Agnes

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Agnes

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A G N E S

LUIS PABLO TAMUREJO

TITULO: AGNES

© AUTOR: LUIS PABLO TAMUREJO MARTIN

© TEXTOS: LUIS PABLO TAMUREJO MARTIN

© ILUSTRACIÓN Y DISEÑO DE LA PORTADA: MARIA A. MARTIN PASCUAL (MARUX).

REVISIÓN DE ESTILO: LUIS PABLO TAMUREJO

PRIMERA EDICIÓN: 2015

ISBN: 978-1517144647

DEPOSITO LEGAL: M-004787/2015

No se permitirá la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

QUIERO MOSTRAR MI GRATITUD A UNA SERIE DE PERSONAS QUE SON MUY ESPECIALES PARA MI Y QUE HAN CONTRIBUIDO DE UNA U OTRA MANERA A QUE ESTE LIBRO FUERA POSIBLE:

- A BEGOÑA, POR SU GENIAL IMPULSO INICIÁTICO.

- A FRANCISCO, POR SU SISTEMÁTICA SINCERIDAD.

- A JAVIER, POR SU TRANQUILIDAD REFLEXIVA.

- A TRINIDAD, POR SU CONTAGIOSA ILUSIÓN

Y SOBRE TODO A MI MUJER MARIA, POR SU ESTOICA Y COMPRENSIVA PACIENCIA.

ESTA ES UNA OBRA DE FICCIÓN.

TODOS LOS PERSONAJES, LAS EMPRESAS MENCIONADAS Y LAS SITUACIONES EN ELLA DESCRITAS SON INVENTADOS, EXCEPTUANDO ALGUNOS NOMBRES HISTORICOS, Y CUALQUIER PARECIDO CON LA REALIDAD ES PURA COINCIDENCIA.

«I still don't have the reason

And you don't have the time

And it really makes me wonder

If I ever gave a fuck about you….»

Alain se sobresaltó porque esperaba tener una guardia tranquila y disfrutar del partido de su equipo del alma, el PSG. Odiaba los tonos de alarma habituales y había adjudicado a cada tono una de sus canciones favoritas. La mejor de todas para lo más importante —había pensado—. Y en ese año 2008 «Makes Me Wonder» de «Maroon 5» era lo más.

Sin embargo, oír esa alarma en su móvil significaba que había problemas muy serios. Cuando trabajas en el Grupo de Intervención de la Gendarmería Nacional (GIGN) adscrito a la Dirección General de Inteligencia Interior (DCRI) decir problemas muy serios es sinónimo de alerta terrorista.

Intentando mantener la calma descolgó el teléfono. Su interlocutor estaba histérico. Alain no conseguía entender la cantidad de frases inconexas que estaba escuchando a través del auricular.

El que había llamado era el Jefe de la Estación Central St. Lazare de Paris y junto a él había varias personas que querían intervenir en la conversación gritando acaloradamente.

Tras varios minutos logró entender que habían abandonado un paquete en uno de los vagones litera y que había sido encontrado por el personal de limpieza. Aquello le tranquilizó y le irritó a partes iguales. Era muy habitual que la gente después de un largo viaje y tras una noche dormitando en la incómoda litera del tren se olvidara de alguna de sus pertenencias.

Le recordó al Jefe de la Estación, haciéndole notar su malestar, que el protocolo de actuación era avisar a la gendarmería para que fueran ellos los que se encargaran de aquella situación, revisaran el paquete sospechoso y reabrieran la estación una vez declarada el área fuera de peligro.

Sin embargo, la contestación le dejó paralizado. La llamada venía motivada porque los gendarmes, al abrir el paquete, se habían encontrado el cuerpo de una mujer, «literalmente».

1

— Debería haberme quedado a trabajar anoche. — pensaba Jayden mientras a toda velocidad aporreaba el teclado de su ordenador—.

Eran las 07.20 y a las 08.30 horas tenía la presentación más importante de su carrera. Su futuro en la empresa dependía de ese proyecto. En una época de recesión y de recortes, el campo de la investigación medioambiental pasaba a un segundo plano pues los accionistas se preocupaban exclusivamente de los beneficios en el corto plazo y no de las posibilidades a medio y largo plazo. Se notaba nervioso y eso no le gustaba. Siempre había sido una persona orgullosa de su autocontrol, hasta en situaciones de máximo estrés. Ahora sin embargo, notaba falta de aire, tenía ganas de vomitar y estaba mareado y sudado. Se obligó a recuperar el control como había aprendido desde niño.

De manera metódica, desaceleró primero el ritmo de escritura hasta terminar la presentación mientras comenzaba a practicar ejercicios de respiración. Más calmado, se levantó de la silla y empezó a realizar pequeños estiramientos —el Yoga es mano de santo—. Por último, la fase de reconducción. Se acercó a por un buen café y observó su ciudad desde la ventana de la oficina. Desde el piso 65 de la Torre Wadlow se obtiene unas impresionantes vistas de Boston.

Veía junto a su edificio la emblemática Trinity Church y todo el parque que la rodea lleno de una multitud de personas que acceden al distrito financiero cerca de la Bahía Back.

Más al norte se divisaba su rincón favorito de la ciudad, el lado norte del rio Charles a su paso por el puente Longfellow, y en concreto «Ms. Ross Patisserie» con su famoso «Boston cream pie» considerado el postre oficial de Massachusetts. Y al fondo la Bahía y sus famosas islas. Incluso lograba divisar a lo lejos Fort Warren en la isla Georges.

La vista de su ciudad le había devuelto el control, y notó que tenía hambre. Una de las cosas buenas que tienen estas macro-empresas es que ponen a disposición de sus empleados toda una serie de comodidades para que puedan llevar mejor las numerosas horas que pasan en la oficina. Se acercó a la caja de Donuts que todas las mañanas les servía la empresa de catering y se comió uno relleno de mora y fresa con cubierta de chocolate. Excepcional como siempre.

