Aftermath

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Parte Uno » Capítulo 4

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CAPÍTULO CUATRO

El droide interrogador flota. Un panel pequeño a lo largo de su base se abre, al deslizarse hace un zumbido y un clic. Sale un brazo extensible que termina en un par de tenazas con apariencia cruel. Tan precisas y tan afiladas que podrían arrancarle el ojo de un tajo certero a cualquier hombre. (Un gesto que muy probablemente este droide ya ha hecho en tiempos pasados). El brazo se extiende hacia abajo en dirección de su objetivo.

Toma un dado de diez caras, lo levanta y lo suelta.

El dado repiquetea. Cara arriba: un siete.

El droide exclama en un tono digital uniforme y alto:

—AH. SE ME PERMITE LA OPORTUNIDAD DE OBTENER UN NUEVO RECURSO. COMPRARÉ UNA LÍNEA DE ESPECIAS. ESO CONECTA CON MIS OTRAS CUATRO LÍNEAS DE ESPECIAS. ESO ME DA UN TOTAL DE CINCO, QUE ME CONCEDE UN PUNTO DE VICTORIA. AHORA YO ESTOY GANANDO. EL MARCADOR ES SEIS A CINCO.

Temmin tuerce los labios en un gesto de frustración. El tablero, debajo de ellos dos, consiste en un mapa con incontables territorios hexagonales. Algunos de ellos contienen planetas. Otros: estrellas, o cinturones de asteroides, o nebulosas.

No ha ganado nunca un juego de Expansión Galáctica contra el reutilizado droide interrogador. Pero ahora está cerca. Nunca ha estado tan parejo.

—Bájale, arrogante pelota de borgle. Un punto no te convierte en conquistador. —Tira los dados. Un cinco. No es suficiente para obtener un recurso nuevo, pero puede poner una nueva línea de transporte o una ruta de contrabando. Tiene que pensarlo. Se reclina en su silla. Deja que sus ojos contemplen el taller y el mercado: por todos lados, repisas y mesas llenas de lo que parecen trastos. Y muchos lo son. Partes de astromecánico. Chatarra de naves estelares. Blásters desarmados. Allá en el rincón hay un droide de mantenimiento WED, obsoleto desde hace tiempo, que terminó con luces parpadeantes. Colgado sobre su cabeza, con cables trenzados, hay un speeder dañado con marcas de láser.

Y ahí, contra la pared del fondo, hay un viejo droide de combate que pertenecía a la Federación de Comercio, estrujado en su forma plegada y envuelto en una cobija andrajosa.

No es uno de los B2, esos droides de guerra con los cañones en los antebrazos y de dura coraza.

Tampoco es uno de los droidekas, esas máquinas de muerte regordetas que parecen el hijo de un escorpión de selva y un detonador térmico rodante.

Tan solo es un viejo B1. Un clanker.

Todo aquí es, o parece, un clanker.

Temmin levanta una ficha de ruta de contrabando marcada con una línea punteada roja. Y cuando está por colocarla, el droide interrogador gira repentinamente, como para enfrentar a alguien.

—USTED TIENE CLIENTES —entona el droide.

Temmin se truena los nudillos y se levanta, ensayando su mejor sonrisa de vendedor. El joven adolescente se aleja dando una patada a la silla de ruedas y voltea para encontrarse a…, un trío de maleantes. Su sonrisa flaquea, pero solo por un segundo.

—Un koorivar, un ithoriano y un abednedo entran a una chatarrería —dice, haciéndose el gracioso. Pero ellos no parecen entretenidos—. Es como el principio de un chiste —continúa Temmin, y luego agrega—: Pero si tienes que explicarlo, como que deja de ser chistoso. —Junta las manos dando una palmada—. ¿Qué puedo hacer por ustedes, caballeros?

—Yo soy una dama —replica la koorivar, dando un paso adelante. Se ajusta su capa carmesí y levanta el mentón. El cuerno en espiral sobre su cabeza está torcido y doblado. Una lengua pálida chasquea en el aire y lame unos labios escarpados, escamosos.

Ella lleva un cuchillo largo y serrado colgando de su cadera.

