Aftermath

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Parte Uno » Capítulo 2

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CAPÍTULO DOS

—Tenemos que dar la vuelta —dice Norra—. Trazar otra ruta…

—Espera, espera, no —dice Owerto, medio riendo. Levanta la mirada hacia ella. La mitad de su oscuro rostro yace quemado; tiene un tapete abigarrado de cicatrices, marcas que afirma haber obtenido por razones diferentes cada vez que lo cuenta: lava, wampa, disparo de bláster, una borrachera con ron corelliano o la caída sobre una estufa de campamento encendida—. Señorita Susser…

—Ahora que he vuelto a casa, voy a usar otra vez mi nombre de casada: Wexley.

—Norra, me pagaste para llevarte a la superficie de ese planeta. —Apunta hacia afuera de la ventana—. Ahí: mi hogar. O lo que alguna vez lo fue. El planeta Akiva. —Hay nubes perezosas girando en espirales sobre las selvas y las montañas. Encima de él: dos Destructores Estelares flotan como espadas sobre la superficie—. Más importante aún: tú no eres el único cargamento que estoy trayendo. Voy a terminar el trabajo.

—Nos dijeron que diéramos la vuelta. Esto es un bloqueo…

—Y los contrabandistas como yo somos muy buenos para darles la vuelta a esos.

—Necesitamos regresar con la Alianza… —Se corrige Norra a sí misma. Esa es una forma vieja de pensar—. La Nueva República… Ellos necesitan saber.

De repente, un tercer Destructor Estelar atraviesa el espacio, apareciendo en línea con los otros.

—¿Tienes familia allá abajo?

Ella asiente de forma rígida con la cabeza.

—Por eso estoy aquí. —«Por eso estoy en casa», piensa.

—Esto siempre fue un riesgo. El Imperio ha estado aquí en Akiva por años. No de esta forma, pero…, aquí están. Y vamos a tener que enfrentar eso. —Owerto se inclina y dice—: ¿Sabes por qué llamo a esta nave el Moth?

—No lo sé.

—¿Alguna vez has tratado de atrapar una palomilla? ¿Envolverla en tus manos, perseguirla, atraparla? ¿Una palomilla blanca, una café, cualquier palomilla en absoluto? No puedes hacerlo. Siempre se escapan. ¡Prrr, prrr, prrr! De arriba para abajo, de izquierda a derecha. Como un títere bailando en los hilos del titiritero. Ese soy yo. Esa es mi nave.

—Aún así no me gusta.

—A mí tampoco me gusta, pero la vida está llena de cosas que no nos gustan. ¿Quieres volver a ver a tu familia? Entonces vamos a hacer esto. Y el momento es ahora. Parece que apenas se están alistando. Puede ser que vengan más en camino.

En el ojo sano, un destello de locura. En el otro, un implacable lente rojo enmarcado en una junta tórica mal ajustada y atornillada a su piel hecha de cicatrices. Su dentadura torcida deja asomar una amplia sonrisa. La verdad es que esto le encanta.

«Contrabandistas», piensa Norra.

Bueno, ella pagó por el boleto. Hora de tomar el paseo.

La larga mesa negra brilla proyectando luz hacia arriba. Aparece un diagrama holográfico del Vigilance: es su bahía de acoplamiento y su entorno circundante. La imagen incluye un análisis droide reciente y muestra los daños a dos caza TIE, sin mencionar los cuerpos de los soldados de asalto, que quedaron ahí como un recordatorio de lo que puede suceder cuando te metes en una pelea con los rebeldes.

¿El piloto del starhopper? Sin duda, un rebelde. Ahora la pregunta es: ¿esto fue un ataque? ¿Él sabía que estaban aquí? ¿O es una confluencia de eventos, una coincidencia de mal gusto que llevó a esta intersección?

Eso es un problema para después. El problema ahora es averiguar adónde se fue. Porque, como ella pensaba, no hay ningún cuerpo dentro de la nave.