Lo último que le faltaba era cuidar de su aspecto físico. Cogió su maletín y se dirigió al cuarto de baño. Allí comenzó su rutina diaria, la ducha, los dientes, luego el repaso de manos y uñas, el pelo bien peinado y por último la ropa. Le gustaba vestir ropa formal, camisa blanca impecable, traje ligeramente ajustado de color gris o azul marino, corbata y zapatos relucientes a juego con pasador y suela de cuero. Realmente era una persona bastante maniática y obsesiva.

Regresó nuevamente a la oficina y miró el reloj. 08.22 horas. Extraordinario. Todavía tenía algo de tiempo para practicar la presentación ante el Consejo de Administración en la Sala de Reuniones Paul Revere. Le gustaba esa sala pues le recordaba las historias que le contaba su padre acerca del héroe más popular de la independencia americana que vivió en el mismo barrio que ellos, el «North End». Seguro que le daba suerte. Mientras estaba con los preparativos, comenzaron a llegar los consejeros:

Scott Nisbet —el Director de Operaciones— y Warren Cadzow —el Director Financiero—, venían hablando del partido de los Red Sox. El orgullo de Boston tenía un nuevo primera base y se veían ganando las series mundiales este año.

Patrick Joseph Elliot, accionista de varias empresas de biotecnología de Boston, había heredado su fortuna de su familia que emigraron a Boston desde Irlanda en la segunda mitad del siglo XIX. Siempre le han acompañado los rumores de su pertenencia a la mafia irlandesa.

Geoffrey Bauge —el Director General de la empresa—. Su fulgurante subida en la empresa se debía a su capacidad como adulador y sobre todo a su estrecha relación con varios miembros del Consejo político de la Ciudad. Aunque no le caía bien, debía reconocerle su merito. Desde que estaba al frente de la compañía la empresa había aumentado sus beneficios de manera exponencial, incluso en épocas tan difíciles como las actuales.

Elisheva Ergman, accionista mayoritaria y miembro del importante Lobby Judío. La única mujer del consejo pero implacable y a menudo bastante cruel. Muy preocupada por el funcionamiento de la empresa y sobre todo por aumentar sus beneficios, claro está.

Y por último Henry Eugene Bollinger III. A Jayden le gustaba este tipo de accionista. Heredero de una gran fortuna amasada por sus antepasados, nunca acudía a un consejo de administración. Le bastaba con recibir en su cuenta corriente los beneficios que la empresa obtenía para poder satisfacer los excesos de su lujuriosa vida.

Se fueron acomodando en sus respectivos butacones ignorando su presencia en la Sala. Durante unos 15 minutos siguieron hablando de cosas triviales, los movimientos de la bolsa, la última propuesta de Obama, los problemas que generan los jodidos árabes a la economía, etc..

Al fin, Geoffrey tomó la palabra dirigiéndose a él:

— Bueno Jayden ¿Es posible que podamos hoy escuchar tu propuesta?. Porque ninguno de nosotros hemos venido aquí esta mañana a perder el tiempo salvo tú, parece ser.

—Eso, vamos a lo importante de una vez —añadió Patrick.

Se hizo un silencio en la Sala de Juntas, esperando el inicio de su intervención. Ocultando su malestar por tan hiriente interpelación, comenzó su exposición del proyecto.

— Buenos días, miembros del consejo. Les voy a enseñar el futuro de la empresa y su expansión hacia cotas que ni siquiera habían podido soñar. Como les demostraré con este proyecto pionero en su campo, la empresa se convertirá en un líder mundial de referencia en materia de Biotecnología. Les presento el «Proyecto de Hidroeficiencia Industrial». Su fundamento es hacer sostenible el mantenimiento de plantas de producción en zonas áridas del planeta. Como ya saben, estos ecosistemas aumentan la captación de CO2 de la atmósfera. Por tanto, como les mostraré, el propósito es doble:

-- Por un lado, la acumulación de carbono orgánico en el subsuelo del ecosistema permitirá una explotación sostenible de dichos recursos naturales con el consiguiente beneficio.

-- Por otro lado, nuestra empresa será pionera en el control del CO2 de la atmosfera de la tierra lo que repercutirá económicamente en la empresa a través de la obtención de numerosas subvenciones estatales, subvenciones que se incrementarán progresivamente a medida que el mundo genere más gases de efecto invernadero en años sucesivos.

Mientras realizaba su exposición observaba a sus interlocutores. Como era de esperar los más interesados en lo que estaban viendo eran Patrick y sobre todo Elisheva. Geoffrey miraba de reojo a los demás, y los otros se preocupaban poco por su presentación y más por los memorándum que tenían delante, o eso al menos parecía. Jayden estaba radiante. A medida que avanzaba la exposición, tenía más claro que era un proyecto ilusionante y que el consejo daría luz verde a su propuesta. Incluso tenía pensado el lugar perfecto para empezar a trabajar en él: «El desierto de Mojave en California». A poca distancia de grandes ciudades y sobre todo al lado de su ciudad favorita: «Las Vegas».

De repente, Elisheva se incorporó hacia la mesa en su butaca e hizo un gesto reclamando atención. Quería preguntar algo y Jayden comprendió que eso era sinónimo de problemas.

— ¿Puede usted resumirnos en una gráfica el coste de oportunidad y el de rentabilidad en los primeros años del proyecto?.

—Por supuesto, … ummm…. , déjeme ver…., si. En el folio 57 y siguientes del memorándum y como bien se puede ver en la gráfica que observan en la pantalla, los costos en el corto plazo superan a la rentabilidad estimada con base a la inversión en infraestructuras acometida.

