Necesito saber en qué habitación está alojada una amiga mía que está en peligro. He consultado en tu ordenador pero no la he podido localizar y sé que está alojada en este hotel. Necesito que mires bien esta fotografía y me digas lo que quiero saber. Ahora te voy a quitar la mordaza para que puedas hablar, —le enseñó la pistola con silenciador que llevaba—, pero si gritas o haces algo para pedir ayuda mataré a cualquier compañero tuyo que entre por esa puerta y después acabaré contigo lentamente y sufrirás un dolor insoportable. ¿Vas a ayudarme Rebecca?

—¡¡Ssshhh¡¡ —afirmó vehemente y Jayden la quitó la mordaza—. Lo siento señor, no puedo ayudarle pues nosotros no tratamos con los huéspedes. No sé si esa mujer se encuentra alojada en el hotel ni cuál es su habitación. Eso lo tiene que preguntar al personal de recepción o al de limpieza. No me haga daño por favor. —Si sigues haciendo lo que te pido no tienes por qué temer nada de mí. ¿Conoces alguien que esté trabajando ahora y que pueda saber la habitación?. —Estooo… —dijo meditando qué debía hacer—. —Rebecca, Rebecca. No puedo perder más tiempo contigo. Si no puedes ayudarme tendré que buscar a alguien que si pueda. Y creo que sabes lo que eso significa para ti —añadió él mientras recorría con suavidad de arriba abajo el cuerpo de la joven con un afilado cuchillo de cocina—.

—Barry —balbuceó ella—. Barry está ahora en la recepción y puede ayudarle.

—Bien, bien. Vas a llamar a Barry y decirle que baje a aquí con una excusa creíble para que pueda hablar con él. En cuanto obtenga lo que quiero me iré por donde he venido y no volveréis a verme jamás. ¿Estamos de acuerdo?.

Ella asintió y llamó al hombre para convencerle de que debía bajar de inmediato pues había ocurrido un problema con el pedido de un cliente.

Diez minutos más tarde apareció en la oficina un apuesto joven que demandaba enfadado información sobre el problema. Jayden le abordó desde detrás de la puerta y le redujo en segundos.

Una vez atado de pies y manos a la otra silla de la oficina le explicó la situación y le enseñó la fotografía de Carla con idéntico resultado negativo. Al ver la cara de frustración de su atacante, el recepcionista, temiendo por su vida y la de su amiga, sugirió hacer una búsqueda más amplia en el ordenador en todos los hoteles de la cadena de la zona de Washington y se puso manos a la obra siguiendo las indicaciones verbales que le daba el empleado. No tardó mucho en encontrarla.

Estaba alojada en la suite presidencial del Hotel Crowne Plaza de la localidad de Herndon. Con una radiante expresión de satisfacción en la mirada, se levantó del ordenador y decidió poner punto final a su estancia en la ciudad. Desató a los empleados y les instó a que se quitaran toda la ropa y la depositaran sobre el escritorio. Ellos se mostraron reticentes al principio pero poco a poco comenzaron con el lento ritual a que les obligaba su captor mientras suplicaban por su vida.

A continuación los obligó a tumbarse sobre el suelo, ella tumbada de espaldas y él sobre ella escenificando la conocida postura sexual del misionero. Por último, los amordazó y los amarró por las manos y las piernas con una cinta americana que encontró en uno de los cajones. Con gran esfuerzo, movió una de las pesadas estanterías que había en la oficina y la dejó caer sobre la indefensa pareja.

El golpe resultó fatal para Barry que comenzó a ahogarse en su propia sangre al no poder expulsarla de sus vías respiratorias. Mientras Rebecca se retorcía producto del dolor y sobre todo del horror que estaba viviendo y poco después sucumbió a todo ello desvaneciéndose para siempre.

Abandonó sin problemas el hotel por donde había entrado, aprovechando el tumulto formado en torno a la oficina fruto del brutal y sonoro impacto de la estantería, y abordó un taxi que estaba parado en la esquina.

El conductor al ver su aspecto le increpó para que abandonara el coche pero él sacó un buen fajo de billetes y se los entregó al hombre pidiéndole que le llevara lo más rápido posible al hotel de Herndon. El inmigrante se encogió de hombros pensando en lo excéntricos que eran los norteamericanos y arrancó el vehículo deleitándose en la cantidad de dinero que iba a ganar con aquella carrera.

Recorrieron a toda velocidad los 45 kilómetros que los separaban de su destino y al bajar del vehículo Jayden se aproximó a la ventanilla dándole las gracias por su amabilidad. El desprevenido taxista recibió el disparo en la sien y se desplomó en el acto. Aparcó el coche en un parking de las inmediaciones y alcanzó corriendo el hotel donde se alojaba Carla. Buscó una entrada de servicio y la encontró justo en el momento en el que comenzaba el cambio de turno de los empleados. Una vez dentro, todo fue fácil pues en aquel establecimiento las suites ejecutivas tenían acceso directo desde la planta baja mediante un ascensor privado que se activa con una tarjeta especial. Lo único que tuvo que hacer es agenciarse un uniforme de los que estaban colgados en el vestuario de la entrada con una de las tarjetas de acceso, cosa que no supuso mayor problema pues en aquellos sitios los horarios de trabajo son flexibles y las contrataciones de nuevos empleados son continuas. A nadie le extrañó encontrarse a un desconocido en las instalaciones. Salió raudo en dirección al ascensor y comprobó que la tarjeta de acceso que había cogido le permitía subir a la suite de Carla. Al llegar a la planta se dio cuenta que había tres suites presidenciales y que no tenía ni idea de cuál era la que buscaba. Decidió fisgonear tras la puerta de cada una de ellas en busca de algún indicio pero comprobó el enorme grado de insonorización que tenían aquellas habitaciones.

