Aftermath

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Parte Tres » Capítulo 30

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CAPÍTULO TREINTA

Sus rojizos orificios nasales se dilataron. El aire entra y sale. Ackbar necesita agua. Tiene un pequeño tanque curativo de bacta, mejorado con agua que posee el mismo grado de salinidad y el mismo pH de su planeta natal, Mon Calamari. A veces se sumerge en él y solo…, flota. Pero tiene poco tiempo para semejantes momentos.

Quizá un día. Pero no hoy.

El mensaje del capitán Antilles le pasa una y otra vez por la mente. Para colmo, llegó por un canal imperial. Ackbar no fue el receptor, pero lo vio poco después. Wedge se veía mal, herido. Su mensaje fue breve antes de colapsar e interrumpir la comunicación. Demasiado breve: «Reunión imperial de alto nivel. Bloqueo en… Akiva. Palacio en Myrra. Ahora es el…».

Y luego se acabó.

Él les dice a los otros (Agate, Madine, Mon Mothma, alférez Deltura) que Antilles tenía razón. Ackbar presume terminar la declaración del capitán:

—Ahora es el momento. Preparen una pequeña flota, pero tengan otras naves en reserva, con carga completa. Agate, quiero que tú lideres el ataque. Estate preparada para cualquier cosa. Si esto es el Imperio, puedes estar segura de que no se irán fácilmente. Y les sobran ganas de tendernos una trampa para que hagamos lo que ellos quieran.

Es como voltear una pirámide y cargarla, con la punta hacia abajo, en la espalda. Todo ese peso. Y la punta afilada entre los omóplatos. Es una carga terrible e incómoda.

Sloane lo está sintiendo ahora.

A los demás los guía el pánico, la rabia, la oportunidad. Pandion, tratando de reducirla a partículas en suspensión. Shale, que piensa que deben rendirse ahora o morir pronto. Tashu, interrumpiendo de vez en cuando con alguna parábola o pábulo sobre la sabiduría del lado oscuro, y hablando de lo que sucedería si tan solo ellos siguieran las enseñanzas…, y, oh, Palpatine dijo esto, las antiguas escrituras sith dicen aquello. Carssus quiere comprar su salida. Él está agitando su metafórica bolsa de créditos, pensando que el Imperio puede liberarse de la persecución de la Nueva República a través del soborno. «Buena suerte con eso», piensa Rae.

El sátrapa, al menos, se queda callado. Está sentado en la esquina, mirándose fijamente las manos. Para él, las cosas ya están escritas. Él sabe que el Imperio lo abandonará. Lo dejará con una ciudad que quiere poner su cabeza en un poste y luego alzarlo para que todos la vean.

En la otra esquina del comedor se encuentra Adea. Su pierna ya está envuelta en un molde de capas de espuma, impresa por el droide médico. La asistente se aproxima cojeando, y Rae piensa: «Debo mantenerla cerca. Ella ha demostrado más acero que la mayoría de estos supuestos imperiales».

—¿El jet? —le pregunta Rae, ignorando los gritos vitriólicos del resto.

—Tuvo que parar por combustible a un sistema de distancia. Pero ya está en el hiperespacio. Aterrizará poco después. Se espera que llegue en la siguiente hora.

Rae se pone tensa.

—Es más tiempo del esperado. No sé si pueda mantener a estos animales a raya hasta entonces. —«Podrían, también, arrancar mi cabeza»—. ¿Alguna posibilidad de que Crassus lo esté retrasando a nuestras espaldas?

—Es posible, pero no logro ver el porqué. Está ansioso por irse. La verdad es que esas barcazas grandes y feas… —En ese momento, Adea hace una ligera mueca de dolor—. Devoran combustible como si fueran tragos gratis en la cafetería de la Estrella de la Muerte. —Sloane pasó muchas noches bebiendo en esa cafetería con sus camaradas. Una punzada de nostalgia le jala las cuerdas.

Rae voltea hacia la habitación. Y levanta la voz sobre la de los demás.

—Shale. ¿En cuánto tiempo debemos esperar una flota rebelde?

La mujer frunce el rostro.

—Difícil de decir, almirante. Enviarán algo, probablemente pronto. Uno imagina que será una flota de tamaño considerable. Espérelos en la siguiente hora si se sienten agresivos. En tres si son cautelosos.

«Apenas si tenemos el tiempo justo».

—Nuestros Destructores Estelares. Es hora de llamarlos de vuelta. Nuestra treta ha terminado.

Shale objeta:

—Almirante, si los traemos de regreso, no tenemos garantía de que esos tres Destructores sobrevivan la batalla subsiguiente.

—La cautela…, la admiro. La cobardía, esa no. Aunque nuestro regimiento TIE esté un tanto reducido, nuestros Destructores son más que capaces de derribar una flota rebelde. Más si estamos listos para la batalla. No quiero huir hacia el espacio justo cuando la escoria rebelde esté saliendo del hiperespacio. —Y le dice a Adea—: Llámelos de vuelta, ahora.

—Sí, almirante. —Adea se le acerca—. Tiene usted una llamada.

Sloane articula la pregunta: «¿Quién?».

Ella ladea su pantalla hacia la del almirante para que el resto de la habitación no pueda verla.

Rae ve un rostro que reconoce, aun cuando es de alguien a quien nunca le han presentado.

El gángster sullustano, Surat Nuat.

¿Pero por qué?

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