Agnes

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Las Barrancas de Belgrano era una milonga al aire libre, organizada por el maestro Marcelo Salas, situada en un parque público al norte de la ciudad en la que se congregan parejas de todo tipo a bailar entorno a una glorieta donde se concentran los músicos, de las 19.00 horas a las 22.00 horas. Realmente, tenía muy buena pinta ese plan.

Como disponía de suficiente tiempo decidió coger el subterráneo, la línea D, hasta la estación Juramento. Se dio cuenta demasiado tarde que no había sido buena idea. Iba lleno de gente que como ella querían disfrutar de ese espectáculo de tango y entre aquellos apretujones fue manoseada por varios hombres.

Por fin llegó a la parada y salió al parque. Odiaba cada vez más a los hombres. Se encendió otro «prensado» y aspiró profundamente para relajarse. Al fondo se oía la música y se agolpaba una creciente multitud de gente. Tras dudar un breve instante se encaminó a disfrutar el espectáculo. A las 23.30 horas las parejas profesionales terminaron su espectáculo y proclamaron a los vencedores. La gente empezó a desfilar en masa hacia la estación del metro y Carla se dijo que no iba a cometer el mismo error dos veces.

Decidió esperar un poco para que se despejaran los vagones y cuál fue su sorpresa cuando parte del público asistente empezó a bailar de manera espontanea. Al final la milonga se alargó hasta altas horas de la madrugada. Cuando se terminó aquel maravilloso espectáculo abandonó el parque por una salida lateral en dirección a la Avenida 11 de Septiembre para tomar un taxi.

No supo cómo pasó pero en un instante se encontraba rodeada de cinco adolescentes, cuatro menores y otro más mayor, de unos 24 años de edad.

— Fijaos como está la «mina» —dijo el más mayor y los demás hicieron ostentosos ruidos y gestos obscenos—. —No quiero ningún problema con vosotros.

—Tranquila, si haces lo que te decimos no lo tendrás. Danos toda la plata que lleves ahora y ese reloj también.

Carla se lo dio todo al muchacho que llevaba la voz cantante. El grupo se había acercado mucho y uno de los chicos estiró la mano para agarrarla del brazo. En ese momento, le asió de la muñeca y practicó la técnica de luxación de brazo aprendida en sus clases de defensa personal lanzándole contra la fachada de la casa. Intentó huir corriendo pero no pudo. Fue agarrada por los otros tres y notó un fuerte pinchazo en su espalda.

— «La concha de tu madre». Te dije que si te portabas bien no habría problemas pero veo que sos una puta como todas.

La agarraron y la llevaron a un callejón oscuro. Mientras la amordazaban, el de la navaja le rompió la blusa dejando al aire sus pechos.

— Mira la mina. Si no lleva corpiño. Apuesto a que tampoco lleva bombacha. —metió su mano bajo la falda—. ¿Qué os decía?. Nos vas a chupar las pijas y luego te vamos a curtir el orto.

En esos momentos ella hacía enormes esfuerzos por no derrumbarse. Su vida volvía a ser la misma mierda de siempre. Su mente trabajaba a un ritmo frenético intentando encontrar una solución a aquella horrible situación y la encontró.

Consiguió liberar uno de sus brazos y lo aplicó con todas sus fuerzas contra el que portaba la navaja. Tras ese golpe sorpresivo, descargó otro contra la nariz del de su lado derecho para liberarse, rompiéndole el tabique nasal. Se dio cuenta que tal violencia había causado mella en la voluntad de sus agresores y que empezaron a retroceder un poco.

— ¿Dónde van?. ¿Sos «trolos» o hombres? —Gritó el cabecilla del grupo—. Cuando termine con vos … Carla no dudó un instante y lanzó una violenta patada a la

mano del que portaba la navaja. El golpe certero le quitó el

arma pero el fornido adolescente aprovechó su ocasión y

de un fuerte puñetazo en el estómago la envió al suelo

retorciéndose de dolor. En ese momento, los demás

muchachos saltaron sobre ella y la propinaron varios

golpes y patadas. La cogieron de los brazos y las piernas

nuevamente y entrando en un solar abandonado la

arrojaron sobre un mugriento colchón.

—¿Por qué Dios la castigaba de esa manera?—. Es verdad

que había dejado de ser una devota practicante pero eso

no justificaba el brutal castigo de los últimos años hacia

ella y sobre todo hacia las personas que más quería. Pensó

en Sabrina. No se merecía soportar su sufrimiento y

comprendió como debía actuar. O conseguía escapar o

moría en el intento, así de fácil. Ambas posibilidades eran,

ahora, igual de liberadoras. Con esa nueva determinación

recobró la energía. Observó que el chico de la navaja se

había alejado unos metros y pensó que era su momento.

Violentamente, juntó los brazos contra su pecho. La

maniobra pilló a sus captores por sorpresa que soltaron su

presa justo antes de golpearse el uno contra el otro. Ya

con las manos libres golpeó a los otros dos que la

sujetaban por los pies y consiguió zafarse. De un impulso

se levantó y se encaró con aquellos hijos de puta.

Con todo, el líder del grupo había llegado a su altura y

obligaba a los demás a no huir y permanecer a su lado. No

quería perder la oportunidad de divertirse y avanzó un

paso hacia ella blandiendo la navaja.

A Carla aquella intimidación física había dejado de importarla. Se abalanzó contra su agresor, gritando como poseída. Consiguió golpearle un par de veces en la nariz y en el cuello y cayó sobre él arrastrándole al suelo. A cambio, notó un profundo pinchazo en un costado y la fría hoja de la navaja deslizándose dentro de su cuerpo. Daba igual, miró a los demás atacantes y vio que habían empezado a retroceder acobardados. Golpeó con todas sus fuerzas otra vez el rostro del chico y emprendió la huída sin mirar atrás.