No obstante, descartó pronto una de ellas pues vio que en el manillar de la puerta había colgado un ejemplar del periódico «Le Monde» en respuesta a la petición expresa realizada por el huésped. Se aproximó a la puerta de la izquierda y la comenzó a forzar con uno de los cuchillos de cocina que aún tenía en su poder intentando hacer el menor ruido posible.

Sin embargo, de la habitación de al lado llegaron unos apagados sonidos. Corrió hacia las escaleras de emergencia y se agazapó tras la puerta dejándola entreabierta apenas un par de milímetros. La puerta de la suite se abrió y apareció un empleado del hotel con un carrito de comidas. La aptitud altiva de aquel individuo le llamó la atención y centró su atención en él. Al aproximarse un poco más a su posición le reconoció de inmediato y esperó pacientemente a que se llamara al ascensor. En ese momento, se abalanzó sobre él y cogiéndole desprevenido le clavó el cuchillo en la tráquea mientras lo inmovilizaba para evitar que los estertores de la inminente muerte alarmaran al resto de los huéspedes de la planta. Con rapidez lo depositó sobre el carrito y lo empujó hasta la habitación de la que había salido «el abuelo».

Al entrar, buscó nervioso a Carla y la encontró durmiendo plácidamente en su cama. Aquel escenario le era muy familiar —pues él había preparado algunos así a lo largo de su vida— y se acercó a tomarla el pulso. Por suerte todavía estaba viva. Tras un exhaustivo registro de la alcoba descubrió unos diminutos papeles, supo cual era la droga que le había administrado y tuvo claro como debía actuar para salvar su vida. La desnudó y la metió en la bañera mientras la llenaba con agua fría y un montón de cubitos de hielo que cogió de la máquina que había en el pasillo.

De esa manera controlaría la hipertermia. Luego hizo un pequeño tubo de plástico cortando el extremo de la funda del cepillo de dientes y se lo introdujo en la tráquea para evitar que se le cerraran las vías respiratorias y asegurar un flujo adecuado de oxigeno al cerebro. En ese momento, presionó su estómago con fuerza logrando que vomitara todo su contenido y la obligó a injerir poco a poco un zumo de naranja que encontró en el saloncito de la suite y una botella de agua mineral para evitar su deshidratación y facilitar la eliminación de la droga.

Ya solo quedaba esperar unas horas para descubrir si aquellos remedios caseros daban resultado o por el contrario Carla enfilaba el camino hacia la otra vida y transformaba lo poco que le quedaba de la suya en una profunda y vana oquedad.

58

Aquellos días se habían hecho interminables. Afortunadamente para ellos aquel tipo de habitación disponía de una extremada privacidad y carecía de dispositivos de televigilancia en el acceso. Carla comenzaba a encontrarse cada vez mas recuperada y Jayden notó esa mejoría de inmediato cuando al reconocerle intentó huir de la cama donde estaba postrada.

— Estabas muerto, yo te vi morir. No lo entiendo —dijo Carla con evidente esfuerzo sin dar crédito a lo que estaba viendo—.

—Afortunadamente para ti no fue así. «El abuelo» te envenenó pero he conseguido que expulses toda la droga y ya estas fuera de peligro.

—¿Cómo me has encontrado, Jay?.

—Creo que mis antepasados me están ayudando para que pueda cumplir mi misión.

—¿Y a que has venido, maldito asesino?. ¿A acabar lo que empezaste hace tiempo?.

— Veo que ya sabes lo de Agnes. Bueno era una cosa que tarde o temprano tenías que conocer. No obstante, en toda esta historia no todo es blanco o negro. La verdad se encuentra en los diversos tipos de grises. —No me vengas con filosofías baratas. Si no vas a matarme, ¿qué quieres de mí?.

—Quiero que terminemos lo que iniciamos juntos en Argentina, solo eso. Encontraremos el tesoro de Beale y luego me encargaré personalmente de protegerte para que regreses sana y salva a tu país.

—Lo siento pero no te puedo creer. Desde que nos conocimos toda nuestra relación se basa en una gran mentira.

—He venido para intentar convencerte Carla, no para discutir. Los médicos me han dado apenas unas semanas de vida y necesito completar la misión que me fue encomendada hace unos años y que darán sentido a mi muerte. Únicamente necesitaba saber el emplazamiento del tesoro y veo que tú lo has averiguado —añadió mientras exhibía los documentos que había recuperado del cadáver del anciano—. —Maldito cabrón —gritó ella intentando alcanzar los documentos—. Esos papeles son míos.

—Es posible que tu hayas descifrado el enigma pero los papeles están en mi poder. Ahora tienes que decidir, puedes acompañarme a recuperar lo que nos pertenece a mi pueblo y a mí o puedes quedarte aquí y explicar por qué tienes un anciano muerto en tu habitación de hotel.

—Maldito bastardo, no me dejas alternativa. Pero ten por seguro que en cuanto te descuides, que lo harás, aprovecharé la oportunidad y me vengaré de todo el daño que has hecho a mi familia.

—Estupendo. Entonces no perdamos más el tiempo pues ese es un lujo que no puedo permitirme. Lo más rápido para llegar al pueblo de Buford es por avión. Mientras te arreglas reservaré un par de asientos en el primer vuelo disponible. El dinero sigue sin ser problema ¿no?.

—Que te jodan, Jay.