Lo que mejor se le ocurre es que él manipuló los torpedos de protones para que estallaran. Sin embargo, antes de que ocurriera, él…, ¿qué? Ella oprime un botón y regresa al diagrama del starhopper que extrajo de las bases de datos imperiales. Ve una puerta lateral en la popa, pequeña, pero suficiente para cargar y descargar paquetes pequeños de cargamento.

Parece que su nuevo amigo piloto se escapó por la parte de atrás. Debe haber sido con un brinco considerable. ¿Un jedi? No. No podría ser. Solo queda uno de esos allá afuera…, y no hay forma de que los rebeldes mandaran a su caballo ganador, Skywalker.

De regreso al diagrama de la bahía… Lo gira. Y resalta los accesos a los ductos.

Eso es. Saca su comunicador.

—Tothwin, nuestro piloto está en los ductos. Apuesto todos mis créditos a que encontrarás un respiradero abierto…

—Tenemos un problema.

«El problema es que me interrumpiste», piensa ella, pero no dice nada.

—¿Qué sucede?

—Hay una nave antibloqueo.

—¿Otro terrorista?

—Puede ser. Aunque parece un contrabandista común y corriente, volando un pequeño carguero corelliano… Un, ¡mmm!, veamos…, un MK-4.

—Envía a los TIE. Que ellos se encarguen de él.

—Por supuesto, almirante.

Todo da una sensación de cámara lenta. Norra está sentada, congelada en el asiento del copiloto junto a Owerto Naiucho, el contrabandista con el rostro lleno de cicatrices. Hay destellos en su cara: verdes de los láseres entrantes y anaranjados de un caza TIE que encuentra su inoportuno final. Afuera, frente a ellos, hay un enjambre de cazas TIE, como una nube de insectos… Cuando pasan, su horrible chillido hace vibrar la silla en la que ella está sentada y la consola que, aterrada, sujeta apretándola hasta tener los nudillos blancos. En los momentos en que parpadea, no ve oscuridad; ve otra batalla desarrollándose…

—¡Es una trampa! —se escucha la voz de Ackbar por el comunicador. Se siente el pavor cuando los TIE imperiales descienden sobre ellos como un enjambre de avispas: chaquetas rojas azuzadas por una piedra arrojada al nido… La oscuridad del espacio se ilumina con un rayo crepitante de luz verde esmeralda, que se aproxima desde la Estrella de la Muerte a medio construir; es tan solo una palada de tierra más en la tumba de la Alianza, pues una de sus principales naves desapareció, fue erradicada en un pulso de luz, de relámpagos y fuego.

El carguero se lanza hacia la superficie del planeta. Girando como un tornillo. La nave se estremece al ser golpeada en su costado por fuego láser. Los escudos no resistirán por siempre. Owerto comienza a gritar:

—¡Necesitas encargarte de las armas!

Pero ella no puede levantarse de la silla. Sus manos pálidas ni siquiera se separan de la consola. Tiene la boca seca. Las axilas empapadas. Su corazón palpita como una estrella pulsar antes de oscurecerse.

—Queremos que vueles con nosotros —dice el capitán Antilles. Ella objeta, por supuesto; ha estado trabajando para los rebeldes por años, desde antes de la destrucción de la primera Estrella de la Muerte, pero como piloto de carguero. Llevando droides mensajeros o traficando armas, o solo transportando a gente de planeta a planeta y de base a base—. Y eso no cambia la clase de piloto que eres —argumenta él—. Te escapaste de un Destructor Estelar. Hiciste que dos interceptores TIE chocaran entre ellos. Siempre has sido un gran piloto. Y ahora te necesitamos para cuando el general Solo desactive el escudo generador. —Antilles le vuelve a preguntar—: ¿Estás con nosotros? ¿Volarías con el rojo y el dorado? —Sí. Ella dice que sí. Pues claro… ¿cómo podría decir otra cosa?

Todo, todo da vértigo. Luces parpadean dentro de la cabina. Una lluvia de chispas cae desde algún lugar detrás de las sillas. Aquí, dentro del Moth, todo parece estar balanceándose sobre la punta de un alfiler. A través del vidrio se ve el planeta. Las nubes, cada vez más cerca. Cazas TIE cruzan perforándolas; el vapor se arremolina detrás de ellos. Ella se levanta; sus manos tiemblan.