Mientras corría por aquellos oscuros callejones, notaba como perdía mucha sangre. Tropezó con un adoquín y cayó al suelo. Su cuerpo pedía descansar pero no podía parar de huir pues oía con claridad sus gritos enrabietados detrás de ella. Se incorporó a duras penas e intentó alejarse a toda velocidad en dirección a la avenida principal donde seguro que la ayudarían. No pudo llegar. Unos poderosos brazos la maniataron y la levantaron del suelo. Carla se resignó a su suerte. Había luchado hasta la extenuación contra su destino y había perdido, como siempre.

15

La vida le sonreía nuevamente. Había amanecido un día estupendo en Buenos Aires y Jayden decidió hacer un poco de turismo en aquella preciosa ciudad. Puestos al habla con la recepción del hotel le habían recomendado un «City Tour» y lo reservó para ese día.

El tour fue precioso. Primero visitaron la Plaza de Mayo, el lugar donde se fundó la ciudad de Buenos Aires y donde se encuentran los edificios más emblemáticos: La casa rosada, El cabildo y La Catedral Metropolitana con el mausoleo del General San Martín que fue el héroe de la independencia. Luego bajando por la avenida de mayo llegaron al emblemático «Café Tortoni» cuna de artistas y escritores donde degustaron un exquisito café.

Tras el descanso viajaron a San Telmo, uno de los barrios más auténticos de la ciudad con sus estrechas calles y sus tiendas antiguas cuyo epicentro es la plaza Dorrego. La visita siguió con otra de las postales emblemáticas de Buenos Aires «La Boca». Realizaron una parada para visitar «El Caminito» y Jayden aprovechó para ver el estadio del Boca Junior.

En ese punto del recorrido, su guía les recomendó continuar hacia puerto madero para disfrutar de un maravilloso restaurante al lado del mar con la unanimidad de todos los participantes.

Por la tarde continuaron la excursión con la visita del resto de la ciudad. Primero el barrio de retiro con la emblemática Plaza San Martín, luego el de Palermo con sus grandes jardines y lagos y el moderno Palermo Soho lleno de boutiques de moda, estudios de arte y restaurantes de diseño.

La última visita les llevó a La Recoleta, visitando el cementerio donde se encuentra la tumba de Evita Perón y la Iglesia de Nuestra Señora del Pilar. De vuelta al hotel, Jayden preguntó al guía sobre la vida nocturna de la ciudad y los mejores sitios para disfrutarla. Le recomendó básicamente dos zonas. En Palermo, sobre todo la zona de Cañitas y Palermo Hollywood llena de bares de moda y discotecas, que coge ambiente a partir de las 02.00 am, y cerca de su hotel, todas las calles que rodean al Cementerio de la Recoleta, con muy buen ambiente de 22.00 horas hasta las 02.00 o las 03.00 horas de la mañana.

Subió a su habitación y se sirvió una cerveza del mini-bar. Todo iba bien —se dijo—. Cogió el teléfono y contactó con la empresa de mensajería. Necesitaba con urgencia sus cosas. El empleado le indicó que por una cantidad extra de dinero podría recibir el paquete en su hotel en una hora. Así lo hizo y llegó con enorme puntualidad.

Colocó metódicamente todas sus pertenencias en la habitación y extrajo del bolsillo interior de una de sus americanas una pequeña libreta con multitud de números anotados.

Se sirvió otra cerveza y confrontó los números de la libreta con las anotaciones de su agenda de móvil. Obtuvo una dirección, lo apuntó en un trozo de papel y lo guardó cuidadosamente en su cartera. Acto seguido metió la libreta en la caja fuerte de la habitación, sacó la tarjeta sim del terminal y la destruyó. Miró su reloj y vio con satisfacción que podía permitirse disfrutar de un breve descanso disfrutando de aquellas maravillosas vistas de la ciudad desde su habitación.

Aquella noche decidió cenar por la zona de la Recoleta. Encontró un asador con música en directo donde saboreó un estupendo «Bife de Chorizo» con bufet de ensaladas y regado por un buen vino chileno. A la salida del local decidió dar una vuelta por la zona para tomarse una copa. Para ello le preguntó al encargado del restaurante y este le recomendó un local cercano donde disfrutar de buena música. Agradeció la recomendación y se acercó al sitio. Se aproximó a la barra y pidió un Gin-tonic. Mientras lo disfrutaba se dedicó a mirar a los clientes del local y observó, con desagrado, que la mayoría eran turistas. De repente, se oyeron unos compases familiares: «Volver» de Carlos Gardel. —¡Maldición¡—. Había entrado a un Show de Tango para extranjeros. El barman advirtió su gesto de disgusto y decidió preguntarle.

— ¿No le gusta la actuación?.

—Lo que no me gusta es el Tango. He entrado a tomar una copa sin prestar atención a la temática del local. —Ya entiendo. —El camarero preparó otro Gin-tonic—. No se disguste hombre. A este otro le invita la casa. Por cierto me llamo Miguel Ángel.

—Muy amable, gracias. Mi nombre es Andrew. —¿Lleva muchos días en la ciudad?.

—Ya son tres semanas. He venido a cerrar un negocio y terminado decidí salir por la zona a tomar algo y ver si me «levanto» una piba.

—Pues aquí amigo no creo que triunfe.

Ambos rieron de buena gana. Jayden aunque se encontraba muy relajado, desconfiaba de cualquier persona que le hacía demasiadas preguntas. Al cabo de unas dos horas terminó el show y el local se desalojó. Aprovechó ese momento, le dio las gracias a Miguel Ángel y se fue. A la salida una multitud de taxis estaban esperando a los turistas.