Encontró dos billetes de avión con salida desde el Aeropuerto Internacional de Washington y aterrizando en el aeropuerto regional de Roanoke en un par de horas. Jayden escondió el cadáver dentro del carro de comida y lo empujó fuera de la habitación hasta un lugar a resguardo de miradas inquisitivas en el rellano de las escaleras de emergencia. De regreso a la habitación, Carla ya estaba arreglada y guardaba sus pertenencias en la maleta de viaje. Tras un concienzudo vistazo de la suite convinieron que todo quedaba en orden y ella bajó a recepción para hacer el check out alegando un repentino cambio de horario en el vuelo de regreso a España. Sin más complicaciones tomaron el shuttle del hotel y tras otra hora de vuelo aterrizaron en su destino.

Roanoke es una de las 39 ciudades independientes del complejo estado de Virginia. Se encuentra en el centro de un fértil valle bañado por el rio que da nombre a la ciudad y justo al pie de las montañas azules. Lo que a mitad del siglo XVI era un pequeño pueblo de agricultores es hoy en día un importantísimo enclave comercial e industrial. El aeropuerto se encontraba en la parte norte de la ciudad y Carla sugirió coger un taxi para que los acercara al centro histórico y una vez allí indagarían sobre la mejor forma de llegar al pueblo. Tras las oportunas averiguaciones cogieron un autobús de la línea regional Valley Metro que les llevó, tras otra hora de trayecto, hasta la localidad de Danville a escasos 14 kilómetros de su destino final. Jayden preguntó a los lugareños y estos le explicaron que lo más rápido era hacerse con un vehículo y coger la Danville Express Way en dirección a la localidad de Vandola pues había un autobús regional que unía las dos localidades pero que solo hacía la ruta dos veces por semana. Se acercaron al taller del pueblo que a su vez vendía coches usados y compraron una Pick up Dodge Ram de 2005 siguiendo los consejos del avezado vendedor. Atardecía cuando divisaron las primeras casas de Buford y sin perder un instante condujeron hasta el centro de la localidad en busca de un hotel o pensión donde pasar la noche. Sin embargo, para su desesperación, comprobaron que era un pueblo que carecía de la mínima infraestructura comercial y decidieron que era mejor establecerse en Danville y desde allí iniciar la búsqueda. Finalmente, se alojaron en el Economy Inn localizado junto a la autopista 29 a mitad de camino entre ambos pueblos. Se trataba de un motel de carretera con modestas pero limpias y espaciosas habitaciones que ofrecía televisión por cable e internet de alta velocidad. Tras una breve discusión decidieron reservar una habitación doble deluxe con zona de estar y entrada privada ideal para conservar su privacidad. Después de acomodarse en la habitación era hora de salir a cenar algo y el dueño del establecimiento les recomendó el «Jake’s on Main» en la parte alta del rio. Se acercaron y consiguieron una mesa en la terraza exterior. El camarero les aconsejó la cerveza casera del local que saborearon con deleite mientras esperaban el resto de la comanda. Jayden se decantó por unos medallones de lomo marinados en salsa bourbon acompañados de coles de Bruselas y patatas gratinadas con queso y bacón y ella decidió homenajearse con un gran cangrejo real. Tras la opípara cena, él cogió la carpeta de los documentos y la colocó sobre la mesa.

— Bueno Carla, creo que debemos hablar del asunto que nos ha traído hasta aquí.

—No tengo el más mínimo interés en ayudarte Jay, ya lo sabes.

—Te propongo un trato. Sé que tienes preguntas que necesitan respuestas y yo puedo contestar a esas preguntas. Lo único que te pido a cambio es un poco de ayuda. Además, como ya te dije, en esta historia no todo es lo que parece. Si supieras lo que yo sé comprenderías lo que quiero decir.

—Pues habla claro de una puta vez y dime la verdad. —Lo siento pequeña pero no puedo hacer eso. Hice una promesa y debo cumplirla.

—¿Y de qué te ha servido esa promesa tuya?. No has conseguido completar con éxito tu misión y estás a punto de morir.

—Ese es un problema que no te incumbe, ¿no crees?. No obstante, necesito tu ayuda y estoy dispuesto a contestar todas tus preguntas excepto las que no están relacionadas con todo esto.

—Lo siento Jay, pero no voy a creer nada de lo que me digas. Además, estoy más que harta de todo esto y lo único que quiero es regresar sana y salva con mi familia. Ahí, en esos papeles está todo lo que he averiguado en tu ausencia y creo que con ello puedes encontrar tu solo el tesoro.

—Es verdad que con todo esto es fácil saber su localización pero te necesito para que se lo hagas llegar a mi pueblo. Mi vida se agota rápidamente y tengo que asegurarme que terminarás el trabajo por mí. Eres la persona más generosa y leal que conozco y la única a la que puedo confiar esa tarea.

—Yo no quiero cargar con esa responsabilidad y para nada voy a ayudar a la persona que mató a Agnes y a Jack y que me ha estado utilizando con mentiras para conseguir su oscuro propósito. Búscate a otra persona.

—No, no puedes hacerme esto, por favor. —y repentinamente comenzó a convulsionarse mientras se llevaba las manos a la cabeza—. Rápido, mis pastillas —consiguió decir señalando el bolsillo derecho de la chaqueta—.

—Tranquilo Jay. Usted ayúdeme —gritó al camarero—. Agárrele por los brazos para que no nos hagamos daño mientras le doy su medicina. —e introdujo dos pastillas del frasco—. Ya está, gracias. No se preocupen ya está bien. Es solo un ataque epiléptico sin importancia —añadió alzando la voz para la tranquilidad de los demás comensales que volvieron a sus triviales conversaciones al ver que él recuperaba poco a poco la compostura—.

—Gracias, Carla —susurró—.