Dichos costos se reducen drásticamente con la implementación de sistemas de ahorro y uso eficiente del agua en nuestras actividades industriales. Sucesivamente en años posteriores se equiparan ambos, hasta alcanzar la situación contraria: en 5 años la rentabilidad será superior a los costos y en 10 años la cuatriplicará.

—No obstante, si no he entendido mal, la rentabilidad del proyecto se basa en la premisa de que se reciban las correspondientes subvenciones estatales o nacionales. E incluso más, de que dichas subvenciones sean otorgadas por varios países en base a una concienciación global de detener el calentamiento terrestre. Sin embargo, desde 1971 se viene denunciando por determinadas organizaciones internacionales la necesidad de disminuir el CO2 de la atmosfera, sin ningún resultado tangible.

—Como he dejado claro el proyecto trabaja con dos propósitos. Las subvenciones es uno de ellos; el otro es el aprovechamiento sostenible de los recursos naturales y….

—Sí, sí, sí. Pero las gráficas de rentabilidad que nos muestra están aplicadas con esa perspectiva. Sin las subvenciones ¿Cuánto supondría el aprovechamiento de los recursos en términos reales?.

—Ohhh, es difícil de precisar. Tendría que rehacer los cálculos… Bueno pero tengo que decir que es un hipotético caso de…..

—Basta. —Elisheva se dirigió directamente a Warren— . Dime qué piensas sobre la viabilidad del proyecto. —En mi opinión, es muy aventurado asegurar que este plan nos colocará como líderes mundiales y a su vez fiarlo todo a la obtención de unas subvenciones públicas, con lo volubles que suelen ser normalmente los políticos.

—Pero….

—No es necesario que añada usted más —terció Geoffrey—. Ya ha dejado claro su exposición del proyecto, brillante, por cierto, he de decir, pero ahora salga de la sala de juntas para que podamos debatir sobre él. Vaya a su puesto de trabajo y a lo largo del día se le comunicará nuestra decisión. Gracias.

Jayden abandonó la Sala abatido. Estaba claro que había sobreestimado los ingresos y tenía claro que eso sembraba dudas sobre los accionistas, lo que definitivamente decantaría su decisión en contra del proyecto.

2

— Me estás escuchando?

—Lo siento pequeña. Estaba….

—Sí, ya, ya. Llegamos tarde. Coge las llaves y vámonos ahora.

Todos los días igual. Carla no se explicaba como seguía con él. En esos momentos, su mente le recordaba aquellos maravillosos días en los que se habían conocido. La pasión primero, el romanticismo después y finalmente el compromiso. En fin, ahora todo eso había desaparecido, aunque no la pillaba de sorpresa, pues ya se lo habían advertido muchas veces: confórmate con el mal llamado «amor compañero». No obstante, su naturaleza rebelde e inconformista se revelaba contra aquello.

Salieron del piso que compartían desde hacía ya dos años. Era un pequeño estudio en la Calle Varillas, al lado del Mercado Central de Salamanca. La situación, pues, inmejorable. En 10 minutos escasos llegaban a la Universidad donde se conocieron y donde decidieron vivir juntos.

Acercándose al aula, aparcó los recuerdos y se centró en su pasión y su ansiado futuro: la robótica. El Máster Universitario de Sistemas Inteligentes que cursaba le supondría la culminación de su formación, pues a través del aprendizaje de la naturaleza y del estudio de sus diversos campos (ciencia cognitiva, neurociencia, biología automática, etc.) conseguiría construir arquitecturas computacionales más potentes.

La mañana pasó deprisa. Vía Whatsapp se enteró que tenía que comer sola y decidió volver al apartamento. Comería algo en «El Águila» y luego dormiría un poco de siesta. Por la tarde había quedado con las amigas para ir de tiendas.

Estaba cerca del Bar cuando algo llamó su atención. Había visto a ese indigente unos minutos antes, estaba segura. Lo malo de vivir en el centro es la cantidad de vagabundos que pueblan las calles peatonales y no era la primera vez que alguno le gritaba alguna guarrada alusiva a su cuerpo y a lo que quería hacer con él. Aceleró el paso y entró en el Bar. Más tranquila se acercó a la barra y pidió una porción de Hornazo y una cerveza. Aunque el más famoso de la ciudad es el del Bar «La Campana», los que viven en la zona saben que «el Hornazo del Águila» es el mejor de todo el barrio viejo de Salamanca por su suave mezcla de lomo, huevo duro, tocino, jamón y chorizo y su crujiente hojaldre.

Aprovechó para ver un poco las noticias. En el Bar solo se veía Radio Televisión Castilla y León «como Dios manda». Habían terminado de hablar de deportes y ahora venía la previsión meteorológica. Le interesaba saber el tiempo que iba a hacer para planificar el fin de semana. En caso de lluvia, viajaría a Madrid para ver a sus padres. Si el tiempo acompañaba habían hablado de ir con su gente a una casa rural preciosa en San Miguel de Valero para hacer la ruta por la sierra de Quilanas en bicicleta. Cruzó los dedos. La peor de sus pesadillas se cumplió. Lluvia, frio e incluso posibilidad de nieve.

Tendría que pasarlo con sus padres y además sola pues David ya la había advertido después de la última visita que hicieron juntos que no lo volvería a acompañarla jamás. La verdad es que le odiaban porque la había convencido para a vivir juntos a Salamanca y poco menos que la había secuestrado.

Los padres no son capaces de asimilar que sus hijos no quieran pasar todo el día con ellos como antes y siempre la culpa será de otro, en este caso de David.

Resignada, pago la cuenta y enfiló la calle de su apartamento. Bendita siesta la esperaba. De repente se sintió observada nuevamente y miró de reojo para confirmar sus sospechas. Era el vagabundo de antes, seguro.

