Aftermath

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Parte Tres » Capítulo 29

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CAPÍTULO VEINTINUEVE

La caja es ligera. Aunque la ha movido antes, lo volvió a sorprender: la caja con las cerraduras negras de carbono tiene aspecto de pesar una tonelada. Y uno podría esperar que un arma como esta (sea lo que sea «esto») sea pesada. Pero no lo es. Es ligera como el aire. Hueca como un globo.

Mientras los demás se mueven al pasadizo que conduce hacia las catacumbas debajo de la ciudad, Temmin levanta un extremo y Huesos levanta el otro. (El droide ayuda no porque la caja sea pesada, sino porque es difícil de manejar).

La meten por la puerta.

Temmin voltea a ver su tienda, dice un pequeño y silencioso adiós, y luego la cierra. Delante, Sinjir enciende los ilumidroides: pequeñas linternas flotantes, cada una con un trío de brazos-tentáculo colgando debajo. Brazos que terminan en pinzas de sujeción.

La luz de los droides es moteada, grasosa. (Están sucios y abollados). Pero es suficiente.

Norra y Sinjir avanzan enfrente. Temmin empieza a seguirlos, pero Jas sujeta su brazo primero.

—¿Y esta caja? —dice ella.

—El arma de Surat —responde él. Trata de decirlo con algo de autoridad, como si dijera: «Sí, es de Surat, y yo se la robé. ¿Qué con eso?».

—No es un arma.

—¿Qué? Sí lo es.

—Tal vez pueda serlo. Pero no es literalmente un arma.

—No entiendo, cómo es que tú… —Él toca una de las cerraduras de carbono y esta se bota. Hay sorpresa en sus ojos—. ¿Qué? He estado tratando de abrirlas por días. ¡Días!

—Yo las forcé.

—Tú…, tú ¿simplemente las forzaste? ¿Tienes dedos mágicos? ¿Eres alguna clase de mago?

—Tengo talentos. Y los usé mientras estaba aquí abajo reparando mi arma, antes de ayudar a tu madre a reclamar para ella uno de esos cazas TIE. —Ella hace un gesto hacia la caja—. Anda. Ábrela.

Él obedece. Como un niño que en el día de su cumpleaños se abalanza a su regalo con codicioso entusiasmo. Tan pronto como se levanta la tapa, un brillo azul emerge. Es tan resplandeciente que tiene que entrecerrar los ojos ante él. Luego lo ve bien. Es una caja de cubos de datos.

—¿Cubos de datos? —pregunta él—. ¿Eso es todo? ¡No es un arma en absoluto!

—No lo es. Es algo mucho mejor: información.

—¿Surat estaba protegiendo información?

—Eso no lo sé. Pero si salimos de esta, te ayudaré a descifrar qué es esa información. Y luego juntos podemos venderla.

Ah. Ahí está. Ese es su ángulo. Él sabía que tenía que haber alguno. Él chasquea la lengua.

—Y supongo que te toca un tajo. Por tu benevolencia y sabiduría, y por tus conexiones con cualquier mercado que compraría esto.

—Sesenta-cuarenta.

—Ey, espera, oye, eso no es justo…

—Te daré a ti el sesenta.

Vacila. Adelante, la luz se desvanece mientras los otros siguen caminando, con los ilumidroides mal manejados detrás de ellos. Su madre dice en voz alta:

—¿Vienen?

—Trato hecho —dice él a Jas, y luego le da la mano.

—Trato hecho.

—¡Ahí vamos! —grita él. Y añade para sí mismo—: Tan impaciente.

Sinjir está acostumbrado a lugares apretados. El Imperio no era reconocido por su arquitectura espaciosa; prefería el pragmatismo austero. (Ese término, «pragmatismo austero» o, a veces, «austeridad pragmática», cobraba sentido en muchos folletos y panfletos de propaganda imperial). Y por lo tanto, mantenía sus corredores bajos y angostos. Los soldados de asalto se suponía que estuvieran, literalmente, dentro del mismo margen de altura y peso; en parte debido precisamente a eso. Así que él no estaba bromeando cuando decía que era demasiado alto para ser un soldado de asalto.

Las catacumbas, como tales, no le dan claustrofobia. No estrictamente hablando. No, la ansiedad que siente en el pecho es por otra cosa: la forma en la que están dando vueltas. No basta con que el laberinto les pida que vayan a la derecha, izquierda, o de frente. En lugar de eso, los pasajes van hacia arriba, otros hacia abajo y otros todavía serpentean en espiral. Algún pasadizo estará seco como el polvo, con un olor a huesos pulverizados. Otro será húmedo, embriagador, casi fúngico. Caminan a través de charcos, así como sobre rocas y conglomerados derruidos. A veces los ilumidroides resaltan un muro mientras ellos pasan, y el muro muestra huellas de manos sucias embarradas a lo largo de la roca, o en su lugar deja ver algo en un idioma muy lejano del básico. Alguna maldición, tal vez, una profanidad. O tal vez una amenaza.