Escogió a uno de ellos y entró en el coche. Le pidió al taxista que le llevara a los locales nocturnos de Palermo Hollywood.

Al llegar a la zona se dio cuenta de que allí sí iba a pasar una buena noche. Multitud de locales modernos repletos de la gente guapa de la ciudad que exhibía sus encantos con naturalidad. Jayden no era un hombre muy atractivo pero tenía un don especial con las mujeres. Además en aquellos ambientes se movía como pez en el agua adoptando la pose de «gringo adinerado». Decidió entrar en el Mércuri Club.

Era un local súper «cool» donde accedían numerosas mujeres con extravagantes vestidos. Sin embargo el portero del local le impidió el acceso alegando que aquel día estaba reservado para «el Club 69» y que necesitaba invitación. Jayden no se inmutó, alcanzó su cartera y sacó un par de billetes de 100 dólares.

— Creo que estoy en la lista de invitados. —observó al puerta y su pasividad. Acto seguido extrajo otro billete—.

—Efectivamente caballero, perdone por el malentendido.

Abrió la puerta del local y él accedió a su interior. El club estaba lleno de jóvenes con ganas de desfase al son de la mejor música electrónica del momento. Un paraíso. Se acercó a la barra, pidió un ron añejo dominicano y al pagar exhibió un buen fajo de billetes. No tardaron en aparecer un par de adolescentes con ganas de disfrutar de la noche gratis embaucando a aquel pardillo.

Al final, lo habían pasado muy bien. Habían visto una actuación del DJ porteño residente del local, bailaron, bebieron como cosacos, se metieron varias rayas de cocaína y practicaron sexo oral en los baños del local. Al llegar las 03.00 horas de la mañana las chicas se despidieron cortésmente pues tenían un horario que cumplir en casa e intercambiaron los teléfonos para próximas citas.

Volvió a la barra y pidió otro trago. El barman le indicó que ya no servían mas consumiciones puesto que en media hora cerraría el local. Aquello contrarió a Jayden que había pensado continuar con aquella fantástica noche. Le preguntó al camarero y este le recomendó un clásico de la ciudad «El Cocodrilo» con una gran pista de baile, shows eróticos y sensuales espectáculos de tango y salsa. Además le dijo que era visitado habitualmente por varios famosos y que Maradona tenía un reservado exclusivo en el local. Quedaba un poco lejos pero merecía la pena y cerraba a las 07.00 horas de la mañana. Abandonó el recinto y buscó un taxi para que le llevara a ese local. Tardó unos 15 minutos en parar uno. El taxista le indicó que estaba bastante lejos de allí y que debía pagar por adelantado la carrera. Jayden sabía que era un truco para no poner el taxímetro y cobrarle el doble del valor del viaje pero no le importó. Esos últimos días todo había ido de maravilla y con su nuevo trabajo el dinero no le faltaría.

El hombre intentó entablar conversación pero no hablaba inglés y a Jayden no le apetecía charlar en castellano. Elevó el volumen de la radio y continuaron su camino. Al cabo de una media hora de trayecto por las vacías calles de Buenos Aires, encontraron una retención de tráfico por un accidente que se había producido unos metros más adelante. El taxista giró bruscamente hacia la derecha pero encontró que muchos coches habían tomado aquella dirección alternativa y se había colapsado también la calle lateral. Avanzaron muy lentamente otra manzana y parando el coche le sugirió que lo mejor era bajarse allí, que el local quedaba a unas cuatro cuadras y que llegaría antes caminando por aquella calle pues no tenía perdida. Jayden observó aquel barrio e instintivamente buscó tocar el revólver que llevaba a la cintura. Más tranquilo, bajó del coche, se encendió un cigarrillo y comenzó a andar en dirección a aquella discoteca para adultos.

Caminaba con pasos firmes y rápidos y en continuo estado de alerta. No se podía permitir ningún descuido que luego lamentara. Habían pasado unos minutos cuando unos gritos cercanos le sobresaltaron. Se acurrucó en el portal de un edificio antiguo, agudizó sus sentidos y escuchó las voces de varias personas que provenían de una calle adyacente. En un momento dado las voces desaparecieron y decidió acelerar el paso para alejarse de cualquier «quilombo». No le convenía meterse en problemas y dejar alguna pista de su paradero a sus perseguidores. Se incorporó y avivó el paso. Comenzó a escuchar nuevamente las voces y en aquel instante visualizó con nitidez su origen. Un grupo de muchachos estaba robando a una turista, ella se había resistido y la habían golpeado. En fin, no era su problema. Al ponerse en marcha nuevamente, volvió la cabeza y observó que los atacantes habían agarrado a la mujer y se disponían a violarla en un descampado cercano. Su mente le instaba a continuar su camino pero su corazón se lo impedía. Se acordó de su abuelo. Toda su vida dedicada a luchar contra la injusticia.

No se merecía un final tan trágico y seguro que aquella mujer tampoco. Sigilosamente se fue acercando. Estaba a unos metros del grupo y se ocultó para evaluar la situación. La mujer estaba tumbada en un colchón completamente desnuda salvo una arrugada minifalda recogida en sus caderas.

La agarraban cuatro muchachos, uno de cada extremidad, y el mayor de todos se preparaba para consumar el acto.

Jayden sacó su revólver presto a intervenir y, sin embargo, en aquel instante ocurrió algo inesperado. La mujer se zafó de su inmovilización golpeando a sus oponentes, se puso de pie y se encaró con sus agresores. Sus ojos proyectaban la temeridad de los que no tienen nada que perder y tras un breve forcejeo consiguió huir de allí.