Su cara no se le había olvidado. Cansada ya de aquello, dio media vuelta y se dirigió directa hacia él. Ese comportamiento no es precisamente el que se esperaría de una estudiante pija como ella, pero su seguridad era fruto de las clases de Krav Maga a las que se había apuntado en el gimnasio, al principio como entretenimiento y luego como disciplinada alumna del maestro Haim Gidon. Al acercarse esperaba oír, en gritos, cualquier frase soez acerca de su minifalda o su escote seguida de un buen trago de la botella. Siempre era igual y siempre se hacía la despistada, pero hoy no iba a ser así.

— ¡Hey tu, Si es a ti¡. ¿Por qué me estas siguiendo esta mañana? —Le increpó a medida que se acercaba al banco del parque en el que estaba sentado—.

No obtuvo respuesta y aquello la sorprendió. Mentalmente no estaba preparada para esa reacción. Se detuvo frente de él pero no dijo nada más.

Pensó que lo mejor era no confiarse con aquel hombre, pues uno nunca está seguro de la reacción humana y más si se trata de un loco. Transcurrieron un par de minutos y ambos permanecieron en silencio, mirándose el uno al otro.

La inusual situación y la extraña mirada del mendigo hizo que perdiera la seguridad en sí misma. No podía quedarse allí de pie más tiempo sin hacer algo, pero ¿Qué?. Al final, optó por la solución de siempre, ignorarle. Dio media vuelta y se dirigió a su apartamento para poder descansar un poco antes de irse de compras.

—Carrlaaa, no te fíes de nadie —Gritó el vagabundo—.

Si quieres vivir, no confíes de nadieee¡¡¡¡.

Asustada y rabiosa, se giró bruscamente en busca de aquel malnacido. El banco estaba vacío y no había ni rastro del vagabundo. Lo buscó por todo el parque pero tampoco lo encontró. Se asomó a la calle San Justo — donde le había reconocido la primera vez— sin suerte. Aquello la enfureció aún más pero se dio cuenta que la búsqueda debía terminar. Solo la quedaban 40 minutos para arreglarse y llegar al Centro Comercial.

Llegó a «El Turones» bastante tarde. Con evidentes signos de reprobación la esperaban, sus dos mejores amigas Alba y Jennifer.

— Ya era hora, tía. Estábamos pensando que ya no venías. Te hemos pedido un té de jazmín y unos amarguillos. Pero estarán congelados.

—Vale, vale. Ya lo pillo. Pero esta vez tengo una buena razón para llegar un poquito tarde.

—Sí, sí. Como siempre.

—Que no boba. Que es verdad. Me ha pasado una cosa extraña con un vagabundo.

Les contó toda la historia. A medida que la narraba, le abordaban más detalles del vagabundo. Su barba, su grasiento pelo, sus zapatillas ennegrecidas pero sobre todo sus ojos. Un escalofrío le recorrió nuevamente el cuerpo.

— Ni puto caso a ese chalado. —Alba tan expresiva como siempre—. Ese tipo se está cascando una buena pensando en ti seguro. Como el zumbado del aseo del burger.

Rieron a carcajadas acordándose de aquel pobre infeliz, cuando le pillaron en el baño de señoras y entre las tres y la de la limpieza le echaron a patadas del establecimiento sin pantalones.

—Bueno Alba, un poco siniestro sí que es —terció

Jenny —. Y además, ¿Como sabía tu nombre?. No había caído en ese detalle. Lo recordó al instante «Carrlaaa, no te fíes de nadie¡¡». Era cierto, ¿Quién era aquel tipo?.

— Jo Jenny, no seas conspiranoide —la recriminó Alba—. La explicación es sencilla. El tipo te sigue, te ve entrar en el bar y escucha a Boris saludarte. Esos pirados cuando quieren son muy listos. Luego te espera en el parque mirándote por el cristal. Al final, al hablarle hiciste realidad su fantasía y se arma de valor y te llama por tu nombre para establecer un vinculo entre ambos.

—Peor me lo pones. ¿Me estás diciendo que ahora cree que soy su novia o algo así?. Tu sí que me sabes animar. Ahora todos los días tendré que estar mirando a ver si se me acerca o si me sigue.

—Lo mejor es que pongas una denuncia en la policía a ese acosador.

—Si claro. Tampoco te pases tía.

—El próximo día que le veas, te acercas a él y le das dos hostias de esas tuyas para que se le quiten las ganas de acercarse a ti y asunto terminado.

En el fondo Alba tenía razón. Pensándolo fríamente la situación no era muy distinta de las anteriores. Un pervertido, un poco más osado eso sí.

Se enfureció aún más, esta vez consigo misma. La conversación cambió de tema.

—Pues me han hablado de la nueva tienda «Trucco» que han abierto hace poco.

—Yo quiero pasarme por «Marina Rinaldi». He visto que ya está puesta la nueva temporada de primaveraverano.

—Y una visita a «Abercrombie». Tengo que hablar otra vez con Aldo. Igual pido un pase de ropa interior masculina con la excusa de un regalo para mi novio.

Rieron otra vez de buena gana. A medida que la conversación subió de tono con los modelos de la tienda y sus fantasías eróticas con ellos, la preocupación desapareció. «¡¡Era tan fácil con aquellas dos impresentables y sobre todo con Alba¡¡». Para ella, la vida se resumía en una sola palabra: diversión.

Pasaron la tarde en el centro comercial. Ella no había comprado casi nada. Un conjunto de victoria secret de la colección «Brids of Paradise» y unos leggins. Tenía que controlar los gastos que realizaba si no quería pedir más dinero a su familia. Era algo que David odiaba y a ella tampoco le gustaba nada. Quisieron trabajar por las tardes en algo para poder costearse la universidad y su vida en común, pero al estallar la crisis económica se produjo un deterioro en las condiciones laborales con el consiguiente abaratamiento de sueldos.

