Aftermath

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Parte Dos » Interludio: Uyter

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INTERLUDIO

UYTER

—Tenemos un problema —dice el conductor.

El joven Pade ve el humo sobre las colinas mucho antes de ver de dónde sale. Aunque sin el muchacho, sin duda, puede hacerse una idea.

Voltea a ver a los otros reclutas; potenciales reclutas, o lo que sean. Ahora todos lo comentan en voz baja. Murmuran y abren las ventanas del transporte; se asoman.

El conductor del hoverbus, un nimbanel bigotón de boca redonda, voltea y observa con esos ojos que se ven pequeños debajo de su enorme frente. El nimbanel le dice a Pade y a los otros muchachos:

—Ustedes…, ustedes díganles. Ustedes díganles que no trabajo para el Imperio. ¡Solo soy un conductor! Todos ustedes saben eso, ¿correcto?

—Continúe, señor —dice Pade—. Tan solo voltéese y llévenos ahí.

El nimbanel balbucea para sí mismo algo malo.

Uno de los otros muchachos (un niño regordete de cabello grueso y negro, con lunares en las mejillas) voltea y mira fijamente a Pade por encima del asiento.

—¿Crees que estamos fritos?

—Ni idea —dice Pade encogiéndose de hombros—. Hay que esperar y ver, supongo.

Pone una cara dura. Aunque es una mentira, porque también está asustado.

El hoverbus continúa conduciendo sobre los caminos destrozados de Uyter. Colinas se levantan a ambos lados; el césped alguna vez verde, ahora es pálido. Y pronto, metidos entre esas colinas, se ve la Academia Imperial de soldados de asalto.

Está ardiendo. O, más bien, ardió. La mitad quedó desgarrada por las manos destructoras del fuego, y ahora un humo sale desde dentro.

En el suelo, una docena de soldados de asalto está muerta.

Entre ellos: otros hombres y mujeres. No imperiales. Con chalecos y cinturones de herramientas simples. Ellos tienen rifles y blásters. Todos los muchachos que van en el camión se amontonan y se asoman. Ellos, como Pade, nunca han visto armas de cerca. Solo bieldos y llaves, y unos cuantos instrumentos contundentes aquí y allá. En su mayoría, son muchachos granjeros. Locales, aunque de la periferia. Algunos fueron reclutados por oficiales.

Algunos de ellos, como Pade, simplemente fueron…, enviados lejos. Enviados aquí. A un lugar que ya no es un lugar.

El hoverbus se detiene cuando uno de los hombres (Pade piensa: «Uno de los rebeldes») se coloca enfrente del vehículo. Se abre la puerta y baja el nimbanel. Y los muchachos se quedan sentados, sin saber qué hacer.

Pade piensa verse rudo y también baja del hoverbus.

El nimbanel y el rebelde, un hombre con una barba descuidada y una cicatriz que recorre el costado de su cuello, están discutiendo. El nimbanel agita las manos, diciendo:

—¡No, no, estos niños no son mi responsabilidad! ¡No! No los conduciré de regreso. No me pagaron por eso…

—Señor —dice el rebelde—, como puede ver, la academia imperial está cerrada. Este ya no es un lugar para niños…

Y enseguida ve a Pade ahí parado.

El hombre se aparta del conductor y mira hacia abajo.

—Señor… —dice Pade.

—Hijo —dice el hombre—. Te llevaremos de regreso al camión, y camino a casa en dos sacudidas de cola de nerf…

—Yo no quiero ir a casa.

—De igual forma, aquí no es tu casa.

—Entonces, mí casa no está en ningún lado. Mis padres me patearon el trasero lanzándome al camino y se fueron cuando yo no me di cuenta. Se fueron para ser nómadas en algún lugar. Para mí, está la Academia Imperial o ningún lugar.

El rebelde se lo piensa. Mira las colinas a lo lejos. Luego mira al nimbanel y el hoverbus, y de nuevo a Pade.

—¿Qué vas hacer si no puedes ir ahí?

—Ya le dije, ir a ninguna parte —Pade se inclina, baja la voz—. ¿Mató a los niños en esa academia? ¿Los bebés que iban a ser soldados de asalto?

—¿Qué? ¡No!

—¿Qué hizo con ellos?

—De verdad que sí metes la nariz en todo; claro que sí, chamaco.

—Tal vez por eso mis padres se las arreglaron para deshacerse de mí.

El hombre suspira. Y se hinca.

—Algunos de esos niños se irán a casa. Algunos de ellos partirán hacia la Nueva Academia en Chandrila. Si tienen cierta edad, los llevaremos y les enseñaremos cómo ser soldados, si quieren unirse a la causa. De lo contrario, irán de regreso con sus padres. O…, a orfanatos.

Pade saca el mentón.

—Entonces es ahí a donde yo también quiero ir. A la Nueva Academia.

—Mmm. —El hombre entrecierra los ojos—. Está bien. Toma. —Saca del fondo del bolsillo un puñado de créditos; luego voltea y se los pone en la mano al nimbanel, de una palmada. A Pade le dice:

—Ciudad Central todavía está en el bolsillo del Imperio, así que asegúrate de que los lleve a Riverbreaker. Una nave parte de ahí mañana en la mañana rumbo a Ciudad Hanna. Súbete a esa.

Pade asiente con la cabeza.

—¡Gracias, señor!

—Otros de los muchachos también pueden ir. Tú diles.

—Lo haré. —Pade gira, y luego le dice por encima del hombro—. Gracias. Que la Fuerza lo acompañe, señor.

—A ti también, chamaco. A ti también.

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