Aftermath

Aftermath


Parte Tres » Interludio: Jakku

Página 60 de 64

INTERLUDIO

JAKKU

«Este lugar está muerto», piensa Corwin Ballast.

Ahí afuera no es…, nada. Ningún lugar, estirado, amplio o hecho infinito. La corteza seca del desierto. Los listones de polvo que latiguean. Más allá de eso: dunas. Montículos de arena, rojos como el fuego parecen extenderse indefinidamente bajo el cielo despejado.

Detrás de él: tiendas de campaña raídas, andrajosas. Sostenidas por fragmentos de pértigas y varillas corrugadas y oxidadas; algunas de ellas, retorcidas con un doblez artrítico. El viento amenaza con levantar todo y llevárselo, pero nunca termina de hacerlo. Esas tiendas han estado ahí por tanto tiempo que son parte del planeta. Al igual que los humanos.

Corwin baja de su speeder, un cacharro que compró a un par de ermitaños afuera de Tuanul. (Les dio más de lo que debía. Caridad. De cualquier forma, ¿qué importa ahora?). Y luego desaparece entre los chatarreros, los abandonados, la escoria de la población de la galaxia. Todos ellos de mejillas polvorientas. Cicatrizados, también…, marcados por la rudeza de ese lugar. Un bruto de rostro redondo, con una corona de escaso cabello negro y un cuerpo gordo envuelto en harapos, se planta frente a él, lamiéndose los labios cortados y riendo entre dientes.

—¿Qué tenemos aquí…?

Pero Corwin se sabe la jugada. No es ningún tonto. Ya no lo es. Engancha el pulgar en el lazo inferior de su chaqueta y jala hacia atrás, mostrando un esbelto y malvado repetidor láser HyCor de cañón ventilado.

Al verlo, el hombre de los harapos gruñe y se aleja en busca de una presa que no pique o muerda. Corwin, por su parte, busca el bar.

No es nada espectacular. El bar está hecho de chatarra soldada, la cosa entera ha sido torcida y doblada; tiene forma de un tosco medio círculo, todo debajo del capuchón de un minero de contusión Rakhmann 323. Polvo y arena sisean contra el toldo de metal delgado.

Corwin acerca un taburete oxidado junto a un personaje con profundas cavidades oculares, con rostro de calavera: uno de los uthuthma, con cadenas envueltas que forman una bufanda y esconden sus fauces dentadas. El alienígena cotorrea en su idioma:

—Matheen wa-sha wa-sho tah.

Una declaración o una pregunta. Corwin no lo sabe. Y todo lo que hace es guiñar el ojo y hacerle al extraño un gesto con los pulgares. El uthuthma continúa mirándolo fijamente con esos hoyos vacíos que, según dicen, él llama ojos. Una garganta se aclara gorgoteando con fuerza desde atrás de la barra; Corwin voltea a ver al cantinero…

Un tipo grande. De músculos convertidos en grasa. Nariz como un árbol caído. Todo el lado derecho de su rostro está lleno de cicatrices, algunas de ellas grumosas, como trozos de cascajo y piedra. Un trozo de grava, más grande que la yema del pulgar de Corwin, sobresale de la mejilla del hombre, de la misma forma en que una roca se empuja hacia afuera entre la tierra muerta…, seca.

—¿Qué vas a querer?

—¿Qué tienes?

—Nada más una cosa: lo llaman Néctar Knockback.

—Si solo tienes una cosa, entonces ¿por qué me preguntas qué quiero?

El cantinero se encoge de hombros y resopla.

—A la gente la ilusiona poder elegir. Les da consuelo en estos tiempos extraños.

—Entonces tomaré uno de esos, mi buen hombre.

—Buen hombre —farfulla el cantinero, luego pasa el líquido de una vieja lata de aceite a un más pequeña, y lo coloca frente a Corwin con un golpe seco. El supuesto néctar es del color de fluido hidráulico. Y trozos flotan sobre él. Trozos esponjosos que suben y bajan.

—¿Qué es esto?

—Ya te lo dije, Néctar Knockback.

—No, quiero decir: ¿qué es?

—Puf. Eh. ¿Sabes…? Yo no pregunto. Ellos solo me lo traen. Dicen algo acerca de raspar las rocas de liquen de los cuellos volcánicos en el sur. Según dicen, los encurten en barriles de combustible o algo así.

—¿Me va a poner borracho?

—Emborracharía a una babosa espacial.

Corwin da un sorbo. Sabe como saliva agria con un regusto de aceite de motor. No toma mucho tiempo para que sus encías comiencen a sentirse adormecidas y sus dientes zumben.

Muy bien.

El uthuthma le balbucea:

Matheen bachee. Iss-ta ta-hwhiss.

—Que la Fuerza te acompañe a ti también —dice Corwin. Su voz está descompuesta después de un sorbo de Knockback. Las palabras salen con un resuello. Él se ríe: es un sonido loco, desolado, vacío. Como ese pequeño enclave. Como ese planeta entero.