Temmin sabe quién es. Quiénes son todos ellos.

El abednedo de las hendiduras nasales carnosas y los colgajos de piel alrededor de esa ceñuda boca fruncida: Toomata Wree, conocido habitualmente como «Tooms».

El ithoriano de ojos cansados, el abrigo raído y el cañón colgado del hombro, que parece tronco de árbol: Herf.

Y la koorivar: Makarial Gravin. Aunque, a decir verdad, Temmin en realidad creía que ella era un él, pues los koorivar no lo dejan saber fácilmente.

Los tres trabajan para (o, más bien, le pertenecen a) Surat Nuat. Son propiedad del sullustano.

—Señora —dice Temmin, extendiendo ampliamente sus brazos—. ¿Qué puedo hacer por usted el día de hoy? ¿Qué joyas de chatarrería puedo ofrecerle?

—Deja de escupir como rancor, pequeña cosa repugnante —responde el abednedo.

El ithoriano agrega en su lengua alienígena:

—Le has robado al colosal salvador de Myrra, Surat Nuat.

—¡Oye, no! —dice Temmin, levantando las manos—. Aquí todos somos amigos. Yo nunca jamás le robaría a Surat. Somos amigos. Todo está bien.

—Le robaste a Surat —sisea la koorivar—. Peor: lo has ofendido con un insulto grave al tomar algo que es legítimamente suyo.

Temmin sabía que este día llegaría. Pero no tan pronto.

Una sensación nerviosa le sube por el estómago.

—Lo último que quisiera hacer es insultar a Surat… Todos nosotros tan solo podríamos desear ser tan perspicaces y tan hábiles como él. No sé qué es lo que creen que le robé, pero…

Makarial, la koorivar, da otro paso asertivo hacia delante.

—Haz un esfuerzo por recordar lo que sucedió en el Camino Trabzon. ¿Acaso eso te pica el bulbo raquídeo?

Temmin chasca los dedos, un hábito nervioso que heredó de su padre.

—¿Te refieres al transporte que se estrelló allá afuera? No, no… Digo, sí, sí, definitivamente recogí lo que quedaba ahí. Admito eso. Es mi culpa. Pero no tenía idea de que esa fuera la nave de Surat.

—¡Tenía el escudo de su gremio por todos lados! —Tooms, el abednedo, echa humo. Las tiras de piel que cuelgan de su rostro se sacuden y tiemblan mientras habla.

—No que yo pudiera ver; el transporte lo atacaron los uugteen. Vaya banda de salvajes, ¿sabes? Quemaron esa cosa muy bien por afuera. Lo rostizaron como a un florakeet antes de desplumarlo.

—Y sin embargo, lo que había dentro estaba esperándote para que lo robaras —acusa Makarial.

—No podían quebrar esa nuez…, los uugteen, quiero decir. Sus cuchillos rudimentarios no pudieron botar el pestillo, pero yo tenía un soplete y… —Ríe falsamente—. Les ruego, amigos… No sabía de quién estaba tomando aquello.

Él sabía. Claro que sabía. Y sabía que algún día esto lo iba a alcanzar. Pero la paga potencial…

Si algún día espera derrocar a Surat, debe jugar el juego con movidas grandes. Nada de arrodillarse y rasparse, nada de ser cándido, nada de jugadas vacilantes. Debía dar todo: grande, atrevido, astuto como un zorro, fuerte como un toro.

—¿Todavía tienes el arma? —pregunta Tooms.

—Ah… eh… ah… —Temmin se aclara la garganta y luego miente, apretando los dientes—: En realidad, no.

Los ojos de la koorivar se abrieron con rabia e indignación, según podía adivinar Temmin. Makarial se mueve rápido. El cuchillo deja el cinturón de la alienígena y, en lo que tarda el destello de un relámpago, ya está contra la garganta de Temmin.

Afuera, el clima sigue el juego añadiendo su propia amenaza: un retumbante estallido de truenos. La lluvia que cae fuerte sobre el techo de la tienda solo acentúa el silencio. Detrás de Temmin, el droide interrogador flota hacia la mesa donde se encuentra el tablero de Expansión Galáctica.