Dentro de las entrañas de la bestia. Tubería y vapor siseando. Vigas esqueléticas y manojos de cables y ductos. Las entrañas de la resucitada Estrella de la Muerte. Los escudos están desactivados. Esta es su única oportunidad. Pero los cazas TIE están por todas partes. Se acercan por detrás halcones que les mordisquean las plumas de la cola. Ella sabe dónde termina esto: significa que va a morir. Pero así es como se logran las cosas. El líder dorado en el comunicador: la voz de Lando en su oído y, detrás de él, la de su copiloto sullustano. Ellos le dicen qué hacer. Y nuevamente ella piensa: «esto es todo, aquí es donde voy a morir». Acelera su nave. La señal de calor del núcleo se va hacia la izquierda. Ella lleva su Y-Wing hacia la derecha… Y un puñado de cazas TIE se desprende del grupo y la sigue con intensidad, lejos del Halcón Milenario, lejos de las X-Wings. Disparos láser acribillando sus motores y volando la parte superior de su astromecánico. Humo llenando la cabina. El olor a ozono…

—No soy artillero —dice ella—. Soy piloto.

Levanta a Owerto de su silla de piloto. Él protesta, pero ella le echa una mirada…, una que ha practicado, en la que su rostro se endurece como acero frío, la mirada de un raptor antes de que te quite los ojos. El contrabandista asiente con la cabeza de forma casi imperceptible, y está bien que lo haga. Pues tan pronto ella se sienta en la silla, y toma la palanca y el acelerador, ve un par de cazas TIE aproximándose velozmente por el frente…

Norra aprieta los dientes con tal fuerza que teme que se le quiebre la mandíbula. Los rayos láser parecen fuego demoniaco marcando el cielo por delante, aproximándose directo a ellos.

Ella tira de la palanca hacia atrás. El Moth detiene su descenso a la superficie del planeta; los rayos láser yerran por poco, pasando debajo del extremo trasero del carguero, y continuando…

¡Bum!

Derriban a dos de los cazas TIE que los han estado siguiendo muy de cerca. Mientras continúa tirando de la palanca, su estómago y su corazón intercambian lugares; la sangre le está rugiendo en los oídos. Ella da un giro completo justo a tiempo para ver a los dos TIE restantes engancharse entre sí. Paneles de alas verticales chocan, haciendo palanca y desprendiéndose… Cada uno de los cazas imperiales de corto alcance gira repentinamente, haciendo piruetas de forma salvaje a través del espacio, como un par de ruedas pirotécnicas del Día de la República.

—¡Tenemos más aproximándose! —grita Owerto desde algún lugar detrás de ella, y luego escucha crujir los engranes de los cañones gemelos del Moth, cuando gira la torreta a posición y comienza a disparar como loca.

Nubes pasan en un instante.

La nave se sacude y se estremece al penetrar la atmósfera.

«Este es mi hogar», piensa ella. O lo fue. Creció en Akiva. Lo más importante: la Norra de entonces era como la Norra de ahora; a ella no le importan demasiado las personas. Se iba mucho por su lado. Exploraba las áreas salvajes fuera de la ciudad capital de Myrra: los viejos templos, los sistemas de cuevas, los ríos, los cañones.

Ella conoce esos lugares. Cada vereda, cada curva, cada rincón y cada grieta. Otra vez piensa: «Este es mi hogar». Y con ese mantra listo para repetirse, calma sus manos temblorosas y vira hacia estribor, girando la nave en espiral mientras rayos láser pasan de largo.

La superficie del planeta se aproxima rápido, muy rápido. Pero se dice a sí misma que ella sabe lo que está haciendo. Allá abajo, las siluetas de colinas frondosas y acantilados lisos ceden el paso al Cañón de Akar: un valle serpenteante y sinuoso. Es ahí a donde lleva al Moth. Hacia el canal de selva tropical. Una llovizna interfiere con su visión, se escurre. Las alas del carguero enganchan ramas, desgarrando una ráfaga de hojas mientras que zigzaguea a la izquierda y tira a la derecha, haciendo que el Moth sea un blanco infernalmente difícil de acertar.