Sus padres lo habían dejado clarísimo: le pagarían a ella todo el Master pero al vago de su novio nada de nada, que se buscara la vida.

Decidieron comprar menos cosas y realizar trabajos esporádicos para ir tirando. Así, crearon dos cuentas conjuntas. Una para los gastos cotidianos y otra con el dinero para sus estudios.

Después de cenar, se despidió de sus amigas. Jennifer le preguntó si quería que la acompañaran, pero no era necesario.

Tenía claro cómo actuar si aparecía aquel cabrón. Bajando por la calle Prior a la altura del Palacio de Monterrey se sobresaltó con alguien que se movía en las sombras del muro. Falsa alarma. Una pareja de turistas ingleses daba rienda suelta a sus impulsos sexuales seguramente algo ebrios. Notaba, no obstante, que iba tensa. En su interior, le daba vueltas al suceso de por la mañana y no conseguía olvidar aquella escalofriante mirada. Aceleró el paso y suspiró aliviada cuando por fin llegó a su portal. Esa noche no le sería fácil conciliar el sueño.

3

Su autocontrol le devolvió a la realidad. El propio director general le había felicitado por el proyecto y eso al fin y al cabo aquello era un gran éxito personal. Geoffrey no era de regalar halagos y mucho menos a personas como él. Se sentó en su escritorio y abrió su correo para matar el tiempo. Le gustaban poco las nuevas tecnologías para comunicarse con sus allegados aunque debía de reconocer que eran de una gran ayuda para su día a día. Sin embargo, lo suyo era la interacción personal, de ahí su mote en la oficina «Jay el prehistórico». Nadie se lo llamaba a la cara, pues él lo consideraba ofensivo e injusto y se exponían a su descontrolada ira, pero era «vox populi» en la empresa.

Se entretuvo consultando algún correo corporativo y recordó que todavía no había podido echar un vistazo a un par de ofertas de trabajo que había recibido unas semanas atrás en respuesta a las solicitudes que había enviado él. Estaba enfrascado en la lectura de la última de ellas cuando vio a Scott con rostro serio dirigiéndose hacia él. Eso no podían ser buenas noticias.

— Hola Jayden. En primer lugar, te felicito por el proyecto y por su presentación. A mí, personalmente, me parece una pasada.

—Gracias. Valoro muchísimo tu opinión, ya lo sabes. —Hemos estado debatiendo un rato sobre la viabilidad del mismo. La mayoría sabemos que la rentabilidad está garantizada, pero Elisheva se ha opuesto desde el principio. Y ya sabes lo que eso significa.

—Sí. Todos los demás siempre hacen lo que dice ella, por miedo o por ignorancia.

—Cuidado con lo que dices, muchacho.

—Ya que más da. El proyecto era mi única posibilidad de quedarme y progresar en esta empresa.

—En principio, era así como dices. Sin embargo, la «dama oscura» ha hecho hincapié en que quiere que continúes en la empresa, además de recibir un importante incentivo económico en la próxima nómina por la especial dedicación que has demostrado en el proyecto y la ilusión que has puesto en que la empresa sea competitiva.

—Estooo… no sé qué decir.

—No digas nada. Mejor disfruta de tu merecido descanso. Aprovecha bien estos tres días y vuelve con ganas. Seguro que te explotaremos lo suficiente para que desees no haber sido tan jodidamente responsable.

Se levantó de la silla y se fundió en un abrazo con Scott. Le tenía muchísimo aprecio a ese viejo cascarrabias. Desde que empezó en la empresa estuvo apoyándolo y potenciando sus «cualidades» y modulando su carácter fuerte y a veces explosivo, incompatible por tanto con sus ansias de ascenso. Con el paso del tiempo habían llegado a ser muy buenos amigos, aunque en la oficina tenían muy claro la relación laboral que les unía como jefe y subordinado.

Cerro su ordenador, recogió sus cosas de la mesa y se despidió de los compañeros. No había previsto nada para esos días de asueto pero algo se le ocurriría. Salió del edificio y se encaminó, como no, hacia la Bahía. Necesitaba disfrutar del sol del mediodía y tomar una buena cerveza fría.

Al coger la Avenida Boylston, se encontró el improvisado memorial a los caídos en los atentados del pasado abril. Los atletas habían ido dejando allí sus zapatillas, sus camisetas, sus banderas, unos rosarios, peluches, tazones, etc. Se le hacía difícil pasar por allí. Tantos recuerdos de los fallecidos, algunos de ellos conocidos suyos, mezclados con decenas de turistas fotografiándolo todo. En fin, error suyo por no haber cogido Exeter Street. Un par de turistas le preguntaron cómo llegar al barrio Brookline pues querían ver la casa donde nació John Kennedy. Les indicó que debían coger el metro hasta la estación Coolidge y luego caminar por Harvard Street hasta llegar a la calle Beals y agradecidos, continuaron su camino.

Este encuentro le dio una idea. Aprovecharía la tarde para hacer un recorrido por la Bahía en Barco. Desde el mar, Boston era espectacular y en esa época del año más todavía. Se podía apreciar todo el aspecto aristocrático de la ciudad, mezclado por los cerezos y ciruelos en flor, tulipanes y multitud de personas paseando por la bahía. Acabada la tarde, decidió regresar a su casa y tomarse una pinta en «Sullivan’s».

Quedaban pocos pubs irlandeses como aquel en Boston. Se sentó con una O’Hara’s. Pocas personas sabían apreciar esta cerveza tradicional que mezclaba perfectamente su amargo sabor, que le recordaba al del café, con un liviano dulzor final, similar al sirope de caramelo. En la televisión ponían un partido del Shamrock Rovers, en diferido.