Los agresores tras una muy breve discusión habían decidido abandonar su presa y contentos se repartían el botín del robo mientras se alejaban por el otro lado del descampado.

Guardó su arma y salió de su escondite. Al acercarse al colchón vio una navaja ensangrentada y supo que la mujer se encontraba en apuros. Decidió correr en su búsqueda y la encontró un kilometro más allá caída en el suelo. Aceleró el paso y cuando estaba muy cerca la mujer se incorporó a duras penas y empezó a caminar. Jayden sabía que así no duraría mucho y sin pensarlo la agarró fuertemente y la acunó entre sus brazos mientras la susurraba

— ¡Tranquila, ya estas a salvo, ya estas a salvo¡—. La mujer se desmayó por la falta de sangre. Por fin llegó a una avenida grande e intentó parar un coche. Alguno se detenía a su lado pero al verlos negaban con la cabeza y aceleraban alejándose. ¿Qué habría hecho su abuelo en aquella situación?. Era evidente, salvar a la inocente mujer a toda costa. Liberó momentáneamente un brazo y alcanzó su revólver.

¡¡El próximo coche los llevaría al hospital por las buenas o por las malas¡¡.

16

Entre los altos y frondosos árboles se filtraban los primeros rayos de sol. Sentía cierto frio, lógico pues solo vestía con un camisón de raso blanco. Caminaba por aquel extraño bosque con un propósito claro: llegar a la casa de la montaña.

Llegó a un cruce donde el camino se dividía en dos. El de la izquierda tenía varios sacos de monedas de oro y en el de la derecha había un enjambre de abejas especialmente agresivas. Tras dudar un instante, escogió el camino de la derecha. Al instante las abejas desaparecieron y continúo su camino deleitándose con la belleza que la rodeaba. Pasados unos minutos, volvió a encontrar una bifurcación esta vez con tres caminos. En el de la izquierda había un cuadro cubista lleno de variados colores, el del centro tenía un precioso caballo blanco y el de la derecha un recién nacido en el que se reconoció. Con decisión tomó el camino del centro y se montó en aquel maravilloso corcel. Vio que estaba muy cerca de su destino y desmontó. Inmediatamente el caballo desapareció. Divisaba la meta pero nuevamente encontró un doble camino. A la izquierda se encontraba Sabrina y a la derecha Agnes. En este caso la decisión fue muy sencilla y cogió el camino de la derecha. Al llegar a la casa de la montaña, Carla despertó. Al abrir los ojos, se encontró con una realidad totalmente distinta. Estaba tumbada en una cama de un hospital y por todo su cuerpo había cables y electrodos que la conectaban a varias máquinas de asistencia médica. Junto a su cama descubrió un pequeño sillón uniplaza en el que se encontraba apoyada una americana gris. Intentó recordar y a su mente acudieron dolorosos pensamientos. Empezó a oír unas alarmas y de inmediato apareció una doctora acompañada de dos enfermeras.

La agarraron de las muñecas y la inyectaron un liquido transparente en el gotero. El forcejeo fue breve y el tranquilizante empezó a hacer efecto. La doctora empezó a preguntarla:

— Hola. ¿Sabes cómo te llamas?.

—Pues claro que lo sé. Mi nombre es Carla Soto Rodríguez.

—Muy bien Carla. ¿Sabes dónde estás y en qué ciudad?.

—Claro, esto debe ser un centro de salud de Buenos Aires. ¿A qué viene todo esto?.

—Perfecto. ¿Estás sola en la ciudad o has venido con alguien?.

—He venido sola pero vivo con otra persona.

—Sí, ya lo sé. Está ahí fuera ahora pasará. ¿Sabes que te ha pasado?.

—Me asaltaron en la calle para robarme. Y me imagino que me hirieron con la navaja porque estoy aquí. —Excelente. Veo que tu memoria está casi bien. Si las heridas que tienes mejoran como deben, en tres o cuatro días te daremos el alta hospitalaria. Ahora, entrarán unos policías que quieren tomarte declaración. ¿Estás de acuerdo?.

—Sí. Pero me gustaría que pasara primero mi pareja. Necesito un abrazo suyo.

—Por supuesto.

Seguidamente, la doctora salió e inmediatamente entró un hombre de complexión atlética de aspecto militar que sonriéndola efusivamente se acercó a su cama.

—Hola mi amor —dijo el desconocido y acto seguido le dio un tierno beso en la frente—. ¡Qué alegría que te encuentres mejor esta mañana¡.

Carla estaba muy confusa. Se había imaginado a Sabrina entrando en la habitación y en cambio apareció un perfecto desconocido que la trataba como si fuera su pareja. Se cerró la puerta y, antes de que pudiera protestar, aquel hombre le hizo un gesto con sus manos de que guardara silencio.

— Por favor, no te alarmes. No me conoces de nada pero he sido yo quien te he traído al hospital. —¿Cómo? —consiguió a decir Carla—.

—Veo que no te acuerdas de nada. Bien empezaré presentándome. Me llamo Jayden y soy un turista americano. El otro día paseando por la ciudad vi como te robaban unos chicos y te agredían sexualmente y cuando acudía a tu ayuda escapaste. Sin embargo te habían clavado una navaja en el costado, te había perforado el hígado y habías perdido muchísima sangre. Te recogí en la calle y vinimos a este hospital.

Carla reconoció la voz de aquel desconocido y recordó aquellas reconfortantes palabras: «Tranquila, ya estás a salvo. Ya estas a salvo».

— Gracias de corazón. Estaré en deuda con usted toda la vida.