—Estás muy enfermo —dijo ella alarmada—. ¿Tan malo es?.

—La bala que me dispararon me atravesó el cerebro. La doctora pudo salvarme la vida pero los daños son irreversibles. Como has podido comprobar tendría que estar ahora en cuidados paliativos y poco a poco me iría marchitando al no poder soportar el intenso dolor de mi cerebro. Necesito analgésicos fuertes pero solo he podido conseguir esto —añadió señalando el frasco que había robado del botiquín del hotel—. Te suplico que ayudes a este moribundo. Si te sirve de algo, nuestra relación fue totalmente sincera y lo mejor y más bonito que me ha pasado en los últimos veinte años. Gracias. —y otro agudo dolor le atravesó la cabeza de este a oeste haciéndole nuevamente doblarse de dolor—.

Carla pensó que era mejor dar por terminada la velada. Recogió todos los documentos, pagó la cuenta dejando una generosa propina al camarero que los había auxiliado y arrastró con dificultad a Jayden hasta el coche declinando gentilmente los desinteresados ofrecimientos de ayuda que la hacían.

Tras un breve trayecto por las oscuras carreteras de la región alcanzaron su actual refugio y consiguió tumbarlo sobre la mullida cama justo un momento antes de que sufriera otro gran ataque.

La noche se hizo demasiado larga. Realmente no recordaba cuando había conseguido conciliar el sueño pero se encontraba agotada. Por fortuna, las inhumanas jaquecas habían cesado unas horas antes y ahora él dormía a pierna suelta. Carla se descubrió incapaz de guardarle rencor ahora que le había visto sufrir tanto y que estaba segura de que moriría en unos pocos días. Antes de viajar se había prometido a sí misma que en cuanto tuviera oportunidad se abalanzaría sobre él para recuperar sus papeles y luego se alejaría lo más rápido posible de Jayden, pero ahora todo había cambiado.

— ¡¡Uhmmm¡¡. —comenzaba a despertarse—. —Hola Jay, tranquilo. Estamos en el Motel. ¿Cómo te encuentras esta mañana?.

—Bastante jodido, lo siento. Pero, gracias. Veo que no has aprovechado para huir.

—He estado pensando mucho en lo que estuvimos hablando en el restaurante. Supongamos que acepto el trato, ¿serás completamente sincero conmigo?. —Como ves, ya no tengo nada que perder. Tu pregunta todo lo que quieras y sabrás toda la verdad del asunto.

—Está bien, empieza por contarme tu historia. —De acuerdo. Como ya sabes el tesoro fue robado a mis antepasados por aquellos desalmados que arrasaron la aldea y a todos sus habitantes. Únicamente consiguieron salvar la vida un par de jefes tribales que juraron venganza y para conseguirla no dudaron en mezclarse con los rostros pálidos hasta que estuvieron suficientemente preparados. Poco a poco fueron acabando uno a uno con los responsables de la matanza y sus familias pero cuando parecía que todo había terminado, los nuestros comenzaron a morir en extrañas circunstancias y mi abuelo, previendo el horrible final que le esperaba pues lo había visto en uno de sus sueños, me escondió en casa de unos amigos para ponerme a salvo. En esa casa crecí siendo un estudiante modelo y graduándome en la universidad. Sin embargo, al cumplir los treinta se presentó una mujer en la oficina donde yo trabajada interesada en ofrecerme un puesto de trabajo excelentemente remunerado. Aquella era una oportunidad que no estaba dispuesto a rechazar así que concerté con ella una entrevista de trabajo para el día siguiente.

—¿Quién era esa mujer? —preguntó intrigada Carla—. —Todo a su debido tiempo. Al día siguiente me encontré con la misteriosa mujer y nos sentamos en un impresionante despacho. Me dijo que antes de hacerme la propuesta de trabajo debía ojear unos papeles y darle una sincera opinión sobre ellos. Imaginando que era una especie de prueba accedí. Sacó una voluminosa carpeta de documentos y al abrirla encontré una fotografía policial en la que aparecía un anciano que me era bastante conocido completamente molino a palos y descuartizado. Al asustarme la mujer me explicó que aquel cadáver era mi abuelo y que una organización secreta le había dado caza igual que había ocurrido con los demás miembros de mi tribu.

—Y, ¿cuál era su propuesta?.

—La mujer comenzó a recopilar información sobre aquella organización y sobre la barbarie por ellos cometida, había logrado encontrar a algunos niños que como yo habían sido escondidos para evitar que fueran asesinados y los había trasladado a refugios seguros donde disfrutaban de una vida tranquila. Sin embargo, la generosidad de aquella persona tenía límites y decidió que, dado que yo era el mayor de todos ellos, sería el encargado de localizar el tesoro intentando no ser descubierto. Una vez en nuestras manos, los abogados reclamarían su propiedad en base a los documentos y las declaraciones juradas que estaban en posesión de aquella mujer. Ese reconocimiento judicial pondría fin a décadas de disputas y de muerte y podríamos vivir en paz. —Pero siguieron las muertes, es más, tú mataste a Agnes y a Jack.

—Ahora voy con eso. Empecé a trabajar en una potente empresa tecnológica a modo de tapadera para poder investigar. Pensamos que la mejor forma de empezar la búsqueda era localizar a miembros activos de dicha organización y a través de ellos acceder a alguno de sus archivos secretos pues, no en vano, llevaban muchos años de información sobre la búsqueda del tesoro. Durante un tiempo pude investigar sin levantar sospechas pero un fatídico día uno de sus secuaces me descubrió en una de sus instalaciones de máxima seguridad y no tuve más remedio que acabar con su vida. Aquello nos sacó a la luz y puso en peligro el resto de la misión. En ese punto, no sabía qué debía hacer y me puse en contacto con ella para que me ayudara con los siguientes pasos que tenía que dar. Cometí un terrible error y me ha acompañado hasta nuestros días. —¿Qué pasó?.