Anodinamente ojeaba el Boston Glove, aunque mentalmente pensaba en llamar a Isabella para ver si se animaba a ir los tres días a una cabaña en el Lago St. Jean en Canadá. Desde hacía unos años quería visitar la Reserva St-Félicien, un maravilloso hábitat lleno de osos, castores y alces. De repente, unos gritos le hicieron regresar a la realidad.

Habían entrado al pub cuatro fornidos obreros con ganas de beber hasta perder el conocimiento después de una agotadora jornada de trabajo. Retomó la lectura del periódico y descubrió una noticia que le sobresaltó. Apresuradamente pago su cerveza, salió del bar y corrió hacia las oficinas de la empresa. Al franquear la puerta de entrada, preguntó:

— Fabio, sabes si todavía está trabajando Scott. —Dejeme que lo consulto…. Uhmmm….. Se ha marchado hace 20 minutos.

—Jodeeerrr¡¡¡¡. Necesitaba hablar con él urgentemente. —Bueno, si le vale, todavía está en la empresa el señor Bauge.

—Excelente. Mejor hablar directamente con él del asunto, por supuesto. Gracias.

Se notaba con el corazón acelerado. Trataba de no perder la compostura pero sabía que no podría aguantar esa tensión por mucho tiempo.

La subida al piso 68 se le hizo eterna. Por fin se abrieron las puertas del ascensor y efectivamente al fondo de la oficina en su enorme despacho se encontraba Geoffrey. Se acercó a su escritorio y cogió del cajón de su mesa un sobre.

Hizo una breve pausa para recobrar la compostura y llamó a la puerta. Atónito, Geoffrey le hizo una seña para que entrara en silencio porque estaba hablando por teléfono con su mujer.

— Hombre Jayden, te daba ya fuera de la ciudad para aprovechar al máximo tus bien merecidas vacaciones —Le dijo tras colgar el auricular—. Debo felicitarte por tu magnífica ……

—Vale, vale. Eso tiene que esperar. Toma.

—¿A qué viene tanta urgencia? ¿Qué demonios es esto?.

—Es mi dimisión. Desde este mismo momento, abandono la empresa por motivos personales.

Sin dejarle articular palabra, salió del despacho, bajó al hall de entrada, le entregó la tarjeta de acceso a Fabio y salió del edificio.

4

Riiinnnnggg¡¡¡¡¡, Riiinnngggg¡¡¡¡

Carla despertó sobresaltada y apagó el despertador. Había pensado que iba a pasar la noche en vela pero la verdad es que no recordaba cuando se había dormido. Llegó al piso nerviosa y con ganas de contarle todo lo sucedido a David. Su chico tenía muchas cualidades especiales y sin duda la calma era una de ellas. Desde hacía años se había convertido en su terapeuta particular. Cuando las cosas no iban como a ella le gustaba, él se encargaba de tranquilizar su ansiedad y de encauzarla en la buena senda.

Sin embargo, aquella noche no estaba en casa. Cogió nerviosa el móvil para ver los mensajes y vio que no tenía noticias suyas. Había llamado varias veces al móvil pero la contestación siempre era la misma: «apagado o fuera de cobertura en este momento». Al final, David le había enviado un mensaje en el que la decía que llegaría tarde puesto que había quedado a ver el partido del Barça con sus colegas. Agotada por los nervios y el stress se había recostado sobre la cama con el teléfono móvil y eso era lo último que recordaba.

El sueño había sido reparador, no obstante. No había ni rastro de nerviosismo ni de cansancio. Ahora, tras desperezarse, se encontraba enfadada. Una cosa era quedar con los colegas para ver el futbol y otra cosa era no llegar a dormir a casa. ¿Qué había estado haciendo?. Es verdad que era un poquito controladora pero en la actual era de las tecnologías no había ninguna excusa que justificara la falta de noticias y menos en el caso de que un plan se alargara más allá de lo razonable.

Su enfado fue creciendo a medida que su mente racional procesaba toda la situación. Cogió con rabia el móvil y le envió otro mensaje. Esta vez, recibió una rápida contestación. David se había quedado a dormir en casa de su amigo Piotr, un estudiante polaco de intercambio con el que había llegado a congeniar perfectamente, y se habían levantado pronto para ir a la facultad ese sábado. Aplazando la correspondiente charla, se preparó para el viaje de fin de semana a casa de sus padres. Había reservado el autobús para las 10.00 horas de esa mañana y todavía tenía que hacer la maleta. Tras una breve ducha, agarró la trolley pequeña y cogió la ropa para el fin de semana. Era como un ritual. Carla solía vestir con ropa corta y ajustada excepto cuando visitaba a sus padres. Para eso tenía el fondo de armario. Ropa practica, fácil de combinar y muy cómoda. Con ello se evitaba las consabidas charlas de su madre sobre su manera de vestir y su forma de provocar a los hombres con el peligro que eso conlleva de que te pase algo malo. Ya la había escuchado miles de veces.

Cinco minutos después de estar preparada, llamaron a la puerta de la calle. Era su taxi que había llegado. Cogió las llaves de casa, dejó una nota —un tanto agresiva— para David y se marchó.

El trayecto de autobús no se le hacía nunca pesado. Las 2.30 horas del trayecto —en autobús exprés— las pasó conectada a su tablet. En ella tenía los detalles del proyecto universitario que estaba terminando para su presentación en ese trimestre y le venía bien aprovechar ese tiempo para avanzarlo.

Además, como seguía enfadada con David y el panorama del fin de semana se presentaba desolador era mejor centrarse en los estudios y así olvidar por un rato su jodida realidad. Al bajar del autobús, allí estaban ambos.