Ocasionalmente, también les llegan sonidos a través del laberinto. Raspando. Rayando. Un siseo. Un par de ojos verdes brillando en la oscuridad como cristales resplandecientes. Cuando su luz los alcanzó, Sinjir vio que solo era una fengla: un pálido bicho sin pelos. Con caderas altas e incisivos torcidos. Escupió y siseó antes de salir corriendo, con sus garras chasqueando.

Caminan por un tiempo. Algunas paradas para revisar el mapa. Luego continúan la marcha bajo el goteo del agua. Temmin les asegura que es agua de lluvia rezagada, y no algo como las excreciones corporales de algún ithoriano haciendo sus necesidades allá arriba. Cruzan un puente largo, angosto; a mitad del camino, Sinjir se da cuenta de que hace juego con el droide de combate, porque está hecho en su mayoría de huesos. Huesos grandes. No de humano. Atados con alambre oxidado. Se balancea sobre un abismo, y Sinjir rememora la gran grieta debajo de él mientras colgaba en el calabozo de Surat Nuat. Una mazmorra que debe conectarse con el espacio subterráneo de la ciudad.

Pronto, comienzan a ver pedazos de droides. Y marcas de bláster en los muros. Sinjir incluso cree ver las cicatrices de espadas láser: ese fue el sitio de una antigua batalla durante las Guerras de los Clones. Cuando los jedi eran muchos y no estaban al borde de la extinción.

Temmin dice:

—Estamos por llegar a las fosas de chatarra.

«Es lo que dice el mapa», piensa Sinjir.

Y luego observa a Temmin. No lo había hecho, no realmente. El muchacho parecía estar bien, aunque un poco afectado por todo aquello. Él puede simular que es fuerte ante eso, pero entre casi ser asesinado por un gángster sullustano y perder a su madre, es de esperarse que esté alterado.

Aunque, algo más está sucediendo.

El muchacho mira a su alrededor. Y se inquieta. Está nervioso. Como que esconde algo. «Temmin tiene un secreto».

Sinjir se rezaga, e insta a Jas a quedarse atrás con él.

—¿Qué pasa? —pregunta ella en voz baja.

—Necesitamos hablar.

—Mmm —dice ella, asintiendo con la cabeza como entendiendo que eso era inevitable—. Sabía que esto llegaría. Y sí, lo admito.

—¿Admites qué, exactamente?

—Eres satisfactorio.

—Yo…, no entiendo. ¿Satisfactorio? No sé que significa eso. Aunque sí sé que suena extremadamente…, pusilánime. Beber una taza de lechada cuando uno realmente está hambriento es satisfactorio. Y, sin embargo, asqueroso.

Jas lo mira con frustración.

—Me refiero a que te encuentro cualificado. Me interesas. Por lo tanto, sí: cuando esto termine, nosotros podemos acoplarnos.

—Acoplarnos. Es decir… —En su rostro se deja ver la sospecha y sorprendentemente se sonroja—. ¿Es decir tú y yo? ¿Juntos?

—Eso es precisamente a lo que me refiero.

Él se ríe.

—Oh.

—Si te vas a reír al respecto… —dice ella, lastimada de repente—. Entonces, puedes tomar mi invitación y meterla en tu puerto de escape.

—No, tan solo quiero decir… A mí no me atrae…, esto.

—¿Esto? —Se frunce con más profundidad y enseña los dientes—. ¿Alienígenas?

—Mujeres.

—Oh. ¡Oh!

—Sí, oh.

—Oh.

El tiempo pasa. La incomodidad entre ellos es una cosa viviente; como una nube de moscas que uno no puede ignorar sin importar cuánto intente. Finalmente, ella suelta:

—Querías hablar conmigo acerca de otra cosa, aparentemente.

—Ah. Sí. El muchacho. Temmin.

—Él es claramente demasiado joven para ti.

—¿Puedes parar? No es eso a lo que me refiero. Escucha. Él nos está mintiendo.

—Todo mundo está mintiendo todo el tiempo, Sinjir. Entiendo que tu antiguo papel en el Imperio te vuelva excesivamente paranoico, pero…

—El mapa —dice él, finalmente—. Es acerca del mapa.

—¿Qué con el mapa?

—Temmin nos dijo que el mapa ha cambiado. Que estaba mal.

Él ve cuando ella cae en la cuenta. Le pegó como martillo al clavo.

—Pero no ha estado mal —dice ella—. Ha estado bien.

—Exacto.

—Está escondiendo algo. —Ella frunce el ceño—. Tal vez algo aquí abajo que no quiere que veamos.

—Tal vez un alijo. Un tesoro.

