Agnes

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A la salida le estaba esperando un chofer para llevarle a su alojamiento. Había elegido el Hotel Casino Acaray y una suite con vistas al Rio Paraná.

La reunión con el Gobernador fue fructífera. La propuesta de Jayden era «interesante» y «merecía ser estudiada». Eso implicaba próximas reuniones donde discutir la comisión que pensaba sacar por su intervención y por otorgar el preceptivo permiso. No obstante, conseguir esa licencia era fundamental para sus planes. Al despedirse le invitó a una fiesta para esa noche que había organizado en el casino del hotel, por supuesto con gastos pagados.

De vuelta, organizó todo con el casino, abrió una línea de crédito con cargo a su tarjeta de empresa para poder jugar en las mesas y habló con el botones para que les suministraran mujeres y drogas de todo tipo. Fue un éxito. Acudió la flor y nata de la élite de la ciudad. Tras varias horas de provechosas reuniones los invitados fueron abandonando las instalaciones del casino y él decidió dar por terminados los negocios y disfrutar de «su fiesta». Se puso a jugar a la ruleta y se le acercó una mujer morena con un ceñido vestido rojo de generoso escote que dejaba entrever sus grandes pechos.

—Preciosa velada que ha organizado usted.

—Gracias. Imagino que acudes a muchas como esta.

Mi nombre es Jayden.

—Claudia, un placer Jayden. Y ahora ¿Cómo te va en

la mesa?.

—Pues bastante mal por cierto. —se levantó de la

mesa—. ¿Puedo invitarte a tomar algo?

—Por supuesto.

Claudia era chilena y llevaba varios años ganándose la vida en aquella zona de las tres fronteras.

Tres o cuatro copas más tarde decidieron abandonar la Sala y subieron a la suite para continuar la fiesta de manera más privada. Hacía muchísimo que no se permitía el lujo de disfrutar así pero esa noche haría una excepción.

Tras varias horas de sexo, Jayden notó que necesitaba tomar algo. Se acercó al mini-bar mientras Claudia estaba en la ducha, descorchó una botella de Champan y llenó dos copas. Le llevó una de las copas a ella que le sonrió pícaramente.

—Pensé que habíamos acabado la noche, pero veo que

me equivocaba —dijo ella mientras comenzaba a

acariciarle la entrepierna—.

—Bueno, muy a mi pesar creo que estas en lo cierto.

Estoy agotado.

—Qué pena. Pero si quieres puedo intentarlo.

—Lo siento Claudia. ¿Podemos solo hablar un poco

mientras nos terminamos la botella?

—Lo que tú quieras Jay. Tu eres el que paga todo esto. Se acomodaron en los butacones de la Suite. Amanecía y los primeros rayos de Sol se reflejaban en el Rio Paraná.

—Que vista más bonita —añadió innecesariamente

Jayden—.

—Cuando vine aquí hace unos años era una tierra

maravillosa. Ahora no.

—¿Por qué dices eso?.

—Ahora todo es corrupción, mafias, violencia e incluso

Estados Unidos dice que los terroristas árabes se

financian de las actividades ilegales de esta zona para

cometer atentados suicidas en el resto del mundo.

—Pero tú sigues aquí. ¿Por qué no te vas?. —Jayden

sirvió dos copas más—.

—Me he convertido en una persona pragmática. Aquí vivo bien, trabajo bien y me muevo con clientes de garantía.

—Lamento oír eso. No me gustan nada las personas conformistas.

—¡¡Pues vete a la mierda¡¡. —Claudia se levantó enfadada—.

—Perdona, perdona. —Jayden la agarró del brazo y la atrajo hacia él—. No quería criticarte. Aunque te parezca raro, te he cogido cierto cariño y pensaba que nos podíamos seguir viendo estos días. Tengo que hacer un recorrido por el Rio Paraná y luego podríamos visitar las cataratas de Iguazú que he oído

que en esta época del año están preciosas.

Claudia, más tranquila, volvió a sentarse y se sirvió otra copa de champan.

—Jay, tengo que reconocer que me lo he pasado muy

bien hoy, que eres una persona especial y que me caes

muy bien, pero esto es un negocio. ¿Lo entiendes

verdad?.

—Tranquila Claudia. Lo entiendo perfectamente. Los

hombres de negocios como yo pasamos mucho tiempo

solos y necesitamos un poco de afecto. Como ya te he

dicho te he cogido cariño y prefiero que seas tú la que

me acompañe estos días y no otra desconocida.

—Vale, aclarado. Entonces me pagarás 1.000 dólares

al día y gastos pagados.

—De acuerdo, pues.

Jayden se acercó a ella y la besó en la boca. Ella se resistió un poco al principio pero luego se abandonó a esos labios.

—Ya no te tienes que ir —dijo él mientras le quitaba el

albornoz a Claudia—.

—No, ya no.

Aquellos días maravillosos pasaron muy rápido. Habían remontado el rio Paraná y hablado con los indígenas que cultivaban en la rivera convenciéndoles de que era posible limpiar de veneno esas tierras de cultivo. Del gobernador había obtenido la licencia para su empresa y todo el proyecto había sido entregado para su posterior presentación en Asunción con una excelente acogida inicial. Incluso había recibido una efusiva felicitación de Adalverto por haber acortado los plazos previstos. Al regresar a Ciudad del Este, Jayden le preguntó a Claudia:

—Entonces, ¿no quieres venir conmigo a ver mañana

las Cataratas de Iguazú?.