— Hola tesoro. Que delgada estás. Se nota que comes solo lo que te da la gana.

—Deja de dar la charla a tu hija, que acaba de llegar. —No me digas lo que tengo o no tengo que hacer. Sabes que eso me irrita un montón.

—Parad ya los dos de una vez. Ya estáis con el espectáculo y acabo de llegar —terció Carla—. —Tu madre que ya sabes como es. Anda ven y dame un abrazo. —Acto seguido su padre la agarró y la atrajo hacia él sin que pudiera evitarlo—.

—Deja a la niña y vete a por el coche. Anda cariño, dale dos besos a tu madre. Tienes muchas cosas que contarnos. Y por cierto, ¿qué pasa con el «gandul» ese con el que estabas?.

—Mamá, se llama David, no empecemos. Y seguimos estando juntos, ya lo sabes.

—Vale, vale. Yo solo digo que…

—He venido a pasar un fin de semana agradable. Es mejor que no hablemos de David.

De camino a casa, siguieron charlando sobre su vida en Salamanca y lo innecesario de continuar allí pudiendo cursar estudios en cualquier universidad privada de Madrid y vivir con ellos. Lo de siempre. Carla se había propuesto disfrutar lo más posible de la visita.

En primer lugar, se iba a dedicar a tomar el sol todo lo posible en la piscina del jardín. Tenía un tono de piel bastante blanquecino, pero nada que no se pudiera arreglar con rayos uva y cuando el tiempo acompañaba horas de sol.

Para el resto del fin de semana había pensado ir de compras con su cuñada Eva y con la tarjeta de crédito de su padre —no se podía negar— y malcriar a sus sobrinos. Además, seguro que tenían reservado algún restaurante «único» para ellos. Era otra tradición familiar.

Cuando se reunía toda la familia su padre decidía celebrarlo en algún restaurante que le apetecía conocer. Era su excusa para disfrutar de una comida «como Dios manda» de vez en cuando y sin el reproche de su esposa. Desde que estaba enfermo del corazón no podía disfrutar de su gran pasión, la gastronomía.

Llegó a casa y subió a cambiarse de ropa. Se había comprado un biquini en desigual con top anudado al cuello —aunque iba a durar poco puesto— y tanga de hilo brasileiro con círculos multicolores. La únicas prendas que eran de su gusto y que la servirían para regañar con su madre. Mientras estaba en su cuarto —Sí, todavía tenía uno en esa casa— se acordó de David. Ya se le había pasado el cabreo y pensó en él. Marcó su número de teléfono y esperó:

Un tono de llamada….

Segundo tono de llamada….

Tercer tono de llamada….

Al décimo intento colgó. Era rarísimo que David no lo cogiera pues no puede vivir sin estar pegado al teléfono. Igual estaba en el Bar y con el ruido no lo escuchaba. Probó de nuevo.

Un tono…..

Segundo tono…

Octavo tono. Qué raro. Estaba a punto de colgar cuando una voz contestó la llamada:

—Síiiii, Alooooo¡¡.

—¿Quién era esa mujer?— Daviiiddd? —preguntó extrañada—.

—Noooo, Its wrong¡¡. Este celular no es suyo, marcaste mal seguro. Ciao, Ciao.

Aquello, no tenía ningún sentido. Su teléfono en marcación rápida evitaba ese tipo de errores. No obstante, repitió la llamada.

Instantáneamente, la operadora repitió esa odiosa frase «apagado o fuera de cobertura en este momento». Tras tres intentos más con el mismo resultado, desistió.

La única explicación que le venía a la mente es que le hubieran robado el teléfono a David. El problema es que no tenía otro teléfono donde comunicar con él, porque su agenda estaba en el otro móvil y todavía no la había traspasado a este nuevo.

No era su problema —se dijo—. Que se preocupase David de tramitar la baja, reclamar al seguro su importe y de comprarse el nuevo modelo que le gustase. Ella bastante tenía con intentar pasarlo lo mejor posible, dadas las circunstancias.

Los días pasaron volando. Al final no lo había pasado del todo mal, y sus padres, y en especial su madre, no se habían puesto excesivamente pesados. Alguna conversación sobre su educación católica y poco practicante —más bien nada—, lo típico de vivir en pecado con ese indeseable degenerado y poco más. El restaurante elegido fue «La Intersección» al lado del lujoso Hotel Palace en el que había degustado un exquisito tataki de salmón con salsa de miso, miel y sésamo negro, y en cuanto al Shopping, había dejado temblando la tarjeta de crédito de papá.

En el autobús de vuelta a Salamanca, Carla volvió a su realidad. En cuanto llegara al apartamento pediría muchísimas explicaciones a David. Había pensado algo en ello en los ratos de bronceado de la piscina y había llegado a la conclusión de que la juerga del día anterior seguramente desembocó en la pérdida, o sustracción, del móvil. Otra vez el cabeza loca de su novio les ocasionaba gastos extras que no podrían afrontar fácilmente. Al salir de la terminal de autobuses, volvió a coger un taxi para llegar lo antes posible a casa y descargar las numerosas bolsas de compras y la maleta que llevaba. Abrió la puerta del apartamento y descubrió una desagradable sorpresa. No solo no había ni rastro de David, sino que todo estaba revuelto y en un vistazo rápido se dio cuenta que echaba en falta varias cosas de las que tenían en él, la televisión, los ordenadores portátiles, algunos recuerdos de su viaje a Maldivas, etc. Para Carla era más de lo que podía soportar en ese momento y se empezó a encontrar mareada y confusa. Se acercó, no sin dificultad, al sofá y se dejó caer en él con evidentes signos de ansiedad.

