Aftermath

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Parte Tres » Capítulo 22

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CAPÍTULO VEINTIDÓS

Medio dormido, el almirante Ackbar se encuentra de pie, estudiando los datos. Es un paquete corto de información mostrado en una pantalla tridimensional; frente a él, va creciendo la superficie del planeta Akiva, expandiéndose como un globo hasta que Ackbar puede estirarse y mover las espirales de nubes con la palma de la mano. Como un dios. Pero solo es una proyección. Un holograma. Datos extraídos del droide sonda que sigue en el espacio. Él ve lo que el droide vio: el pequeño punto (iluminado por un círculo rojo) representa el transporte que vuela hacia allá; los soldados de las Fuerzas-E van saliendo de la nave uno por uno (cada uno es un círculo amarillo). Luego, los destellos de disparos de cañón. Un turboláser desde la superficie del planeta. Eso, por algún lugar bajo las nubes.

El círculo rojo titila y se apaga, explotando en el aire antes de que logre alcanzar el suelo.

Uno a uno, los círculos amarillos titilan y también se apagan.

Menos uno.

Pierde la señal al llegar al planeta, pero parece que el sargento Jom Barell de las Fuerzas-E ha sobrevivido al ataque. ¿Cómo? Ackbar no lo sabe. A estas alturas, el informe será poco detallado. La suspensión de comunicaciones no les está haciendo favores; el droide sonda solo tiene la información por el reconocimiento visual llevado a cabo. Y ellos solo tienen la información del droide porque este envió el comunicado mediante una conexión en serie con el Oculus, que está lo suficientemente fuera de alcance como para poderlo mandar de regreso a Ackbar, al Hogar Uno. Así, la comunicación de corto alcance logra tener un mayor rango.

—Creemos que Barell sobrevivió —dice Ackbar.

El holograma de Deltura asiente.

—Sí.

Se hace a un lado y aparece el rostro de la oficial científico, Niriian, quien dice:

—Aunque su supervivencia no está garantizada. Usted podrá notar el patrón errático que de repente sigue, el cual continúa hasta el suelo. —Ella vuelve a reproducir ese último fragmento, en el que el círculo brillante de Barell se lanza de golpe hacia la derecha, luego a la izquierda, luego zigzaguea hacia abajo—. Esto sugiere que desplegó las alas de descenso muy pronto. A esta altura, el viento es intenso. No podemos estar seguros de que el hombre que aterrizó en la superficie es un hombre que está vivo y sano.

Ackbar asiente con la cabeza.

—Gracias, oficial Niriian. Un trabajo encomiable, como siempre. —Estira el cuello y lo masajea.

Regresa Deltura.

—¿Señor? ¿Nuestras órdenes, almirante?

—Permanezcan en su lugar hasta nueva orden. Pero permanezcan cautelosos. Algo está sucediendo ahí. Parece que tendremos que revelar el rostro de esta cosa con una mano mucho más activa de lo que se anticipó inicialmente.

Si este es el Imperio, como su sombrío informante sugiere, entonces la guerra por la galaxia ha llegado, de forma preventiva, a este sector del Borde Exterior.

Ellos ya saben para cuando ella llega al cuarto. El nivel de volumen de aquellos presentes ya es un escándalo clamoroso; cuando Rae entra por la puerta, esa protesta molesta e inquieta se dirige hacia ella como un láser. El sátrapa, actuando como un sirviente, se apresura hacia ella y dice que no a ella pero que sí a los reunidos:

—Se lo dije, es seguro, es seguro: los muros aquí son rocas tan gruesas como altas.

Llega con Rae y le ofrece una charola llena de pastelillos aromáticos: delicados molinetes pequeños con fruta dulce y floral prensada en sus centros. Ella los rechaza con un movimiento de la mano; a pesar de las protestas hambrientas de su estómago, no puede parecer una líder eficaz con un pastelillo llamativo en la mano y migas en las comisuras de su boca.

No. Mejor aún…, ¡qué buena manera de minimizar la severidad!

Atrapa al sátrapa por el brazo, toma un pastelillo de la charola y empieza a comérselo.

Que vean que ella no considera seria esta amenaza.

Una mentira. Es seria. O será terrible muy pronto.

