Agnes

Agnes


13

Página 15 de 40

1

3

En efecto, Agnes lucía el vestido corto azul marino cuando al día siguiente vino a mi casa. Aunque llovía y hacía fresco sólo comentó escuetamente:

—Ordenes son órdenes —y rió cuando le pedí disculpas.

Fuimos a la sala, y Agnes me abrazó y me besó largamente como si tuviera miedo de perderme —dije citando. Y tal como había escrito, Agnes me abrazó, pero lo hizo riéndose y sin miedo. Me solté y fui a la cocina para terminar de preparar la cena.

—¿Puedo ayudar? —preguntó.

—No —dije—.

Agnes estaba sentada en la sala y escuchaba mis compactos mientras yo hacía la cena.

Había comprado una botella de champán a pesar de que ninguno de los dos éramos particularmente aficionados a esta bebida.

—¿A que se debe tanta ceremonia? —preguntó Agnes.

Era un día muy especial para nosotros. Yo había decidido… Pero antes vamos a cenar.

—Eso es una maldad —dijo—, primero excitas mi curiosidad y luego…

—Lo siento —dije—, pero no hablaremos del tema hasta después de comer.

Nuestra conversación giró en torno a otros asuntos, pero noté que Agnes estaba intrigada por saber qué pasaría. Comió más deprisa que de costumbre, y cuando terminamos no recogimos la mesa ni lavamos los platos. Me senté en el sofá y extraje una hoja de papel del bolsillo.

—Ven —le dije, pero Agnes se acomodó en una silla junto a la ventana.

—Primero quiero saber lo que tengo que hacer —dijo—, no quisiera cometer errores.

Desde mi sitio no podía verle la cara. Su voz sonaba extrañamente fría.

—Empieza —dijo—, ¡lee!

Estábamos sentados en el sofá uno al lado del otro —comencé a leer y esperé un instante. Pero Agnes no se inmutó, por lo que continué—:

Agnes recostó la espalda contra mí. Le besé la nuca. Había meditado largo tiempo sobre este momento, pero cuando quise hablar lo había olvidado todo. De modo que no dije más que: «¿Quieres mudarte a mi casa?» —Interrumpí la lectura para esperar y mirar a Agnes. No dijo nada.

—¿Qué? —pregunté.

—¿Qué dice ella? —repuso Agnes.

Agnes se incorporó y me miró a la cara —seguí leyendo—.

«¿Lo dices en serio?», preguntó. «Por supuesto», dije. Hacía tiempo que quería preguntártelo. Pero pensé que… eras tan independiente…

Agnes se puso de pie y se acercó al sofá. Tomó asiento a mi lado y dijo:

—¿Crees que va a funcionar?

—Sí —dije—, cuando estábamos en el lago… estábamos tan cerca el uno del otro, y desde entonces a menudo me siento solo en este apartamento. ¿Podrías vivir aquí? Quiero decir que… tendríamos más sitio que en tu casa.

—Sí —dijo—. Sí. ¿Te parece bien así? ¿Estás contento? —volvió a reírse y dijo—: Déjame ver cómo sigue.

Me quitó la hoja de las manos, leyó y dijo escandalizada:

¿Agradecida? ¿Por qué he de estarte agradecida?

Me propinó un puñetazo en el costado.

—Fue una broma —dije—, después lo taché.

—Esto de aquí ya me gusta más —dijo—.

Tomamos champán. Después hicimos el amor, y a medianoche subimos a la azotea para mirar las estrellas.

Aquella noche llovió y no vimos las estrellas. Agnes, que llevaba su vestido corto, cogió un resfriado en la azotea. Pero a finales de septiembre se trasladó a mi apartamento. Su contrato de alquiler no vencía hasta la próxima primavera, por lo que dejó la mayor parte de sus cosas en su vivienda, trayéndose solamente dos maletas con ropa, su chelo y algunos objetos personales.

Ir a la siguiente página

Report Page