—Días antes, la organización había conseguido aislar una zona de tres manzanas donde estaban seguros que me había escondido y usaron potentes aparatos de escucha inalámbricos para localizarme. Mi llamada solo hizo que alertarles de la existencia de la persona que movía los hilos en la sombra. Fui yo quien la mató Carla —dijo él vehementemente pero con lágrimas en los ojos—. Una hora más tarde aparecieron seis individuos vestidos con traje negro para acabar conmigo aunque logré escabullirme. Unos días después contactó conmigo la mujer a través de un alojamiento seguro que había configurado en la red y me pidió que contratara a unos criminales de Europa para que acabaran con su vida antes de que localizaran a ella y a su marido y descubrieran la identidad y el escondite de todos los niños de la tribu. —Entonces, ¿me estás diciendo que fue ella la que te pidió que encargaras su muerte? —dijo Carla sin poder dar crédito a lo que estaba escuchando—. —Sí, y yo me negué a ello por supuesto. Sin embargo, tu tía-abuela era una persona muy persuasiva y tras una breve conversación quedó claro que era la única forma de proteger a los inocentes niños. Por ello, contacté con aquellos individuos para que hicieran el trabajo y les suministré la ruta que iba a hacer Agnes pues ella me la había enviado a la nube con todo tipo de detalles.

—Eso puede ser posible, pero he visto las fotografías de la muerte de Jack y sé que aquello fue obra tuya. —Tienes razón Carla, por eso fui a Buenos Aires. Tras deshacerme de mis perseguidores pude leer los últimos mensajes que me había dejado ella y en los que me informaba que había hablado con Jack pero que se había negado a hacer el viaje con ella pues no quería hacer ese gran sacrificio. Lamentablemente para él, Agnes creía que era necesario que muriera para proteger a los que consideraba «hijos suyos» y me pedía que lo antes posible acabara con su vida pues sospechaba que se había vendido a la organización. En cuanto me enteré del hallazgo del cadáver de tu tía-abuela en un tren de Paris, supe lo que debía hacer a continuación. Y es más, cuando fui a visitarle me enseñó los documentos que constataban que la sospecha era cierta y que habían contratado a un asesino profesional para acabar con mi vida.

—El sacerdote de Rumanía —recordó con incredulidad Carla—.

—Efectivamente. Por suerte tuve un sueño en el que mis antepasados me advertían de él y pude neutralizarle.

—Y, ¿cuál era tu misión en lo que a mí respecta?. —Ninguna. Todo fue una afortunada coincidencia. Como te dije allí, aquel día disfrutaba de la noche de Buenos Aires cuando vi que te estaban agrediendo. A pesar del riesgo no pude evitar entrometerme y para evitar la cárcel tuve que quedarme contigo. Luego resultó que eras la única heredera de Agnes y decidí ayudarte a encontrar el tesoro para poder terminar la misión que me había encomendado ella y por la que había dado su vida.

—Entonces, tu plan era deshacerte de mí cuando lo encontráramos ¿no?.

—En un principio eso era lo que tenía previsto, no te voy a mentir. Pero poco a poco, y pese a mis esfuerzos, me fui enamorando locamente de ti. Y en ese punto, el plan original dio paso a otro en el que tras encontrar el tesoro te haría participe de toda la verdad y con tu ayuda terminaríamos el trabajo que había empezado Agnes. Después, si tú querías, tenía la intención de plantearte una vida juntos como pareja. Ahora ya sabes toda mi historia. ¿Tienes alguna pregunta más o nos ponemos en marcha para intentar localizar la bóveda?.

—Gracias por contarme la verdad, Jay. —Carla se abrazó a él que protestó un poco ante tanta efusividad—. Ahora debes recuperar fuerzas si quieres ser de utilidad.

Carla condujo el pick up y se acercaron a una farmacia para conseguir potentes analgésicos para el dolor con la excusa de que eran una pareja de turistas y que su marido sufría de fuertes migrañas.

Afortunadamente para ellos, el incidente de la noche anterior en el restaurante se había propagado por todo el pueblo, y no tuvieron problemas para comprar varios botes. Acto seguido entraron en una cafetería donde pidieron un abundante desayuno para él y un café y gofres para ella.

Tras reponer fuerzas —saboreando una segunda taza de café— Carla sacó la carpeta con los documentos y comenzaron a leer una y otra vez el contenido del documento 1 para desentrañar el extraño mensaje. Supuestamente tenían que ir al pueblo y preguntar por el camino que baja al rio Dan —que era como se llamaba ahora—. Allí encontrarían a una mujer —o a sus herederos— que los indicaría el camino a seguir para encontrar las «lágrimas derramadas». En verdad, aquello no tenía ningún sentido pero decidieron seguir las instrucciones al pie de la letra e ir viendo qué averiguaban. Una hora más tarde llegaron al angosto camino que bajaba del pueblo hasta el rio y no había ni rastro de la mujer de la mecedora ni de ninguna vivienda habitada en varios kilómetros a la redonda.

Regresaron cabizbajos al pueblo y encontraron un aldeano al que interrogaron ansiosamente pero quedaron desilusionados con sus respuestas.