—Lo siento Jay. Esta convención estaba programada

desde hacía un año y debo asistir. Negocios, ya sabes.

—Sí, ya se —suspiró—.

—Después de la convención, si todavía estás en la

ciudad, nos podemos ver y cenar algo juntos, como

amigos sin negocio de por medio.

—Me encantaría Claudia. No sé si podré, pero me

encantaría.

—Quedamos pues. Si te apetece me llamas al celular.

—Una cosa más. He pensado que necesito una pistola

para viajar más tranquilo pero no sé donde

conseguirla.

—Eso aquí es fácil. Te puedo indicar un sitio donde te

la pueden vender. —cogió un papel y le apuntó la

dirección—. Habla con el botones del hotel, que te

consiga un coche de confianza con acompañante y al

llegar, dices que vas de mi parte que eres un tío mío.

—Gracias. —Jayden le robó un nuevo beso—. No te

olvidaré en mucho tiempo.

—Hasta siempre.

Ella paró un taxi y sus miradas se cruzaron mientras se alejaba calle abajo.

Ambos sabían que ya no se volverían a ver nunca más. Al regresar al hotel, le mostró al botones la dirección que le había apuntado Claudia y le pidió que consiguiera un vehículo de confianza. Dicho y hecho. El hermano del botones y un colega suyo se encargaban de aquellos «trabajos». La dirección que les había dado era un local de caza y pesca. Pasaron todos al fondo del almacén y compró a buen precio un revolver calibre 38 de titanio y cerámica y una caja de municiones. Además compró cinco pasaportes «limpios» pero entregó únicamente dos fotografías suyas pues tenía la intención de llevar los demás completamente en blanco para solventar cualquier imprevisto. Jayden y el vendedor pactaron que la entrega de todo se realizaría dos días después en el aparcamiento del Hotel das Cataratas de Foz de Iguazú.

A ese servicio lo llamaban «delibery». El transporte lo haría el propio vendedor en su motocicleta, cruzando el puente de la amistad que es el menos vigilado. Él debía alojarse en Puerto Iguazú y cruzar en coche, como uno de los miles de turistas que lo hacen cada día, para visitar las cataratas.

De vuelta a su suite repasó la ruta a seguir hasta llegar a su destino. Esta vez no iba a dejar pistas a sus perseguidores. Comprobó que la mejor forma de cruzar la frontera hacia Argentina por carretera era cruzando el puente internacional San Roque Gonzalez de Santa Cruz que une la localidad Paraguaya de Encarnación con la Argentina de Posadas. Por tanto, sería un día duro. Primero 270 km hasta la frontera y luego otros 304 km hasta su destino final. Unas 8 o 9 horas calculaba. Lo siguiente era arreglarlo todo para el viaje. Tenía pagada una semana más de estancia en el hotel y no podía salir con las maletas pues llamaría la atención. Solicitó en recepción un paquete grande de cartón para enviarlo por mensajería. Empaquetó parte de su ropa y algunos imprescindibles, cerró el paquete y escribió la dirección de entrega. El mensajero que vino a recogerlo le entregó un recibí y le indicó que tardaría tres días en llegar a Buenos Aires.

Jayden a continuación bajó a recepción y se acercó a una de las mesas de alquiler de coches. Se hizo con un Kía Optima negro con aire acondicionado y cambio automático que recogería en una hora para permitir al vendedor limpiarlo adecuadamente.

Durante esa hora compró varias prendas de ropa informal para esos tres días y una gran mochila de montaña de imitación.

Recogió el coche e inició su viaje. En la ciudad de Posadas abandonó el coche, se vistió con la ropa informal y mochila al hombro preguntó dónde coger el colectivo para ir a Puerto Iguazú. Al final la ruta le demoró por más de 15 horas pero estaba feliz puesto que la primera parte del plan había salido a la perfección.

Se recostó en la cama y cerró los ojos. Estaba muerto de cansancio y le dolían las rodillas de pasar tantas horas en el autobús, pero no tenía mucho tiempo para descansar. Seis horas más tarde tenía que estar en Brasil para recoger su pedido.

Por la mañana, bajó a recepción y pidió un coche para visitar las cataratas. En pocos minutos le esperaba Raimundo con un Audi A-6 negro y cristales tintados. Jayden le explicó que había pensado visitar primero el lado brasileño y al día siguiente el lado argentino de las cataratas.

Se dirigieron a la frontera para atravesar el Puente Tancredo Neves. Como le había indicado el vendedor paraguayo una horda de turistas atravesaban este punto fronterizo para la visita turística.

Al llegar su turno observó con satisfacción que Raimundo era muy conocido por los policías fronterizos. Eso le beneficiaría a la vuelta.

Miró el reloj y quedó con él para que le recogiera en la salida del parque nacional dentro de tres horas. Así, dispondría de más de dos horas para disfrutar de aquel maravilloso espectáculo de la naturaleza. Tras el precioso recorrido y las correspondientes fotografías de recuerdo, a la hora indicada, salió a esperar en el aparcamiento del hotel al mensajero. Puntual a la cita apareció el motorista y dejó caer, con delicadeza, un paquete a su lado. Jayden recogió con disimulo el paquete, y entró a la cafetería del hotel a tomar algo y disfrutar de las vistas de las cataratas. Antes de salir, en la intimidad del baño, se pegó la pistola al pecho con cinta adhesiva, y guardó los documentos y la caja de munición dentro de un peluche de Coatí que había comprado en la tienda oficial de recuerdos.