Rayos láser queman el follaje por delante.

De pronto, un banco de niebla.

Ella empuja hacia abajo la palanca, lleva al carguero todavía más abajo. Aquí, el cañón es más angosto. Los árboles alargándose como manos egoístas, empujados desde salientes rocosas. Norra los engancha deliberadamente: otra vez con el ala izquierda, luego con la derecha. La torreta del Moth dispara el cañón con toda fuerza, y de repente un TIE viene dando maromas como una roca que ha sido arrojada; Norra tiene que ladear la nave con fuerza para esquivarlo. Se estrella contra un árbol. Una estruendosa bola de fuego.

El carguero se estremece.

Más chispas. La cabina se oscurece.

Owerto exclama:

—¡Perdimos las torretas!

Norra piensa: «No las necesitamos».

Porque ella sabe lo que se aproxima. Uno de los más viejos complejos de templos, abandonado; una obra de arquitectura de un tiempo muy lejano, de cuando el pueblo ahia-ko todavía vivía aquí. Pero antes de eso, ven una catarata, un batidero plateado de agua saltando sobre el borde del acantilado; un risco llamado Dedo de Bruja, por parecer un dedo torcido y acusador. Hay un espacio debajo de ese puente de roca, un canal angosto. «Demasiado angosto», piensa ella. Pero tal vez no. Especialmente con la torreta perdida. Ya es demasiado tarde para hacer algo diferente…

Gira el carguero hacia su costado…

Adelante está el hueco bajo la roca. La catarata, a un lado. Y un acantilado escarpado en el otro. Norra tranquiliza su respiración. Abre los ojos ampliamente.

Aquel mantra llega una última vez, en voz alta:

—Este es mi hogar.

El carguero pasa a través del canal.

Se sacude como un viejo borracho; lo que queda de la torreta se desprende. Se aleja con sonidos metálicos, girando hacia el aerosol de la catarata…

Pero están fuera. Libres. Vivos.

En la consola, dos destellos rojos parpadean.

Hay cazas TIE. Detrás de ellos.

«Aguarda».

«Aguarda…».

El aire se estremece con un par de explosiones.

Los dos destellos titilan y desaparecen.

Owerto ulula y aplaude.

—¡Somos libres!

«Yo creo que sí», piensa Norra.

Ella gira el carguero y traza una ruta rumbo a las periferias de Myrra.

Nils Tothwin traga con fuerza, y enseguida pasa sobre el vidrio destrozado y el charco de licor efervescente: el de una botella ceremonial de vino de grosella lothaliana, un vino tan morado que es casi negro. De hecho, el charco en el piso podría confundirse a primera vista con un hoyo en el suelo.

Tothwin frota sus manos. Está nervioso.

—No lo has encontrado —dice Rae Sloane.

—No.

—Y vi que la nave de los contrabandistas ya no está.

—No está porque se escapó.

Ella entorna los ojos.

—Sé lo que quise decir.

—Por supuesto, almirante.

El charco burbujea. Para celebrar su ascenso al cargo de almirante, le obsequiaron la botella de manera ceremonial, lo cual fue muy apropiado, porque en eso también se convirtió su cargo: su liderazgo era pura ceremonia. Por años la habían marginado. Sí, le habían dado el comando del Vigilance. Pero al Vigilance mismo no se le dio nada que se pareciera a un papel principal en la lucha contra la naciente Rebelión. Trabajo irrisorio. Patrullas en el Borde Exterior, mayoritariamente. Defensa y escolta de burócratas, moffs, dignatarios, embajadores.

Es lo que le tocó. Hizo demasiados enemigos al comienzo, pero Sloane siempre fue alguien que decía lo que pensaba. No sabía cuál era su lugar. Y eso le afectó.

Sin embargo, este es el momento de segundas oportunidades.