Nunca había oído hablar de una mujer en una mecedora y en ningún caso podía vivir en la rivera del rio pues aquella zona era un área de especial protección desde hacía mucho tiempo en la que nunca se había permitido construir viviendas y cuya propiedad siempre había pertenecido al pueblo. De común acuerdo decidieron poner punto final a aquel infructuoso día y regresaron al motel para descansar y repasar juntos toda la documentación en busca de nuevas pistas.

Jayden se tumbó en la cama mientras su organismo asimilaba tres nuevos analgésicos que le había suministrado Carla para calmar el creciente dolor que le invadía el cerebro.

Ella decidió repasar metódicamente lo que habían averiguado hasta aquel día. Cómo habían descifrado los documentos con aquellos libros clásicos de la literatura mundial y el frustrante mensaje final. De repente una descabellada idea la rondó por la mente.

En el libro de Don Quijote cobra una especial importancia la astronomía y la astrología —que por aquel entonces eran lo mismo— consecuencia directa de que Don Miguel de Cervantes era un entusiasta del trabajo llevado a cabo por un científico contemporáneo suyo, —Johannes Kepler—, el cual demostró que las estrellas que nos rodeaban no regían la vida de los seres humanos en la tierra como se creía hasta entonces.

Por tanto, siguiendo ese alocado razonamiento buscó en su ordenador referencias astronómicas que tuvieran relación con la enigmática mujer de la mecedora y de inmediato encontró una respuesta. La frase aludía al nombre astral que se le daba a Casiopea, esposa del rey de Etiopía Cepheo y madre de Andrómeda, la mujer de Perseo. Todos aquellos nombres tenían dos cosas en común: pertenecían a la mitología griega y eran constelaciones del sistema solar.

Buscó un mapa actual de la región y comprobó que podía estar en lo cierto. En aquella zona el Rio Dan discurría por una pequeña hoz escavada en la roca por años de erosión que más o menos formaba una uve doble, precisamente la forma en la que se visualiza en aquella latitud la constelación de Cassiopeia.

Aquello cada vez tenía más sentido pero faltaba confirmar su hipótesis. La constelación se compone básicamente de 5 estrellas principales totalmente visibles por el ojo humano desde la tierra, a saber, «Schedar», «Caph», «Gamma», «Ksora» y «Epsilon». Para que toda su teoría cuadrara debía encontrar su equivalencia en el mapa terrestre que tenía delante. No obstante, observó que en aquella zona no existían ni pueblos ni hitos significativos que pudieran asimilarse a la constelación de referencia. Se levantó de la cama colérica pues parecía que aquel rompecabezas no tenía fin.

Miró a Jayden y se dio cuenta que tenía un aspecto cetrino consecuencia clara del empeoramiento de su estado físico y del poco descanso que su atormentada mente le permitía. Suspirando se acercó al minibar y se sirvió una cerveza fría.

Más tranquila comenzó a pensar nuevamente en su teoría y cayó en la cuenta de que había pasado una cosa por alto: Thomas había redactado ese mensaje unos cientos de años antes.

Por tanto, el mapa actual que estaba consultando podía no coincidir con el que manejaban los pioneros de aquella época para recorrer toda la zona. Afortunadamente había un pequeño museo colonial en Danville y decidió visitarlo por si tenía suerte.

Dejó una pequeña nota en la mesilla de noche indicando a Jayden donde había ido y, sin hacer ruido para no despertarle, subió al coche y puso rumbo a la ciudad. Encontró el museo cerrado pero un amable anciano que pasaba por la puerta la indicó que debía contactar con el dueño de la tienda de antigüedades de la esquina para que lo abriera para ella. Media hora más tarde entraban juntos en la pequeña casa colonial que hacía las veces de museo. El dueño se vanagloriaba de las preciosas colecciones que había recopilado su familia tras muchos años de búsqueda y que guardaba celosamente en sus correspondientes estanterías, además de explicar — cansinamente— las características, origen y significado de cada una de las piezas expuestas.

Por fin, —para satisfacción de Carla—, llegaron a una vitrina cerrada en la que se podían observar diversos mapas de la zona. El hombre comentó con orgullo que aquellos eran los planos originales más antiguos de todo condado de Bedford, que había recibido varias ofertas de compra por parte del Instituto Smithsonian y las había rechazado todas pues consideraba que debían permanecer en la ciudad para disfrute de todos sus conciudadanos. Carla exageró el interés por aquellas piezas y consiguió que el hombre abriera la vitrina, mostrando una a una aquellas joyas de incalculable valor histórico. Ansiosamente esperaba a que el dueño completara su explicación y pasara al siguiente mapa hasta que encontró lo que había venido a buscar. Delante suyo tenía un plano del rio Dan y de todo el valle que recorre y allí veía dibujado con nitidez la silueta que forma en el cielo la constelación de Cassiopeia.

No solo su teoría era cierta sino que, además, por primera vez supo cómo y dónde tenía que buscar. Agradeció exultante al hombre sus magníficas explicaciones y se excusó de no poder alargar más la visita pues debía marcharse a toda prisa.

De regreso al motel, extrajo nuevamente un mapa actualizado de la zona y comenzó a anotar los nombres que encontraba pues cada estrella de la constelación se reflejaba en un accidente geográfico del rio. Terminada su labor observó con detenimiento el resultado obtenido. Así:

ı El pueblo de Buford se encontraba en el centro de la constelación y su equivalencia era Gamma.

ı La estrella Ksora se reflejaba en el mapa en White Oak Creek.

ı En el extremo más alejado, el arroyo Mcguff

era Epsilon.

ı Por tanto, Wolf Island Creek era la estrella

Schedar y,

ı el pueblo de Vandola correspondía a Caph.