—No eres de por aquí —dice el cantinero.

—¿Qué me delató?

—No hay mucha gente de aquí. La mayoría de la gente… simplemente termina aquí. Desechados como tanto cargamento sin valor. Descartados como desperdicio.

Corwin se encoge de hombros y se ríe entre dientes; sorbe el veneno.

—Eres un tipo extraño. ¿Estás buscando trabajo?

—Podría ser. ¿Qué hay por ahí?

—¿Mmm? Pfff… No mucho. La mayoría de las minas están en el otro extremo, e incluso eso está escaso. Sí tenemos magnita aquí, y bezorita, y se habla de un nuevo pozo de gas kesium abriéndose cerca de Cratertown, pero eso puede ser solo un rumor. Está la banda de chatarreros. Están las Carreras de Ruedas al norte de aquí. Podrías hacer tus votos y ser un ermitaño pero…, naa, tú no. Yo diría que tú podrías ser un cantinero, pero resulta que alguien ya tiene ese trabajo.

—Lo pensaré, gracias.

El cantinero sigue encima de él:

—Entonces, ¿cómo terminaste aquí?

—Yo no terminé aquí.

—No eres de aquí. No terminaste aquí. ¿Cómo llegaste a estar sentado en el Bar de Ergel, entonces?

—¿Tú eres Ergel?

—Yo soy Ergel.

—Bueno, Ergel, yo vine aquí.

—¿Tú viniste aquí? ¿Por tu propia voluntad y todo eso?

—Por mi propia voluntad y todo eso.

Ergel se queda ahí parado y lo mira fijamente durante unos diez segundos. Luego se echa a reír. Es un gorjeo de risa fuerte y resonante como si estuviera ahogándose con la propia carne de sus pulmones. Su carrillo tiembla y su barriga rebota hacia atrás y hacia delante.

—La galaxia es un lugar grande, amigo. Ampliamente abierto como las fauces bordeadas de los colmillos de un nexu. Las estrellas son infinitas. Los planetas son contables, pero no con una mano, y no con cien. Hay planetas y puestos de avanzada, estaciones, naves espaciales y… —Más risa—. ¿Tú viniste aquí?

Corwin asiente con la cabeza.

—Lo hice.

—¿Por qué? Tengo que saber. Tengo que saber qué motiva a un hombre a esto.

Matheen vis-vis tho hwa-seen —dice el Uthuthma.

—Cállate, Gazwin —gruñe Ergel—. Deja que el hombre termine. —Y luego dice a Corwin—: Ignora al cara de calavera. Tengo que saber.

En este momento, Corwin parpadea unas cuantas veces. Y con cada parpadeo, él lo ve suceder otra vez en su ciudad natal, justo en Maborn, en el planeta Morda; su pequeña niña tendida en la calle abierta. Los altibajos débiles de su pecho. Los imperiales atrincherados en un extremo del pueblo. Los rebeldes en el otro.

Corwin está ahí, en un rincón, escondido detrás de cajas de vittles, con su esposa Lynnta. Y súbitamente, ella se levanta y corre hacia la pequeña; y entonces él está corriendo detrás de ella, de forma rauda, gritando, estirando…

Disparos láser. Cruzando en ambas direcciones.

La cabeza de Lynnta chicoteando fuerte hacia un lado…

Luego ella está en el suelo.

Corwin salta…

Pero algo arde en su costado. Lo atraviesa. Puede escuchar su crepitar. Siente a su organismo entrar en choque: como una bomba detonándose bajo el agua. ¡Bum!

Luego está fuera.

Cuando despertó semanas después, con un goteo bacta en un reptador afuera del pueblo, su familia ya se había ido. Ya estaba enterrada. Y ningún bando ganó su guerra; ambos bandos se regresaron a casa lamiéndose las heridas.

—La guerra —dice Corwin—. Estoy cansado de la guerra.

—No pareces un imperial. Apuesto a que eras un rebelde.

—No, tampoco era rebelde. Solo un hombre tratando de salir adelante con su familia.

—¿Trajiste a tu familia aquí?

—Lo hice —dice Corwin, pero no explica que la trajo únicamente en su corazón…, y en la foto que tiene metida en la bota—. Quería llevarla tan lejos de la batalla como me fuera posible. A un lugar donde la guerra nunca nos encontrara. A la roca que no es un lugar, sino ningún lugar: la que fue lanzada más lejos y que pude encontrar en un mapa estelar.

—Bueno, la encontraste, amigo. No hay ningún lugar más…, «ningún lugar más» que aquí. La guerra no tienen ningún motivo para aparecerse en esta roca.

—¿Lo prometes?

—Si la guerra llega aquí, te compraré todo el Néctar Knockback que quieras.

—Trato.

—Este es un lugar muerto, ¿sabes?

—Lo sé.

Eso funciona para Corwin. Un lugar muerto para él: un hombre sin vida.

Ir a la siguiente página

Report Page