En el camino de regreso empezó a concretar la visita del día siguiente a las cataratas «Argentinas» con Raimundo y el mejor horario para disfrutarlas plenamente. Al llegar a la frontera, Jayden observó que los policías se demoraban más en los registros. Él le aclaró que se muestran más concienzudos de entrada al país por todoel tráfico de drogas y armas que existe en Foz do Iguazú. Al llegar su turno, Raimundo volvió a saludar efusivamente a los policías. Les indicaron que bajaran del vehículo y lo examinaron todo de arriba a abajo. El registro del coche y de las pertenencias de los ocupantes fue somero y terminó pronto pudiendo continuar el viaje sin más contratiempos. Al llegar al hotel, subió a su habitación y montó el revólver para poder ser utilizado en cualquier momento. Ahora se sentía más seguro. Le habían recomendado un restaurante en el pueblo «El Asador del Viejo Almacén».

Era una autentica parrilla argentina, muy antigua y con música en directo. Tras la cena, se dirigió a la Estación Terminal de Autobuses de la Ciudad.

El segundo paso de su desaparición estaba en marcha. Pregunto a la taquillera que le indicó que una hora después había un autobús que, vía Bariloche, llegaba a Buenos Aires, a la estación de Retiro, al día siguiente a las 13.00 horas. Como el trayecto era de diecisiete horas y media sacó un billete en butaca-cama para poder descansar lo más posible después de aquellos agotadores días.

Por fin llegó a Buenos Aires y se dirigió a la oficina de turismo en busca de información sobre las visitas turísticas de la ciudad y sobre algún hotel por la zona donde alojarse. El Four Seasons de Buenos Aires se encontraba a unas «tres cuadras» de la estación cruzando la avenida del libertador. Perfecto. Se acercó a la recepción y reservó para una semana una habitación doble superior con vistas al rio de la plata con uno de sus pasaportes falsos.

Tras una ducha reparadora, enfundado en el albornoz de la habitación, contemplaba las maravillosas vistas mientras degustaba un vino tinto decente y repasaba mentalmente los acontecimientos de esos últimos días. Todo había salido según lo previsto y no veía ningún fallo en su ejecución. Decidió encender el televisor para intentar disfrutar de un buen partido de «soccer». Se recostó en la cama y empezó a ver el clásico más antiguo de los que actualmente se disputan en Argentina «el River Plate contra el Racing Club de Avellaneda» en el Estadio Presidente Perón. Diez minutos después se quedó profundamente dormido.

13

Alain iba conduciendo en dirección a su casa después de otro monótono día en el trabajo. El nuevo destino no le gustaba excesivamente. Cuando se convocaron las oposiciones, pensó que trabajar en el GIGN era un paso muy importante en su carrera. Ahora se daba cuenta que el trabajo era más burocrático que activo y eso le había ido marchitando poco a poco. Por suerte al llegar a casa le esperaban sus dos amores, su esposa Sophie y su hija de cuatro años Ariel. Eran su sostén en aquellos momentos depresivos que tenía.

Al pasar el semáforo, giro a la derecha y enfiló su calle. Se extrañó de ver varios coches de policía en las inmediaciones. Aproximó su coche a un agente e identificándose preguntó qué había ocurrido. El policía se alteró visiblemente y llamó por el intercomunicador a su superior. Acudieron rápidamente a su encuentro un par de inspectores y junto a ellos Noah, su superior. Había ocurrido un desafortunado accidente. Unos traficantes fueron pillados infraganti con 100 kilogramos de cocaína, en un descuido consiguieron escapar en coche y durante la persecución policial habían atropellado a un par de peatones que desgraciadamente habían fallecido.

—¡¡¡Sophiieee¡¡¡¡.

Se incorporó sudoroso en la cama. Otra vez la maldita pesadilla. Se acercó al salón y sirvió un generoso vaso de whisky que bebió de un trago.

Se sirvió un segundo vaso mientras acariciaba un retrato familiar con añoranza y obligó a su mente a descartar aquellos amargos recuerdos. Pensó que la mejor manera era centrarse en la investigación. Cogió el dossier de la mesa. Alain repasó todos los interrogatorios del personal del tren y, siguiendo su corazonada, se centró en los que trabajaron en la cocina ese día. Tras dos horas de exhaustivo repaso había reducido la lista de sospechosos a tres posibles.

Al día siguiente, localizó a dos de ellos a través de su contacto en la Interpol. Concertó una cita en el Orlot Café en la Rue Saint-Honore muy cerca del Museo del Louvre. Había pensado que sería más fácil conseguir su colaboración degustando un buen café en un ambiente distendido. Tras una larga conversación Alain los descartó como sospechosos. Solo quedaba un nombre en la lista, Burak —el ayudante de cocina turco—. Se encontraba trabajando esos días en otro de los trenes de la compañía, el Eastern & Oriental Express, que hace una ruta por Singapur, Tailandia, Malasia y Laos, y regresaría a su casa dentro de unos dos días. Apuró el vaso de licor, sacó un billete de avión para ese día con destino Estambul y reservó un par de noches de hotel en la zona de Taksin. Alain consiguió por fin hablar con Burak y concertaron una entrevista. Quedaron en verse en el Visht Café, cerca de la Torre Galata, en Karakoy. Alain marcó la dirección en el GPS del móvil y cruzó el Bósforo. Aquella era una zona de callejones pequeños y oscuros en la que no se adentraban los turistas y mucho menos de noche a diferencia de todo el bullicio del puerto que acababa de dejar atrás. Por fin, llegó al restaurante y al entrar lo encontró en el fondo del local haciéndole señas.