El muchacho traga saliva.

—Te compensaré. Tengo mucho que ofrecer. Oye. Mira. Un speeder. O puedo conseguirte un par de droides…

—Todo esto es basura —dice Makarial—. Surat conoce tu timo. Así que nosotros también conocemos tu timo. Esto —con su mano libre, la koorivar hace un movimiento similar a (y tal vez burlándose de) el gesto del propio Temmin cuando llegaron a su tienda—, todo esto es una pantalla. Tú no eres ningún comerciante de chatarra.

—La basura de un hombre es el tesoro de otro…

El cuchillo aprieta con más fuerza su garganta desnuda.

—No nos interesa la basura para nada. Lo que nos interesa es el tesoro.

—Bien, hablemos del tesoro, entonces.

—Surat tiene un precio.

Temmin siente que algo húmedo se le escurre por la garganta. «¿Sangre o sudor?», piensa. La verdad es que no está seguro.

—Todos lo tienen. Di el precio.

Makarial sonríe. Y da un espectáculo terrible de observar, ya que los koorivar son, en la mente de Temmin, más feos que un happabore caminando hacia atrás. Todos esos bultos y escamas. Una nariz similar a una larva gorda y segmentada. Espolones arriba de los ojos. El aliento tampoco ayuda…, apesta a carne podrida.

La koorivar dice con un chasqueo de la lengua:

—Tu tienda.

—La tienda. O sea, ¿el edificio?

—Y todo lo que hay adentro. Y todo lo que hay debajo.

Ahora Temmin siente pánico real. Una descarga salina le recorre la sangre. Saben. Ellos saben dónde guarda algunos, la mayoría, de sus mejores artículos.

Eso no es lo ideal.

—¡Tengo algo! —dice abruptamente—. Algo grande. Algo que… Surat quiere. ¿Está bien? ¿Está bien? Tan solo, ¿les puedo enseñar? ¿Por favor? Por favor.

Los tres alienígenas se voltean a ver uno al otro. El ithoriano, Herf, se encoge de hombros sin comprometerse. Dice en ithoriano:

—¿Por qué no?

Makarial le quita el cuchillo de la garganta. Temmin jadea y se soba el cuello, empapándose la mano de sudor, no de sangre. Y junta las manos con una palmada.

—Allí está. ¿Ven esa cobija raída? Es…, uh. Está debajo.

Makarial hace un gesto con la cabeza a Herf. El ithoriano se descuelga el cañón; ese rifle modificado es un trabajo personalizado, se basa en el cuerpo de un DLT, pero alterado para obtener mayor potencia de fuego. El cañón es largo, tan largo que probablemente es tan alto como Temmin.

El ithoriano de cuello jorobado parpadea, después usa el cañón del rifle para levantar la cobija. Entonces, descubre el droide de combate de primera generación: el B1.

Este se levanta. Sus huesos traquetean mientras lo hace. Huesos, literalmente…, huesos de bestias, peces, aves, atados a sus extremidades de metal con cordel y alambre. Esas tampoco son las únicas modificaciones a la apariencia del droide. Falta la mitad de la cabeza: reemplazada con un ojo rojo telescópico. La parte frontal de la nariz ha sido afilada y curveada; parece menos el pico de una osada ave acuática y más el de un ave de rapiña. Todo el conjunto está pintado de negro con rojo, por la intención de infundir un toque de miedo.

Todos los maleantes alienígenas se ríen. El abednedo se ríe con tal fuerza que se dobla hacia delante dándose una palmada en la rodilla; sus orejas verdes tipo hongo se tuercen de placer.

—¿Un droide de combate? —pregunta Makarial. Hay más risas—. ¿Quieres mostrarnos…, un droide de combate? El soldado droide más incompetente en la historia de ambos, la República y el Imperio. Una comedia mecánica de equivocaciones. —La manera en que la alienígena pronuncia ese último pedazo es: «una coo-ME-de-ah ME-kan-nee-ka de ee-KI-boca-se-ioness»—. ¿Y tú crees que Surat Nuat quiere un droide B1 mediocre y sin valor?

—Yo lo llamo «Señor Huesos» —dice Temmin.