Ahora, según las indicaciones dadas por Thomas, la mujer de la mecedora les debía conducir a su corazón palpitante donde tenían que encontrar el lugar donde se esconden las lagrimas derramadas. Por tanto, debían llegar al rio, coger un bote y navegar en dirección norte hasta alcanzar el extremo superior de la constelación, lo que ahora es el pueblo de Vandola.

Impaciente y nerviosa se acercó y con cuidado comenzó a despertar a Jayden pues estaba deseando contarle todo lo que había descubierto. Sin embargo, él no reaccionaba. Se sentó a su lado y le zarandeó mas fuerte pero con idéntico resultado.

De inmediato tocó su rostro y lo notó helado. Le cogió la cabeza y la movió con cuidado para tomarle el pulso y se dio cuenta de que la almohada estaba manchada de la sangre que manaba por la comisura de los labios de él. Temerosamente comprobó que sus peores augurios se habían cumplido y se abrazó a su cuerpo mientras comenzaba a llorar amargamente.

— Adiós amigo mío. Siempre ocuparás un lugar especial en mi pensamiento y en mi corazón. Descansa en paz al lado de tus antepasados. —y le besó tiernamente en los labios—.

59

Fueron unos días extremadamente largos y tristes y Carla se encontraba agotada. Tuvo que denunciar la muerte de Jayden al propietario del motel y éste se encargó de llamar a las autoridades locales que decidieron detenerla e interrogarla mientras se determinaban las causas de la muerte.

El forense dictaminó la hora exacta del deceso y la no presencia de tóxicos en el organismo exceptuando una dosis no letal de analgésicos y aquello la exoneró definitivamente. No obstante, cuando el asunto parecía arreglado y ella hacía los preparativos para el entierro el capitán de la policía le comunicó que pesaba contra aquel hombre una orden de busca y captura emitida por el FBI y que al ponerse en contacto con ellos le habían «recomendado» esperar su llegada antes de proceder al sepelio del fallecido.

Pidió al motel una nueva habitación alejada de la que ocupaban ambos y se tumbó en la cama a descansar un rato y a esperar la llegada de los agentes del FBI. Hacía dos días que no dormía bien pues cada vez que cerraba los ojos visualizaba el moribundo aspecto de Jayden y sus inertes ojos mientras el ultimo hilo de vida se le escapaba entre los labios. Intentó pensar en otra cosa y recordó el motivo por el que se encontraran ambos en aquel remoto pueblo de Estados Unidos. Debía ser fuerte y pasar página lo antes posible pues sabía dónde encontrar el tesoro y todavía podía cumplir con el cometido por el que Agnes y Jayden habían dado su vida. Se incorporó decidida y tomó una relajante ducha con la que adquirió renovada energía. Al consultar la hora decidió volver al pueblo para tomar fuerzas con una comida decente —la primera en varios días— y esperar a los federales.

Tres horas más tarde, estaba en las dependencias policiales para someterse a un nuevo interrogatorio. Sin embargo, a aquellos agentes no les interesaba lo ocurrido en aquel remoto pueblo sino todo lo relacionado con su estancia en Washington. Por lo visto, habían acabado con la vida de varios agentes del FBI y de un anciano —que era un reputado miembro de la comunidad— y necesitaban averiguar que sabía ella de todo aquello pues tenían pruebas de que las muertes habían sido perpetradas por la persona a quien acompañaba. De hecho, habían encontrado indicios de su posible complicidad y debían esclarecer los hechos. Tras varias horas de interrogatorio, decidieron ponerla en libertad vigilada recluyéndola en la habitación del motel y permitiéndola conducir el coche únicamente para ir y volver del pueblo.

Carla al principio no se mostró para nada preocupada — pues se sabía inocente de todas aquellas muertes— aunque había sido difícil explicar a aquellos agentes su relación con Jayden y convencerles de que aquel viaje era simplemente de ocio para disfrutar de unos tranquilos días en aquel bello paraje natural antes de regresar a su país.

No obstante, comenzó a inquietarse cuando aquella noche, mientras estaba cenando, notó como el resto de los comensales la miraban con odio y desprecio creyéndola culpable de todas aquellas atrocidades. Ya en la soledad de la habitación, pensó en lo indefensa y expuesta que estaba y sin poderlo evitarlo lloró amargamente hasta que se durmió de puro agotamiento.

Unos ahogados golpes la despertaron de su descanso. Permaneció inmóvil prestando atención para intentar averiguar el origen de aquellos sonidos pero todo estaba en calma. Sus ojos se habían acostumbrado ya a la oscuridad y recorrió con ellos toda la habitación en busca de algo o alguien que los hubiera producido. Todo estaba en su sitio.

Se incorporó y comprobó que la puerta y las ventanas permanecían cerradas. Nadie había entrado. Por último, descorrió mínimamente la cortina para echar un vistazo al exterior. No había nada extraño tampoco allí afuera. Se resignó pensando en que todo había sido producto de su imaginación y regresó a la cama para intentar volver a conciliar el sueño. En aquel momento, notó algo bajo sus pies descalzos y descubrió un pequeño sobre cerrado que llevaba su nombre escrito en letras grandes. Intrigada lo recogió con extremado cuidado y leyó el anónimo mensaje:

«Si quieres seguir con vida, debes abandonar la habitación esta misma noche y huir hacia el norte. A unos tres kilómetros encontrarás un desvío a la derecha señalizado con la palabra «Scrump». Sal de la estatal, para allí el coche y espérame».

Nerviosa se asomó por la ventana nuevamente pero no vio a nadie. Regresó a la cama para releer la carta y decidió hacer caso a su intuición. Recogió apresuradamente todas sus pertenencias personales y sigilosamente salió de la estancia en dirección al coche alquilado. Tras acomodarse al volante notó un extraño vacío y reparó en que, a diferencia de las otras veces, el vehículo de agentes del FBI que la seguía en su recorrido desde/hacia el pueblo aquella noche no había aparecido.