— Usted es Alain, supongo.

—Así es. Y usted es Burak.

—Correcto. Tome asiento. Al ser la hora de la cena me he tomado la libertad de pedir unos mezes variados y una botellita de Raki.

—Por mi perfecto.

Al momento apareció la dueña del local y los saludó efusivamente mientras los camareros servían la comida. Burak detectó cierta reticencia en los ojos de Alain.

— Veo que es su primera vez en Turquía.

—Se me nota un poco imagino.

—No se preocupe. Lo que ve usted es una pequeña muestra de la calidad de la comida turca. Tenemos el yogur con pepino, que en Grecia lo llaman «Tzatziki», pero que es originario de aquí, una ensalada de berenjena, esos son rollitos hechos de hoja de parra y rellenos de arroz y gambas, y platos de aceitunas negras y verdes, queso blanco turco y «sucuk» que es una especie de salchichón de ternera.

Tras dar cuenta de los «mezes» y de los «lamacum» de ternera que vinieron después y tres botellas de raki, pidieron los cafés y una narguile. Alain había disfrutado de la extraordinaria velada y se encontraba muy a gusto pero era momento de empezar el interrogatorio.

— Bueno, como te comenté telefónicamente sigo investigando el incidente del tren en el que apareció aquel cuerpo mutilado.

—No sé que mas añadir a las declaraciones que hice para la policía francesa y para los de la interpol aquí en Estambul.

—He averiguado una cosa que va a obligarte a cambiar tu declaración por completo —dijo Alain en tono acusador—. Me he enterado que tú no ibas en el tren en ese viaje. —Se arriesgó—.

Aunque Burak intentó permanecer inmutable, Alain se dio cuenta que había dado en el clavo.

El semblante se volvió severo, empezó un leve movimiento en el pie derecho, y dio una profunda calada a la pipa de agua. Alain no iba a permitir que se recuperara de aquel golpe y volvió a la carga:

— Tranquilo. Mi único interés es descubrir al asesino de la anciana descuartizada. No me interesa vuestros trapicheos laborales ni tengo intención de denunciar tu irregularidad. Lo único que quiero es saber por qué no cogiste ese tren y sobre todo quien te sustituyó.

Alain vio a Burak pensativo. Buena señal. Tras otro par de caladas, apuró su vaso de Raki y empezó a hablar: —Entiendo que tengo su palabra de que esta

conversación solo se usará para coger al responsable

del crimen y no llegará a manos de la empresa para

perjudicar a los trabajadores.

—Eso es lo que acabo de decir.

—Está bien. —Burak acercó la silla a la mesa y habló

bajito—. La noche anterior al día de salida del tren fui

con unos amigos a los bares de la Avenida Istikal. Está

llena de guiris jóvenes deseosas de emborracharse y

de probar la mercancía local, ya me entiende.

—Ya veo.

—Esa noche pillamos un grupo excepcional. Eran

rusas o de algún país de esos y estaban medio locas.

Recuerdo haber estado de un local a otro bebiendo,

esnifando y bailando, pero nada más. Me desperté en

la habitación de un hotel desnudo con una rubia

durmiendo a mi lado. Intenté vestirme pero no tenía la

ropa ni la documentación y le pedí a un compañero

que cubriera mi ausencia para no perder el trabajo.

Llamé a un familiar desde el hotel y le dije que me

viniera a recoger con algo de ropa. Esa es la verdad, se

lo juro.

—Necesito comprobar tu historia.

—El hotel era el The Marmara Taksim y la habitación era la 458 creo.

—Muy bien —dijo Alain anotando los datos en su libreta—. ¿Cómo se llamaba ese amigo que cubrió tu ausencia?.

—Amiga, es una mujer. Se llama Svetlana.

—Gracias. Si es cierto lo que me has contado, te prometo que nadie de la empresa se enterará jamás de

nuestra conversación.

Alain abandonó el local dejando a Burak con la mirada ausente mientras saboreaba su pipa de agua. Tenía claro sus próximos pasos a seguir y aunque era tarde decidió acercarse al hotel pues estaba relativamente cerca del suyo. Al llegar, se dirigió al mostrador de recepción.

—Buenas noches, caballero. ¿En qué puedo

ayudarle?.

—Mi nombre es Alain y soy un investigador privado

que colabora con la Interpol. Estoy investigando un

incidente que ocurrió en este hotel el año pasado,

concretamente el 20 de Octubre.

—Yo en aquella época no trabajaba aquí —dijo

nervioso el recepcionista—.

—Estese tranquilo. Necesito acceder a sus archivos

para saber a nombre de quien estaba reservada la

habitación 458 ese día y las llamadas telefónicas que

se hicieron desde ella.

—No creo que se me esté permitido darle esa

información. Tendrá que venir por la mañana para

hablar con el director del hotel.

—Veo que no lo has entendido muchacho. Colaboro

con las autoridades para esclarecer un homicidio y no

tengo tiempo que perder. Si no puedes darme un par

de datos que seguro que están guardados en la

memoria del ordenador, tendrás que llamar al director ahora mismo y que él te autorice.