—Me alegra que me recuerdes, pero déjame que continúe, por favor.

—Ok, te escucho —dijo Carla un poco extrañada—. —Necesito que te hagas pasar por mi joven novia. —¿Qué?. De ningún modo.

—Permíteme explicarme —la instó Jayden—. Al llegar a la avenida principal no paraba ningún coche y obligué a un conductor a que nos trajera al hospital. Cuando llegué te atendieron de urgencia y, seguramente, te salvaron la vida pero fui detenido. Me preguntaron sobre los hechos y sobre la pistola. Les conté que nos enfadamos por mis celos y que al volver a buscarte te habían robado, te habían herido de gravedad al defenderte y que en un descuido cogí la pistola de uno de ellos y los puse en fuga.

—¿Por qué no dijiste la verdad?. No lo entiendo. —Estar en posesión de una pistola en suelo Argentino es un delito muy grave penado con hasta 10 años de prisión. Y la única forma de librarme era inventarme esa historia.

—Pero no te conozco y me estás pidiendo que mienta por ti —dijo Carla asustada—.

—Es verdad. Lo único que te pido es una pequeña mentira. Si ratificas mi declaración a la policía dentro de unos días saldrás totalmente recuperada de tus heridas. Nos despediremos en el taxi de vuelta al hotel y no me volverás a ver jamás. —Jayden agarró la mano de Carla—. Te lo prometo.

—Está bien —dijo Carla tras meditarlo un instante—.

La declaración ante la policía fue más larga de lo que pensaba. Contó cómo había discutido con Jayden y como había decidido ir a ver el espectáculo de tango. Describió someramente el asalto de los chicos, por prescripción médica, e incluso consiguió hacer un retrato robot del que la apuñaló con la ayuda de los expertos policiales. Aquello era todo lo que recordaba hasta que se despertó en la cama del hospital.

La policía interrogó a la doctora sobre su estado físico y mental y sobre si era posible que recordara algún detalle más adelante. Ella contestó que, en su experta opinión, la paciente sufría síndrome post traumático producto de la violencia extrema sufrida y que lo más probable era que su mente borrara todo recuerdo de aquella fatídica noche.

Los días en el hospital pasaban lentamente. Jayden se había ocupado de comprar algo de ropa para que se vistiese. Era muy atento con ella, como se espera de una pareja enamorada que se siente culpable de lo ocurrido. Una mañana la enfermera la informó que su novio había tenido que ir al Juzgado temprano para el juicio por el asalto al coche. Carla se preocupó por él. Le había cogido cariño y no podía evitar pensar que por su culpa pudiera tener problemas. Después de comer, apareció con un bonito ramo de flores que metió en agua en un jarrón.

— ¿Qué ha pasado en el juicio? —preguntó—. —Ha ido todo muy bien. El dueño del coche se había enterado por la policía de que era una situación de vida o muerte y de que si no le llego a parar lo más posible era que hubieras muerto en mis brazos y ha retirado la denuncia. Al final el Juez me ha condenado a pagar una cantidad de dinero en compensación por el daño ocasionado. —Estupendo. Por supuesto, al salir del hospital te pagaré todos los gastos que te he ocasionado. —No te preocupes por eso. Lo importante es que te recuperes perfectamente para que podamos seguir adelante con nuestras vidas.

—Jay —le agarró con ternura el brazo— sabes que yo nunca voy a olvidarte, ¿verdad?.

—Ni yo Carla, ni yo —mintió—.

17

La recuperación fue más lenta de lo esperado debido a la gravedad de la herida y Jayden estaba un poco agobiado con ello. Carla era una mujer preciosa y necesitada de afecto y, además, tenía que mantener su apariencia de ser su pareja, pero cada día que pasaba allí aumentaba su vulnerabilidad de ser descubierto por algún familiar de ella y, lo que era peor, por aquella maldita organización que le perseguía sin descanso. Eso podía frustrar sus planes en Buenos Aires.

Afortunadamente, nada de eso sucedió y la doctora les comunicó que al día siguiente la darían el alta. Entró muy contento a la habitación y encontró a Carla desnuda saliendo de la ducha. Era la primera vez que se fijaba en ella como mujer y Jayden se volvió ruborizado.

— Lo siento, tenía que haber llamado antes de entrar. —No te preocupes, Jay. Seguro que no es la primera vez que me has visto desnuda —contestó Carla con naturalidad—.

—Es cierto pero ahora que te encuentras casi recuperada del todo tengo la sensación de que invado tu intimidad.

—¿Te ha dicho la doctora que por fin mañana nos vamos del hospital? —dijo Carla cambiando de tema. —Una muy buena noticia. ¿Quieres que avise a algún familiar para que venga a buscarte a la salida?. —Sí, sí. Me encantaría pero no sé si puedes ayudarme. —Cuéntame, a ver que se nos ocurre.

—Al llegar a la ciudad conocí a una azafata de vuelo llamada Sabrina y he estado saliendo con ella este último mes. Lo que pasa es que su dirección y su teléfono está en la habitación de hotel y me robaron la llave.

—Ok. Entonces al salir la llamaremos. Ahora descansa y mañana nos vemos.

Jayden se acercó a pagar la factura de la hospitalización con su tarjeta de empresa y volvió a su habitación de hotel. Al llegar, después de una larga y relajante ducha aromática, se puso a pensar en los siguientes pasos a seguir. No podía asegurar que estuviera a salvo de sus perseguidores pese a haber intentado cubrir sus huellas. Tenía que cambiar de país y de identidad pero antes debía hacerse con un arma y acabar lo que había venido a hacer en esa ciudad.