En cuanto menciona el nombre del droide, el ojo de este resplandece con un rojo siniestro.

—SEÑOR HUESOS ESTÁ EN LÍNEA —dice el droide: su voz es una distorsión chirriante interrumpida por ráfagas de estática. Las palabras se aceleran y luego vuelven a arrastrarse, distorsionadas por lo que parece ser un codificador de voz defectuoso—. HOLA, A TODOS.

El abednedo sacude la cabeza.

—Un nombre idiota para un droide idiota.

—Creo que lo has ofendido —dijo Temmin.

Las risas se detienen tan solo por un momento, mientras tratan de entender lo que significa esto o a qué está jugando Temmin.

Su vacilación no fue buena idea.

El Señor Huesos se carcajea, con una risa rasposa y torcida desde sus bocinas, al tiempo que una de sus manos se columpia de una bisagra. Del hueco aparece un reluciente cuchillo vibrante. El ithoriano reacciona lentamente; para cuando Herf levanta su cañón DLT, Huesos ya le ha forzado el brazo tres veces hacia atrás y le ha rebanado el cañón: tres pedazos caen humeando al suelo.

El abednedo saca su bláster…

Huesos derriba a Herf y lo estampa contra Tooms. El abednedo gira y cae, con el ithoriano aterrizando sobre él. Huesos yace encima de ambos. El guardaespaldas B1 de Temmin comienza a golpear con ambos puños; da puñetazos tan fuertes a la curiosa cabeza del ithoriano que con cada golpe la impacta en el rostro sin nariz de Tooms. ¡Paf! ¡Paf! ¡Paf!

El Señor Huesos farfulla y ríe.

Las fauces de Makarial se abren mucho, siseando una exhortación gaseosa de angustia y rabia. La koorivar se lleva la mano hacia atrás, bajo su capa, y saca un bláster para apuntarlo directo a la cabeza de Temmin. Ahora es él quien está paralizado. Busca su propio bláster, atorado en una funda de piel atornillada debajo de una mesa cercana.

—No agarres eso —murmura Makarial.

Temmin calcula sus probabilidades. Y no son buenas.

Retira la mano. Sonríe. Asiente con la cabeza.

—Claro, claro.

—Dile a tu droide que se eche para atrás.

—Bueno, aguarda…

—¡Dile!

Temmin sonríe.

—¿De qué droide estamos hablando?

Los ojos pálido-fantasmales de Makarial lo enfocan, luego se estrechan perplejos…, justo cuando el droide interrogador flota detrás de ella, con una jeringa fija en el segundo brazo extensible. Temmin ríe entre dientes.

El droide flotante la apuñala con la jeringa. Una jeringa llena con un narcótico tóxico: conseguido localmente, elaborado localmente y con suficiente potencia como para dormir a un gamorreano buena parte de la semana.

La aguja se quiebra y cae al suelo con un clic, sin llegar a expulsar su carga tóxica.

Correcto, correcto. Temmin piensa, no con poca desilusión: «Los koorivar tienen piel realmente dura, ¿no es así?».

Temmin corre. Brinca sobre una mesa, luego sobre otra, luego entre tres bancos metálicos. Los disparos de bláster que vienen de atrás tumban estanterías llenas de chatarra. Una lata de aceite cae de una mesa en el frente. Temmin grita mientras se echa a correr hacia la puerta…

Ahí. Adelante. La puerta está abierta. Alguien está ahí parado.

Alguien nuevo. Con una capa larga y oscura.

Alguien con un bláster.

La figura levanta el bláster. Temmin deja caer su peso, soltando la pierna; hay un intercambio de fuego láser sobre su cabeza, y Makarial aúlla de dolor en algún lugar detrás de él. Se escucha un golpe.

Temmin se levanta de un brinco y se aplasta contra el relieve de la pared. Makarial ha caído, retorciéndose y aullando. El Señor Huesos ha levantado su cabeza como un sabueso curioso y sobresaltado. El nuevo visitante observa la situación, luego desliza hacia atrás su capucha.

No es un él, en absoluto. Es una ella.

Los ojos de Temmin se abren de par en par.

—¿Mamá?

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