—Pero es muy tarde para molestarle.

—Lo siento pero ese no es mi problema. O me das esos datos tú o le llamas para que te autorice a dármelos. El resultado para mí es el mismo. Esta noche obtendré lo que necesito para continuar la investigación. Tú decides. —Alain se alejó del mostrador y se acomodó

en una de las butacas del hall—.

Tras un breve silencio, el chico de recepción le hizo un gesto de que se acercara.

—Aquí tiene los datos que solicitaba. La habitación fue

reservada a nombre de una agencia de viajes llamada

«Burgas Travel» y aquí puede ver el listado de llamadas

telefónicas. Se hicieron dos llamadas una

internacional y otra local.

Alain observó el listado. La llamada internacional tenía el prefijo de Bulgaria y anotó el número telefónico. La llamada local era claramente la de Burak. Le dio las gracias al recepcionista y salió del hotel. Volvió por la Avenida Istikal, compró una botella de whisky y subió a su habitación.

Abrió su libreta, repasó sus anotaciones y observó una conexión evidente, Bulgaria. Su instinto no le había fallado. Llamó a su contacto en Interpol y le puso al corriente de todo lo averiguado. Necesitaba que le informaran sobre una trabajadora del tren de nombre Svetlana y los datos de contacto. Al cabo de una hora le llegó un mensaje al buzón de su correo electrónico con todos los datos de los que disponían.

Svetlana tenía su residencia en Burgas, en la calle Asen Zlatarov número 17. Además disfrutaba de unos días de vacaciones antes de incorporarse al trabajo. Perfecto —se dijo Alain—.

Buceando en internet encontró la localización de una empresa de autobuses que cubre la ruta entre Estambul y Burgas y compró un billete. Le quedaban unas horas para intentar descansar un rato antes de afrontar el viaje.

La distancia entre ambas ciudades no era excesiva (334 km) pero seguro que el viaje demoraba más de 6 horas. Al final habían sido 6 horas y media de trayecto. Se encontró con una ciudad moderna de calles ajardinadas en armonía con edificios del siglo XIX perfectamente conservados. Al bajar se dirigió a la oficina de turismo para conseguir un mapa de la ciudad y preguntar cómo se llegaba desde allí a la calle Asen Zlatarov donde vivía una amiga suya.

Tras caminar más de media hora llegó por fin al número 17. Alain se notaba tenso al estar a punto de obtener finalmente las respuestas que necesitaba para resolver el crimen. Llamó a la puerta pero nadie respondió. Volvió a insistir con el mismo resultado. Golpeó todavía con más fuerza y más insistencia. Nada. Pensó que en ese momento no había nadie en la casa y que necesitaba volver más tarde.

Decidió buscar un alojamiento. Burgas está considerada como la mejor ciudad universitaria de toda la península balcánica sobre todo para obtener el prestigioso título del instituto químico-tecnológico superior. En apenas una hora había encontrado un albergue de estudiantes donde dejar la maleta en una taquilla y pasar la noche. Regresó al domicilio de Svetlana y volvió a llamar a la puerta. Una mujer mayor abrió la puerta despacio.

— кой си и иска —dijo la anciana—.

—¿Svetlana? —preguntó Alain—.

—Маркезе моята къща —volvió a gritar—.

Apareció en ese momento en escena un joven. Cogió tiernamente a la mujer y se dirigió a Alain.

—Buenas tardes. ¿Por qué pregunta por mi hermana?. —Soy un antiguo amigo suyo.

—Mentira. Dígame usted quien es y por qué está aquí o cierro ahora mismo la puerta y aviso a la policía. —Estoy investigando la muerte de una persona en el tren donde trabajaba su hermana —Alain enseñó su acreditación— y necesito que me responda un par de preguntas.

—Llega tarde. Svetlana murió hace siete días.

Alain no podía dar crédito a lo que oía.

—Disfrutaba de un permiso y una noche la encontraron en «el puente» cerca del mar y la autopsia y la somera investigación policial revelaron que falleció de una sobredosis.

—Lamento mucho su perdida. No sabía que tuviera tan serios problemas de drogas.

—No los tenía —afirmó con rotundidad su hermano—. La culpa de todo la tiene Zhivko y sus colegas. —¿Quién es Zhivko?.

—Era la pareja de Svetlana y se aprovechaba de ella. —¿Por qué dice eso?.

—Svetlana era una buena chica, honrada y trabajadora. Hace tres o cuatro años conoció a Zhivko en un viaje que hizo a la capital. Desde aquel día se volvió otra persona. Era muy rebelde, irrespetuosa con nuestros padres y venía a altas horas de la noche. Un día decidí seguirla y vi que se montaba en un coche con ese Zhivko y dos guardaespaldas.

Alain anotaba todo aquello cuidadosamente en su libreta. El hermano continuó:

—Hace un año, algo cambió. Svetlana se volvió muy introvertida y asustadiza. No salía de casa salvo para trabajar y se mostraba nerviosa cada vez que recibía una llamada de teléfono. Intenté hablar con ella pero me dijo que no me preocupara.

—¿Qué la pasaba? —inquirió Alain visiblemente alterado—.

—No tengo ni idea. Lo único que sé es antes de aquel día venía de vez en cuando uno de aquellos guardaespaldas a la puerta de casa y le daba a ella una bolsa que se llevaba al trabajo y luego no traía de vuelta —dijo rompiendo a llorar—.

