Aftermath

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Parte Dos » Capítulo 14

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«Esa cosa por poco aplasta mi cabeza», piensa Temmin mientras el agua borbotea al pasar por sus orejas. Arriba, nubes de tormenta resplandecen embarazadas con relámpagos, antes de descargar rayos bifurcados por el cielo. La mujer, una cazarrecompensas si es que la recuerda bien, se estira hacia abajo y lo ayuda a levantarse.

Todavía sigue aturdido cuando se da cuenta: el juego se acabó. El espectáculo terminó. Son como droides en la mesa de desmantelamiento: a punto de ser desarticulados en chatarra.

Ellos le dicen a Jas que suelte el bláster.

Ella vacila, pero luego obedece.

El corazón de Temmin se hunde. Estuvieron tan cerca… Surat se quedará con más que su lengua a causa de esto. Pero entonces, otro pulso de luz.

Una sonrisa se extiende por su rostro.

Y la luz ilumina una figura. La figura está de pie en una azotea, arriba y detrás de la manada de imperiales y rufianes. Cuando el destello de relámpago se ha ido, las figuras se funden con la oscuridad nuevamente. Pero, en los ojos de Temmin, la figura de aquella cosa permanece grabada en su visión como una radiografía. Él conoce esa forma esquelética. La cabeza picuda. Las articulaciones protuberantes.

«Señor Huesos está aquí».

En el siguiente destello de relámpago…

Ahí está él. En el aire. Sus brazos de garra alrededor de las rodillas. Girando a través del espacio abierto, capturado en el pulso de la luz estroboscópica de la tormenta, y ausente una vez que la oscuridad regresa…

Pero realmente no ausente del todo.

El droide cae en el suelo con un fuerte ¡clang! y un salpicón.

Comienza el juego.

«Lo que sucede después es algo como salido de una pesadilla», piensa Sinjir. Aunque parece ser una pesadilla soñada en su favor. Ellos se encuentran ahí parados, a punto de rendirse. Luego ve algo, un movimiento en el aire, algo girando. Y lo escucha caer.

Los imperiales y los hombres de Surat son lentos para reaccionar.

Resulta ser que…, demasiado lentos.

Se oyen dos gritos ahogados, silenciados rápidamente, y dos cascos de soldados de asalto saltan hacia el aire, girando como rehiletes. Momentos después se le ocurre: «No son sus cascos, sino sus cabezas».

Los otros dos soldados voltean, al igual que la colección de rufianes de Surat. El oficial tardó en darse cuenta; es tumbado al suelo cuando algo se mueve en medio de ellos, vadeando como una máquina trilladora. Una figura, una configuración huesuda de extremidades, comienza a girar alrededor, como un vibrocuchillo zumbando por el aire. Los hombres gritan. Disparan sus armas, pero esta cosa es rápida, demasiado rápida, increíblemente rápida. Así que terminan disparándose entre ellos al agacharse la cosa, con todo su cuerpo doblado. De repente, parece huir como una araña agitada, pero aparece debajo del oficial justo cuando este se está levantando. El oficial es arrastrado al suelo una vez más, recibiendo una paliza; huesos truenan y se resquebrajan al tiempo que los gritos del imperial se interrumpen.

Sinjir mira boquiabierto.

«¿Qué locura infernal es esta?».

Pero el muchacho le pega en el codo, instándolo a seguir.

—¡Tenemos que irnos!

Sinjir asiente con la cabeza, con resolución. Sí, sí tienen que irse.

Ellos corren. Más allá del caos. Más allá de la multitud de cuerpos que luchan contra un droide de batalla singularmente demente bajo la lluvia; el droide ahora cacarea una canción disonante mientras gira alrededor, cuchillo fuera, tumbando soldados de asalto al suelo y despachando a los rufianes de Surat con un loco torbellino bailador.

Temmin corre rápido, casi perdiendo el balance por el agua que corre alrededor de sus pies. No le ayuda el hecho de que está mareado, hambriento y tan lleno de adrenalina que se siente bastante seguro de que podría convertirse en una nube de moléculas desconectadas en cualquier momento.

Delante de ellos aparece un gran de tres ojos. Uno de los muchos ejecutores de Surat. La boca caprina del alienígena bala en alarma; alza una pistola de red, y Temmin hace una mueca de dolor, esperando el disparo que viene. Pero hay un destello en la lluvia detrás del ejecutor, y de repente los tres ojos del alienígena giran detrás de sus tallos carnosos antes de que caiga al suelo de bruces.

—¡Mamá!

Norra se encuentra ahí parada, sentada a horcajadas en un speeder bala-bala, un vehículo angosto y rechoncho diseñado para conducir por los canales angostos y las curvas de ángulo agudo de las calles de Myrra. Todo el mundo los usa para ir al trabajo o mover cajas. Cualquier mañana o tarde, la CBD termina atascada con esos speeders: cada uno de diferente color, cada uno modificado al menos un poco por sus dueños. Este es azul, con un estante-caja riostrado en la parte trasera, en el que también están sujetados una cadena y un enganche de bola.

Temmin reconoce de inmediato que le pertenece a sus tías.

Norra les hace una seña con el brazo.

—¡Vamos! ¡Vamos!

Temmin salta a la parte trasera del speeder detrás de su madre. Norra comienza a acelerar; Temmin le grita. Le dice que espera a sus amigos. Ella voltea, con emociones en conflicto en su rostro.

—Tenemos que irnos —alega ella.

—Ellos me salvaron. Ellos vienen, o yo no voy.

Ella asiente con la cabeza.

El otro hombre, el alto que llegó con la cazarrecompensas, corre hacia delante evadiendo un rayo de fuego entrante. Casi se cae, pero se sostiene del costado del speeder. Temmin le señala el estante-caja en la parte de atrás. El hombre alto hace una cara de disgusto, pero se sube a ella y se enrolla a sí mismo como si fuera un animal demasiado grande para una caja demasiado pequeña.

Entonces grita:

—¿Qué hay de ella?

Jas aparece, otra vez tiene un bláster en la mano, aparentemente lo acaba de recoger.

La cazarrecompensas zabrak voltea y ve el rechoncho speeder.

Todos se miran el uno al otro, en pánico.

Las puertas de la cantina se abren de golpe. Más rufianes y brutos. El herglic lidera el ataque. Surat está entre ellos, todavía con su bata quirúrgica; él señala y emite un alarido.

La cazarrecompensas se mueve veloz.

Mientras corre, mete el bláster en sus pantalones.

Aplaude y le grita al hombre:

—¡Arrójame la cadena!

El hombre alto lanza el extremo de la cadena hacia ella, quien la atrapa en el aire como si nada, y luego la enreda alrededor del gran muerto que yace ahí.

Temmin mira atónito. ¿Está haciendo lo que él cree que está haciendo?

Sí, lo está haciendo. Porque en cuanto tiene la cadena alrededor, ella se encoge ante los disparos de bláster entrantes y grita:

—¡Vamos, vamos, vamos!

Norra aprieta el acelerador. El bala-bala da un bandazo hacia delante como un tauntaun cuando le pisan la cola, el cuerpo del alienígena de tres ojos se va con él, al principio chapoteando por el agua de la calle, pero luego deslizándose sobre ella.

La cazarrecompensas monta el cuerpo. Como si no fuera gran cosa en lo absoluto. Tan solo es otro día en la vida de Jas Emari.

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