—Podría ser. Mantén los ojos abiertos.

—Tú también.

Las fosas de chatarra: cráteres enormes excavados en las catacumbas. Los muros de ladrillo ceden el paso a roca natural, abriendo cámaras anchas y profundas que alojan montículos de chatarra vieja. Sobre todo, partes de droides. Las cosas buenas probablemente han sido recogidas y sacadas…, «por mi hijo», piensa Norra.

Ella está parada, mirando a su alrededor. Patea una roca hacia delante. Esta rebota en lo que parece el brazo de un droide de protocolo a medio derretir. Otras partes traquetean, deslizándose: una avalancha momentánea de derrubios de chatarra. Todo hace eco. Temmin avanza a un lado de ella.

—Ahí se fue la oportunidad de ser silenciosos —dice él.

—Estamos solos aquí abajo.

—Eso espero.

Ella echa los ojos hacia atrás.

—¿Dónde están los otros? —Señor Huesos aparece unos tres metros tras ellos, todavía balanceando la caja de detonadores térmicos mientras tararea. Pero los otros dos no están ahí.

—Están un poco más atrás. Hablando. Vi la luz de su droide.

—Mmm. —Ella arruga su frente—. Temmin, ¿confías en Sinjir?

—No sé. ¿Por qué?

—Es un imperial. Él se gana la vida lastimando a personas.

—¿Tú confías en la cazarrecompensas, pero no en el imperial?

Ella se encoge de hombros.

—Un cazarrecompensas vive bajo cierto código. Ella quiere recibir su paga, y esta misión se la dará. Confío en ella Hasta ahí.

—Pero en Sinjir, no tanto.

—Yo…, no sé. Quiero confiar en él.

—Nos trajo hasta aquí.

—Eso es cierto.

—Todavía no nos jode.

—Esa boca… —lo reprende ella.

—Lo siento.

—Y tienes razón. Podríamos estar caminando hacia una trampa.

Temmin se pone tenso y aparta la mirada. Ella puede ver que le ha causado preocupación.

—Ellos no son familia —dice él—. Nosotros somos familia.

—Lo somos. Y estoy segura de que estaremos bien. Todo estará bien.

—Sí. —Aprieta la lengua en la bolsa de la mejilla y patea una roca con el zapato—. Mamá, lo siento.

—¿Por qué?

Él vacila un poco.

—Por…, ser un verdadero sleemo contigo. No estuvo bien. Yo solo… —Sus orificios nasales se abren mientras hace una respiración profunda—. Te he extrañado. Y extraño a papá. Y estaba enojado porque te habías ido, y luego todavía más enojado por el hecho de que tal vez habías muerto, y yo…, yo no tengo lo que tú tienes. Yo no tengo la…, valentía, no tengo ese fuego en mi corazón para la Nueva República como tú. Yo solo…

Ella coloca su brazo alrededor de él.

—Está bien. Eres un niño, Tem. Tienes bastante de qué preocuparte. No te preocupes también por esto. Yo te amo.

—Yo también te amo.

Un revuelo en el pecho. Ella sabe que él la ama. Pero escucharlo de su boca hace toda la diferencia.

Detrás de ellos, Jas dice en voz alta:

—¿Nos detendremos?

Norra responde:

—No. Solo estábamos esperando a que ustedes nos alcanzaran.

Ellos siguen.

«Es hora», piensa Sinjir, «de curiosear».

Caminan más allá de las fosas de chatarra, en dirección de lo que, el mapa indica, es la vieja fábrica de droides. O, al menos, su entrada. Temmin dice que tendrán que pasar justo frente a su entrada, aunque afortunadamente no por dentro.

Mientras pasan junto a una pared de hongos brillantes, donde la tierra bajo sus pies está suelta y es escurridiza, resbalosa con moho esponjoso, Sinjir alcanza a Temmin y a su droide de combate B1, Huesos.

—Ese droide tuyo… —dice Sinjir—. Sí que es algo…

Temmin voltea. Levanta una ceja dubitativa.

—Sí. Lo sé.

—¿Lo encontraste aquí abajo?

—Ajá. En uno de los pozos.

El droide de combate pasa junto a ellos. Cantando una silenciosa (bueno, no tan silenciosa) y breve canción:

DOO DEE DOO DOO BAH BAH BAH DOO DOO.

—Obviamente ya no es una edición estándar —dice Sinjir—. Tú le has hecho algunas modificaciones.

—Gracias, Darth. Obvio. ¿O acaso eres el Emperador Palpable? Después me vas a decir cuál extremo del bláster es el que hace bang-bang, o por qué no me va a ir muy bien en una liga de vencidas wookiee.