Aquellas lagrimas eran una mezcla de tristeza, rabia y

culpabilidad a partes iguales. Alain sabía muy bien como

se sentía en ese momento su interlocutor.

—Una última pregunta ¿Sabe usted dónde puedo localizar a ese Zhivko?.

—Claro que no lo sé. Si lo supiera hace días que estaría muerto.

—Gracias por su paciencia.

Alain se alejó cabizbajo y oyó como la puerta se cerraba

con estrépito. Caminó sin rumbo fijo en dirección al mar

buscando una taberna donde tomar algo. Necesitaba un

trago.

Sentado en una terraza con vistas al mar negro, maldijo

su suerte. La mejor pista que tenía se había esfumado

unos pocos días antes y seguramente por culpa de «su

investigación». Lo único que tenía era un nombre —

Zhivko— que posiblemente viviera en Sofía. Descolgó

nuevamente el teléfono para llamar a su contacto en la

Interpol. Le puso al tanto de sus averiguaciones y pidió

que buscara dentro de sus archivos a alguien con ese

nombre y que perteneciera a alguna mafia de la Europa

del este.

El camarero le había servido una botella de la bebida

nacional del país, el Rakia, un licor muy similar al brandy

obtenido por destilación de varios tipos de fruta

fermentada.

Cuando apuraba la botella recibió la llamada que esperaba. Zhivko era el hijo de Kosta Dobreva jefe de la mafia búlgara llamada S18/14 de ideología neonazi (18 significa Adolf Hitler en referencia a la posición de las letras en el alfabeto A=1 y H=8; y 14 en referencia a las palabras pronunciadas por David Lane sobre la supervivencia de la raza aria) con sede operativa en Sofía. Alain estaba hinchado de satisfacción y orgullo. Su corazonada era real y tenía claro quien había cometido el crimen. Sin embargo, para él aquello no era suficiente. Necesitaba saber quién la identidad de la mujer y sobre todo, el por qué de su asesinato. Su contacto le indicó que era posible encontrar a Zhivko en los alrededores de la iglesia St. Georgi en el barrio de Sredets, aunque también le advirtió que aquella investigación debía terminar pues era una locura acercarse a ese barrio él solo a investigar. Pagó la cuenta y regresó al albergue entrada la madrugada. Se tumbó en la cama pero le era imposible conciliar el sueño. Tenía que llegar al fondo del asunto, se lo debía a ellas. Había tomado su decisión y la puso en práctica a la mañana siguiente.

Cogió un tren a las 06.30 horas de la mañana y llegó a Sofía a las 13.10 horas. Como siempre hacía, se dirigió a la oficina de turismo para recibir detallada información. La simpática empleada le aconsejó no visitar la Iglesia de St. Georgi pues no era especialmente bonita y el barrio era peligroso para los turistas. No obstante, ante la insistencia de Alain, le indicó en el mapa donde se ubicaba y como llegar desde el centro histórico.

Alain, buscó un hotel cerca de la estación y encontró uno de la cadena Ibis. Dejó la maleta y su documentación en el hotel. El sitio era peligroso y en ningún caso le ayudaría llevar su documentación personal encima en la que aclaraba que era policía. Lo único que echaba de menos era su arma reglamentaria pero se tendría que conformar con su porra extensible que siempre llevaba consigo en un lateral del pantalón.

Localizar a Zhivko no iba a resultar fácil. Únicamente tenía una foto antigua en el móvil y una zona en la que operaba. Tendría que armarse de paciencia y esperar a que apareciera en algún momento con sus escoltas. No obstante, estaba seguro que no era de aquellos que les guste pasar desapercibidos y más «en su barrio». Sin embargo, los dos siguientes días de vigilancia resultaron infructuosos. Ni rastro de nadie que se pareciera remotamente al de la foto. Alain se empezó a desesperar. Era más que probable que los datos de los que disponía fueran obsoletos y que aquel individuo ya no viviera en la ciudad. Decidió arriesgarse y preguntar a los dueños de las tiendas del barrio. Un personaje como aquél seguro que era muy conocido en la zona. Sin embargo al mencionar su nombre era sacado a gritos y a empujones del establecimiento.

Cuando empezaba a pensar en cambiar de estrategia, dos coches negros con los cristales tintados le rodearon cortándole el paso. Instantáneamente cinco individuos encapuchados le agarraron y apuntándole con una pistola le obligaron a subir a uno de los vehículos.

Le ataron las manos a la espalda con una brida, le vendaron los ojos y le amordazaron. Continuaron conduciendo a gran velocidad unos 15 minutos. Tras aminorar la marcha pararon el vehículo y le obligaron a descender.

Al retirarle la venda, los ojos de Alain comenzaron a acostumbrarse a la luz. Se encontraba en un hangar abandonado, estaba sentado en una silla y le habían amarrado pies y manos a ella. Enfrente había una mesa de escritorio y un foco de luz apagado y detrás de ella otra silla vacía. Todavía tenía la mordaza puesta.

Habían pasado varias horas desde su llegada y la oscuridad había invadido el lugar. Le sangraban las muñecas y los tobillos del forcejeo por intentar escapar. Al final se había rendido. Sus captores le tenían firmemente atrapado. De repente, recibió un fuerte golpe en la cabeza que le lanzó al suelo seguido de violentas patadas en el pecho y en la cabeza. Cuando cesaron los golpes le incorporaron amarrado a la silla y le pusieron delante de

la mesa de escritorio.