Cuando bajó a cenar al restaurante del hotel, preguntó al personal acerca de la dirección que tenía apuntada. Amablemente le indicaron que no existía forma alguna de llegar en transporte público y que lo mejor era coger un taxi que le llevaría hasta la puerta. Jayden les expresó su sorpresa y decepción cuando varios taxistas se habían negado a llevarle en días pasados. El «maitre» le sugirió que debía ir a primera hora de la mañana pues no era un barrio residencial y por la tarde-noche se encuentra solitario y se lleno de prostitutas y drogas.

Perfecto, —pensó— dos pájaros de un tiro. Diseñó mentalmente el plan del día siguiente. Primero, recoger a Carla, llevarla a su alojamiento y despedirse de ella. Después regresaría al hotel donde tomaría un taxi para que le acercara a ese barrio, luego de hacerse con un arma y suficiente munición, y terminaría el trabajo para el que había venido a la ciudad.

Lo único que le preocupaba un poco era la ruta de escape, aunque, si todo iba como esperaba, parecía bastante fácil. Cogería un transporte hacia Bariloche. Luego como un turista más haría el cruce de lagos con noche en Puerto Varas. Desde allí, volaría a Santiago de Chile y directamente en el aeropuerto internacional cogería el primer avión disponible para salir del continente. Consultó a través del computador de la habitación el saldo de su cuenta en el Chase Bank de Delaware y se descargó un impreso para solicitar un talonario de cheques. Lo necesitaría en su destino final porque tenía pensado destruir la tarjeta de empresa que hasta ahora estaba usando. Tras ello, se concentró en hacer el equipaje. Al final había decidido que únicamente llevaría consigo lo indispensable en una pequeña maleta de cabina. Era una pena que todas sus pertenencias se quedaran en el hotel pero era necesario dejarlos atrás para tapar las huellas de su huída.

Al mirar el reloj se sorprendió de lo rápido que se le había pasado la noche. Se dio otra ducha rápida y se tumbó con el albornoz sobre la mullida cama King-size mientras ponía en el televisor un canal de noticias.

Sin saber por qué pensó en Carla. Pobrecilla. Se acordó de su irracional veneración al Dios católico. El no creía en la existencia de ese Dios y tenía sobrados motivos para estar seguro de ello. Pero, además, la vida le demostraba a diario que su teoría era del todo cierta. ¿Qué había hecho una persona tan buena y noble como su abuelo para padecer tanto sufrimiento?, o ¿Por qué se merecía Carla el castigo al que fue sometida?.

Cerró los ojos mientras pensaba en ella. De estatura media, 1.75 metros aproximadamente, era de complexión delgada pero no en exceso, morena con pelo largo ligeramente ondulado, de piel de tonos cálidos típica de los países mediterráneos europeos, ojos castaños y labios finos y carnosos. Mentalmente recorrió su delicado cuerpo y los curiosos tatuajes que lo adornaban. Un mantra horizontal que tenía en la parte posterior del cuello, signo normalmente de protección, las mariposas que adornaban la zona de las costillas de su lado izquierdo, un tribal maorí negro en el tobillo derecho y la palabra «desintegración» que se había tatuado bajo el estomago justo encima del pubis en grandes letras góticas. Jayden notó que se había excitado y que ella le atraía enormemente. Con el exhaustivo entrenamiento al que fue sometido había conseguido eliminar, o al menos controlar, todas sus debilidades. Así consiguió seguir con vida todos aquellos últimos años.

La única debilidad que perduraba en él eran las mujeres, mejor dicho, un específico tipo de mujer. De 25 a 30 años, esbeltas, de cara dulce y de aspecto frágil y vulnerable. Con ellas podía experimentar la magnífica sensación poder y dominio en cualquier ámbito de la relación y ,sobre todo, en el terreno sexual. Esa debilidad la controlaba utilizando habitualmente la ayuda de profesionales.

Esta vez, todo era diferente. Había visto la fragilidad de una de «sus mujeres» y había sucumbido. Sin embargo, eso era agua pasada y aceptaría las consecuencias de sus actos. Tenía que alejarse de aquella mujer rápidamente y recuperar su equilibrio emocional. Apagó el televisor y buscó en el dial de la radio una música adecuada para descansar. Puso su mente en blanco y poco a poco consiguió conciliar el sueño.

Al día siguiente temprano en la mañana llegó al hospital y encontró a Carla fuera de la habitación esperando su llegada. Se dieron un beso tierno delante del personal de enfermería.

—La doctora ha pasado muy temprano y me ha dado el alta. He decidido esperarte fuera de la habitación. —Bien cariño. Tengo el coche esperándote en la puerta. Vámonos. —y se dirigió al personal del hospital añadiendo—. Gracias por cuidarnos tan bien a mí y sobre todo a mi novia.

En la puerta les esperaba Manel y su flamante MercedesBenz de color gris plata con los cristales tintados. Observó con satisfacción la mirada de asombro de Carla.

— ¿Y este coche? —preguntó—.

—Te gusta, verdad. He pensado que estarías más cómoda en un vehículo alquilado que en un vulgar taxi.

—Me proteges en exceso, Jay. Gracias.

Se montaron juntos en la parte de atrás. El conductor se sentó en su puesto y acto seguido subió al vehículo otro individuo de aspecto temible. Carla se sobresaltó e instintivamente se abrazó a Jayden.

— Tranquila Carla, no pasa nada, todo está bien. Este tipo de coches llaman mucho la atención y eso nos puede ocasionar problemas. Por eso Manel ha traído a un amigo suyo para que estemos a salvo en todo momento.

No era cierto. Jayden había decidido no perder más tiempo del necesario.