El hecho de que ellos ya sepan que algo está sucediendo es, una vez más, atribuible a Pandion. Él tiene a alguien dentro de su equipo. ¿Tothwin? Podría ser. El estúpido. ¿Adea o Morna? Esa es una preocupación más alarmante.

Nada que hacer al respecto ahora. No hay tiempo para cazar ratas.

Ella hace señas con la mano, atrapando unas cuantas migajas en la palma.

—Como ustedes saben… —empieza diciendo, y tiene que decirlo más alto otra vez para callar a los reunidos—. Como ustedes saben, ha habido una incursión en el espacio de Akiva. Descubrimos un transporte rebelde en la atmósfera sobre Myrra. Erradicamos ese transporte con uno de los cañones suborbitales superficie-órbita. Ese es el fin de nuestra actual preocupación.

—¿El fin? —vocifera Crassus—. Eso no suena muy realista. ¡Más bien despreciativo! Esto es una amenaza, almirante Sloane. La Alianza Rebelde…

Pandion interrumpe:

—Los rebeldes mandarán una flota. No inmediatamente, pero pronto. Y cuando lo hagan, deberíamos encontrarlos con otra aquí. Ellos son ciegos ante la situación. Pero nosotros vemos con claridad. Eso nos da una poderosa ventaja. Ellos mandan su flota y nosotros tenemos la nuestra esperando, liderada por el Superdestructor Estelar Ravager, por supuesto. Una victoria para el Imperio. Una que será como el doblar de una campana resonando a través de la galaxia, sirviendo como heraldo del regreso del orden.

Tashu y Crassus asienten con la cabeza. Shale dice, abriéndose paso a codazos más allá del obsequioso sátrapa y su charola de pastelillos:

—Ellos todavía tienen la ventaja militar. Particularmente, si mandan una flota grande como respuesta. ¿Qué tan probable es eso?, no puedo decirlo, pero de todas formas poner a cualquiera de nuestras naves de mando en juego, en este momento, es imprudente. Esta batalla no tiene nada en juego, excepto nuestra supervivencia. Esta es una batalla que uno pelea solo si es necesario. Si perdemos, entonces perdemos nuestras naves de mando y muy probablemente nuestras vidas, o nuestra libertad. Sería la última campanada, Moff Pandion. ¿Quieres perder aquí como perdiste en Malastare? La pérdida de esa estación de comunicaciones nos costó el exiguo control de ese planeta.

Ella también había escuchado de aquella derrota: solo Pandion escapó. Huyendo en una nave de escape, mientras los rebeldes se apoderaban de la base detrás de él. En la Marina, el almirante se hunde con la nave. Los moff no tienen semejante código, al parecer.

Sacar el tema a colación hirió a Pandion. Su ira por ese comentario cuelga de su rostro como una fea máscara.

—Cobarde.

Shale se encoge de hombros.

—No tan cobarde como para huir mientras mis hombres son apresados o asesinados.

Es momento de interferir antes de que estos dos se maten entre ellos. (Aunque eso, piensa ella, podría solucionar un problema, ¿o no?).

—El plan según lo veo yo —dice Sloane otra vez bastante fuerte— es que continuemos con el desayuno y sigamos discutiendo nuestro propósito principal: el futuro del Imperio Galáctico y la galaxia que de forma ostensible controla. Mientras tanto, nuestra gente preparará nuestras naves y empacará nuestras cosas. Mi asistente Adea tramará para nosotros una ubicación actualizada para esta reunión. Para el almuerzo, nos moveremos hacia el segundo sitio y continuaremos esto ahí.

La declaración significa que ella está tratando de colocar el pie sobre el cuello de una serpiente que se retuerce, para fijarla al suelo antes de que la muerda. Todo este asunto amenaza con ser una cuerda que se le va escapando de las manos. Por ahora, su declaración parece darles de qué pensar, pero ella sabe que en cualquier momento alguien como Pandion dará un paso al frente y pedirá una votación. Eso tuvo un precedente en la noche anterior; un error que ella cometió al permitir que todos tuvieran voz. (Y es aquí cuando ella se pregunta sobre el error más grande: ¿es esta reunión un esfuerzo insensato? Tal vez Pandion tenga razón. El Imperio necesita un emperador. No un consejo que no para de discutir. Los consejos son la forma en que reduces la velocidad de las ruedas del progreso a un paso de tortuga imperceptible. El Senado Galáctico era famoso por su inhabilidad para lograr cualquier cosa).