—Creo que ahora cuento con toda su atención —oyó a alguien al otro lado de la mesa—.

—Han cometido un error —consiguió Alain articular a duras penas—.

—No nos tome por unos estúpidos. —acto seguido recibió un par más de golpes en el hígado, que le hicieron vomitar—. Veo que no entiende bien su situación, déjeme que se lo explique. Hemos comprobado su identidad y sabemos que se trata de un operativo francés del DCRI que nos está investigando. Ahora puede contestar a mis preguntas y tener una muerte rápida o bien no contestar y padecer un sufrimiento atroz antes de morir. En ambos casos, le garantizo que obtendré las respuestas que estoy buscando.

—De acuerdo, contestaré a sus preguntas.

—¿Por qué el DCRI nos está investigando?.

—Está usted equivocado. El DCRI no les está investigando se lo prometo.

Otro violento golpe en la cabeza le volvió a tirar al suelo.

Volvieron a levantarle otra vez.

—Me parece que no le ha quedado claro que no tenemos tiempo para juegos. Dígame la verdad o sufrirá, se lo aseguro.

—Le digo la verdad, créame por favor —suplicó Alain—.

De nuevo volvió a recibir una violenta tanda de golpes. Debido a la falta de sangre en el cuerpo empezó a notar

una debilidad mortecina y se abandonó a su suerte. —¿Por qué busca usted a mi hijo?. ¿Qué pensaba hacer con él una vez lo localizara? —volvió a preguntar la voz—.

—Estoy investigando la muerte de Svetlana. Era amiga de la infancia y su hijo salía con ella. Eso es todo. No estoy aquí como miembro del DCRI sino como favor a la familia de una amiga.

—Espero que eso que dice sea verdad, por su bien.

Alain oyó como realizaban una llamada telefónica y tras

una breve conversación volvieron a donde él se

encontraba.

—Bien, bien. Veo que comienza a decir la verdad y eso me complace.

Acto seguido volvió a recibir tres o cuatro golpes más. El

maltratado y tumefacto cuerpo de Alain asimilaba ya los

golpes con naturalidad. Exhausto imploró clemencia. — Por Dios, ¿qué más quieren saber?.

—Hay algo que todavía no nos ha dicho. Sabemos que no es amigo de Svetlana y sabemos que estuvo hablando con el hermano de ella y preguntó por su trabajo en el tren. ¿Por qué?.

—Porque estoy investigando la muerte de una mujer que apareció en el tren descuartizada.

—Muy bien Alain. Veo que comienza a entender que si colabora con nosotros le irá mejor.

Tras otra breve conversación, su interlocutor volvió a

sentarse enfrente suyo.

—Me cuentan que tiene un especial interés en esta investigación y quiero saber por qué.

—Necesitaba resolver este caso por un asunto personal —respondió—.

—Ya entiendo. Por lo que le pasó a su mujer y a su hija supongo. Está bien, por respeto a sus difuntos le permitiré que me pregunte lo que quiera relacionado con su investigación.

Alain sabía lo que le esperaba. Nunca se hubiera

imaginado que iba a morir en un sucio hangar en

Bulgaria. Pensó que lo único que le quedaba por hacer era

terminar la investigación y aquello daría sentido a su

desgracia.

—¿Quién era la mujer y por qué murió de una manera tan violenta?.

—Eso no es tan fácil de contestar. Una persona nos contrató para acabar con la vida de esa anciana. No nos dio ningún nombre, solo una foto y una localización. La única condición que puso es que desapareciera para siempre.

—Y entonces, ¿Por qué apareció el cuerpo en el tren?. —Como medida de garantía de pago. El cuerpo fue examinado cuidadosamente y se comprobó que era imposible su identificación sin la cabeza y las extremidades. ¿Alguna pregunta más?.

Alain negó con la cabeza. Dos sicarios aparecieron con

sendos bates de beisbol. Cerró los ojos y rezó. Otra vez

había fallado y pensó que merecía ese desgraciado final.

Los golpes ahora eran muy violentos y poco a poco empezó

a perder la consciencia. Antes del final, una imagen le

alegró el corazón: Sophie y Ariel le saludaban y le hacían

señas para que se acercara a ellas y las abrazara.

—No os preocupéis, ya voy —susurró—.

14

Carla paseaba por la calle corrientes en dirección al Obelisco absorta en sus pensamientos. Tras los reproches de sus padres, la aparición de Sabrina había sido un bálsamo. Fueron otros cuatro días maravillosos en los que descubrió una nueva forma de vivir. Aunque recuperó todas sus antiguas adicciones «alcohol, drogas y sexo» nunca llegaba a perder el control como antes. Sabrina se encargaba de ello. Bueno, a decir verdad, se encargaba de todo. Por primera vez en su vida decidió someterse totalmente a otra persona y vio que era muy feliz. Sabrina moldeaba su personalidad a su antojo. Cada día realizaba peticiones de lo más atrevido y ella siempre accedía a ellas. De hecho esta mañana, antes de irse a Londres, la había obligado a salir a la calle sin ropa interior. Un escalofrío le recorrió el cuerpo con esos pensamientos y sonrió traviesamente.