—No puedes ganarme en sarcasmo, muchacho, así que ni siquiera lo intentes. Solo estoy diciendo… ¿Exactamente cómo programaste a ese droide para ser tan…, eso? —Hace un gesto hacia el droide, el cual deja de cantar lo suficiente para poder hacer una patada alta.

Temmin suspira. Como si esta clase de interrogatorio lo aburriera, y sin embargo tiene que continuar.

—Huesos está preparado con un cóctel de alto octanaje de programas. Algunos programas de droide de combate heurísticos, algunos videos de artes marciales, los movimientos de algún general cyborg de las Guerras de los Clones, y también las maniobras corporales copiadas de un compañía de bailarines de Ryloth.

Bailarines. Eso, en realidad, explica algunas cosas. La ocasional gracia con la que el droide se mueve, pero también: el tarareo y el canto.

—Astuto —dice Sinjir.

—Ese soy yo.

—¿Qué más hay aquí abajo?

—No sé. Tus conjeturas son tan buenas como las mías.

Esa respuesta… parece cierta. Temmin no parece estar mintiendo, pero como Sinjir acaba de notar, el muchacho es astuto.

—¿Hay algo aquí abajo que no quieres que veamos, Temmin?

—¿Qué? ¿Me estás acusando de algo?

—Solo quiero que sepas que no vamos a…, saquear tu mercancía.

—Aquí abajo no tengo ninguna mercancía que saquear.

Sinjir suspira.

—Pensé que quizá no querías que nosotros llegáramos a tu tesoro en la fábrica de droides antes que tú. Pero, por lo que dices, es otra cosa.

—¿Qué otra cosa?

—Estás escondiendo algo, Temmin. Lo puedo presentir.

Ahí. Ahí está. La expresión completa de Temmin se mueve ligeramente; su rostro titila, como una perturbación en un holograma, una señal de que Sinjir tiene razón. El muchacho está escondiendo algo.

—Yo…, no estoy…

Enfrente, Jas dice:

—La fábrica.

Ella señala hacia un lado.

A Temmin, Sinjir dice:

—Continuará.

Luego, trotan para alcanzarlos. El pequeño ilumidroide va borboteando un metro atrás.

Ahí, el pasadizo se abre. La entrada a la fábrica de droides es una amplia boca enmarcada por arcos metálicos, dos casetas y una serie de viejos letreros corroídos. Uno dice: «¡APOYE A LA CONFEDERACIÓN DE SISTEMAS INDEPENDIENTES!». Otro letrero promueve: «¡COMPRE UN DROIDE DE LA ALIANZA SEPARATISTA!». Y un tercero, colgando en ángulo, ya que uno de los pernos se ha caído, invoca: «MANIFIÉSTESE CONTRA LA OPRESIÓN DE LA REPÚBLICA». En este, algunas de las letras están tan oxidadas que, básicamente…, ya no están.

Norra dice:

—Esto es de los días en que los Separatistas trajeron la guerra al Borde Exterior, en los últimos días de las Guerras de los Clones.

—¿Cómo sacaban a los droides? —dice Jas—. No los aventaban por estas…, cloacas.

Temmin balancea su peso de forma nerviosa. Sinjir lo observa. El muchacho dice:

—Solía haber una plataforma telescópica. Ellos acostumbraban levantar a los droides para su entrega, y las naves los recogían. Está todo destruido, sellado. Alguna vez pensé que uno podía llegar aquí abajo desde ahí, pero está demasiado arruinada. —Se rasca la cabeza—. ¿Nos podemos ir? Este lugar me da hipernervios.

«Una pequeña técnica para extraer la verdad es poner al sujeto…». Sinjir en realidad piensa en la palabra «víctima», pero trata de empujar esa clase de pensamiento de regreso al hoyo negro del que salió, incómodo. «Desequilibrarlos. Hazlo y ellos cometen errores. Dicen cosas que no quieren decir». Ese es el plan de Sinjir en este momento.

Él recoge una piedra…

—No está embrujada —dice él—. Mira.

Sinjir lanza la piedra hacia la reja. Rebota en una de las casetas. Llueven láminas de óxido, y la roca cae.

—¡No! —advierte Temmin.

—No hay de qué preocuparse, la fábrica no está…

Adentro, en lo profundo de las entrañas de la fábrica, algo aúlla. Un sonido mecanizado. No humano. Pero quizá, tal vez, no del todo robótico.

—Las rejas… —dice Jas—. Este lugar debería estar sellado.

—Pero no lo está —añade Norra—. Todo está abierto.

Otro gemido. Y un tercero después. Más cerca ahora.

—TENGO UN MAL PRESENTIMIENTO SOBRE ESTO —dice Señor Huesos.

—Tenemos que irnos —dice Temmin.

Desde adentro de la fábrica, un repentino sonido…, de metal con metal. Como de pasos. Viniendo hacia ellos y acercándose velozmente.

—¡Corran! —grita Sinjir.

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