Cambió sus planes y alquiló esa mañana el coche y el guardaespaldas en la estación de autobuses. Manel y él concertaron juntos el recorrido. Tenían que ir al Hospital, luego debían pasar por la dirección que le había facilitado y finalmente llegar al hotel donde Carla se alojaba. Jayden le advirtió, además, que la mujer a la que iban a buscar no sabía nada de todo aquello y que debía creer, en todo momento, que era un simple «traslado particular». Iniciaron el camino mientras ambos conversaban sobre la cultura española y su magnífica historia antigua comparándola con la contemporánea y poco atractiva historia Norteamericana. Ambos debatían con vehemencia sobre sus puntos de vista contrapuestos, aunque Jayden no perdía jamás de vista el retrovisor del vehículo. Pasada media hora más o menos, observó como Manel hacía un gesto con la cara y miraba en dirección a la derecha de la calle en la que se encontraban parados.

— ¿Hemos llegado? —preguntó Carla mirando con dificultad a través de los cristales tintados del coche—. —No. Tengo que hacer aquí una gestión de negocios. No me llevará más de un par de minutos, seguro. Espérame dentro del coche con Manel.

—Voy contigo y estiro un poco las piernas. Y aprovecho mientras espero para fumar un cigarro. —Es mejor que no me acompañes. Voy a ir con él. — Jayden señaló al guardaespaldas—. Estaré más tranquilo si sé que estás a salvo. Te he cogido muchísimo cariño y no podría soportar que te pasara algo, otra vez. —remarcó estas últimas palabras, acarició tiernamente la cara de Carla y con ojos sinceros añadió—. Haz esto por mí, por favor. —De acuerdo, Jay. Esperaré aquí tranquilo.

Jayden bajó del vehículo sonriendo, con el guardaespaldas a su lado. Tenía un don para manejar a su antojo a ese tipo de mujeres. Tras doblar la esquina y perder de vista el coche pidió a su acompañante su arma. La dirección se encontraba una cuadra más allá, pero tenía que ir allí solo. En todo caso, le dijo que pasados 30 minutos sin noticias suyas debía volver al auto y llevar a la mujer al hotel, dando por terminada en ese punto su relación contractual. Aceleró el paso y mentalmente se obligó a calmar la ansiedad que le embargaba.

La misión de su vida dependía de aquello. Le había costado más de cinco años su localización y se encontraba a poco más de tres minutos de lograrlo. Torció la esquina y encontró lo que buscaba. No tenía tiempo que perder, sacó de su bolsillo una pequeña caja de porcelana y la abrió, cogió la llave que había en su interior, accedió a la vivienda y encontró al anciano en el sofá del salón viendo un partido de futbol en el televisor. Felinamente se abalanzó hacia él y le encañonó con la pistola apuntándole a la cabeza.

18

Carla permanecía sentada en el coche. Había intentado hablar con Manel pero descubrió que era un hombre parco en palabras. Aburrida pensó en Jayden. Todos aquellos días que habían pasado juntos habían dejado huella en ella. Se acordó del experimento del doctor Arthur Aron que aseguraba que si dos extraños contestaban honestamente y con sinceridad a un simple cuestionario de 36 preguntas mirándose a los ojos acaban enamorándose. La clave era la sinceridad y la exposición de su intimidad. Una tontería le había parecido en aquel momento pero ahora lo veía bastante posible.

No era un hombre atractivo pero irradiaba un aurea irresistible. Aunque era originario de Massachusetts y tenía los típicos rasgos de los nativos estadounidenses, ojos de mirada fuerte en forma de almendra, de tez marrón rojiza y cabello negro abundante, su aspecto era el de un militar. Vestía con trajes de corte clásico en tonos grises o azules, zapatos impolutos y el típico corte de pelo geométrico a cepillo.

Miró el reloj del salpicadero del coche. Habían pasado 10 minutos y no había ni rastro de ambos. Se tranquilizó viendo la expresión de aburrimiento y despreocupación que tenía Manel.

Volvió a pensar en Jayden y se entristeció pensando en que en unas horas no volvería a verle jamás. En aquel momento se acordó de Sabrina. Pobrecita. Debía estar preocupadísima al no tener noticias suyas pues hacía 15 días ya desde su última conversación. Se le iluminó la mirada pensando en ella.

Aunque él se había portado con ella de manera increíble, necesitaba otro tipo de cariño, el auténtico, el que te ofrece el amor de tu pareja. Por fin, aparecieron Jayden y el guardaespaldas. Al ver su rostro supo que el negocio no había ido bien.

— ¿Estás bien, Jay? —preguntó—.

—No, no lo estoy Carla —gritó—. No lo estoy. Carla se asustó con aquella exagerada reacción, y decidió permanecer en silencio el resto del trayecto hasta su hotel como el resto de los ocupantes del vehículo. De reojo le miró y percibió su angustia y decepción a partes iguales. Cuando el automóvil paró, Jayden se dirigió a ella.

—Siento haberte gritado. Espero que me perdones,

Carla.

—No me he enfadado Jay. He visto muchas veces esa

reacción en mi padre cuando los negocios no salían

como él esperaba.

—Tienes razón. Era un negocio muy importante para

mí pero eso no justifica mi comportamiento.

—No puedo guardar rencor a la persona que me ha

salvado la vida.

—Bueno, entremos en el hotel —dijo Jayden—. Se acercaron al mostrador de recepción y el empleado les indicó que debían esperar un momento. Acto seguido, el director se presentó a ellos y les indicó que lo acompañaran a una sala privada. Una vez en ella se dirigió a ambos:

—Señorita Carla. Este es un modesto establecimiento

pero somos estrictos con nuestras normas. Hemos

estado haciendo la vista gorda con usted hasta ahora,

como compartía la habitación con su amiga

consumiendo grandes cantidades de alcohol y drogas o como alargaba sin el debido preaviso su estancia en el hotel. Pero desaparecer tantos días sin avisar y pretender subir a la habitación con este caballero lo considero inadmisible.