Tras recobrar las fuerzas se encaminó al dormitorio para coger el móvil antiguo y, sobre todo, la agenda para avisar a David y que la ayudara con todo aquello. Entró en la alcoba y el espectáculo era todavía más dantesco. Toda la habitación estaba revuelta. Su ropa, por el suelo, los cajones de la cómoda tirados sobre su ropa interior en la cama. Sus fotos hechas añicos contra el piso que ahora se hallaba cubierto de pequeños cristales. El símbolo del hogar, de su refugio, había sido violado y toda su intimidad exhibida con impunidad.

Con lagrimas en los ojos, consiguió encontrar el teléfono y acceder a la agenda para llamar a Piotr. Tras una breve espera, contestó la llamada:

— Piotr, soy Carla ¿Está David por ahí?. Nos han entrado en casa y nos han robado. Estoy muy nerviosa. Tiene que venir rápidamente. No sé qué hacer. Le he llamado al móvil pero creo que lo perdió o se lo han robado. No he podido hablar con él porque la agenda ….

—Para, para, Carla. David no está aquí. Estoo…. creía que te lo había dicho…; Umm… Espera un momento que me acerco a tu piso. Si, será lo mejor.

—¿Que pasa Piotr?. ¿Le ha pasado algo a David? —Es mejor que te tranquilices. No te preocupes. David está bien y no le ha pasado nada. Espérame en tu piso que tardo 10 minutos.

—Pero, ¿Por qué no puede venir David?. Quiero que venga él. Necesito que venga él —Grito Carla—. —Vale, vale. Tu tranquila. Ahora nos vemos todos.

Piotr colgó el teléfono. Los pensamientos de Carla fluían a gran velocidad procesando todo lo que estaba ocurriendo. Decidió que mientras los esperaba, recogería un poco el desorden pero rápidamente cambió de opinión. En las series de ficción americanas los detectives sacaban pistas del escenario del crimen y siempre recomendaban no tocar nada hasta que hubieran hecho su trabajo. Encontró una foto suya en el campamento de verano cuando tenía solo 14 años tirada en el suelo debajo del sofá. Sin pensar la abrazó contra su pecho y se acurrucó así a esperar que vinieran los chicos.

Por fin, oyó el timbre de la puerta. Se abalanzó hacia la puerta y la abrió. Solo estaba Piotr, ni rastro de David. —¡Que hijo de puta¡. —Esas palabras la sobresaltaron

aún más—.

—¿Dónde está David?

—Carla, cariño, siéntate. Tengo que contarte una cosa.

—Me estas asustando Piotr.

—Tu hazme caso y siéntate.

5

Jayden ahora estaba seguro. Había girado en Portland Street para coger el Milers River y los había visto siguiéndole. Dos tipos de casi dos metros, atléticos, con la cabeza rapada e impecablemente trajeados. Se parecían como dos gotas de agua y siempre actuaban coordinadamente. Aceleró el paso para llegar a «North Station» para coger el metro con dirección a alguna parte de la «Green Line». En este caso el destino no era lo importante, solo pensaba en despistar a sus perseguidores. Al llegar al andén, tuvo claro cómo hacerlo. Era día de partido en el Fenway Park. Se jugada el quinto partido de las Series de Campeonato de la Liga Americana contra Detroit. Decidido, compró una gorra y una bufanda de los Redsox y se mezcló entre los miles de aficionados que se dirigían al campo.

Al salir al exterior, giró bruscamente a la derecha dirigiéndose al aparcamiento de autoridades y le preguntó al policía donde podía adquirir la correspondiente entrada. Con evidente desgana le señaló las taquillas.

No obstante, Jayden tomó la dirección contraria a la que le había señalado el agente. Esa maniobra le confirmó que había despistado a sus perseguidores. Rápidamente se encaminó hacia la parada de taxis y cogió uno de vuelta al West-End. Su mente se aceleraba por momentos y sentía la necesidad de recuperar el control. Enseguida pensó en un sitio estupendo para hacerlo y, de paso, mantenerse a salvo.

Pago la carrera del taxi y se dirigió al Massachusetts General Hospital. Accedió fácilmente a una de las plantas de geriatría como si fuera un visitante más.

Los vigilantes y las enfermeras estaban más pendientes del partido de beisbol que de él. En Boston los Redsox son más que una religión. Una vez a salvo comenzó a planificar sus siguientes movimientos. Tenía claro que no podía ir a su casa y que debía salir de Boston. No había problema en ello.

En el First National Bank tenía una caja de seguridad de «emergencia» para estos casos con bastante dinero y toda su documentación. Además disponía de las tarjetas de crédito para comprar ahora todo lo necesario para el viaje, aunque luego debería destruirlas. Por último, debía encontrar un nuevo trabajo en otra ciudad. En ese punto se acordó de la oferta de empleo que le había llegado unos días antes de una compañía de la competencia y que estaba ojeando después de su presentación de ayer en la Torre Wadlow. Era una pequeña empresa que necesitaba una persona con su perfil laboral para dirigir un ambicioso y algo extravagante proyecto. Debería servir —se dijo—. Abrió su cartera y por suerte allí estaban los datos de contacto. Para hacer la correspondiente llamada de teléfono, comenzó a pasear disimuladamente por los pasillos de la planta, hasta que encontró una habitación sin paciente. —¡Bingo¡—. No solo estaba vacía y a oscuras sino que tenía todas las pertenencias del enfermo en la mesilla al lado de la cama pues debían estar realizándole alguna prueba médica. Cogió el móvil y llamó para conseguir el trabajo. Era una empresa medioambiental con sede en Providence, a una hora escasa de Boston. Los honorarios eran adecuados para el volumen de negocio de esa compañía, aunque bastante escasos dado su currículum. Jayden rio para sus adentros.

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