Interrumpe el silencio:

—Este es un mal momento para el caos, teniente. Afuera, dos de nuestros distinguidos invitados ya han llegado. —Moff Valco Pandion en el Destructor Estelar Vanquish, y en el Ascent uno de los más viejos estrategas y tácticos del Imperio Galáctico: el general Jylia Shale—. En breve, los demás llegarán. No puedo permitir que ahora se demuestre mi debilidad. No podemos mostrar una incapacidad para controlar nuestro propio entorno, porque, si eso sucede, será evidente particularmente para Pandion que ni siquiera podemos controlar esta reunión. Y esta reunión debe ser controlada.

—Por supuesto, almirante. Encontraremos al intruso…

—No. Yo lideraré la misión para encontrar a nuestro inesperado invitado. Tú armas un equipo. Vete a la superficie antes de la reunión. Rastrea al contrabandista y al carguero que nos evadieron, tan solo para asegurarte de que no sean parte de algo más grande. Esto debe salir bien. ¿Y si sale mal? Te consideraré, personalmente, responsable de ello.

El poco color que le queda a Tothwin en el rostro desaparece.

—Como usted desee, almirante.

El vapor se eleva como espectros espabilados desde la superficie del Moth; la lluvia ha cesado y ahora ha salido el sol. Brillante y caliente. El aire es espeso por la humedad. Norra ya siente el cabello, usualmente lacio y plateado, como la catarata bajo la que acaban de pasar hace tan solo una hora. Comienza a rizarse las puntas con los dedos. Le surge un pensamiento extraño: «¿Traje cepillo?». ¿Pero acaso trajo siquiera la ropa correcta? ¿Qué pensará Temmin de ella?

No ha visto a su hijo en…, demasiado tiempo. ¿Tres años estándar? Ante eso, hace un gesto de dolor.

—Eres un piloto salvaje —dice Owerto, acercándose por un lado. Golpea con su palma la nave. ¡Zas, zas, zas!—. Soy lo suficiente hombre para admitir que tal vez le salvaste el pellejo al Moth allá afuera.

Ella le ofrece una sonrisa lacónica.

—Bueno. Tuve un buen momento.

—Pilotar así no es cosa de suerte. Es talento. Eres un piloto rebelde, ¿cierto?

—Cierto.

—Pareces estar en el equipo ganador, entonces.

«Aún no», piensa ella. Pero lo único que dice es:

—Eso espero.

—¿Realmente se han ido? ¿El emperador? ¿El hombre-máquina, Vader? ¿La Estrella de la Muerte en su totalidad fue volada en diminutos pedazos una vez más?

—Así fue. Yo estaba ahí. Yo estaba…, dentro de ella, de hecho.

Él emite un silbido bajo y lento.

—Eso explica el extravagante vuelo.

—Tal vez.

—Felicidades. Eres una heroína. Debe haber sido algo importante.

—Lo fue, definitivamente. —Incluso ahora, pensándolo, un escalofrío se trepa por su columna a pesar del calor agobiante. Otros pudieron haberse sentido emocionados durante la batalla. Pero para ella el recuerdo sigue vivo en sus pesadillas, donde ve a buenos pilotos caer en espirales hacia la superficie de la gran base y escucha sus gritos a través del comunicador—. ¡Tu dinero! —dice abruptamente. Extrae un saco pequeño de su mochila. Y se lo arroja a su acompañante—. Diez mil a la llegada, tal como se prometió. Gracias. Lamento lo de la nave.

—Lo arreglaré. Buena suerte con tu familia.

—Con mi hijo, más que nada. Estoy aquí para recogerlo y volver a salir.

Él arquea la ceja que tiene sobre el ojo sano.

—Eso va a ser complicado por lo del bloqueo. ¿Ya encontraste una manera de dejar el planeta?

—No. ¿Te estás ofreciendo?

—Págame lo mismo y promete volar la nave otra vez si las cosas se ponen negras, y tienes un trato.

Ella extiende la mano. Cierran el trato con un apretón de manos.

—¡Ah! —agrega él, alejándose—. Bienvenida a casa, Norra Wexley.

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