Es lo que es.

—Que nuestra reunión comience —dice ella.

Jom Barell tose. Enfoca la vista. ¿Dónde está? ¿Qué sucedió?

No le toma mucho tiempo que le llegue de regreso a toda velocidad, tan rápido como el suelo lanzándose a su encuentro, el recuerdo de la caída. El transporte en llamas. Su equipo borrado del cielo, uno por uno, como si hubiera sido por el chasquido de dedos de algún imberbe y cruel dios. Y él: las alas afuera. El viento llevándolo. Durs debajo de él. Polnichk arriba de él. Un láser borrando a Durs. El viento rompiendo a Polnichk antes de que el cañón también lo reclame.

Entonces, Jom cayó en ella; un chorro de corriente que lo empujaba fuerte. Después, un viento frío que lo barrió a un lado como una mano brutal. Descendió unos treinta metros en unos segundos, luego dio maromas hacia delante y ya no había aire de abajo de sus alas. Apenas se desmayó para despertar otra vez, ahora más cerca del suelo, la ciudad visible debajo de él. Extendió los brazos nuevamente, sintió el aire sujetarlo…

El descenso fue totalmente descontrolado. Se estrelló contra el costado de una carreta chica. Y luego se arrastró debajo de una cornisa pequeña de madera, cubierta con heno y cortezas de fruta (las sobras de algún animal domesticado), antes de desfallecer a lo que él temía que podría ser la muerte.

Pero está vivo, sigue vivo.

Aquí hace calor como la boca de un rancor. Jom se quita la máscara, la arroja al suelo. Trata de moverse, pero uno de sus brazos se vence, y el dolor se dispara desde la muñeca hasta el hombro como un latigazo de electricidad. Ni siquiera puede cerrar el puño. La extremidad se siente inútil dentro del revestimiento de carbono.

Está roto.

Demonios.

Él se estira hacia atrás por el rifle que está amarrado a su espalda con la intención de usarlo como bastón…

Pero ya no está.

¡Demonios, demonios!

Ha de haberse zafado en la caída (o el aterrizaje). Se gira, comienza a empujarse a sí mismo hacia arriba; a sus rodillas con el brazo que no está roto, y…

Cuando levanta la cabeza, el sudor chorrea de su frente; ve las botas blancas de soldados de asalto. Son tres. Y apuntan los blásters.

«Y eso significa un: ¡demonios, demonios, demonios!, para la mugre trifecta», piensa.

—Bueno, oigan, muchachos —dice Jom. Las palabras le salen a través de los dientes apretados—. ¿Calorcito suficiente para ustedes?

—Quieto —dice uno de los soldados de asalto.

—Párate —dice el otro.

Idiotas.

—Es complicado hacer las dos cosas a la vez —dice Barell—. Solo soy un hombre, no tres, como ustedes, apuestos soldados… —Y con esa última palabra, él pivota y patea fuerte, encajando el talón en el poste que sostiene la cornisa de madera. Es suficiente: el poste se quiebra como un hueso roto, y el techo completo se viene abajo. Tejas de barro retumban y caen sobre los soldados de asalto al tiempo que la plataforma de madera separa a Barell de ellos.

No hay tiempo que perder. Se para de golpe, obligándose a aguantar el dolor y azotando el hombro contra el techo, empujándolo hacia enfrente. Los soldados de asalto se desploman, caen con el traqueteo de las armaduras. Están atrapados debajo de él. Barell camina encima y deja caer su peso unas cuantas veces. De repente, ve movimiento en un extremo. Uno de ellos está tratando de arrastrarse fuera. Con el rifle bláster en la mano.

Jom rueda hacia allá y arranca el bláster de la mano del soldado.

—¡Oye! —grita el soldado.

—¡Oye! —grita furioso Barell mientras se levanta, usando el bláster para apoyarse.

Luego dispara el rifle hacia abajo, sobre la madera: la acribilla con rayos abrasadores. Salpican astillas. Humo sube por los agujeros. Los soldados de asalto dejan de forcejear y yacen quietos.

Él hace un gesto de dolor, escupe y luego se baja de la plataforma.

Es hora de moverse.

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