—Permítame que le interrumpa —interrumpió Jayden—. Esta joven ha sufrido una brutal agresión y como consecuencia de ella ha pasado los últimos días postrada en la cama de un hospital.

Como imagino que piensa que estoy mintiendo puede ver el documento de ingreso y alta y el atestado policial. —No, si yo … —balbuceó el director observando los documentos que le mostraba el desconocido—. —No quiero oír sus disculpas. Lo único que necesita la señorita es subir a su habitación para descansar y olvidar el sufrimiento que le ha ocasionado venir de turismo a esta ciudad.

—Por supuesto. —se dirigió a Carla directamente—. Permítame ofrecerle una de nuestras suites ejecutivas al mismo precio que había estado pagando hasta ahora. En unos minutos estará preparada la habitación con todas sus pertenencias perfectamente colocadas en ella. Pueden esperar en esta Sala tomando una bebida por cortesía de la casa. —Gracias. Es usted muy amable. ¿He recibido algún

mensaje durante todo este tiempo?.

El director pulsó una extensión en el teléfono, habló un instante con el empleado y contestó afirmativamente.

—Ahora, cuando traigan las bebidas, le entregarán

igualmente los mensajes que han dejado en su

ausencia.

—Perfecto, muy amable.

El director se levantó disculpándose nuevamente y salió de la sala dejándolos solos con la excusa de supervisar la correcta preparación de la suite.

Al poco vinieron las bebidas, agua, refrescos y cerveza bien frías y entregaron a Carla varios mensajes en sobres cerrados, la mayoría de ellos eran de Sabrina y uno era de Doreen. Carla empezó a abrir el primero pero Jayden la paró.

—¿Estás segura de eso? —dijo—.

—La doctora me dijo que debía continuar con mi vida

como si no hubiera pasado nada. Y, además, necesito

tener noticias de ella.

—Lo siento pero quería oír esas palabras de tu boca.

En fin, creo que ha llegado el momento de

despedirnos, Carla.

Se levantó de la silla y Carla le imitó. Se fundieron en un largo y tierno abrazo.

—Lamento habernos conocido en estas tristes

circunstancias —añadió—.

—Yo lamento las circunstancias pero no el haberte

conocido —dijo Carla—. Nunca olvidaré lo que has

hecho por mí y espero que algún día pueda

devolvértelo.

—Bueno, me voy. ¿Estarás bien?. —sacó una tarjeta

de visita con un móvil y una dirección de correo

electrónico y se la dio—. ¡¡Qué digo¡¡, seguro que sí.

Voy a estar un par de días más en Buenos Aires. Si

necesitas hablar con alguien no dudes en llamar a ese

teléfono.

Repentinamente, Carla se abalanzó hacia él y le abrazó nuevamente. Tras unos instantes en silencio, Jayden la dio un tierno beso en la mejilla y se separó de ella, abrió la puerta de la Sala y saliendo fuera de hotel se montó en el coche de Manel y se perdió entre el intenso tráfico bonaerense.

—Adiós Jay. Espero volver a verte algún día —susurró

con lágrimas en los ojos—.

Mientras apuraba su refresco la dijeron que podía subir a su Suite cuando quisiera pues ya estaba todo dispuesto. Una vez acomodada en ella comenzó a leer los mensajes de Sabrina.

Eran básicamente mensajes para que contactara con ella pues no tenía noticias suyas desde hacía tiempo. Leer aquellas palabras la animaron mucho y de inmediato marcó su teléfono para hablar con ella. Sin embargo, tras tres o cuatro intentos sin éxito desistió. —Lo intentaré más tarde —se dijo—.

El único mensaje que le quedaba por leer era el que le había dejado Doreen hacía una semana. Tenía buenas noticias. Había encontrado un comprador para la casa y debían ponerse en contacto para concretar los detalles. — Se había olvidado totalmente de Agnes y de la herencia—. Carla concertó la reunión para esa misma tarde. A las 17.00 horas acudió puntual a su cita con los abogados. Notó con desagrado que el conserje la saludaba con familiaridad. Menos mal que hoy terminaría con aquellas tediosas reuniones. Finalmente, tomo asiento en el despacho de Doreen.

—Lo primero de todo, ¿Qué tal te encuentras Carla?.

—Bastante bien, Gracias.

—Seguro que tras lo que has sufrido no tendrás

ninguna gana de tratar este tema pero creo que es una

magnífica oportunidad para ti.

—Lo único que quiero es cerrar la venta y regresar a

mi país lo antes posible.

—Muy comprensible, por cierto. Aquí tienes la oferta

que nos realizan por la casa. Es un precio

sensiblemente más bajo que el precio de mercado pero

dadas las circunstancias …

—Acepto —dijo Carla—. ¿Cuánto tardarás en el

papeleo?.

—Excelente decisión. A lo sumo en dos o tres días tendrás todo cerrado y el dinero ingresado en tu cuenta bancaria. Firma estos documentos en los que nos otorgas plenos poderes para realizar la venta en tu nombre. Así, te podrás olvidar de todo ello y dedicarte a preparar el viaje de regreso.

—Estupendo. Tendré tiempo de acercarme a la casa para conocer algo más sobre Agnes y recoger algún recuerdo suyo. Gracias por tu ayuda Doreen. Ha sido un placer tratar con una persona tan profesional como tú.

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