Aftermath

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Parte Tres » Capítulo 32

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CAPÍTULO TREINTA Y DOS

¡Paf!

La roca se estrella con fuerza contra el casco del soldado de asalto. El casco gira, y la visibilidad se pierde. Jom Barell baila alrededor y frente al imperial acorazado, y da una fuerte patada hacia arriba: la punta de su bota pesca la mano del soldado, la que lleva el bláster. Esta da un chicotazo hacia atrás. El arma abandona su puño y hace espirales hacia el frente.

Jom la atrapa y dispara tres tiros en el pecho del soldado de asalto.

El cuerpo cae encima de los otros tres soldados.

El brazo roto de Jom todavía le cuelga del hombro.

«Nada mal para un ave con el ala quebrada», piensa.

Comienza a trepar la escalera que conduce a la torreta turbobláster superficie-órbita, pero subir por la escalera resulta ser la parte más difícil. Tiene que apoyarse en ella. Tomarlo con calma. Acarrearse a sí mismo con un solo brazo, llevando el rifle bláster del soldado de asalto sujeto a su espalda.

Es un esfuerzo miserable.

Muchos gruñidos y rugidos.

Toma el tiempo de una era galáctica, pero de alguna forma logra llegar hasta arriba y abrir la escotilla. Comienza a bajar hacia dentro…

—Detente —dice una voz.

Es un joven oficial de artillería imperial. Está de pie ahí, con su pequeño sombrero militar. Apuntando un pequeño bláster imperial. Le tiembla la mano, tiembla levemente.

Jom suspira. Sigue bajando…

—¡Despacio! —le advierte el imperial.

Y Jom levanta la mano para apaciguarlo.

—Muestra ambas manos —dice el oficial. Es un novato don nadie. Sus mejillas parecen de bombones. Sus ojos, asustados como ganado a punto de ir al matadero. El chico está de pie frente a la consola de artillería; a través del vidrio, Jom puede ver los cañones turbobláster gemelos apuntados hacia el cielo.

—Una está rota —dice Jom.

—Dije…, ambas manos.

Jom gruñe. Maldito niño. Hace una mueca de dolor mientras levanta el brazo roto. Dolor candente que se arquea por los dos hombros. Aprieta los dientes y mira fijamente hacia los ojos llorosos y crispados.

—¡Ahí está!

—Ahora…, de rodillas.

—Eres joven.

—¿Qué…, qué?

—Joven. Como un pequeño becerro whilk. ¿No conoces a un whilk? Yo crecí en una granja. Son bichos de patas largas. Su carne es fibrosa pero la leche es buena, y su piel sirve para hacer buen cuero. Sus bebés son toscos, unas cosas torpes. Patizambos y tontos como una caja de pernos de retención. Eres solo un bebé.

—No lo soy —insiste el oficial, nuevamente haciendo un gesto con su bláster.

—Ajá. Déjame adivinar cómo ha sido. Ya se han ido la mayoría de tus oficiales superiores. Muchos de ellos volaron junto con la Estrella de la Muerte o en las batallas subsiguientes. Otros fueron vendidos por gobernadores. Así que ahora el acervo de oficiales está compuesto por tipos como tú, que son realmente jóvenes y sin experiencia, o por oficiales verdaderamente viejos que estaban jubilados y que han vuelto a llamar porque no les queda nadie más.

—No soy un oficial sin experiencia.

—Ya no, ya no lo eres. Porque te estoy poniendo a prueba. Aquí está mi prueba: puedes correr o puedes morir. No te culparía si corres. No serías el primer imperial en abandonar su puesto. Algunos de ustedes están dándose cuenta de que perdieron la guerra y solo están aferrados a los escombros. Está bien. Puedes irte, y ellos nunca jamás te encontrarán. —Jom da un paso hacia un lado, circundando un poco más cerca al oficial y la consola que está detrás de él—. Adelante.

—Yo…

—Nadie te juzga aquí, amigo.

El oficial baja el arma, con cautela, da un paso hacia delante. Como alguien moviéndose con cuidado sobre la superficie de un lago congelado, moviéndose despacio por temor de que la cosa entera se raje y se destroce, y los deje caer en las profundidades de la escarcha.

Jom piensa: «Bueno, eso salió mejor de lo esperado».

Pero entonces, una mirada cruza el rostro del oficial joven, otro destello de miedo, pero esta vez es diferente. Un gran temor. Un miedo de su propia gente y de lo que le harían si él corre.

El oficial toma una decisión en ese momento. Levanta el bláster de nuevo, pero para cuando está arriba, Jom ya está embistiéndolo hacia enfrente como un toro. Se estrella contra el imperial, estampándolo contra la consola. El oficial joven se queda inmóvil y cae al suelo. Se acurruca, quejándose.

Jom toma la pistola bláster, levanta al chico y lo mete en un baúl que está en la parte trasera.

—Debiste tomar una opción diferente, chico —dice Jom, y luego azota el baúl. Adentro, el oficial grita y llora.

Jom hace una mueca de dolor y se sienta en la consola.

Carga el radar: una nave entrante.

Pulsa sobre ella, y la información se descarga en cascada a lo largo de tres pantallas frente a él: es un jet. Un Ryuni-Tantine Vita-Liner. Nave elegante, aunque un poco vieja, para los más ricos de la galaxia; a la que Jom y sus amigos solían llamar «atmos alta», porque en su planeta, Juntar, los más ricos de los ricos vivían en el cielo, en esas mansiones flotantes, mientras que el resto del planeta trabajaba duro en las granjas y en las ciudades de tierra que estaban abajo. El jet es de días antiguos: la era de las Guerras de los Clones. Una época de mayor pompa y circunstancia.

Tiene una trayectoria hacia el palacio.

Revisa la marcación, porque de alguna manera, ha cruzado a través del bloqueo; y en efecto, el código que destella lo confirma. Es un código imperial. Lo cual la hace una nave imperial.

Jom se ríe entre dientes y levanta las armas. Carga el control manual e inclina los dos cañones de la gran torreta hacia el jet; la nave está volando bajo y lento hacia afuera de las nubes, su costado resplandece bajo el sol como un brillo de luz líquida. Jom sonríe y guiñe.

Ciao, ciao, pequeña nave.

Aprieta los gatillos gemelos.

Nada sucede.

Aprieta, aprieta, aprieta. Clic, clic, clic.

Nada.

—¡Demonios! —ruge él. Estrellar al oficial contra el panel debió haber dañado…, algo.

Observa al jet acercarse con calma hacia el palacio. A salvo como una ballena estelar en un océano vacío. «No, no, no». Tiene que arreglar esta cosa. Y la tiene que arreglar ahora. Porque, de una forma u otra, él va a eliminar esa nave.

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