Arrancó el pick up y salió poco a poco del aparcamiento intentando pasar desapercibida.

Una violenta explosión la sorprendió y comprobó horrorizada que la parte derecha del motel había volado por los aires incluida, por supuesto, la habitación que hacia escasos minutos había abandonado. Grandes llamaras de fuego surgían de entre los carbonizados escombros y sus característicos sonidos se mezclaban con los aterrados gritos de los pocos huéspedes que habían conseguido salvar la vida. Carla miraba aterrada la dantesca escena mientras circulaba a escasa velocidad alejándose cada vez más de aquel infierno. Al doblar un recodo perdió todo aquello de vista y centró sus pensamientos en encontrar cuanto antes el desvío para encontrarse con el desconocido que la había librado de una horrible muerte. Encontró el letrero con la extraña palabra y aparcó su coche entre unos árboles en el margen izquierdo del camino. Permaneció en su asiento agazapada unos minutos hasta que decidió salir al camino a esperarle.

De improviso apareció detrás de ella un pequeño vehículo con las luces apagadas y se paró silencioso a su lado. Se abrió la puerta del asiento del copiloto y una voz la susurro que subiera de inmediato. Carla estaba dubitativa pues, aunque era cierto que la había salvado la vida, todo aquello parecía un juego bastante extraño y peligroso para el que ya no se sentía preparada. El conductor comenzó a impacientarse y la instó a decidirse pues debían alejarse de aquella zona lo antes posible si no querían ser detenidos.

Finalmente, Carla subió al vehículo y pudo ver la cara del hombre que estaba al volante aunque, un poco desilusionada, se dio cuenta de que no le conocía de nada. Fue lo último que pensó antes de caer en un profundo sueño fruto del potente narcótico que la habían inoculado con la pistola de inyección.

No supo nunca cuanto tiempo pasó desde que subió a aquel coche hasta que se despertó en aquella mullida cama. Comprobó con alivio que seguía vestida con la ropa que se había puesto para huir del motel y se incorporó angustiada en busca del resto de sus pertenencias. Depositadas sobre una mesa se encontraban su pequeño trolley azul cielo y el maletín de viaje con todas sus pertenencias personales. Seguía intrigada por averiguar quién era aquel hombre y por qué había decidido ayudarla poniendo en peligro su integridad y la de su familia. Tras asesarse un poco salió de la alcoba con cuidado y se dio cuenta que se encontraba en una modesta casa de campo de marcado aspecto rústico. Al fondo de la otra estancia se oían los característicos ruidos que se producen en la cocina de las casas y apreció un exquisito olor a comida que le abrió el apetito. En el fondo, pensó, no tenía que temer nada de aquella persona.

Al aproximarse al cuarto profirió un leve pero potente carraspeo tendente a anunciar su presencia. Tras atravesar el dintel de la puerta se encontró a dos personas que andaban muy atareadas preparando un delicioso estofado, el hombre que la había llevado hasta su casa y la que seguramente era su mujer.

— Buenos días —saludó cortésmente—.

—Buenos días hija. Espero que hayas descansado profundamente —contestó la mujer y Carla dedujo que era la que llevaba la voz cantante—. Siéntate que enseguida te preparo algo de comer pues estarás hambrienta.

—Gracias, me haría bien tomar algo. Mi nombre es Carla —dejó caer el anzuelo por si acaso—.

—Eso ya lo sabemos preciosa. Y seguro que tú ya sabes que lo sabemos —añadió la misteriosa mujer sin desatender sus tareas hogareñas—. No te preocupes, si esperas un par de minutos se te contestará a todas las preguntas que quieras formularnos. Ahora disfruta del desayuno mientras esté caliente.

Los dos aldeanos continuaron con sus labores hogareñas sin dar la más mínima importancia a su presencia junto a ellos. Degustó el abundante desayuno que la habían preparado a base de bacón ahumado, tortitas con sirope de arce y un espléndido café de puchero. Al fin y al cabo — se dijo— aquellas personas habían salvado su vida la noche anterior.

Cuando estaba terminando de beber el zumo de naranja oyó un ruido de motor y observó a través de la ventana que otro vehículo había aparcado en el exterior de la casa. Se revolvió nerviosa en su silla y miró ávida la reacción de sus anfitriones. El hombre escudriñó afuera retirando levemente el visillo de la ventana tras lo cual continuó con su actividad sin darle importancia.

Carla entendió que aquella persona era de confianza y esperó expectante su llegada. Al abrir la puerta, una voz de mujer saludó efusivamente a los lugareños que profirieron un sonoro gesto de saludo sin prestarla mayor atención.

— Hola niñita. ¡¡Qué bien que estés despierta¡¡ —gritó efusivamente la mujer mientras aceleraba el paso hacia ella—.

—Pero…, pero…. —balbuceó Carla atónita—. —Sí, sí, ya se. Ven a mis brazos. —y la abrazó con cariño—.

—Creí que habías muerto. He visto las fotos de tu cuerpo descuartizado. ¿Eres tú de verdad? —preguntó no dando crédito a lo que veía—.

—Si cariño. Soy tu tía-abuela y cómo puedes comprobar estoy muy viva afortunadamente. Acompáñame al salón. Nos sentaremos y nos pondremos al día de todo. Tendrás muchas preguntas que hacerme y yo tengo también algo que preguntarte a ti.

—De acuerdo Agnes —dijo con voz apagada mientras asimilaba la impactante noticia—.

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