De repente, sonó el teléfono. Ansiosamente lo descolgó pensando que era ella pero se trataba de Doreen pues quería concertar una reunión para esa misma tarde. Miró el reloj y vio que tenía libres otras dos horas. Pensó en volver al hotel y arreglarse para la reunión pero decidió que no era necesario. A la nueva Carla no le importaban esas trivialidades. Aprovecharía ese tiempo para comer algo en una terraza de puerto madero disfrutando del sol. A la hora convenida, llegó al bufete. Al salir del ascensor encontró a Doreen esperándola, la recibió muy efusivamente y la invitó a acompañarla a su despacho. —Tengo muy buenas noticias Carla. —desplegó una carpeta llena de papeles—. Te resumo. Ya está todo resuelto y aquí tienes toda la documentación. —Doreen, ¿te importaría explicarme un poco que estoy viendo?.

—Sin ningún problema, lo siento. Tienes la declaración de fallecimiento de Agnes, el testamento protocolizado por el Juez, el cambio de titular de las cuentas de ahorro que tenía ella en el Banco de la Nación Argentina, en el sobre cerrado tienes las tarjetas de crédito asociadas a la cuenta que puedes comenzar a usar cuando quieras, las escrituras de posesión de la casa de Villa Lugano, un extracto minucioso de tus activos, incluido las cuentas bancarias, de los depósitos a plazo y la titularidad de los valores bursátiles de los que eres propietaria, y finalmente una factura detallada de nuestros honorarios que nos has satisfecho.

Carla estaba un poco abrumada. No obstante miraba con interés e incredulidad los documentos y sus mareantes cifras.

— ¿Me está diciendo que el saldo total de la herencia recibida es este? —preguntó—.

—Efectivamente. Me complace comunicarte que eres una persona inmensamente rica. Además, como puedes ver en el informe, a esa cifra debes añadir el valor de la casa en Buenos Aires.

—Me encuentro un poco mareada.

—No te preocupes. —Doreen llamó a su secretaria y pidió un refresco de cola—. Túmbate en ese sofá mientras esperamos.

—Gracias.

Tras degustar la bebida comenzó a recuperarse poco a poco.

Doreen se sentó a su lado y la entretuvo con conversación anodina.

— Ya me encuentro mejor, gracias por todo. —Carla se incorporó en el sofá—.

—Tomate todo el tiempo que necesites, termínate el refresco y luego te pediré un taxi.

—Había pensado en acercarme a ver la casa de mi tíaabuela.

—Como ya te he comentado, es un barrio muy peligroso y no creo que sea buena idea ir allí sola, con toda esa documentación en tu poder y menos así vestida. Es mejor que contrates algún tipo de seguridad y la visites otro día.

Carla notó la mirada de reproche de ella, recordó que no llevaba ropa interior y se ruborizó pensando en la postura que había adoptado al acostarse en el sofá.

— Un buen consejo, como siempre. Gracias.

Se incorporaron y salieron del despacho. Doreen le había dejado también una tarjeta de las de visita con su número de teléfono por si necesitaba algún asesoramiento profesional. Al bajar al vestíbulo del edificio le estaba esperando el taxi para llevarla directamente al hotel. Ya en la habitación necesitaba contar las buenas noticias. Llamó a Sabrina pero su teléfono no se encontraba operativo en ese momento y la dejó un mensaje de que se pusiera en contacto con ella lo antes posible. Suspirando, decidió hablar con sus padres.

— Hola mamá soy yo.

—Hola tesoro. ¿Cómo estás?. ¿Por qué no nos has llamado antes?. ¿Cuándo vuelves para seguir en la clínica?. ¿Qué te han contado los abogados?. Que sola debes estar. Ahora mismo le digo a tu padre y nos vamos para allá.

—Para, para, no empieces. Estoy muy bien. Déjame que te cuente. Los abogados ya lo han arreglado todo. Han puesto todas las posesiones de Agnes a mi nombre y te tengo que decir que me ha dejado muchísimo dinero.

—Bueno, bueno. Todo eso me lo cuentas cuando regreses. ¿Cuándo vuelves a España?.

—No lo sé, mamá. Todavía necesito un poco más de tiempo para arreglar todo. Tengo que ir a la casa de la tía para verla, porque necesito conocer un poco más de ella.

—Tú lo que tienes que hacer es venir aquí con tu familia y seguir con tu tratamiento en la clínica. —No empieces con reproches o cuelgo. En cuanto esté preparada para volver lo haré. Te recuerdo que soy una persona mayor de edad y que, además, ahora no depende de vosotros para vivir.

—¿Es que no te das cuenta del daño que nos hacen a tu padre y a mí esas palabras?.

Carla no dudo un instante más y colgó. Le rompía el corazón oír sollozar a su madre pero no permitiría más su chantaje emocional. No obstante no pudo evitar ponerse a llorar. Necesitaba hablar con Sabrina aunque sabía que en aquel momento era imposible. Tenía que salir de aquella vacía habitación. Bajó a recepción y le preguntó al empleado por algún tipo de espectáculo de tango que pudiera ver esa tarde. Le recomendaron visitar «Las Barrancas de Belgrano».

Antes de ir, pensó en relajarse tomando una cerveza helada. A una cuadra del hotel había un pequeño bar con dos mesas al aire libre. Se sentó en una de ellas, pidió una Quilmes y se encendió un porro de maría. Con la mirada perdida, decidió no pensar en nada ni nadie salvo en Sabrina.

Con la segunda cerveza echó un vistazo a su guía de viajes para conocer algo más sobre la recomendación que la habían dado.

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